Cuando intempestivamente anunció la
retirada de las tropas norteamericanas instaladas en el norte de
Siria (6.10.2019) no pocos imaginaron que el anuncio correspondía
con eso que los periodistas llaman, excentricidades de Trump. No
obstante, los pocos que siguen con atención la política
internacional de los EE UU han aprendido que el presidente no es tan
disparatado como a el mismo le gusta aparecer. De una manera u otra
-lo hemos consignado en otros artículos- hay una línea Trump, una
que se diferencia radicalmente de la de su predecesor Obama. En
términos simples: mientras este último era intervencionista, Trump
es un consumado aislacionista. Visto así el problema, no habría
ninguna novedad en el frente.
Intervencionismo y aislacionismo han
sido las dos líneas que han marcado la historia de los EE UU desde
mediados del siglo XlX hasta nuestros días. Trump no es una
excepción a la regla pues se encuentra en estricta continuidad con
la historia de su país en donde el intervencionismo y el
aislacionismo han coexistido de modo alternado.
Trump es, si se quiere, un
aislacionista radical. Tanto como lo fueron los padres de la patria:
Payne, Washington, Jefferson. En la simple fórmula de este último,
la política internacional de los EE UU debería basarse en “paz,
comercio y amistad honesta con todas las naciones, sin forjar
alianzas con ninguna”. Incluso la Doctrina Monroe (1823)
considerada por muchos como abiertamente intervencionista fue con
relación a las potencias europeas, aislacionista. En las palabras
de James Monroe: “En las guerras entre europeos, en asuntos que
solo les conciernen a ellos, nunca hemos participado, porque no
corresponde a nuestra política. Solo cuando nuestros derechos se
vean dañados, o seriamente amenazados, será cuando nos resentiremos
de nuestras heridas y haremos los preparativos para nuestra defensa”.
Trump, al retirar las tropas de Siria dijo más o menos lo mismo,
solo que de un modo menos elegante. Trump al fin es Trump.
El intervencionismo norteamericano es
un neto producto de las conflagraciones bélicas a cuyas dos guerras
mundiales EE UU acudió “con retardo”, recién a partir del
momento en que sintió su soberanía nacional amenazada, viéndose
obligado a romper el cordón aislacionista. A esa tradición,
enraizada en los últimos confines de la historia norteamericana,
pertenece Trump. Sus declaraciones emitidas al justificar el retiro
de las tropas norteamericanas de Siria parecen venir desde lo más
hondo del siglo XlX. Citemos: “Turquía, Europa, Siria, Irán,
Irak, Rusia y los kurdos deben resolver la situación” ….“es
hora de salir de ridículas guerras sin fin” ….. “solo
lucharemos en nuestro propio beneficio” …. Frases que aun siendo
despectivas, se ajustan plenamente al espíritu norteamericano de
ayer y de hoy. Eso significa: EE UU está dispuesto a luchar
militarmente solo bajo tres condiciones: que la lucha reporte
beneficios inmediatos, que sea en defensa de los intereses de la
nación, y si está amenazada la supervivencia de sus más íntimos
aliados internacionales.
¿Qué los kurdos fueron aliados de
los EE UU en la lucha en contra del terrorismo del IS? Claro que sí,
pero esa fue, a los ojos de Trump, una simple alianza táctica y por
añadidura -si se tiene en cuenta que IS nunca amenazó directamente
a la soberanía de USA - no muy útil. ¿Qué con la retirada de las
tropas Turquía avasallará al pueblo kurdo? Eso a Trump parece no
importarle demasiado.
Como muchos empresarios- políticos
comparte Trump una tesis darwinista: el mundo pertenece a los
fuertes. En términos geo-políticos, a los estados bien
constituidos, no a grupos tribales ni a naciones sin estado ni a
estados sin naciones. Para Trump los kurdos son, para emplear la
expresión hegeliana, “pueblos sin historia”. En cierto modo, los
“pieles rojas” del Oriente Medio. “Maravillosos guerreros”
los elogió el mismo Trump, pero – eso es lo que quiso decir - no
una nación en forma como Turquía y Siria. Entonces que ellas
arreglen sus problemas con los kurdos, ya sea en sus territorios, ya
sea entre sí. Pero ese no puede ser un problema para los EE UU.
De tal manera, cuando avisó
telefónicamente a Erdogan que abandonaba Siria, el autócrata turco
entendió de inmediato que Trump lo invitaba cordialmente a ocupar el
norte de Siria. ¿Cómo se explica entonces que Trump hubiera
reaccionado en contra de Erdogan apenas tuvo noticias de la nueva
guerra? ¿Teatro? Sí: teatro. Por una parte Trump intentó calmar a
la oposición en sus propias filas, sobre todo a quienes le
enrostraban su falta de lealtad con el pueblo kurdo. Por otra,
aliviar la presión ejercida por la opinión pública mundial. Como
es su costumbre, amenazó a Erdogan con sanciones. Pero todos sabemos
para qué sirven las sanciones que impone Trump. Aparte de empeorar
la calidad de la vida de los habitantes de las naciones sancionadas,
para nada más.
¿No previó el equipo de Trump que el
tirano al-Asad no iba a permitir que sus rivales turcos se pasearan
en el norte de Siria como perro por su casa? Probablemente lo previó,
y tal vez su objetivo premeditado es que Siria y Turquía se
enfrenten entre sí para que resuelvan “el problema kurdo”. O que
dialoguen o que se maten. Ese no es problema de Trump.
¿Pero no sabe Trump que Erdogan y
al-Asad son aliados de Putin y por lo mismo este, ni corto ni
perezoso iba a tratar de mediar entre ambos ampliando su radio de
acción en el mundo islámico? Por supuesto que lo sabe, y tal vez es
lo que quiere: que la destartalada Rusia se desgaste en guerras
territoriales sin fin y que Putin cumpla de una vez por todas su
absurdo sueño de restituir el imperio de los zares.
Al fin y al cabo EE UU ya no es ni
desea ser un imperio territorial como intentó serlo a comienzos y
mediados del siglo XX. Su área de dominación está en otras partes:
en el mundo de las finanzas, en el comercio, en la digitalización de
la vida, en las galaxias. Si los EE UU todavía son un imperio, lo
son en un sentido extraterritorial, supraespacial e incluso, virtual.
Por eso a Trump las “guerras tribales” del siglo XlX lo tienen sin cuidado. En ellas no gastará ni un solo dólar ni en ellas morirá
un solo marine. Su propósito no es redimir al mundo a lo Wilson, a
lo Carter, a lo Bush, a lo Obama. El suyo es aislacionismo puro y
duro, en el más clásico estilo de Jefferson y Monroe. Pero ay si
alguno osa amenazar a EE UU y de rebote a Israel. Al-Asad, Rahoní,
Erdogan y Putin están notificados y, por cierto, no lo intentarán.
Probablemente eso ya está conversado entre Trump y Putin. De este
modo Putin, quien sabe jugar muy bien al ajedrez entre los cadáveres,
pasará a ser objetivamente una especie de alto comisionado informal
de las Naciones Unidas en el mundo islámico. Por obra y gracia de
Trump. La política internacional es cínica y Trump es un maestro
del cinismo internacional. Putin también. Probablemente ninguno ha
leído a Maquiavelo. Pero ambos son maquiavélicos hasta en los
huesos.
Por ahora el gran vencedor de las
sangrientas jornadas escenificadas por Erdogan en el norte de Siria,
ha sido Putin. No terminaban de firmar los kurdos y el régimen sirio
un acuerdo de acción común, cuando Putin declaró, por intermedio
de su enviado Alexander Larentiev: “Rusia no permitirá un
enfrentamiento entre Siria y Turquía” (15.10.2019) Más claro no
pudo ser: “aquí el que manda soy yo”, quiso decir. Su propósito
no es por supuesto pacifista. Las suyas son declaraciones que
anticipan su mega-proyecto histórico, a saber: construir una
duradera alianza entre el putinismo y el islamismo. Un nuevo eje del
mal, habría dicho Bush hijo. Trump no lo dice: sus ambiciones, según
su partitura, se encuentran más allá del bien y del mal.
En este momento la alianza entre Siria,
Irán y Rusia es hecho consumado. Atraer a Turquía sería, a no
dudar, un golpe mortal para la NATO. Erdogan deberá entonces elegir.
O forma parte de un nuevo conglomerado geopolítico islámico con
hegemonía rusa, o se conforma con ser una punta de lanza militar de
occidente en el mundo islámico. Naturalmente, Erdogan se siente muy
atraído por la primera alternativa. Solo dos factores lo impiden: su
dependencia económica con respecto a Europa y los destacamentos
políticos pro- occidentales (socialdemócratas y liberales) que han
tomado fuerza al interior de las principales ciudades turcas.
Consignemos: hay dos grandes
perdedores en el conflicto desatado por Trump: antes que nada los
kurdos a quienes nadie ayudará en su tragedia. Los EE UU no quieren
y Europa no puede. El segundo perdedor será la propia Europa. Sus
gobiernos contemplan perplejos como Putin gana terreno frente a sus
puertas mientras EE UU a través de Trump ha decidido abandonar a
Europa a su suerte.
Europa se verá cada vez más obligada
a recurrir a sus propias fuerzas. Pero ¿las tiene? Y si las tiene
¿está decidida a usarlas?
PS. 17. 10. 2019: Como era de
esperarse, Erdogan y Trump (Pence) acordaron un armisticio.
Armisticio no significa paz sino suspensión temporal de la guerra.
Los kurdos de las “Unidades de Protección Popular“ (YPG) tienen
cinco días para retirar sus tropas de la frontera. El control de la
zona de seguridad será ejercido por Turquía (algo así como un
perro cuidando salchichas). Ambos mandatarios pueden darse por
contentos. Probablemente a Turquía le serán levantadas
restricciones económicas. Después Trump dejará librados a los
kurdos a su suerte. En los futuros litigios el árbitro será Putin.
Al fin y al cabo él representa a la única potencia no islámica con
presencia militar en la región. Aparentemente sin jugar, Putin fue
el ganador de la partida de ajedrez. El número de vidas humanas que
este juego ha costado no ha sido, ni probablemente será, dado a
conocer. “Ha sido un gran día” - comentó Trump en Twitter.