Al
finalizar de leer una novela de Claudia Piñeiro (CP, Buenos Aires
10.04.1960) yo decía siempre: esta es la mejor que le he leído.
Hasta que me dí cuenta de que no existía la mejor. Todas son las
mejores. Hecho insólito e inédito si se considera que hasta los
más renombrados escritores tienen de repente feas caídas. Los
“Cuadernos de Don Rigoberto” del más laureado de todos es, para
poner un ejemplo, una de las novelas más malas que he leído en mi
vida. Ocurrió también a Nurit Izcar, heroína de una de las últimas
novelas de CP, “Betibú”, quien al escribir una historia de amor
y abandonar “la novela negra” - nombre absurdo pues jamás se ha
sabido de una novela blanca - sufrió una caída literaria profunda
que la llevó a reencontrarse consigo al investigar sobre un caso de
crímenes seriales.
Crímenes
En
casi todas las novelas de CP hay crímenes. Ya sea suicidios
compartidos como en “Las Viudas de Los Jueves”, suicidios
individuales como en “Elena Sabe”, crímenes accidentales como en
“Una Suerte Pequeña”, pasionales como en “Tuya”, seriales
como en “Betibú”, espeluznantes como en “La Grieta de Jara”,
políticos como en “Las Maldiciones”. Crímenes que han llevado
equivocadamente a catalogar a CP como autora de novelas policiales.
En Alemania CP ha sido incluso presentada en los portales literarios
como autora de krimis, término que ha sido adoptado en otras
lenguas. Nada más incierto. En las novelas de CP hay crímenes, pero
en su mayoría ellas no son krimis.
La
diferencia es sustancial. En las novelas policiales los caracteres de
los personajes están puestos al servicio del esclarecimiento de los
crímenes. En las novelas de CP en cambio, los crímenes están
puestos al servicio de los caracteres de los personajes. El propósito
de CP no reside en descubrir crímenes sino en revelar las
características de personas virtuales pero reales que interactúan
en los crímenes. En ese sentido el crimen opera como representación
de la muerte la que, de una u otra manera, anda rondando en las
novelas de CP, aún coexistiendo con los momentos más vivientes.
Dimensión
social
Creo
que nadie -después de John Updike- ha descrito de modo tan agudo,
incisivo y mordaz la vida de la clase media adinerada, sus sistemas
de convivencia, sus hipocresías cotidianas, su superficialidad
irremediable. Podría decirse que es una de las especialidades de CP.
Por
cierto, ella describe a la clase media-alta argentina. No obstante,
con otros giros idiomáticos es la misma que en otros países
encontramos encerradas en condominios o colonias como la de “Los
Altos de La Cascada” de “Las Viudas de los Jueves”, o “La
Maravillosa” de “Betibú”. Reductos cerrados e inexpugnables
rodeados de guardias cuya función es proteger a la vecindad de la
realidad nacional. Allí son invocados con devoción los más
sagrados valores. Entre ellos, la familia.
La
sagrada familia
Las
familias de clase media-alta descritas por CP no son el reducto de lo
íntimo ni el lugar del recogimiento después de días trabajados, ni
mucho menos el sitio del amor filial o conyugal. La familia es, antes
que nada, la ideología de la familia: el familiarismo. Algo así
como el patriotismo a la patria.
La
familia menos familiar que familiarista es una institución que sirve
para justificar los delitos más terribles, oprimir al prójimo y, lo
muestra de modo desgarrador la novela “Una Suerte Pequeña”,
excluir e incluso desterrar a los diferentes. En esa dirección la
novela más radical es sin duda “Tuya”, donde una mujer mata
creyendo que es por amor, pero haciéndolo solo en defensa de la
institución familiar a la que objetivamente representa.
Pero
CP sabe también “bajar” socialmente. Con similar detallismo
narra las penurias de las familias de las clases medias bajas. Al
fin y al cabo ella misma proviene de un hogar de escasos recursos
como nos da a conocer su tierna novela semi- biográfica “El
Comunista en Calzoncillos”. Allí donde lápiz en mano hay que
sacar las cuentas de cada día, ajustarse a los descensos
ocupacionales, a privarse de cualquier lujo y aceptar vivir con una
cuota de permanente amargura. Fue el caso de la pobre Rita en “Elena
Sabe” quien cansada de medrar en los servicios de seguro social, de
cuidar a su madre enferma y de aburrirse con un novio contrahecho y
acomplejado, decidió no seguir viviendo más en este mundo.
La
contingencia
Pero
no nos engañemos. Quien
quiera encontrar determinismos sociales en la literatura de CP, se
equivocará. En el centro de sus narraciones está puesta
no una clase social sino el
ser humano, un ser
librado a su suerte, viviendo la
contingencia de cada día. Solo así nos
explicamos como la autora logra convertir
argumentos que en otras manos habrían
producido dramones,
en reflexiones que bordean la filosofía existencial. ¿Por
qué tuvo que suceder eso? ¿Y
si algo hubiera ocurrido un par de minutos antes, como habría
seguido la historia? Son las preguntas
que se hacen a sí mismos Mary Lohan y su hijo Federico en
“Una Suerte Pequeña”,
las mismas que se hace Pablo Simó
en “La Grieta de Jara”. ¿Y
si yo hubiera visto la grieta antes de
que Jara muriera?
O las que se
hace Elena: ¿por
qué murió mi hija Rita sin dejar
indicios? En
todas partes ese maldito verbo conjuntivo
que lleva a concluir que la determinación
más determinante de nuestro destino no es otra cosa sino la
casualidad. Y, además,
el amor.
El
amor
Como
la muerte, a veces entrelazado con ella, el amor anda rondando en
todas las novelas de CP. Un amor pocas
veces sexual y casi siempre erótico, es decir, un amor donde
importan más los medios para alcanzarlo que el objetivo mismo del
amor. Escenas de sexo directo encontramos
solo, aunque matizados
por cierta comicidad, en “Las Maldiciones”. Erotismo, con
excepción de en “Elena
Sabe”, encontramos en todas. En “La
Grieta de Jara” hay una larga y bella escena plagada de erotismo.
Dos personajes, Pablo,
un arquitecto viviendo la crisis de la mitad de la vida y Leonor, una
hermosa estudiante, recorren las calles de Buenos Aires tocándose
imperceptiblemente, insinuándose levemente, antes de que llegue el
momento de hacer el amor sobre un piso de madera recién encerada,
según el raro gusto
de Leonor. Episodio donde llama
la atención como CP logra ponerse en
el lugar del hombre en lugar de en el de la
chica, describiendo con autenticidad asombrosa lo que tantos
masculinos hemos sentido en situaciones parecidas.
En
el lugar del otro
Ese
“saberse poner en el lugar del otro” es sin duda una de las
virtudes más difíciles de adquirir en la narración literaria.
Pocos escritores lo logran. CP escribe desde adentro, desde el alma
de las personas hacia afuera. Así logra
identificarse totalmente con los personajes
que elige. A veces es ella misma,
directamente como
en “El
Comunista en Calzoncillos” o indirectamente en “Betibú”, sobre
todo cuando Betibú comparte opiniones con dos amigas
en escenas almodovarianas
que son para matarse de la risa. Pero también en la desgracia
humana.
Creo
que nadie ha expresado mejor los
padecimientos de una enferma, en este caso,
una enferma de Partkinson como la mujer de “Elena Sabe”.
Punto por punto, frase por frase, detalle
tras detalles, describe CP
una vida lacerante. Desde cuando
leí “Vida y
Época de Michael K.” de
J. M. Coetzee,
no había sentido tanto dolor al leer una novela. Y pese
a todo, en todas sus obras, sea en dos
niños
de “La Cascada
del Alto”, en la joven pareja de “Las
Maldiciones”,
en el amor tardío de Betibú, en la mujer dañada
de “Una Suerte
Pequeña”, y en
tantos otros casos, triunfa el principio de vida sobre la muerte. El
casi grito de Elena, “Yo sí quiero vivir”, es conmovedor.
CP
ha puesto su literatura al servicio de la vida. Por eso sus novelas
no son negras. Son multicolores, como es la vida.
Mejor
entre los mejores
CP
es sin duda una de las mejores escritoras de habla hispana de nuestro
tiempo. Entiéndase bien
aquí la palabra
mejor: involucra
a ambos sexos.
Pues a diferencias de algunos
deportes, no existe la literatura
femenina y masculina.
Hay literatura mala, mediocre y buena, escrita por mujeres u hombres.
Ha
obtenido galardones, premios y reconocimientos,
sin lugar a dudas.
Pero cuando llega el momento de nombrar a, digámoslo
así, los dos o tres
mejores escritores de
nuestro tiempo, raramente aparece
su nombre. ¿Por
qué? Si no es la mejor -eso queda librado a los diferentes gustos –
es la más versátil, la más completa del
idioma hispano.
También la más
crítica. Y quizás
ahí reside el quid
del asunto. CP no hace concesiones
cuando llega el momento de incursionar en
el alma de la gente. Su escritura nunca será complaciente. “Nadie
es inocente” es una de las frases finales de la novela “Tuya”.
Y si es así, los
críticos literarios tampoco lo son.
Aunque
sea a nivel inconsciente, CP siempre será una escritora incómoda
para sus lectores.
Creo que no hay nadie que, en algún
momento de sus libros, no deje de uno u otro modo de sentirse
cuestionado por CP.
Y los cuestionamientos -eso
lo sabemos todos- no son gratificantes.
Tampoco son rentables.
- Las viudas de los jueves, Alfaguara, 2005
- Elena sabe, Alfaguara, 2006
- Tuya, Alfaguara, 2008
- Las grietas de Jara, Alfaguara, 2009
- Betibú, Alfaguara, 2011
- Un comunista en calzoncillos, Alfaguara, 2013
- Una suerte pequeña, Alfaguara, 2015
- Las maldiciones, Alfaguara, 2017
- Quién no, cuentos, Alfaguara, 2018
De
Claudia
Piñeiro