En Alemania los resultados
electorales son generalmente predecibles. Pero las empresas
encuestadoras no predijeron esta vez el gran aumento de la
participación electoral en las elecciones que tuvieron lugar el
domingo 01.09.2019 en Sajonia y Brandeburgo. De ahí la paradoja que
se produjo en ambas regiones. Mientras los nacional-populistas (AfD)
aumentaron su votación aún más allá
de lo que aseguraban los vaticinios, no obtuvieron en ninguna de las
dos elecciones la mayoría: 27,5% en Sajonia con un crecimiento de un
¡17%! con respecto a las penúltimas elecciones, y 23,5% en
Brandeburgo con un alza de un 11,3%. Evidentemente, el aumento de la
participación habla de una re-politización de la sociedad alemana.
Por lo menos una parte de la ciudadanía comienza a advertir el
peligro que se avecina con el crecimiento acelerado de la extrema
derecha.
Las obtenidas por los
conservadores socialcristianos (CDU) en Sajonia y por los
socialdemócratas (SPD) en Brandeburg fueron victorias amargas. La
CDU bajó 7,3% y 7,4% respectivamente. La SPD 7,7 y 5,7.
Definitivamente, el
bi-partidismo, como en la mayoría de los países europeos, también
pertenece al pasado de Alemania. Hecho que contrasta con el
crecimiento del Partido Verde (aumentó un 2,9 y un 4,6
respectivamente). La Linke (la izquierda) también fue un gran
derrotado. El otrora poderoso partido del Este ha cedido muchos votos
frente a AfD y los Verdes.
Por cierto, las de Sajonia y
Brandeburgo son elecciones muy regionalizadas, dominadas por las
particularidades del Este alemán, nunca comparables con las del
resto de la nación. Sin embargo, el crecimiento de AfD fue
“demasiado mucho” para que no se encendieran algunas alarmas
democráticas en el resto del país. De una u otra manera, aunque no
con las desmesuradas cifras del Este, estamos frente a dos fenómenos
nacionales: el crecimiento del nacional-populismo y el retroceso del
los partidos representantes de la democracia liberal.
El máximo dirigente de AfD,
el opaco pero hábil Alexander Gauland, señaló que AfD ya no es un
simple partido de protesta sino uno que “vino para quedarse”. Por
lo mismo es uno que ya es parte de la estructura política de la
nación. Lamentablemente para los demócratas, Gauland tiene razón.
Con AfD hay que contar, se quiera o no. Más todavía, el hecho de
que AfD ya esté situada en el corazón de la política plantea dos
grandes problemas. ¿Cederá la parte más conservadora de los
socialcristianos a la estrategia de AfD destinada a formar alianzas
puntuales con la CDU?
Por ahora, en Alemania imperan
relaciones “a la francesa”. El AfD como el FN francés, obtenga
los votos que obtenga, sigue siendo todavía un “partido paria”.
Pero ¿hasta cuándo? No es un secreto que por lo menos en las zonas
con tradición agraria, hay más compatibilidades entre los electores
de la CDU con AfD que con la SPD y por supuesto con Los Verdes.
El segundo problema tiene que
ver con las coaliciones que por doquier deberán formarse para
detener el avance de AfD. En casi todas estas posibilidades el tren
coalicionista pasa por Los Verdes. La CDU no tiene grandes problemas
en coalicionar con Los Verdes. Pero Los Verdes con la CDU, sí.
El viejo esquema de la Guerra
Fría (derecha contra izquierda) sigue primando entre los padres
fundadores del partido ecologista. No pocos Verdes imaginan ser
todavía de izquierda y están dispuestos a unirse incluso con la
extrema izquierda para detener el paso no de AfD sino de la CDU
considerada todavía por algunos como el enemigo principal, como ya
sucedió en la ciudad de Bremen. No así la SPD, pero ya es sabido
que en muchas regiones los números de la SPD ni siquiera alcanzan
para formar coalición con la CDU. Problema grave: Los Verdes deberán
decidir entre su pasado imaginario y el futuro que espera a Alemania
si es que AfD sigue creciendo sin interrupciones, como viene
sucediendo. O en otras palabras: deberán decidir entre una difusa
ideología “anticapitalista” y el principio de responsabilidad
política que les corresponde asumir.
¿Por qué aumenta tanto la
votación de AfD?
Alemania, en comparación con
otros países europeos goza de una economía estable, con un gobierno
preocupado de equilibrar altas cuotas de ahorro sin disminuir el
gasto social. El esquema clásico de la politología liberal según
el cual la votación hacia los extremos crece como consecuencia de
las crisis económicas, no parece calzar con las recientes
elecciones. El tema de las migraciones -que nunca afectó a Sajonia
ni a Brandeburgo- ya está técnicamente controlado y la entrada de
nueva fuerza de trabajo corresponde con la disminución laboral que
aparece como consecuencia de la tasas de envejecimiento y deceso en
la población. La respuesta hay que buscarla por otro lado.
Si bien es cierto que los
niveles de pobreza han disminuido notablemente, han aparecido otros.
Por ejemplo el aumento de velocidad en la movilidad laboral. La
transición del capitalismo industrial al capitalismo digital ha
creado nuevas ocupaciones pero estas en su mayoría son breves y
transitorias. Para las nuevas generaciones perder un trabajo es solo
una una circunstancia, incluso una chance. Para quienes en cambio no
han logrado adaptarse a los moldes del orden post-industrial, solo la
posibilidad de perder un puesto de trabajo, o tener que cambiar de
lugar geográfico para continuar laborando, es visto como una
tragedia personal y familiar.
Puesto de trabajo y lugar
habitacional habían llegado a formar parte de la identidad de muchas
personas. La posibilidad de pérdida de uno o los dos atributos es
visto como pérdida de la identidad social y cultural y esa, como
toda pérdida, origina miedos. Miedos sociales que han sido
politizados por AfD. Por lo menos el partido nacional populista da
una respuesta, falsa, pero respuesta al fin, al origen de esos
miedos. La culpa -reza su mensaje- la tienen los partidos
tradicionales que no se ocupan de los problemas de “la gente”, la
destradicionalización de las costumbres tiene su origen en el
cosmopolitismo y Angela Merkel ha entregado la nación a la maligna
burocracia de la UE para que invierta fondos en el financiamiento de
las naciones del terrorismo islámico. Así de fácil.
Como contrapartida AfD se
presenta como restauradora de la identidad nacional, como el partido
que defiende los valores cristianos en contra de la amenaza
islamista, como el enemigo mortal de la UE, y sobre todo, en contra
de esa Merkel que permite a homosexuales, lesbianas y extranjeros
acceder al poder político.
Gauland dio, además, otra
respuesta acertada. Después de las elecciones dijo: AfD es desde
ahora un “partido de masas”. Él se refería por cierto a la
enorme cantidad de gente que vota AfD, pero sin querer tocó el fondo
del problema. AfD es efectivamente un partido de masas. De masas, no
como sinónimo de multitudes, sino de seres sin pertenencia social
claramente establecida, es decir, de un partido sin un centro social.
Para decirlo a modo de
ejemplo, mientras el centro social de los socialdemócratas sigue
ubicado entre capas de trabajadores sindicalmente organizados,
mientras el de los democristianos lo encontramos en los estamentos,
corporaciones, gremios y en un empresariado nacional fuerte y
competitivo, mientras el de Los Verdes lo encontramos en capas medias
con formación académica y profesional, AfD carece de un centro
social claramente definible. Es, en exacto sentido del término, un
partido transversal. Un partido de masas no en el sentido positivo
que los marxistas asignaron al término, sino en el sentido más
negativo usado entre otros por Hannah Arendt y Emile Durkheim, vale
decir, masa sin estructuras, masa no clasificada, masa anómica, en
breve: masa producto de la descomposición de la sociedad de clases.
De ahí viene el carácter populista de AfD. Su sujeto es el
pueblo-masa, no el pueblo político.
Como es fácil inferir, la
masificación de la sociedad es mucho más fuerte en el Este alemán
pues mientras en el Oeste la transición del orden industrial al
digital ha ocurrido de acuerdo a fases evolutivas, en la ex RDA ha
tenido que ser impuesta sobre las bases de una estructura industrial
ya arruinada antes del derribamiento del muro.
Hay un problema adicional y su
carácter no es social sino político. Sus características fueron
tematizadas por el columnista de Der Spiegel, Andreas Wassermann, en
un excelente artículo publicado el 16. 08. 2019. Según el
mencionado autor, parte de la ciudadanía de la ex RDA sufre un mal
derivado de una precaria politización. Y desde dos lados. Desde uno,
los valores transmitidos por la antigua generación del periodo
comunista, privada de derechos políticos, tienen que ver más con el
acatamiento a la autoridad que con la libre determinación ciudadana.
Y bien, de todos los partidos, el más autoritario es sin duda, AfD.
Desde otro lado, muchos de
quienes fueron opositores a la dictadura comunista no adherían a los
principios de la democracia liberal sino al de un anticomunismo tan
ideológico y fanático como el comunismo de la “nomenklatura”.
En cierto modo eran la otra cara de la medalla. Muchos estaban
dispuesto a favorecer a cualquiera alternativa, aún fuera fascista,
que se opusiera al comunismo dominante. La de 1989- 1990 fue una
revolución democrática, sin duda, pero no todos sus actores eran
democráticos. Para decirlo en español popular: muchos opositores
anticomunistas eran fachos. La que se vive en estos momentos en los
territorios de la ex RDA y en menor medida en el resto del país,
sería una rebelión electoral de los fachos.
Pero al menos es una rebelión
electoral y mientras solo sea eso habrá que aceptar su legitimidad.
En una democracia políticamente organizada los fachos también
tienen derecho a formar sus propios partidos. Quizás sea mejor así:
de otra manera estarían horadando como topos dentro de los partidos
democráticos. De lo que se trata, y ese es el gran desafío, es de
arrebatarles sus electores. ¿Cómo? Después del negro domingo que
dio inicio a septiembre los políticos no paran de discutir sobre ese
tema.