Fernando Mires - ENTRE DIÁLOGOS Y MEDIANOCHE


Del fracaso de dos diálogos, el de Santo Domingo y el de Barbados, hay que sacar algunas consecuencias. Una es que ambos fueron aceptados por un régimen que excluye el diálogo. Pues la política para regímenes como el de Maduro no es sino la continuación de la guerra con los mismos medios. En ese sentido cuando Maduro va a un diálogo lo hace como una estratagema. Su objetivo es destruir al enemigo, no pactar, sobre todo cuando ese enemigo no se encuentra en condiciones de imponer nada. Por eso Maduro elige los momentos de diálogo. Y lo hace bien.
La oposición, siguiendo la lógica de toda dictadura, debe encontrarse en un estado pasivo para dialogar, dividida, y sobre todo, sin una política definida. El último componente ha sido determinante en el fracaso de los diálogos señalados.


De Santo Domingo a Barbados
A Santo Domingo la oposición acudió a dialogar después de que el régimen -con la colaboración del extremismo opositor- lograra imponer un sello militar a los enfrentamientos callejeros. Peor aún: fue a dialogar sobre elecciones presidenciales sin haber llegado a un acuerdo previo de candidatura unitaria. Maduro hizo entonces lo que desde su estrategia correspondía: adelantó la fecha de las elecciones tal como lo había propuesto anteriormente la misma oposición. Así logró que esa oposición pisara ingenuamente la trampa abstencionista. Entonces hay que decirlo: Maduro es presidente por obra y gracia de la oposición venezolana.
La historia volvería a repetirse con el diálogo de Barbados. Después del 23 de enero, gracias a la recuperación de la unidad, estaban dada todas las condiciones para desatar una lucha masiva por elecciones libres -tuvieran lugar o no- y de este modo arrinconar a Maduro. Era el momento preciso para exigir negociar con un régimen nacional e internacionalmente aislado. La oposición en cambio se dejó llevar por visiones extremistas, adoptando una línea insurreccional (fin de la usurpación) que exigía el mágico derrocamiento de Maduro como condición previa para luchar por elecciones libres. El resultado no pudo ser peor.
Después de la debacle del 30-A la oposición ha vuelto a a quedar tan paralizada como después de la abstención del 20-M. Al no acertar a redefinir una línea de acción optó por convertir a la persona de Guaidó en “la línea”. Más aún: incapaz de crear una alternativa, retrocedió hacia los estadios más primarios, allí donde el líder no representa una política sino él es la política. Bajo esas condiciones, Guaidó fue convertido en una especie de Moisés. Pero – qué desgracia- sin Tierra Prometida.
Al no politizar la acción del líder, la oposición, o sus cuatro partidos dícense “grandes”, terminaron por abandonar al líder a su suerte. Hoy, un desolado Guaidó, llama a ejercer presión sin que nadie sepa el objetivo de esa presión. Peor todavía: sin conducción interna, la oposición venezolana ha terminado por convertirse en objeto de la lucha electoral norteamericana, dándose así todas las condiciones para que Maduro aparezca ante sus huestes, sobre todo las uniformadas, como defensor de “la patria amenazada”. Esa misma oposición que hace algunos meses lo tuvo todo, hoy no tiene casi nada. Y bien, sobre esa base tan precaria nació la negociación de Barbados.


El diálogo y sus tres posibilidades
Cuando una fuerza democrática enfrenta a un régimen antidemocrático, solo hay tres posibilidades de negociación: 1. Si la oposición es política y militarmente más fuerte, el objetivo es imponer condiciones para la capitulación del régimen 2. Si la oposición es políticamente más fuerte y el régimen militarmente más fuerte, el objetivo será intentar mover al régimen hacia el espacio político el que siempre, en primera y última instancia, será electoral 3. Si la oposición es política y militarmente más débil, el objetivo no puede ser otro que intentar preservar los espacios ganados en gestas anteriores.
Equivocar los términos de la negociación puede ser fatal. Así sucedió en Barbados. La oposición, ante la falta de alternativas propias, ante la evidencia de que ninguna potencia extranjera estaba dispuesta a invadir Venezuela, ante el fracaso del golpe militar redentor, ante el evidente descenso del movimiento de masas nacido en enero, se encontraba en agosto- septiembre situada en la posición 3. Sin embargo, de acuerdo a todas las informaciones de que disponemos -hay que tener en cuenta que fue una reunión secreta- la delegación fue a Barbados a imponer exigencias que solo se justificaban si hubiera estado situada en la posición 1. Eso era precisamente lo que esperaba Maduro para dinamitar el diálogo.


Las conversaciones de la Casa Amarilla
Hacia mediados de septiembre comenzó a ser forjado otro diálogo. Una fracción minoritaria de la oposición formada por algunos de sus partidos más pequeños, estableció conversaciones con Maduro y con un sector del PSUV. En la crónica histórica serán conocidas como “las conversaciones de La Casa Amarilla”.
A diferencias de la delegación de Barbados, el grupo que acudió al diálogo, consciente de su inferioridad numérica, partió desde la posición 3. De ahí que sus exigencias, a diferencias de las del grupo Barbados que eran maximalistas, fueron minimalistas.
Entre otros, sus objetivos eran lograr la liberación de algunos presos políticos, solicitar que el grupo de parlamentarios del PSUV volviera a la AN, iniciar conversaciones en torno a la conformación del CNE de cara a las elecciones parlamentarias que tendrán lugar el año 2020 y, no por último, crear una mesa de consulta de carácter permanente.
El tiempo y nada más dirá si esos objetivos, o por lo menos parte de ellos, fuerpn alcanzados. En todo caso ninguno de ellos atenta en contra de la integridad del resto de los partidos de oposición ni mucho menos en contra del -cada vez más debilitado- liderazgo de Guaidó. Hecho que contrasta con la violencia verbal y las agresiones mal contenidas de la que hicieron gala algunos dirigentes de los partidos autodenominados grandes (nadie sabe si todavía lo son).
Puede ser que el grupo que asistió a las conversaciones haya cometido errores. Algunos de sus representantes parecen tener una confianza excesiva en el efecto de los diálogos. Otros dan por sentado que los diálogos determinan la acción política y no esta última a los diálogos. Pero esos errores, supuestos o reales, no justifican bajo ningún motivo la reacción histérica de representantes de la oposición, incluyendo las de algunos que en el pasado reciente habían dado muestras de compostura.
El grupo que asistió al diálogo ha sido calificado de traidor por sectores del resto opositor. La pregunta obvia es ¿traición a qué? ¿A alguna estrategia común? ¿A alguna línea política? ¿A alguna organización unitaria que obligue a actuar conjuntamente? Todo el mundo sabe que nada de eso existe. No puede haber traición cuando no hay nada que traicionar.
El grupo que asistió al diálogo ha sido acusado de romper la unidad. La pregunta obvia es, ¿cuál unidad? ¿La unidad en torno a un programa de acción inexistente? ¿O simplemente la unidad anti-política en torno al nombre de un hombre? Sí lo último es cierto, estaríamos presenciando un retorno a los escalones más bajos del mundo pre-político.
El grupo que asistió al diálogo ha sido acusado de no representar al conjunto de la oposición. La pregunta obvia es si existe acaso una organización unitaria que reúna al conjunto de la oposición. Distinto sería si ese grupo hubiese cometido desacato a acuerdos tomados en un frente común. Pero todo el mundo sabe que uno de los grandes “éxitos” de la abstención del 20-M fue destruir a la MUD, la organización unitaria más exitosa que se ha dado la oposición en toda su historia.
Teniendo en cuenta la inexistencia de razones para vituperar de modo brutal a quienes fueron a dialogar con Maduro y su grupo, solo cabe deducir que la cantidad de exabruptos caídos sobre ellos obedecen a razones que no tienen mucho que ver con la política real sino solo con la política simbólica. Pues, por el solo hecho de existir, los dialogantes de La Casa Amarilla demostraron que la oposición no es un todo monolítico y, por lo mismo, que no todas las acciones pasan por las dirigencias establecidas. Hay un “resto” que evidentemente escapa al control de los partidos de la oposición. Ese “resto” parece ser mucho más grande que el número de militantes de los partidos que asistieron al diálogo. Ahí justamente reside el peligro de un potencial re-alineamiento: a un lado quienes siguen a una dirigencia sin política. Al otro, sectores existentes al interior de todos los partidos cuyo objetivo es recuperar la ruta democrática y electoral abandonada desde el 20-M.
Si tomamos en cuenta que en las redes no pocas personas se manifestaron, no a favor del temario de los opositores disidentes, pero sí a favor del derecho de todo ciudadano a realizar acciones políticas cuando estas no lesionan lealtades, programas ni estrategias de las cuales no son copartícipes, el peligro de la gestación de una nueva unidad democrática parece aterrar a quienes imaginan mantener el monopolio opositor.


Una voz clama en el desierto
Importante en la nueva constelación fue la posición asumida por COPEI a través de su líder Mercedes Malavé. Por razones que tienen que ver con la renovación estratégica del partido, COPEI decidió no acudir a la Casa Amarilla, lo que no impidió manifestar su pleno apoyo a quienes actuaron de acuerdo a sus principios, a sus valores y a sus opciones. Con claridad meridiana y combativas palabras, Mercedes Malavé explicaría en un notable artículo titulado “Políticos sin señal”, por qué partidos conductores de muchas derrotas carecen de solvencia moral para dictar normas a otros partidos y grupos, por mas pequeños que sean. Sus palabras todavía resuenan: Aunque no fuimos a la Casa Amarilla, ya el big data, el foto montaje, los complejos algoritmos y los programadores que suman, restan y multiplican, para dividirnos, estaban listos. Ésa ha sido la treta comunicacional de La Salida Ya, la Salidota Yaaa y la Recontra-Salida Yaaaaaaaa! Del “falta poco” y casi “lo estamos logrando”.
Exigir unidad por la unidad cuando se carece de objetivos, puede llegar a ser un gran chantaje.