Y no será la última. Los
manifestantes que acudieron a las calles de Moscú el sábado 28 de
julio, más o menos 20.000, prometieron volver el próximo sábado, u
otro sábado. La idea es convertir a los sábados en algo parecido a
lo que fueron los lunes en la mal llamada República Democrática
Alemana. Días de congregación popular: algunos poco frecuentados,
sobre todo al comienzo. Otros, cerca del final, multitudinarios. Pues
en la RDA “nosotros somos el pueblo” quería decir nosotros y no
ellos somos el pueblo. Y ser pueblo significaba, lisa y llanamente,
elegir a sus representantes: votar. Esta fue la lección clave que
aprendieron los movimientos democráticos de la revolución europea
de 1989-1990: Sin elecciones libres no hay pueblo: solo hay
población. Por esa razón, en todos esos países el tema de la lucha
por elecciones libres fue constante y hegemónico.
La lucha por elecciones libres
llegó a ser la consigna central de todas las movilizaciones habidas
en los ex países comunistas menos en Rusia. Podría ser entonces, la
que estamos presenciando, una segunda fase de la revolución
democrática. La primera, la de Gorbachov y Jelzin, fue realizada
desde arriba: para el pueblo pero sin el pueblo. Putin, visto desde
esa perspectiva, representaría el Thermidor de la revolución
democrática–autoritaria, el regreso de la autocracia, pero no de
la zarista, tampoco la de la Nomenklatura pre y post-estalinista,
sino a otra forma de dominación no suficientemente teorizada, pero
no por eso menos importante.
Las metástasis de esa “nueva”
forma de dominación política se extienden a Turquía e Irán,
peligrosamente amenazan a Hungría y Polonia, y en América Latina
están establecidas en Nicaragua y Venezuela. En esas formaciones
políticas, más allá de las diferencias que existen entre una y
otra, hay dos puntos que las identifican: Una es su carácter dual
pues unas veces se presentan como dictaduras y otras como
autocracias. Un segundo punto es la recurrencia a elecciones
no-libres con el objetivo de otorgar legitimación democrática
formal a los respectivos gobiernos. Precisamente ese segundo punto es
el que ha permitido, en diferentes ocasiones y en distintos países,
la organización de las fuerzas democráticas (Turquía, Venezuela
hasta el 2018, Rusia hoy) Es decir, cuando es revertido el discurso
formal de sus gobiernos con un discurso político-real. Pues la lucha
por elecciones libres, en Rusia y en otras partes, no tiene solo como
cometido lograr elecciones libres. En términos inmediatos de lo que
se trata es de denunciar la falta de libertad en las elecciones,
haciendo notar las irregularidades; hecho que solo es posible si se
participa en ellas. Desde fuera, como hasta hace poco proclamaba el
líder Alexei Navalny, no sirve. Es por eso que regímenes cuya ratio
está edificada sobre la base de elecciones no- libres suelen
reaccionar con brutalidad frente a quienes las exigen.
Lo que más llamó la atención
de a los observadores de los sucesos del sábado 28 en Moscú fue
precisamente la desproporcionada brutalidad desatada por las fuerzas
policiales enviadas por el alcalde putinista de Moscú, Serje
Sobjamin. 1500 detenidos, muchos heridos, y por si fuera poco, un
intento de asesinar mediante envenenamiento a Alexei Navalny, uno de
los más populares líderes de la oposición quien habita más en la
cárcel que en su casa.
La violencia exhibida por los
funcionarios de Putin prueba la existencia de dos realidades. La
primera, el gobierno está muy nervioso. La segunda: el gobierno no
oculta la intención de hacer abortar desde el comienzo un movimiento
al que Putin avista como potencialmente muy peligroso. Ambas
realidades son indesmentibles Con relación a la primera, la baja de
popularidad del gobierno de Putin es grandiosa. En estos momentos,
quien llegara a contar con un 76 por ciento del apoyo electoral,
bordea hoy apenas un 33 por ciento, según reportan encuestas
independientes.
Naturalmente la crisis
económica que permanentemente vive Rusia juega un papel decisivo. Pero tampoco hay que olvidar
que por primera vez la oposición ha logrado un acuerdo básico de
gran relevancia: asumir en conjunto la vía democrática
privilegiando la lucha por elecciones libres. Y esa es la segunda
realidad: la lucha por elecciones libres ha tenido la particularidad
de desnudar el talón de Aquiles del gobierno. De esta manera Putin,
no pudiendo cerrar el espacio electoral -ello llevaría a Rusia a un
aislamiento casi total con respeto a Europa a la que Putin aún
despreciando culturalmente, necesita económicamente- solo queda
limitarlo aún más de lo que ya está. Para el efecto, el gobierno
ruso ha procedido a vetar candidaturas, sobre todo las de candidatos
independientes a los que no puede controlar.
El número de candidatos
“desaprobados” por el gobierno es definitivamente escandaloso: de
233 presentados por la oposición el gobierno ha vetado a 57,
aduciendo los más absurdas argumentos. El principal es que el número
de firmas que cada candidato necesita no ha podido ser autentificado.
Bajo ese pretexto fue inhabilitado nada menos que el diputado Ilja
Jaschi, uno de los dirigentes más populares de la lucha democrática.
Pero además hay otras razones mediante las cuales algunos candidatos
han sido vetados: desde imputarles no actuar de acuerdo con la
constitución hasta ser calificados, sin prueba alguna, como
“terroristas”.
Bajo las condiciones descritas
la mayoría de los dirigentes del movimiento democrático ruso son
conscientes de que sus exigencias no serán aceptadas por el
gobierno. Por lo menos no en términos inmediatos. Pero a la vez han
podido constatar que esas exigencias no solo son un medio para lograr
un determinado objetivo sino, antes que nada, un fin en sí. Por un
lado son partes irrenunciables de una ruta democrática que contempla
como punto central las elecciones libres. Por otro, la lucha iniciada
ha abierto las exclusas para una creciente participación ciudadana,
en un principio formada por activistas intelectuales y hoy asumida
por diversos sectores de la ciudadanía, incluyendo a algunos que en
el pasado reciente predicaron el abstencionismo. La lucha por
elecciones libres ha dado origen, se quiera o no, a un nuevo
movimiento social y político provisto de una mística cuya
representante más señera es la abogada Ljubow Sovol dirigenta del
partido Iniciativa Ciudadana, contraria al misticismo heroico,
valiente, pero pre-político representado por Navalny.
Más allá de las diferencias
que los líderes mantienen entre sí, todos persiguen la misma
estrategia: confrontar a la autocracia de Putin con exigencias
democráticas. La lucha por elecciones libres es sin duda la
principal de todas.
Por primera vez la heterogénea
oposición rusa aparece en la escena política como una entidad
políticamente unificada. El camino no ha sido fácil. Desplazar a
las fracciones que predicaban el abstencionismo fue el resultado de
ásperas confrontaciones. Mas, la posibilidad evidente de alcanzar
una alta votación en las elecciones regionales que tendrán lugar en
septiembre del 2019 ha terminado por unir a todos.
En términos funcionales
podríamos afirmar que la lucha por elecciones libres opera como un
eje articulador. Dicho en términos más políticos, es la línea
hegemónica (conductora) de la oposición. Al optar por la vía
democrática- electoral, la oposición rusa ha terminado por
descolocar al gobierno quien solo se siente a sus anchas frente a
una oposición violenta y frontal.
A través de la lucha por
elecciones libres la nueva oposición vincula su historia con la de
los movimientos democráticos que en la periferia soviética
derrotaron a sus respectivas “nomenclaturas”. Pero también con
otras del mismo formato que actúan en nuestro tiempo. Entre ellas,
la oposición turca que en su camino también ha logrado triunfos
resonantes en contra de la autocracia.
Naturalmente, tanto el
gobierno ruso como el turco intentan presentar a los manifestantes
pro-electorales como agentes del exterior. Precisamente ellos, los
que no se han cansado de intervenir en cada elección de Europa.
Erdogan, movilizando contingentes turcos que habitan en los países
de Europa. Putin a los gobiernos y partidos nacional-populistas y a
sus líderes, llámense Salvini u Orban, Le Pen o Abascal. Hoy la
neo-autocracia rusa recibe el boomerang de vuelta. La comunidad
europea no oculta su apoyo a las fuerzas democráticas que actúan en
países con gobiernos autocráticos. En cierto modo son fieles a su
propio pasado. Pero también presienten que de la suerte política de
países como Rusia y Turquía dependerá la futura estabilidad de
Europa.
Un fantasma recorre a Europa y
a su periferia euroasiática: es el fantasma de las elecciones
libres. En buena hora. Cada vez que las fuerzas democráticas
occidentales han abandonado la lucha por elecciones libres, llamando
a la violencia interior o exterior, o han fracasado estrepitosamente,
o han dado origen a dictaduras aún más crueles que las precedentes.
De esas experiencias también vive la oposición rusa.