12.07.2019
Cada vez que hay elecciones en
algún país europeo preguntamos antes que nada cuánto ha avanzado
la extrema derecha o la extrema izquierda, síntoma que delata un
momento histórico cuya tónica ha sido el crecimiento de los
extremos en desmedro del centro político. Pero no solo eso: no pocos
publicistas han hecho referencia al deterioro del tronco de la
política europea, aquel que crece desde sus tres raíces históricas:
la conservadora, la liberal y la socialdemócrata.
Y bien: en Grecia, el candidato
de Nueva Democracia, el conservador Kyriakos Mitsotaki, miembro de lo
más granado de las elites sociales y políticas, obtuvo una
aplastante victoria por sobre el carismático Alexis Tsipras y su
partido Syriza. Un 39, 9% nada menos. Resultado que le permitirá
gobernar sin compromisos, vale decir, sin necesidad de contraer
complejas coaliciones cuyo objetivo final suele ser desfigurar el
programa del candidato vencedor. En síntesis: un triunfo del núcleo
tradicional de la política griega. El resultado por lo demás ya se
veía venir desde las elecciones europeas del 26 de mayo.
Pudo haber sido aún peor para
Tsipras. Su 31,5% le asegurará al menos una buena base opositora
frente a un gobierno al que le corresponderá realizar la tercera
fase del llamado “rescate” (liberalizaciones, privatizaciones,
disminución del gasto social y otras medidas muy antipopulares). El
primer rescate, recordemos, fulminó al gobierno socialdemócrata del
PASOK y a su demagogo líder Yorgos Papandreu. El segundo rescate
provocó la derrota de Alexis Tsipras, ícono de la izquierda europea
¿Qué destino traerá para Mitsotaki el tercero? Nadie puede
predecirlo. Lo cierto es que hasta ahora de un rescate nadie ha
salido políticamente vivo en Grecia.
Tal vez Mitsotaki puede llegar a
romper la “maldición del rescate”. Al menos reúne dos
condiciones que no tuvieron sus antecesores. La primera: Nueva
Democracia es un partido de derecha y por lo tanto se espera que
realice una política de derecha, por lo menos sobre el plano
económico. A diferencias de Tsipras quien pese a haber llegado al
gobierno como representante de un partido de extrema izquierda (el
Chávez griego, titularon los periódicos el día de su victoria del
2015) hubo de realizar las restricciones sociales que imponía el
segundo rescate. En honor a Tsipras hay que decir que merece el
respeto de sus propios adversarios pues durante su mandato demostró
lo que pocos políticos suelen poseer: un sentido de responsabilidad
que lo obligó a anteponer la realidad del país por sobre sus
convicciones ideológicas, aún a riesgo de trabajar para su propia
derrota, como definitivamente ocurrió. La segunda condición es más
importante: la derecha representada por Mitsotaki no es una derecha
extrema.
Mitsotaki – con sus
correspondientes títulos en Harvard y Stanford - pertenece a una
nueva especie de la política europea a la que podríamos denominar,
por muy raro que parezca, “conservadurismo social”, especie cuyo
mejor exponente es Angela Merkel. Quiere decir: un conservadurismo
que asume la defensa de los derechos humanos, otrora reducto de
corrientes liberales, y que no se niega a realizar aperturas hacia
“lo social”, hasta hace poco monopolio de los partidos de corte
socialdemócrata. En otros términos, aquello que ha tenido lugar en
Grecia gracias al triunfo de Mitsotaki, es el fortalecimiento del
centro político al que pertenece Nueva Democracia y en cierta medida
el “socialdemocratizado” Syriza, partido que lentamente ocupará
el lugar abandonado por PASOK. Hay incluso indicios que apuntan en
esa dirección. Uno de ellos es el acercamiento tras bastidores entre
Syriza y el nuevo partido socialdemócrata llamado KINAZ donde milita
(milita, no dirige) Yorgos Papandreu. En breve: lo que parece tener
lugar en Grecia es el nacimiento de un bi-partidismo orientado hacia
el centro a cuya derecha encontramos a Nueva Democracia y a cuya
izquierda Syriza + KINAZ. La derecha representada por un
conservador-social y la izquierda por un socialista pragmático. ¿Qué
mejor?: una estructura política estable destinada a normalizar
políticamente al país mediante el principio de la alternancia en el
poder. En ese sentido la normalización política de Grecia podría
incluso crear las condiciones para su normalización económica
siempre y cuando el país llegue a contar con el apoyo y solidaridad
de Europa. Ojalá los burócratas de la UE tomen noticias de ello.
Grecia no solo es políticamente importante. Su eterna rivalidad con
Turquía y su pertenencia al mundo de la ortodoxia cristiana, con
influencias en Rusia, confieren al país una importancia estratégica
fundamental para todo el continente europeo.
Hay, además, otra buena
noticia: los nazis de Amanecer Dorado perdieron en las elecciones del
7 de julio su acceso al parlamento (2,96%). No es poca cosa. Grecia,
cuyas condiciones económicas son más precarias que las de Italia, y
que por su ubicación geográfica sufre los efectos de las
migraciones islámicas de modo más intenso que otros países del
continente, ha cerrado las puertas al nacional-populismo, tanto de
izquierda como de derecha. Por cierto, un fenómeno no definitivo.
Tanto hacia el lado izquierdo
como hacia el derecho el predominio del centro político manifestado
en las elecciones del 2019 ha dejado algunos espacios abandonados.
Hacia la izquierda los comunistas con su permanente 5% y las
fracciones ultras de Syriza a las que intentará atraer Mera24
(Frente Europeo de Desobediencia Realista) fundado por el excéntrico
economista Yánnis Voroufakis (3,5% de los votos). Hacia la extrema
derecha, los restos que deja el derrumbe de Amanecer Dorado intentará
recogerlos un nuevo partido llamado Solución Griega caracterizado
por un nacionalismo extremo, confesionalmente ortodoxo y sobre todo
pro-ruso, factor este último que le garantiza un apoyo material que
no tuvo Amanecer Dorado. Su líder Kyriakos Velópulos ha logrado
superar incluso a la homofobia del régimen Putin. Entre otras
lindezas exige la pena de muerte a los homosexuales. Aberraciones
que, siendo minorías, son también parte de la normalidad del
nacional-populismo de Europa.
Lo más importante: Grecia desde
el 2019 ha dejado de ser la excepción a la regla europea. En sus
logros y en sus carencias está a punto de ser -políticamente
hablando- una nación tan europea como las demás. Más para bien que
para mal.