Somos, Intérprete: Lucho Gatica. Autor: Mario Clavel
Después que nos besamos/ con el alma y con la vida/ te fuiste por
la noche/ de aquella despedida/ y yo sentí que al irte/ mi pecho
sollozaba/ la confidencia triste/ de nuestro amor, a ti/ Somos un
sueño imposible que busca la noche/ para olvidarse del mundo/ de
Dios y de todo/ Como en nuestra quimera/ doliente y querida/ dos
hojas que el viento/ juntó en el otoño/ Ay, somos, dos seres en
uno/ que amando se mueren/ para guardar en secreto/ lo mucho que
quieren/ Pero qué importa la vida/ con esta separación/ Somos dos
gotas de llanto/ en una canción/ Nada más que eso somos/ nada más.
1.
Desde mis tiempos
juveniles me ha gustado ese bolero. Lucho Gatica -otros prefieren la
versión recortada de Chavela Vargas- lo cantaba como recitando y
haciendo pausas de modo que era fácil entender las intenciones
poéticas del autor, el argentino Mario Clavel. Ese día, sin
embargo, me llamó la atención, más que antes, un verso: “Somos
dos seres en uno, que amando se mueren”. Hice girar de nuevo el CD.
Luego, olvidé el bolero.
Pero en medio de la
noche no pude más. Me levanté como un sonámbulo y volví a
escuchar Somos. Estoy condenado, me dije. El enigmático sino de la
vida me ha ordenado escribir sobre este maldito bolero.
2.
La verdad es que
Somos condensa la temática de casi todos los boleros de la historia
universal. La razón está en el título: Somos es el ser del
nosotros, a diferencia del soy y del eres que es el ser individual, y
del sois y del son, que es el ser de los demás: los otros y los
ellos. En cualquiera de los casos, el Somos nos remite al ser, y el
ser es el tema central de la filosofía occidental desde que hay
filosofía occidental. Ese es el punto común que tienen los boleros
con la filosofía: el ser y su existencia. O mejor: el ser en su
existencia. O mejor aún: la existencia en el ser. Y todavía mejor:
el ser de la existencia. En cualquier caso, es el ser que nunca está
siendo solo y que para ser requiere ser un Somos.
En cierta medida, en
los boleros, el ser es el Somos, de donde se puede deducir que en su
esencia -suponiendo que los boleros tengan una esencia- los boleros
son profundamente anticartesianos. En contra del pienso luego existo,
el postulado de los boleros es, más bien: somos luego soy. Eso
quiere decir que el ser no es un “en sí” sino una relación que
se hace siendo. Siendo en ..... : ese “en” es muy importante. El
primer problema ontológico que tenía que resolver a través del
bolero Somos era, por lo tanto, la ubicación exacta del ser del
Somos. La respuesta me la dio el mismo bolero, y en sus primeras
líneas.
El ser del Somos se
revela en toda su magnitud cuando ya no es. El Somos aparece como un
deseo de ser lo que fue y ya no es, hecho que se reconoce cuando lo
que ya ha dejado de ser, a través como dice el bolero, de una
despedida, no sólo ya no es, sino que tampoco está. Luego el Somos
asoma a la vida como continuación de un haber sido, o como
consecuencia de una unidad perdida la que sólo se reconoce cuando el
otro pasa a formar parte de un nos-otros. El Somos será siempre un
somos nuestro, un nos-otros que nos hace nuestros y otros a la vez.
El Somos siempre ha sido.
El reconocimiento
del Somos surge como resultado de esa maravillosa capacidad humana de
convertir el pasado en un presente: atributo casi divino. Es, si se
quiere, esa capacidad que me hace estar contigo en la distancia.
Distancia que no es sólo geográfica. Puede ser la distancia en el
tiempo la misma que nos hace ver en nuestra vida la presencia
imaginada del ser ausente: seguir viviendo en un Somos que no está,
pero que, sin embargo, es. Más aún: cuando el sentimiento ha
abandonado los sentidos, ha comenzado quizás el momento del amor,
que es el verdadero Somos. Por ejemplo, si yo quiero, puedo escuchar
la melodía de Somos sin oírla, basta recordarla para que en mí
aparezca, aunque no como imagen sino como acorde. Esa capacidad que
tenemos para escuchar sin los oídos, para ver sin los ojos, es la
que nos permite amar. Para amar, entonces, hay que saber callar a
tiempo.
El amor surge
después de la palabra, cuando escuchamos las palabras dichas sin los
sentidos pero con los sentimientos. Es por eso también que el amor,
al ser en muchos casos un sentimiento, no tiene sentido. Lo que en
ningún caso significa una designificación de la materia; ya que eso
somos. Al fin y al cabo, para que el amor sea post-material requiere
de la materia para emerger hacia la vida. En esa misma dirección
podemos decir que el sentimiento surge de los sentidos, pero para que
sea sentimiento tiene que emanciparse del lugar de origen, que es lo
que permite, a su vez, amar en la distancia. Quien no puede amar en
la distancia (que es la ausencia) -sea la distancia del espacio, o la
del tiempo- no puede amar.
3.
Somos un sueño
imposible que busca la noche. Ese es el ser del amor cuando en el
amor somos. Esa única frase contiene en sí un mundo, el que podemos
pasar por alto en un bolero si nos dejamos únicamente arrebatar por
el ritmo de su cadencia, que es su música, que por ser música tiene
por cometido disolver las palabras en sonidos. Luego, Somos quiere
decir que existimos, pero no sólo eso: existimos el uno en el otro,
y por esa razón somos. Somos es un plural nosótrico, no vosótrico.
Es un solo ser compartido por dos. Dos en uno. Es el reconocimiento
de que a pesar de que no estamos juntos, somos en la imposibilidad de
un sueño, de tal modo que, por lo menos en la letra del bolero, la
imposibilidad se convierte nada menos que en la condición de la
posibilidad. Porque un sueño no es sólo lo que soñamos. Un sueño
es lo que deseamos. El sueño es, en este caso, el deseo de dos por
estar juntos, dos que quieren ser uno, un solo Somos, pero no pueden
serlo, y por eso es un sueño, o lo que es lo mismo: un deseo que se
sueña.
Sin deseo no hay
sueños. Un sueño no sólo es un deseo del ser. Es, sobre todo, un
deseo de ser. Aunque ese ser sea un imposible. No hay amor más
grande que un amor imposible. Por lo menos eso es lo que nos ha dicho
la literatura mundial. Mas, ¿qué grande amor, al ser tan grande es
posible? Tanto amor como el que a veces tenemos no puede soportar el
mundo. ¿O el amor para ser digno de su totalidad ha de necesitar de
otro mundo para ser posible? Pues si fuera posible, no tendría la
imposibilidad, y si la imposibilidad no se tiene, no hay sueño, y si
no hay sueño ¿hay amor? Porque la imposibilidad es, evidentemente,
un tener. Y tener lo posible dentro de sí es lo más natural que hay
en la tierra. Tener guardada la imposibilidad dentro del alma es casi
un don divino. Ese, el mundo de lo imposible, ya no es nuestro.
El mundo de los
sueños tampoco es nuestro porque los sueños sólo anticipan el
mundo que no vivimos, que es ahí donde efectivamente somos (casi
escribí: seremos). La imposibilidad de ser es la condición del ser.
Con esa última frase quiero afirmar que el ser vive en (y de) su
imposibilidad, por eso somos siendo, y nunca somos definitivamente en
el Ser. Y, si aún así, y si aún así se produjera el milagro de
que el ser coincidiera alguna vez con el Ser, nosotros dejaríamos de
ser un ser-siendo, y eso, dada lo humana que es nuestra condición,
significaría dejar de ser lo que somos.
¿Quiere decir que
entre vivir y ser hay una contradicción? Si no hay contradicción,
hay por lo menos una diferencia. Hay muchos que han vivido sin ser.
En cambio nadie ha sido sin vivir. Quiero decir: vivir es una
condición del Ser. Ser, lamentablemente, no es una condición del
vivir. Un árbol vive. Si un árbol es, es sólo para quien está
siendo. No para sí. Aunque no estoy seguro: quizás los árboles
también tienen un “para sí”. Lamentablemente, los árboles no
hablan. O si hablan, no conocemos su idioma.
El hecho de que el
sueño imposible busque la noche y no el día nos está diciendo que
el objetivo del deseo yace oculto en algún lugar. Oculto como las
raíces de un árbol. Las raíces son el pasado del árbol, pero a la
vez su fundamento. La imposibilidad del sueño viene de la
imposibilidad de convertir en posibilidad lo que ya fue en el pasado,
que son nuestras raíces. Pero sin esas raíces, no podríamos
elevarnos hacia el futuro, donde nuestro sueño es imposible: nuestro
sueño ya sucedió. Está en nuestras raíces, en el pasado. Quizás
vive todavía en ese momento en que todavía no éramos. Ahí reside
el nudo de la imposibilidad. El amor es un intento fracasado por
recuperar aquel pasado donde todavía no éramos. Y no éramos
simplemente porque no estábamos ya que nuestra forma de ser es la de
estar siendo. Esa es probablemente la razón por la que el amor, que
es el deseo del ser en un Somos, busca la oscuridad, si no la del
invierno, por lo menos la del otoño.
4.
(Somos) dos hojas
que el viento juntó en el otoño, dos hojas que el viento junta,
producto del simple azar, o contingencia. El viento es el tiempo que
nos impulsa hacia delante en el otoño. Ser en el viento es ser en el
tiempo. Ser en el viento del otoño es avanzar hacia el invierno de
nuestra vida. ¿Por qué las hojas del Somos no las juntó el viento
en el verano, o por lo menos en primavera? La respuesta es que tanto
el verano como la primavera son las estaciones de la materia viva. La
primavera es el momento en que estallan las flores, cuando la alegría
de vivir es tan grande que apenas hay tiempo para preguntarnos del
porqué de las cosas.
La primavera hay que
vivirla en dirección al verano, cuando en medio del calor, bajo el
sol, la materia de los cuerpos busca su fusión sin preguntar
razones. El viento del otoño en cambio es ya el tiempo del
pensamiento. Cuando la luz comienza a descender anunciando su
imposibilidad, pensamos en la luz que poco a poco se nos va. Al
recordar el tiempo que ya no es, tomamos noción del tiempo, sabemos
de donde venimos, sabemos hacia dónde vamos: hacia el frío del
invierno, que es la muerte. Comenzamos definitivamente a ser más en
el pensamiento que en la materia que somos.
Amar es pensar en el
amor, y el pensar es lo que más cerca está del ser. El amor ha sido
siempre otoñal. Las hojas se las lleva el viento, y sabemos ya que
esas hojas ya no serán. Nuestra imposibilidad de ser se convierte
poco a poco en la más grande de las posibilidades puesto que sabemos
que el retorno de la primavera no será posible y que el verano ya no
viene, aunque a veces todavía brille el sol que comenzamos a amar
casi con religiosa devoción. No quiero que el viento del tiempo se
lleve la hoja que a mí se ha unido en el otoño y ese
no-querer-que-tú-te-vayas, sabiendo que vas a morir, sabiendo que
voy a morir, es el amor del ser que quiere ser porque poco a poco ya
no es. Ay, somos dos seres en uno que amando se mueren. Que amándose
mueren.
5.
Que amándose
mueren. En el otoño, el viento trae consigo el extraño rumor de la
muerte. En el otoño somos el ser que va hacia la muerte. El viento
que es el tiempo, el viento del tiempo, nos lleva hacia nuestro
propio fin. Sabemos ya que nuestro amor es imposible porque vamos
hacia ese fin, que también será el fin de nuestro amor. Porque
amando nos estamos muriendo y muriendo nos estamos amando. El viento
del otoño nos lleva hacia el invierno, que es la muerte del otoño.
Esa muerte lleva a amar lo poco que aún tenemos. Y solamente podemos
saber lo que tenemos –que ironía- cuando lo que tenemos anuncia su
fin. La imposibilidad del amor crea así su propia posibilidad. Todos
los amores, frente a la muerte, son amores imposibles. Pero a la vez,
porque sabemos que muere, nace el amor. Es esa la imposibilidad de la
posibilidad, nuestra única posibilidad, la única que tenemos. Es la
misma que lleva a que las hojas del otoño se junten unas con las
otras, que así es su modo de ser.
El invierno se
acerca arrastrando consigo el frío de la muerte. Ya nos queda muy
poco calor. Por eso buscamos la tibieza juntando los cuerpos unos con
el otro. Sabemos ya que la única forma de ser uno es siendo un
Somos. Nuestros seres se juntan. Somos dos en uno. Comienza el amor,
justo allí cuando anuncia su ocaso. Somos dos seres en uno que
amando se mueren. Que se mueren amando. Que aman porque mueren. El
amor es la última gracia concedida a los mortales. A los que amando,
mueren.
6.
Pero que importa la
vida con esta separación. Lo que no quiere decir que la vida no
tiene importancia sino que la vida no puede ser vivida a partir de la
escisión del Somos. Pero ¿de cuál separación? ¿La del dos del
uno? ¿O la del uno del dos? Dos seres en uno, dice la canción. El
ser del Somos es la condición del ser del Uno y no a la inversa.
Luego, si el ser del Uno ya no existe en el ser del Somos -que no es
lo mismo que el ser del otro, porque el Somos no son dos sino dos
devenidos en uno, o sea, el Somos es un uno: una singularidad- el uno
deja de existir en el Somos. Pero el Somos, ya lo hemos dicho, es la
forma, no una forma, es la forma del ser del ser. La separación
entonces no es la separación de dos seres sino de un Somos que a la
vez es un solo ser. El ser de cada uno no es singular. Somos siempre
en..... Así como el ser no es un “en sí”, sino porque el ser es
un Somos, dejar de ser un Somos es dejar de ser un ser. El ser es el
Somos. Es, en suma: el ser en su relación con el Ser, a través del
dos en uno, que eso es el Somos: eso es lo que somos. Es el Somos
“quien” hace posible la presencia del yo. Pero el yo no es un
ser. El yo es una forma abstracta del ser del Somos. La desaparición
del Somos es, en este caso, la propia desaparición de la vida de un
ser.
Pero qué importa la
vida con esta separación, no es entonces un grito lanzado al vacío.
Sin un amor, vale decir, sin un Somos, la vida no se llama vida, sin
un amor: no tiene fuerza el corazón. Así dice un antiguo bolero. La
vida sin un amor no tiene nombre: es la deducción que hicimos una
vez. Y si la vida no tiene nombre, a nadie puede importar vivirla
puesto que se trata de una vida sin mención.
7.
Somos dos gotas de
llanto en una canción. Al final de la canción, el ser anuncia su
derrota final. El ser del Somos comienza al avanzar el otoño a
disolverse en sí mismo revelándose su verdad en la forma más
radical posible.
El ser del Somos es
siempre una transición que avanza hacia otra forma del ser-siendo de
modo que la condición natural del ser es su agonía, la que en el
otoño será visible. No me refiero a las marcas que el viento del
tiempo va dejando sobre nuestros rostros; ni siquiera a la vejez ni a
su objetivo final: que es la muerte. Me refiero a la transformación
del ser en sus formas, las que podemos testimoniar porque las hemos
visto o escuchado. La transformación del ser de una canción en un
sonido, por ejemplo, cuando las palabras pierden sus signos y siguen,
como ocurre en algunos boleros, el simple tono de la música. Porque
las palabras en un bolero se encuentran casi siempre puestas al
servicio de su elemental melodía.
Un bolero es una
entidad intermedia que asoma entre la música y las palabras. El
poema, que es palabra pura, sigue ese son y lentamente, poco a poco,
la palabra se convierte en música. Por eso los boleros son tristes.
Cada bolero es un adiós dicho con muy pocas palabras. Los boleros
son metáforas del amor. El amor vive a su vez en el Somos. Al fin
solo somos dos gotas de llanto en una canción. Nada más: eso somos.
Un día cualquiera,
nosotros, que nos queremos tanto, desapareceremos de la faz de la
tierra, quedando de nuestras vidas una pena inmensa que llorosa se
disuelve en la posteridad de un bolero cuyos acordes seguirán
sonando, traídos y llevados por ese viento que es el tiempo.
Eso somos.
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