Comienzo
este texto con tres postulados:
1)
La política es, en parte, simbólica: contiene un registro del deseo
y el deseo se expresa siempre simbólicamente 2) El símbolo se
realiza en la medida en que se materializa y así deja de ser símbolo
3) El poder no es simbólico.
Acerca
de 1)
Decir
que la política es, en parte, simbólica, deriva del hecho de que la
política, por lo menos en muchos de sus segmentos, habita en el
espacio del deseo.
El
deseo, a su vez, es siempre representación del deseo. Y toda
representación es imaginaria. Y porque es imaginaria busca un objeto
de representación simbólica. Algo así como el amor que busca su
símbolo antes de su consumación pues si no lo encuentra se empoza
en el alma convertido en mal narcisista. El amor -hablemos
simplemente del deseo de amor- para serlo, necesita de un objeto de
representación que lo acerque a la realidad del deseo de amor. El
deseo de poder, que es el de la política, también.
La
realidad del deseo no se agota en la realidad inmediata, habiendo
siempre un exceso de deseo inmaterializado que en el fondo es el
deseo de alcanzar a otra realidad mucho más metafísica que la de
nuestra pobre inmediatez, tan física que es. De esa sub-realidad
-para diferenciarla de la supra-realidad lacaniana- no hablaremos en
esta ocasión. Habría que hablar de poesía, música, religión. Y
yo solo quiero hablar esta vez de política. Debo decir: de deseos
colectivos, plurales, heterogéneos y contradictorios entre sí.
“Demandas”, los llamaba Ernesto Laclau. Deseos acumulados que
para ser representados requieren de síntesis formativas muy difusas.
En
política a esas síntesis la denominamos liderazgo: puede ser el de
una idea-fuerza (comunismo, fascismo, liberalismo), puede ser la de
un grupo y casi siempre la de un líder quien se convierte en un
también difuso depositario singular del deseo-amor colectivo. Ahora,
la tarea acordada a ese líder es la de materializar el deseo no
realizado, frase que nos catapulta hacia una paradoja, pues en la
medida en que el líder nos acerca al cumplimiento del deseo
colectivo, va perdiendo su calidad simbólica toda vez que el
imaginario, sustento de cada símbolo, deja de ser re-presentación y
emerge como simple pre-sentación material (institucional) la que
para ser enterrada en tierra firme debe ser desterrada de su hábitat
simbólico. Podemos así decir, rozando a Lacan, que con la
materialización del imaginario se acaba el goce simbólico. Nuestro
líder será ministro, presidente, dictador, o qué se yo. El símbolo
será relegado al lugar del pasado, al del inconsciente convertido en
material magmático para la reproducción de otros deseos, políticos
o no.
Acerca
de 2)
Debo
decir entonces que el líder, al acercarnos a la tierra prometida, la
tierra deja de ser prometida (imaginaria) perdiendo su calidad de
símbolo y, en consecuencia, de liderazgo. Si el líder, en cambio,
nos aleja de la tierra prometida, también deja de ser líder
(conductor) En cualquiera de los dos casos, el líder, yéndose o
llegando, está condenado a su des-lideración (a veces hay que
inventar palabras) La honestidad del líder se mide entonces por la
distancia que lo separa de su tierra prometida. No voy a hablar de
Moisés. Para ejemplificar recordaré a otra tierra prometida: las
Indias de Cristóbal Colón.
Cuando
el judío Rodrigo de Triana gritó “Tierra”, las cartografías
colombinas dejaron de ser símbolo de una posible materialidad
pasando a convertirse en re-presentacion no simbólica de la
pre-sentación de las Indias. ¿Se entiende? El símbolo existe (se
extiende) solo hasta donde encuentra su lugar deseado. Ahí se
convierte en un “tener” y, por deducción, ingresa al registro
del poder. El símbolo, como el deseo del amor, existe solo cuando su
objeto no se tiene. En el caso de ser mantenido debe ser remitido al
pasado, ritualizado como una bandera o como un escudo patrio.
Estatuizado, momificado, congelado. El poder en cambio es ejercicio
de poder. El poder .......
Acerca
de 3)
El
poder no es simbólico. El poder, a diferencia del símbolo, existe
solo cuando se tiene o se padece. El poder para que exista debe ser
ejercitado. El símbolo, en cambio, no. Pero hay un detalle. El campo
de poder suele no corresponder exactamente con el símbolo surgido
previamente desde nuestra imaginación simbólica. En el caso de Colón,
las que descubrió no fueron “sus” Indias sino la América de
Vespucio. Ese espacio de no equivalencia -seguimos recordando a
Laclau- es a su vez la razón que permite no solo el ejercicio del
poder, sino la persistencia de un resto simbólico, vale decir, la
posibilidad de embarcarnos en otras gestas vinculando nuevos deseos
(demandas) gracias a la pervivencia de fragmentos de significantes no
equivalentes entre el signo pre-dibujado (la cartografía puede ser
geográfica o política) y su realidad terrena. Dichas
inequivalencias son las condiciones que nos permiten seguir creando
símbolos o, lo que es parecido: seguir deseando. O seguir soñando.
Todo
descubrimiento es portador de una desilusión. Puedo imaginar
entonces el “goce de Colón” al escuchar el grito ¡Tierra! Por
una parte, el anuncio de la materia de su símbolo. Por otra, el
miedo de que su símbolo no correspondiera con la materia pre-
simbolizada. El deseo orgásmico de pisar tierra y el miedo a
descender a un espacio desconocido: al lugar de la muerte del
símbolo.
Background:
Guaidó y los dos 23
23
de enero
El
23 de enero el diputado Juan Guaidó juró como presidente encargado
de Venezuela ante una masa emocionada que aceptó su juramento como
una declaración de amor. Más que un juramento fue la consagración
de una relación libidinosa entre un líder ungido y una población
padeciendo el estado de anomia política en que la había dejado la
abstención del 20-M. Fue esa, sin duda, una creación de la, por
Laclau llamada, “razón populista”.
Ese
día tuvo efectivamente lugar una relación directa, pura, sin
mediaciones, casi al gusto de un Carl Schmitt, entre el pueblo y su
líder. Guaidó juró políticamente como líder de su pueblo y,
simbólicamente, como presidente de Venezuela. Un juramento que
traería consigo la posibilidad de des-simbolizar el símbolo. De
acuerdo a ese objetivo, Juan Guaidó trazó una tríada: fin de la
usurpación- gobierno de transición- elecciones libres. Si se
quiere, las tres carabelas de Cristobal Guaidó.
Que
el fin del gobierno de Maduro (fin de la usurpación) era el objetivo
más importante, se deduce de por sí. Que ese debía ser el primer
objetivo, no estaba dibujado en ninguna cartografía del mismo modo
como no estaba dibujado desde cual carabela, si desde la Niña, La
Pinta o la Santa María, iba a ser divisada por primera vez “la
tierra prometida”. La política también navega sobre un mar de
contingencias.
23
de febrero
El
que iba a ser el día de la realización de las imágenes simbólicas,
precedido por el imponente concierto en “Tienditas”, cerca de la
frontera que separa a las bolivarianas Colombia y Venezuela, el día
de encuentro entre el pueblo con el mundo que lo acogía a través de
una gran ayuda humanitaria, fue el día de la gran desilusión. Fue
también el día de la impotencia, la demostración de que no bastaba
ser mayoría imaginaria para divisar el poder. Fue, no por último,
el día de la encrucijada. Había comenzado el momento de elegir si
el pueblo dirigido por Guaidó se mantendría en estado simbólico o
asumiría el enfrentamiento imponiendo sus armas, las políticas, en
contra de las armas de la dictadura, las militares. En otras
palabras, ese día fue evidente que si la oposición no asumía con
sus propias fuerzas, y apoyada desde todo el mundo democrático, una
lucha para hacer valer su mayoría en el único lugar y forma donde
puede hacerlo, en una intensa contienda por elecciones medianamente
libres, iba a ser nuevamente aplastada. Y otra vez por medios no
políticos. Como en el 2017.
Al
escribir estas líneas esa oposición no atina todavía a dar ningún
paso para elegir en la encrucijada la vía que corresponde a lo que
ella es: la de lograr el fin del gobierno de Maduro con medios
pacíficos y electorales y con el apoyo de todo el orbe democrático
en lugar de continuar petrificada en una estructura de reconocimientos
simbólicos, de embajadas simbólicas, de órdenes simbólicas, de
gestos simbólicos, de poderes simbólicos. Para atravesar esa vía
la oposición lo tiene todo en sus manos. Para recorrer otra vía no
tiene nada. ¿Qué es lo que impide a la oposición avanzar hacia la
tierra prometida? ¿El abandono del goce simbólico en el que se
encuentra atascada? Pareciera ser así. Las reacciones histéricas
de la parte más extremista de la oposición al solo oír el nombre
elecciones, más que expresión de una política son un síntoma del
dolor padecido cuando abandonamos la casa de los símbolos. O la de
la infancia, según Freud. Síntoma muy bien expresado en un tuit de
la talentosa dibujante Rayma. Cito: Escuchar hablar de
elecciones y no del cese de la usurpacion ... me produce un corto
circuito, por no decir un electrocutamiento general de neuronas”.
Mas claro, imposible.
Freud
nos habló del miedo a tener éxito. Lacan del miedo a interrumpir el
goce simbólico. Ojalá no se trate de ninguna de las dos cosas.
Colón
también tuvo probablemente ese miedo. Antes de su viaje había
empeñado hasta el alma, mendigado en conventos y en viciosas cortes,
dialogado con potentados detestables, contrayendo toda suerte de
compromisos indeseables. Quizás Colón, al fin y al cabo un viajero
político, el más político de todos los viajeros de ultramar, ya
pensaba en que la tierra que descubrió no iba a ser la imaginada. Y
no lo fue. Pero era tierra.
¡Hay
que poner, de una vez por todas, los dos pies sobre la tierra!
.......
Referencias:
Freud,
Sigmund: Varios tipos de carácter descubiertos en la labor
analitica. Cap. II: “Los que
fracasan al triunfar”, en sus Obras Completas (O.C.), Ed.
Biblioteca Nueva, 4a Edición(1981)
Lacan,
Jaques "Le symbolique, l’imaginaire et le réel. Conferencia pronunciada en el Anfiteatro del Hospital Psiquiátrico de Sainte-Anne, París, el 8 de Julio de 1953, en ocasión de la primera reunión científica de la recientemente fundada Société Française de Psychanalyse
Laclau,
Ernesto; Mouffe, Chantal “Hegemonía y estrategia socialista”,
Siglo XXl, Madrid 1987
Laclau,
Enesto,“La Razón Populista” F.C.E, Madrid 2016
Schmitt,
Carl “El concepto de lo político”, Alianza, Madrid 1999