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Fernando Mires – HUNGRÍA EN MOVIMIENTO
Al terminar 2018 todo parecía marchar sobre ruedas para Viktor Orbán. Las
consignas i-liberales (i-liberales, termino de su autoría) han sido hecha suyas
por todos los movimientos xenófobos que asolan Europa. El elitista,
tecnocrático pero muy democrático Macron, se encuentra acosado por el fuerte
movimiento social de los “chalecos amarillos” de Francia, donde, usando los más
demagógicos medios, Marine Le Pen intenta poner pie, y al parecer con buenos
resultados. La internacional de los ultranacionalistas de la cual Orbán fue su
iniciador, se apresta a asaltar electoralmente a los bastiones de la UE y no
pocos auguran que la UE puede llegar a ser la unión europea de los
anti-europeos.
En la ceremonia brasileña de toma de posesión, Orbán fue recibido por Jair
Bolsonaro como un hermano en la lucha por la misma causa. Políticamente lo son:
ambos comparten el mismo ideal de “república cristiana” (precursada por el
generalísimo español) Ambos son partidarios de un estado confesional. Ambos son
“anti progres”, antiliberales, antiparlamentaristas. Ambos son partidarios de
una sociedad culturalmente uniforme y económicamente deforme. Ambos son
“ultras” (ultra-conservadores en todo lo que tenga que ver con la cultura, con
el sexo y con la política y ultraliberales en todo lo que tenga que ver con la
economía) Y no por último, ambos son admiradores de Trump y del trumpismo. La
leve diferencia es que Orbán mantiene, además, una relación directa con su
aliado Putin y Bolsonaro (todavía) no.
Por eso, cuando regresó desde la festiva Brasilia a la bella Budapest,
Orbán debe haber dejado de entender el mundo. En su propio país y en sus
propias calles había surgido un movimiento nacional popular y democrático en
contra de la primera autocracia europea post-guerra fría de nuestro tiempo.
La verdad, el movimiento ya había comenzado en 2018, principalmente en
contra de la, por los opositores llamada “ley de la esclavitud”. La novedad del
2019 fue que Orbán no solo se encontró con un movimiento social reivindicativo -como es el los “chalecos amarillos” en la Francia de Macron- sino con uno social y
político a la vez, es decir con uno en donde las demandas socioeconómicas se
articulan perfectamente con las demandas democráticas. Expliquémonos:
La “ley de la esclavitud” fue el detonante. El gobierno la denomina “ley de
flexibilización del trabajo”. La verdad, no es ninguna de las dos cosas. Es
simplemente una ley laboral anti-social equivalente a los tiempos originarios
del capitalismo. Bajo el eufemismo “flexibilización” la jornada de trabajo
extra anual será elevada de 250 a 400 horas. Por cierto, arguyen los
orbanistas, se trata de un tiempo de trabajo flexible y voluntario. Pero los
dirigentes sindicales (Hungría, desde los tiempos del comunismo es uno de los
países europeos con mayor experiencia sindical) entendieron de inmediato el
sentido y la lógica de la ley. Su objetivo es aumentar la jornada de trabajo y
al mismo tiempo dividir al sector laboral entre los capacitados físicamente
para alcanzar las 400 horas extras y los trabajadores más débiles, declarados
desde ya como trabajadores discapacitados. A ellos se suman los que están
obligados por diversas razones a trabajar menos horas extras, la mayor parte
mujeres. En fin, una ley darvinista y sexista a la vez.
¿Cuál es la razón que llevó a Orbán quien fuera durante el periodo
comunista un declarado defensor de los derechos de los trabajadores? La razón
económica es evidente: al igual que en el resto de los países de Europa,
Hungría sufre de una disminución cuantitativa de la masa de trabajo, entre
otras razones debido a la baja de la tasa de natalidad, también similar a la
mayoría de los países de Europa. Problema grave si se tiene en cuenta que, a
diferencia de otros países europeos, Hungría es exportador y no importador de
fuerza de trabajo. El 5% de la población húngara en condición de trabajar lo
hace fuera de las fronteras del país.
¿Y cuál es la solución al problema? Pues, la misma que tomaron los países
occidentales en el periodo de post-guerra: importar fuerza de trabajo
extracontinental, sobre todo de Turquía y del mundo árabe. Gracias a esa opción
tuvo lugar el llamado “milagro alemán” en los años cincuenta (hecho que los
historiadores conservadores atribuyen solo a la disciplina de los alemanes)
El aporte de los trabajadores extranjeros a la productividad europea
occidental sigue siendo enorme, razón por la cual el sector empresarial,
particularmente el de la construcción, se pronuncia en contra de las leyes
anti-migratorias propuestas por los ultra-nacionalistas. Y bien, esa solución
tan obvia es la que no puede aceptar Orbán.
¿Y cuáles son las razones de Orbán? No son económicas. Son puramente
políticas. Y la razón de las razones es que Orbán ha llegado a constituirse en
líder, no solo húngaro sino europeo, de una radical doctrina anti-migratoria.
Si abandona esa doctrina, Orbán se desinflaría como un muñeco de plástico.
Perdería su elan, su carisma, su identidad política e ideológica.
Dejaría, en fin, de ser lo que es o ha llegado a ser: la versión católica del
islámico Erdogan y del judío Netanyahu (los tres, deformadores estatistas de
las -para el autor de estas líneas- muy valoradas tres religiones abrahámicas)
Para conservar esa imagen ha optado incluso por aplicar medidas económicas
correspondientes a los periodos originarios del capitalismo. Y, naturalmente,
en esa empresa debía chocar, irremediablemente, con el movimiento sindical.
El problema -y eso debe haberlo advertido Orbán- es que desde enero el
movimiento ya no es solamente sindical sino, además, político. “Nuestro
objetivo es recuperar el Estado de derecho” dijo Bernardett Sziel ex presidente
del partido ecologista (LMP) Entre esos derechos se cuentan la libertad de
opinión y de prensa, la pluralidad partidaria y sobre todo -como ha declarado
Czaba Molnár, presidente del partido liberal (DK)- la invalidación de la
reforma judicial que pondría fin a la división de poderes. Así, el primer
estado autocrático antiliberal de la Europa post-comunista está siendo social y
políticamente confrontado por la mayoría de los partidos democráticos de la
nación, incluyendo incluso algunas personalidades del Fidesz (el partido de
Orbán)
En el hecho estamos en presencia de un movimiento formado por tres
vertientes: la de los sindicatos obreros, la de los partidos y -hecho muy
importante- el de las nuevas generaciones estudiantiles agrupadas en un nuevo
partido llamado Momentum, todos opuestos radicalmente a la misoginia,
homofobia y confesionalismo del régimen. Los jóvenes húngaros quieren ser
europeos, pero del siglo XXl y no del siglo XlX.
Interesante es constatar la vocación primeriza de Hungría. Fue en ese país
donde comenzaron a aparecer las primeras milicias de resistencia anti-nazi. Ahí
mismo, 1956, ocurrió la primera revolución anticomunista del siglo XX,
aplastada a sangre y fuego. Fue también el primer país en donde fueron
aplicadas medidas modernizadoras anti-socialistas, antes aún de que fuera
derribado el muro de Berlín. También -nobody is perfect- fue el primer país en
donde fueron construidos muros para detener a los movimientos migratorios.
Trump, en ese punto, es solo un imitador de Orbán. Y hoy Hungría es el primer
país europeo en donde ha emergido un fuerte movimiento de protesta democrática
en contra de una autocracia post-moderna, la primera de Europa.
Será dificil para Orbán enfrentar al nuevo movimiento. La articulación
entre lo social, lo político y lo cultural-generacional – lo sabe el mismo
desde los días del Solidarnosc polaco- suele ser fatal para los regímenes que
la enfrentan. Si Orbán hace concesiones aparecerá como lo que no quiere ser: un
gobernante débil. Si no las hace, el movimiento continuará avanzando y sumando.
Tanto más dificultoso para Orbán si se considera que 2019 iba a ser para él un
año decisivo. En primavera tienen lugar las elecciones europeas a las cuales
Orbán ha conferido un carácter nacional. En otoño, diversas elecciones
regionales y comunales. Si los rebeldes de “las tres vertientes” continúan su
lucha, los proyectos electorales anti-UE del autócrata anti-UE se vendrán al
suelo. El dirigente sindical Lázlo Kordán anunció que ya están teniendo lugar
los preparativos para una gran huelga general. Esperemos.
La historia de Hungría siempre estará dispuesta a ofrecernos sorpresas.