Fernando Mires - CONDICIÓN



Condición
Intérpretes: Los Tres Diamantes. Autor: Victor Yturbide Pirulí
Tenía que suceder, al fin te has convencido/ que no puedes vivir, separada de mí/ El quererme olvidar, de nada te ha valido/ y tu orgullo por fin, se ha venido a rendir/ Estamos en las mismas condiciones/ borrarte de mi mente no he podido/ sé que has tenido crueles decepciones/ que como yo sufrí, sé que has sufrido/ Si quieres que empecemos nuevamente/ con una condición vuelvo contigo/ Hay que olvidar lo que nos ofendimos/ y hacer de cuenta que ayer nos conocimos/

El amor es un libre acuerdo sujeto a condiciones. Cuando se trata de una relación ya institucionalizada, las condiciones son parte de un contrato escrito concertado con el Estado, y en muchos casos con una Iglesia. Pero antes, durante y después de las condiciones contractuales, existen condiciones que provienen del orden cultural al que adscribimos y que nos hacen reaccionar de modo diferente frente a las inevitables transgresiones a que está sujeta toda relación humana. Mientras en algunas culturas las diferencias son arregladas de modo dramático, incluso mediante la aplicación de la violencia, en otras culturas los problemas pueden ser solucionados hablando despacito alrededor de una taza de café, aunque el odio y la pasión puedan ser idénticos

Para entender la lógica de los acuerdos, hay que diferenciar entre el amor que despierta en un momento determinado un ser, y la relación de amor. También hay que diferenciar entre una relación y una historia de amor. No todo amor conlleva a una relación y no toda relación íntima es de amor aunque muchas veces quienes la han contraído así lo crean. La relación es, en todo caso, decisiva para la construcción de una historia de amor.

La historia de amor, a la vez, da cuenta de las diversas formas que ha ido tomando la relación a través del tiempo. En ningún caso una historia es idéntica a otra, con eso hay que contar. La forma de la relación resulta de accidencias que, al serlo, son imprevistas. Eso quiere decir que como en toda historia, las de amor también están sujetas al principio de contingencia. Así como en la evolución de los acontecimientos históricos no hay nada prescrito -si es que no estamos hablando en términos providencialistas- las historias de amor no obedecen a ningún principio de causalidad ni son tampoco el resultado de una lógica determinada, como ocurre en el caso de las historias botánicas o zoológicas.

Quiero decir que en las historias de amor el principio de la necesidad se encuentra sometido al principio de la libertad. Eso, a la vez, supone que el desarrollo de las historias de amor depende en primera línea de decisiones que pueden ser tomadas de modo singular -pues es sabido que para que una relación comience se necesitan dos, pero para que termine basta uno- o dual, como el resultado de un acuerdo común.
El amor, si no es el de la madre al hijo, es siempre condicionado. Las condiciones derivan de nuestra ausencia de programación instintiva. La libertad a su vez, deriva de un defecto de nuestra especie, defecto que reside en nuestra infinita capacidad de equivocarnos. Las aves, por ejemplo, no son libres y por lo mismo no se equivocan. Todo lo que hacen está programado desde antes de que existan. Luego, las aves tienen destino: están destinadas. Pero como no somos aves nuestras programaciones tenemos que realizarlas nosotros mismos. De ahí que la relación de amor forme parte de un programa que resulta de nuestra propia capacidad de programación. La diferencia con las aves es que mientras éstas tienen un destino, nosotros tenemos que hacer un destino. Desde esa perspectiva, contraer una relación a partir del amor es someter el amor a un plan, de la misma manera que antes de realizar una obra de arte, el artista obtiene una visión general de su objetivo que, para alcanzarlo, somete a un horario de trabajo. La idea de comparar el nacimiento del amor con una obra de arte parece, en este caso, ser feliz.

Dentro de una roca yace oculta la posibilidad de la Pietá. En un lienzo late la figura de la Gioconda. En las hojas de un cuaderno en blanco asoma el océano nerudiano, con algas y moluscos de mares muy profundos. Desde una garganta gastada por el tabaco y el ron suele sonar el ritmo cansino de un triste bolero. En unos ojos que se encienden de placer irrumpe de pronto el deseo de acceder al alma del prójimo. En el arte se comprueba nuestra capacidad casi divina de alterar el tiempo y el espacio. El futuro de la obra comienza a existir en la mente del creador antes de comenzar la obra.  

El ser de la cosa yace oculto en la cosa y se manifiesta siendo, que en el arte es “un siendo del ser”, decía  repetidamente Heidegger. El arte, como el amor, hay que hacerlo. Pero antes de hacerlo, ya ha sido “visto”, de modo que lo que hacemos es una visión anticipada de “la cosa” antes de que se manifieste en el destino asignado. En cierto modo tanto el arte como el amor son imitaciones, pero no de “la cosa” que vemos sino de aquello que hemos visto en “la cosa” antes de que aparezca. Como en las obras de arte, el destino final del amor no está asegurado. Requerimos, en ambas actividades, someter el destino a determinadas condiciones. Y, aún así, aquello que aparece, sólo será una simple imitación de la existencia que fue a-nunciada, sin ser jamás pro-nunciada.

Puede que de la roca no resulte la Pietá sino el rostro de una mujer poco agraciada. Puede que en el lienzo no aparezca la Gioconda, simplemente la liviandad de una cortesana. Puede que en lugar del nerudiano verso, surja una rima hueca. Puede que en lugar del bolero, aparezca una ranchera. Puede que el brillo de tus ojos anuncie el cielo y en lugar del cielo, asomen días nublados por penas y olvidos. El destino de “la cosa” resulta en la mayoría de los casos un pálido reflejo de la visión originaria. Pero si hemos tenido esa visión no sólo hemos visto “otra cosa” sino, además, hemos sentido el amor por “la cosa”. Y con eso, en tanto humanos, tenemos que darnos por conformes. Más no podemos pedir; ni a Dios ni a nosotros.

La sabiduría del bolero Condición resulta, aunque parezca paradoja, de un conocimiento profundo de la condición humana. Condición que al ser tan imperfecta, requiere del perdón para continuar siendo. El amor, que duda cabe, requiere a su vez de cierta bondad. Bondad para perdonar e incluso olvidar agravios. Pero también, bondad para comenzar de nuevo, que ese es al fin el precio que tenemos que pagar para ser libres. Comenzamos siempre de nuevo porque nunca logramos llegar al destino que nos hemos trazado. Y gracias a que no llegamos, es que vivimos.

Si pensamos bien, la bondad es un derivado de la inteligencia, y de los mejores. Ser buenos con alguien significa comprenderlo, y comprender es un medio de la razón y de la lógica. No hay nada más difícil que comprender a alguien. Y comprender a alguien significa perdonarlo. Gracias al perdón, que viene de la comprensión, que a su vez viene de la inteligencia, recibimos las gracias. El amor es una gracia concedida a quien con su inteligencia lo comprende. No saber comprender –que es lo mismo que no saber perdonar lo mismo que no saber amar-  es, en cambio, una des-gracia. Quizás esa sea la razón que explica por qué la literatura, así como los boleros, están tan llenos de amores desgraciados.


Para escuchar el bolero CONDICIÓN 
https://www.youtube.com/watch?v=rUapQ5HJ4Oo