Cada doce de octubre se aviva la polémica de lo que
somos, se entra en el debate sobre nuestra existencia como cultura, hibrida
cultura, mestizaje de mestizajes, de marcas predominantes del hoy de América y,
más precisamente, de Latinoamérica. Para empezar, estamos hablando en español,
en un español que hemos hecho nuestro, que hoy corresponde a un efectivo vehículo
de conexión entre países hispano hablantes de esta Latinoamérica.
El doce de octubre de 1492, tiene la gracia de los
historiadores, un dato exacto de un día preciso, que corresponde a una llegada;
ciertamente, unos navegantes lejanos se salvaron de un posible naufragio. Sin
ese día, todo cuanto nos rodea tendría otro tono, otra modificación de lo
geográfico, no estaríamos aquí con en este idioma español, que permite
nombrarnos y nombrar las realidades que conocemos.
Sabemos que una vez se llamó a este día, el día del Descubrimiento de América, desde la
perspectiva de que Europa desconocía un vasto continente. Aún ante el arribo,
el equívoco de haber llegado a las Indias, a ciertas islas, a cierta ruta del
Oriente persistió y se convirtió en el estigma de llamar indios a los
pobladores hoy desconocidos.
Para subsanar este yerro de precisiones, el día se llamó Encuentro de dos mundos para así resaltar
que dos mundos muy distintos se encontraban, se hermanaban en fraternal abrazo,
la revisión de las evidencias, de los terribles desmanes de la Conquista, dieron
al traste con este juego de la retórica y la arrinconaron al desencuentro.
Abonada la polémica por la visión de hacer justicia ante una historia que ya no
se puede trastocar, las cosas son como son, no hay remedio; especular sobre lo
imposible nos trae a un juego muy prodigioso para la ficción literaria pero
evasivo de las identidades culturales, que aunque construcciones mentales,
determinan nuestro estar en el mundo. Así aceptamos, en este hoy, que somos
latinoamericanos.
Los hechos no siempre pueden ser datados, es decir,
darles una fecha precisa, hay un mar de cosas que se mueven, procesos, que a
veces pasan desapercibidos, las fechas gustan mucho a la historiografía porque
permiten marcar un acontecimiento. Así, ese doce de octubre, nos determina y
nos sumerge tanto en la polémica como en la inquietud sobre nuestra identidad.
Desde una retórica que pretende hacer justicia a lo reprochable,
la conmemoración pasó a enarbolarse como el Día
de la Resistencia Indígena, construcción que vende la idea de tomar partido
por el indefenso, así como la de hacer pagar por sus desmanes a quienes hoy ya
no están, a esos conquistadores de la historia y la leyenda. Luchamos así contra
un fantasma, el fantasma de la Conquista, un hecho histórico, qué duda cabe, pero
sobre un pasado cuya reparación de daños resulta difícil. El nombre de
Resistencia, tuvo la resonancia de la magia, de la justicia y de lo mítico. De
un hilo que nos cruza en el tejido de nuestra cultura. Un hilo que nos hace
blanco fácil de los discursos de lo utópico, de lo mágico y de lo poco
realista.
Europa en tanto, tuvo que cuestionar todos los basamentos
que habían configurado sus construcciones míticas durante siglos, sus
discursos, sus mentalidades, ese cuestionar pasó a ser un auto-descubrimiento, un
proceso lento, que llevó a pensar a algunos, en los muchos equívocos culturales
que ostentaban. Todo este proceso histórico resulta difícil asignarle un dato
preciso, un número, una fecha en el calendario, pero cuyo rastro se puede seguir
cuando vemos que Europa entró en el cuestionamiento de las monarquías, el
avance de las ciencias, el desarrollo de otros discursos para entender el mundo
en el que vivimos. Podemos decir, haciendo una lectura implícita de El Jorobado
de Notredame de Victor Hugo (La ficción se ambienta en 1482), que sin la
llegada de estos europeos a lo que hoy es Latinoamérica, el acontecimiento
mítico de la Revolución Francesa tal vez, no habría tenido lugar, pues Europa
estaba dormida en su tranquilidad, posterior a 1492 empezó el lento despertar,
a reflexionar que un Continente existía en una ruta considerada peligrosa para
la navegación.
Hoy corresponde hacer lo propio, hoy corresponde saber
que Latinoamérica si de verdad quiere avanzar, tiene que dejar los discursos
del lloriqueo inútil, que le hacen juego a lo mítico, muy bueno para la poético
pero muy lamentable para las actuaciones sociales, seguir el curso de los
hechos se convierte en sobradas razones para esbozar que lo mítico envuelve en
fino papel regalo el solapado resentimiento, que no hace otra cosa que servir a
la destrucción de lo que somos, de lo que ha sido y de lo que se piensa
construir. Un hilo que se lleva al traste los proyectos incubados con el más factible
realismo pues, al revestirse de lo mítico, se hacen populistas, conspiranoicos,
lacrimógenos y nada útiles.
Auto-descubrirse es mirarse con sinceridad, con absoluta
franqueza, para decirse a la cara, frente al inexorable espejo de la cultura,
nuestros defectos y nuestras virtudes y ponerlas a trabajar para que en nuestra
distinción tengamos un lugar, aunque modesto, en el mundo del hoy. Un mundo
herido que reclama coherencia, que exige determinación de ser. Y tal vez sea
este el examen propicio que como cultura debemos aprobar, el auto-examen, el
pensarnos a nosotros mismos y actuar para tener lugar en el hoy, en el eterno
presente que habitamos.