ENTREVISTA A GENARO ARRIAGADA QUIEN FUERA SECRETARIO EJECUTIVO DEL COMANDO DEL "NO"
Los dictadores suelen
ganar sus plebiscitos. Los ejemplos abundan en la historia. Muy escasos son, en
cambio, casos como el de Chile, donde el 5 de octubre de 1988 la ciudadanía dio
un rotundo NO a los planes de Augusto Pinochet de permanecer 8 años más en el
poder. Un resultado que se impuso en las urnas, contra toda la maquinaria de la
dictadura, y que fue fruto de un trabajo político y organizativo sin
precedentes. Conversamos con Genaro Arrigada, uno de sus principales artífices
como secretario ejecutivo del Comando del NO.
¿Sr. Arriagada, no era
un poco iluso participar en un plebiscito en plena dictadura?
En Chile, allá por el año 1986, 87, había llegado a lo que
Gramsci llamaba un equilibrio catastrófico, en el que Pinochet era
suficientemente fuerte para permanecer en el poder, pero no eran tan fuerte
como para destruir a la oposición… En ese cuadro, el país se desangraba en una
especie de situación sin salida. Fue en ese momento en que se dio la
posibilidad de crear un movimiento a favor de elecciones libres. Se hizo una
movilización por las elecciones libres. En definitiva no tuvimos éxito, pero la
presión se tradujo en utilizar un mecanismo que la Constitución del 80
establecía, que era que Pinochet, después de 16 años en el poder, podía ser ratificado
por 8 años más a través de un plebiscito.
En ese momento, una parte de la oposición tomó la decisión
de aceptar el plebiscito en una posición, yo diría, provisoria. Es decir, si no
se daban las condiciones mínimas se
denunciaría el plebiscito como falso.
¿Cuáles eran esas
condiciones mínimas?
La existencia de registros electorales (hay que recordar
que Pinochet había quemado los registros electorales); que existieran partidos
políticos registrados; que existiera la posibilidad de tener apoderados en las
mesas de votación para controlar el resultado;
que se levantara el estado de sitio… Y, finalmente, en un acuerdo
insólito, se acudió al Tribunal Constitucional, que nos garantizó 15 minutos
diarios en la televisión, en los últimos 28 días de la campaña.
Pero eso no significaba
igualdad de oportunidades…
Nunca hubo igualdad de oportunidades… Pero nosotros
teníamos la idea de que si lográbamos movilizar a la gente, íbamos a ganar.
Esa noche pasaron
varias horas hasta que el gobierno reconoció el resultado, y se temió que
Pinochet diera una autogolpe. ¿Qué escenario manejaban ustedes?
Esa siempre fue una posibilidad. Pero, por otro lado, si
ante la sola posibilidad del fraude nos hubiéramos retirado, eso habría sido
aceptar una derrota. Nuestra campaña se estructuró en torno a tres grandes
objetivos. El primero fue inscribir a por lo menos 7 millones y medio de
personas… Al principio contamos con la desconfianza de muchos, que decían:
"inscripción es traición”. Bueno, finalmente terminaron todos llamando a
inscribirse, incluido el Partido Comunista.
Hubo también un enorme
despliegue para evitar un fraude. ¿Cómo se organizaron?
El segundo objetivo era convencer a la gente de votar por
el NO, y el tercero era el control electoral. Disponíamos de estudios sobre cómo se hacen los fraudes
electorales en el mundo. La experiencia en general, casi sin excepción, es que
el que comete el fraude, el gobierno, entrega resultados totales, o
provinciales. Resultados muy agregados. Y eso es muy difícil de controlar. En
consecuencia, organizamos un sistema mesa por mesa. Había más o menos 14 mil
mesas. Y de acuerdo con las normas que se fueron acordando, los partidos
políticos que se inscribieran (fueron 4) tenían derecho a tener un apoderado en
cada mesa. Esa gente recibió capacitación y se le asignó una mesa con semanas
de anticipación. En consecuencia, tuvimos
un resultado mesa por mesa. Y eso es imposible de adulterar. Las actas son
irrebatibles. Fue un gran esfuerzo de organización. Hay que pensar que eso
significó tener en las mesas a casi unas 80 mil personas. Y después había que
tener personas que trasladaran las copias de las actas hasta lugares de acopio.
¿Qué papel desempeñaron
los observadores extranjeros?
El rol del exterior fue muy importante. Se calcula que
habría unas 1.000 personas aquí. Pero había un grupo selecto de unos 150 a 200,
entre lo cuales había líderes de talla mundial. Esa gente cumplía una función
muy importante. Para el gobierno era muy difícil agarrar a unos cientos de
líderes mundiales de opinión y echarlos a patadas del país. Era imposible.
Habría tenido un costo monumental.
¿Tenían entonces cierta
certeza de que el resultado se iba a respetar?
Certeza de que se iba a respetar no la tenía nadie. Lo que
creíamos es que el costo de no respetarlo iba a ser abrumador.
La instrucción nuestra era que nadie saliera de su casa.
Porque teníamos la sospecha de que si había manifestaciones, grupos ultras, o
los propios militares, los carabineros, podían disparar sobre la gente. Y si
eso pasaba, tendríamos no solo muertos, sino también una falsa justificación
para declarar el estado de sitio y suspender el proceso.
Pero al día siguiente se produjo una manifestación
espontánea de gente que copó la Alameda. Debe haber habido cerca de un millón
de personas en las calles. Y no hubo ni un solo vidrio que se quebrara. A las 8
de la noche, cuando empezó a oscurecer, de nuevo pedimos que la gente se
retirara tranquilamente a sus casas y que no aceptara provocaciones. Cosa que
la gente hizo. Fue un modelo de acción cívica muy notable.
¿Qué queda de eso 30
años después?
El país cambió muchísimo. En todo país habrá alguna cárcel
donde se violan los derechos humanos de un preso o de varios, pero en Chile no
volvió a haber tortura, no volvió a haber censura… Yo personalmente, y lo he
dicho en estos días, no quiero seguir celebrado el NO. Me parece que ya 30 años
después hay que dejar esto entregado a los historiadores. Pero fue un momento
muy grande,
Pero también hoy en día hay que defender la democracia… En
distintas partes del mundo cunden los movimientos populistas, autoritarios…
Yo creo que hay que buscar una fórmula de parar esta nueva
amenaza, que es muy distinta de la de hace 30 años atrás, pero que tiene la
misma raigambre. Al final, todos los movimientos autoritarios y las dictaduras
se parecen.
Emilia Rojas (CP)
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