LA ESTRELLA
Bueno, ya no volví,
ya no padezco
de no volver, se
decidió la arena
y como parte de ola
y de pasaje,
sílaba de la sal,
piojo del agua,
yo, soberano,
esclavo de la costa
me sometí, me
encadené a mi roca.
No hay albedrío
para los que somos
fragmento del
asombro,
no hay salida para este
volver
a uno mismo, a la
piedra de uno mismo,
ya no hay más
estrella que el mar.
Este
poema de once versos, con predominio de endecasílabos, forma parte del libro
Jardín de invierno, que corresponde a la última etapa de la vida y de la obra
de Neruda. El poeta padece en ese momento una grave enfermedad (cáncer de
próstata) de pronóstico negativo, irreversible.
Los
versos 1-2 nos muestran la afirmación de que para la voz poética no hay
regreso, sino la aceptación de su destino con humildad y resignación. La
palabra “bueno“ actúa como introducción conclusiva de una serie de acciones
anteriores no mencionadas. Es una palabra que no por humilde es menos rotunda,
antecesora de la sentencia. Se afirma como una suerte de preámbulo al anuncio
de aquello que no se quiere admitir pero que finalmente se impone sólo por un
acto de toma de conciencia. También en Jardín de invierno, en el poema Animal
de luz, se utiliza la misma forma expresiva: (…) y no hay nada más que
descifrar, / ni nada más que hablar: eso era todo: / se cerraron las puertas de
la selva, / circula el sol abriendo los follajes, / sube la luna como fruta
blanca / y el hombre se acomoda a su destino.
El
hablante admite su desgracia, no se regaña a sí mismo ni a divinidad alguna. Ya
no se resiste, ya no padece de no recuperar la sanidad y el equilibrio
interior. Es un hombre más, envuelto en la ola de la vida y la muerte, en la
ineluctable realidad de todos los hombres.
Los
versos 3-6 hablan de un protagonista que renuncia a la autonomía de su ser y se
entrega al transcurso de todas las cosas. Se siente sílaba de la sal, de esa
sal que es aquí símbolo de corrosión y muerte, tal como aparece en algunos
pasajes de Residencia en la tierra (1).
Ya no menciona los peces, con su carga simbólica de ferocidad o vida
agitada y vehemente; se presenta como un piojo, adminículo anónimo, ignorado
por la corriente marina, entregado a la corriente ciega de su enfermedad.
Los
versos 7-11 se refieren a la falta de opción frente a una realidad
incomprensible. La muerte es misterio, no injusticia; por eso no cabe el furor,
sino el asombro. El módulo sintáctico ya no…, ya no… indica imposibilidad,
impotencia, desesperanza. Lo mismo que la expresión insistente no hay…, no
hay…, ya no hay más… indican carencia, ausencia. La materia significativa
muestran a un protagonista disminuido, formando parte de una naturaleza feroz,
entregado a la fatalidad de su destino: parte, arena, ola, pasaje, sílaba,
piojo, esclavo, fragmento, piedra.
El
poeta, lejos de rebelarse, se somete, se encadena. Los verbos muestran al
hablante lírico sumido en un estado de subordinación y doblegado por una fuerza
incontrastable. Pero no se rebaja a la autocompasión degradante. Es un esclavo
en pleno derecho de su soberanía. Un esclavo que imparte las órdenes de su
propio castigo.
En
los versos finales, el hablante lírico concluye que no hay salida, y que lo
único que cabe es un regreso a lo elemental de su ser, a la piedra, a su
naturaleza incontaminada, y desde allí, desnudo de atavíos culturales, ha de
entrar en el último pasaje de su vida.
En el poema Regresos (Jardín de invierno) reitera la idea del fin del
recorrido: (…) de nuevo, adiós, por un temible viaje, / en que voy sin llegar a
parte alguna: / mi única travesía es un regreso.
En
un principio, las estrellas aparecen en sus obras como focos de anhelo de
trascendencia. El poeta joven se evade del entorno asfixiante estableciendo
relaciones con el cosmos. Así lo expresa Jaime Concha: “Queda, entonces, fundada
una secreta alianza entre el alma y las estrellas, en que éstas dotan a aquélla
de una sensación de infinitud y de grandeza “(2). Rotos los sueños, las
aspiraciones, socavada la alianza con las luminarias estelares, el poeta reduce
su realidad a lo concreto y material de la vida.
El
último verso dice que no hay más estrella que el mar. El mar fue en Neruda
ejemplo de una voluntad imbatible, de una fuerza en constante renovación. ¿De dónde extraer las energías para continuar
su lánguida existencia? ¿A qué se reduce toda pretensión vital, lejos del
amparo de toda trascendencia religiosa? Cerca de la cesación biológica, cerca
de la inmovilidad absoluta, su estrella ya no reside en el cielo; es el mar con
su perpetuo movimiento, con su intacta movilidad, como depósito de todos los
desechos del tiempo, el poseedor de su más ferviente anhelo: el reencuentro con
el movimiento, con la vida.
El
mar, la fuerza que devora su vida, es su estrella, su único horizonte. El
océano se muestra aquí como símbolo negativo: es la espuma que destruye todo
poderío. El soberano, el esclavo de su enfermedad, se encadena a su roca y allí
recibe el oleaje del dolor, del exterminio. Pero también es símbolo de
permanencia, de continuidad (3), aunque el poeta presiente que no se trata de
la continuación de su aspecto físico, sino de su voz, de la totalidad creativa
repartida en sus obras. Está bien, parece decir, me moriré, pero quedarán mis
versos, ese porfiado esqueleto de palabras (Celebraciones:2000), para seguir
haciendo acto de presencia en este mundo.
1)
Amado Alonso. “Poesía y estilo de Pablo Neruda”.
2)
Jaime Concha. “Proyección de Crepusculario”.
3)
Hernán Loyola. “Ser y morir en Pablo Neruda”.
Jorge
Carrasco
Nací
en Carahue, Chile, en 1964. Desde 1985 resido en Villa Regina, provincia de Río
Negro, Patagonia Argentina. Soy profesor de Lengua y Literatura y ejerzo mi
profesión en colegios secundarios de la zona Alto Valle Este. Tengo publicados
cuatro libros de poemas (Permanencia de aves, La huella, su andar, Mar muerto y
La tarima y el florero). En narrativa publiqué dos novelas (Sombras en el agua
y Los piojos de Rimbaud), y cuatrolibros de cuentos (Maldito lunes, Último
carbón de invierno, Nos esperaba el viento y Los jugadores persas).