La Barca
Intérprete: Lucho Gatica. Autor: Roberto
Cantoral
Dicen que la distancia es el olvido/ pero yo
no concibo esa razón/ porque yo seguiré siendo el cautivo/ de los caprichos de
tu corazón/ Supiste esclarecer mis pensamientos/ Me diste la verdad que yo
soñé/ Ahuyentaste de mí los sufrimientos/ en la primera noche en que te amé/
Hoy mi playa se viste de amargura/ porque tu barca tiene que partir/ a cruzar
otros mares de locura/ cuida que no naufrague tu vivir/ Cuando la luz del sol
se esté apagando/ y te sientas cansada de vagar/ piensa que yo por ti estaré
esperando/ hasta que decidas regresar
La
Barca es uno de los boleros más filosóficos que he escuchado, atributo que
viene no sólo de su contenido sino también de su forma y estructura. Véase por
ejemplo como comienza (con una verdadera tesis): “Dicen que la distancia es
el olvido. Pero yo no concibo esa razón”. Ese podría ser también el inicio
de una exposición de tipo académico, o una frase que bien podría haber sido
escrita por Kant. Y, sin embargo, es de Roberto Cantoral, un excelente
compositor de boleros, qué duda cabe. Se confirma así mi tesis relativa a que
la filosofía anda dando vueltas por la calle y sólo hay que saber verla o
escucharla cuando de pronto aparece sin que nadie la llame.
La distancia no es el olvido, postula
Lucho Gatica. Y tiene razón, porque distancia y olvido son relaciones
diferentes; aunque pueden llegar a unirse. Proposición que requiere, antes que
nada, dilucidar si estamos hablando de una distancia geográfica -a la que
llamaremos “distancia-lejanía”- o de una distancia en el tiempo -a la que
llamaremos “distancia en el pasado”- distancias ambas que no siempre coinciden
entre sí. Si se trata de una “distancia- lejanía”, el olvido no resulta
automáticamente desde ahí, puesto que el olvido no se mide ni en metros ni en
kilómetros.
El amor –ya lo dijimos- se revela en su
ausencia, razón por la cual siempre va acompañado del pensamiento y el
pensamiento de imágenes, imágenes que para que lleguen al pensamiento, deben
ser recordadas. “Te pienso y te recuerdo, ergo, te amo”, podría decirse en buen
estilo post-cartesiano. De tal modo que la distancia a la cual parece referirse
Gatica es la “distancia en el pasado”. Se trata en este caso no de los metros,
sino de los minutos, horas, meses, años que nos separan de alguien.
No obstante, convengamos en que tampoco la
“distancia en el pasado” es condición determinante del olvido. En cierto modo,
las distancias, tanto las geográficas como las temporales, son fuentes del
recuerdo. O como habría dicho Diotima de Cuba: “Pero chico, cómo se te ocurre
que tú vas a recordar a alguien que está a tu lado”. El recuerdo –hecho irrefutable- nace de la
distancia, tanto de la “distancia- lejanía”, como de la “distancia en el
pasado”. Amar a larga distancia, o como dice otro bellísimo bolero cantado por
Lucho Gatica, “contigo en la distancia”,
es la condición primordial del amor. Eso significa que para pensar en alguien
hemos de mantenernos en una determinada distancia. J. L. Borges lo entendió
perfectamente cuando escribió: “Hay quien busca el amor de una mujer para
olvidarse de ella, para no pensar más en ella” (Borges, s.f. en “los teólogos”,
vol. 2). De esa metafísica resulta, a su vez, su dialéctica, pues si la
dialéctica a partir de la distinción, unifica, la unificación requiere de una
distancia previa, distancia que es condición de la metafísica.
Es imposible amar sin pensar (en). Es
imposible pensar sin recordar (a). Es imposible recordar sin pensar (en). Es
imposible amar sin recordar (a).
Esa es la diferencia de
nosotros los humanos con las demás especies. Al habernos sido dado el
pensamiento nos fue dado el amor. Eso no quiere decir que cuando pensamos,
amamos. Pero si quiere decir que cuando amamos, pensamos. El amor no puede ser
separado del pensamiento, aunque el pensamiento puede ser separado del amor. No
obstante, pensar sin amor (o sin odio) es lo mismo que pensar sin sentir. Y
como el sentir es una de las condiciones del pensamiento, el pensamiento que no
viene del amor se transforma en un pensamiento sin sentido. El pensar sin
sentir, o el pensar sin sentido, se convierte, sin amor, en un acto maquinal,
automático, instrumental. El amor, por lo tanto, esclarece los pensamientos del
mismo modo que el odio los oscurece. Esa es la razón que explica por qué de un
modo altamente filosófico, Lucho Gatica confiesa a su lejana amada: “supiste
esclarecer mis pensamientos”, y agrega
otra frase clave: “me diste la verdad que yo soñé”.
Esa última frase establece que si el amor
aclara al pensar, la verdad a través del pensamiento se convierte en cosa
accesible ya que el amor –para serlo- debe ser verdadero. Amor y verdad llegan
juntos al mundo y si son separados muere el amor y muere la verdad. Las
verdades no nos han sido dadas; se obtienen amándolas, que es una manera de
decir: buscándolas.
Quien busca amor, busca la verdad. Y quien
busca la verdad, la busca para obtener felicidad. Por cierto, que la busquemos
no quiere decir que la encontremos. A veces las verdades son muy tristes; y el
amor de verdad, al ser verdad, suele estar plagado de sufrimientos. No hay
sufrimientos más grandes en esta vida que aquellos que vienen del amor. Pero, a
la vez, no hay felicidad mayor que aquella que nos da el amar y ser amados.
Amar y ser amados es un anticipo del paraíso
en la tierra y eso lo sabemos quienes hemos amado y sido amados a la vez. O
como afirma mi amiga Diotina: “No hay nada más sabroso en este mundo; te lo
digo yo”. Luego –y a ese punto voy-: pensar en el amor ausente, recordar al
amor que no está presente, añorar el amor lejano en el tiempo o en el espacio,
es desear el retorno de la felicidad que un día tuvimos y ya no tenemos. A
través del pensamiento que recuerda, queremos retornar al momento que nos dio
la felicidad. Y así se explica por qué Lucho Gatica dice “ahuyentaste de mí
los sufrimientos, en la primera noche que te vi”. Eso quiere decir también
que al haberse ido su amor en una barca, los sufrimientos ahuyentados han
regresado. Y no hay sufrir más grande que aquel de amar y no ser amados. Yo, como
muchos, podría certificarlo.
El amor no se va con la distancia y la
distancia no es el olvido. Para decirlo con Simone Weil (1953, p. 131), el amor
es una semilla que al crecer en nosotros, nos provoca dolor. Y el árbol que crece desde la semilla sigue
creciendo en la ausencia y en la distancia.
Pero no olvidemos que el asunto central
del bolero está puesto en la barca que parte desde la playa que se viste de
amargura a buscar otros mares de locura (arriesgando nada menos que el
naufragio del viajero). Por una razón u otra, Lucho Gatica ha quedado solo en
su playa mientras contempla la barca del amor que de él se aleja. En cierto
modo Gatica asume el rol de Penélope en versión masculina. A la vez, quien
navega en la barca hacia los mares de la locura asume el rol de Ulises quien,
según Adorno y Horckheimer (1997, pp. 50-87), en sus viajes de ida a, y de
regreso de Troya, es la anticipación del vagar errático que caracteriza al
hombre de la modernidad.
Yo estoy lejos de ser un seguidor de Th.
Adorno (salvo cuando Adorno escribió sobre música y no de filosofía) y nunca
participé en la euforia académica que siguió a la publicación de la Dialéctica
de la Ilustración, libro que escribió junto a su colega Max Horkheimer. Sin
embargo, debo reconocer que sus líneas sobre Ulises alcanzaron una alta
inspiración filosófica.
De acuerdo con Adorno /Horkheimer, el mito
de Ulises representa la renuncia del hombre moderno a su naturaleza esencial.
Ulises, al abandonar su reino, rompe la ligazón que lo ataba a su entorno (su
mujer) en función de una “razón superior” que es, en este caso, su
participación en la guerra de Troya. Al sacrificar su naturaleza inmediata,
sacrifica su propia subjetividad, transformándose así en el mito que encarna la
destrucción del sujeto por medio de la razón. Según mi opinión, el mito de
Ulises representa una marca que divide al ser en tres dimensiones.
La primera dimensión es el mundo interior.
Ese mundo interior aparece recién cuando irrumpe la segunda dimensión: la del
mundo exterior. En el caso de Ulises, el mundo exterior aparece en su viaje a
Troya en una débil barca y a través de los mares, convirtiendo a Itaca en una
playa de amargura para Penélope. La tercera dimensión es el recuerdo que Ulises
dedica a la abandonada Penélope, recuerdo que une a Ulises con Penélope. Ese
pensamiento no está ni en Itaca ni en Troya pero es el que une a las dos
ciudades. Cuando Ulises recuerda a través del pensamiento, o lo que es lo
mismo, cuando piensa a través del recuerdo, Ulises no está en este mundo y, sin
embargo, es ese “no estar en el mundo” (ni en el del amor, ni en el de la
guerra) la condición que asegurará el regreso a la tibieza de los brazos de
Penélope
Los viajantes, nosotros, seres cotidianos,
comenzamos desde la lejanía del tiempo y el espacio a recordar en el
pensamiento aquella isla de donde todos venimos: las Itacas del corazón. Ese
recuerdo dio origen –y en este punto abandono radicalmente a Adorno/Horkheimer- al mundo del espíritu, o
“país del pensamiento” según Kant, o la isla del recuerdo según el modesto
autor de estas líneas, o simplemente el más allá de la barca, según la bella
canción de Lucho Gatica, y en todos los casos, el anhelo del lugar del regreso
a la naturaleza originaria que una vez, cada uno en su propia barca, abandonó.
Desde ese momento Itaca se convirtió en un lugar de partida y de llegada de
nuestra vida. Allá lejos, atravesando los mares poblados de monstruos y sirenas
sin escamas, está la locura, y en el caso de Ulises, la locura es la guerra.
¿Hay algo más loco que una guerra?
Con el recuerdo de la isla abandonada por
esa barca que se interna en el océano de la vida, nació el pensamiento y con el
pensamiento el amor ya que, como dijimos, sin recordar con y a través del
pensamiento, no hay amor. La distancia no es el olvido. Aunque puede serlo. La
distancia es también condición de regreso. Es el llamado del amor que ha nacido
en un “entremedio”, entre dos dimensiones: la de la isla abandonada y la de los
mares de la locura. ¿Y la barca? La barca es el tiempo; y el tiempo somos tú y
yo: nosotros.
De acuerdo a muchos físicos y teólogos
hay, más allá de esas tres dimensiones, una cuarta. Ella se encuentra después
del espíritu que nació entre las dos distancias de la razón humana. Esa
dimensión es la que une al espíritu con el mundo. Pero en esos mares no navega
la barca de la canción
REFERENCIAS
Adorno, Th,/ Horkheimer, M -Dialektik der Aufklärung - Frankfurt 1997
Borges, J.L., Los Teólogos, en Prosa Completa, vol.2, Madrid s/f
Weil, S., Die Unglück und die Gottesliebe, München 1953
Para escuchar LA BARCA cantada por Lucho Gatica hacer clic
AQUÍ
REFERENCIAS
Adorno, Th,/ Horkheimer, M -Dialektik der Aufklärung - Frankfurt 1997
Borges, J.L., Los Teólogos, en Prosa Completa, vol.2, Madrid s/f
Weil, S., Die Unglück und die Gottesliebe, München 1953
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