Alrededor de los libros
Cuando Denis Scheck habla,
los escritores tiemblan, dícese del más connotado crítico literario de
Alemania. Rara vez elogioso, con frecuencia demoledor, incluso destructivo. Por
eso no pude evitar un respingo cuando Scheck, esta vez transmitiendo desde Las Ramblas
de Barcelona, dijera a propósito de la última novela póstuma publicada de
Roberto Bolaño –¡escrita el año 1984!-
que “Bolaño es el escritor que,
junto al también prematuramente fallecido David Forster Wallace, ha dado mayor
impulso a la literatura mundial de nuestro tiempo”.
Nótese: Scheck no dijo escritor latino o
hispanoamericano. Dijo, mundial. Algo que ningún crítico alemán ha dicho
jamás de un escritor moderno de habla hispana, ni siquiera de los nóbeles del
siglo XX. Pero dijo al fin lo que yo siempre había pensado y temía decir en voz
alta pues no iba a faltar alguien que adjudicara mi juicio a mi chilenidad
originaria. Pues para mí -creo que para Scheck también – Bolaño es un milagro
literario. Un milagro digo: no un fenómeno.
La diferencia es sutil: un
fenómeno es un hecho cuyas causas no nos son inmediatamente conocidas. Un milagro, en cambio, es un hecho que no
reconoce causa. Simplemente aparece, nadie sabe como ni por qué. Algo
inexplicable. Por eso es casi imposible -muchos lo han intentado- ubicar a
Bolaño en una tradición o escuela literaria contemporánea.
Sabemos por Jorge Volpi, escritor mexicano y albacea involuntario de la “obra bolañana”, que Bolaño
mantenía una admiración incondicional a García Márquez y, a la vez, una
devoción infinita a Jorge Luis Borges. Pero esto no lo sitúa en la tradición
semi-agraria de García Márquez (Bolaño es un irremediable y vagabundo
ciudadano). Tampoco en la de Borges. ¿Qué escritor no reconoce una deuda impaga
con Borges? Y sin embargo, Bolaño está muy lejos de la metafísica filosófica
borgiana. Más bien parece reírse de ella, como también suele hacerlo de las
grandes tesis filosóficas, de las escuelas literarias, de las academias
universitarias y de las erudiciones bibliográficas. Bolaño era un irreverente
desfachatado, un insolente educado, un autor que conocía su genialidad -lo dice
Volpi – y por si fuera poco, conciente del lugar que estaba llamado a ocupar en
la literatura mundial, profecía que anunciaba con la mayor naturalidad antes
aún de haber publicado su primera novela. Se
sentía un predestinado (o tal vez sabía lo que pesaba) Hay gente así. En
esta, su primera novela dice Bolaño a través de su personaje Remo Morán: “algún
día yo contaré historias acerca de poetas-lúmpenes y mis contertulios se
preguntarán quienes fueron esos infelices”. Y lo hizo: “Los detectives
salvajes”.
A pesar de haber nacido y estudiado en Chile, tampoco encontramos en Bolaño alguna raíz nacional,
o relación de parentesco con algún escritor de su país. Tal vez de vez en
cuando en sus poemas un leve tono de Enrique Lihn, poeta prosaico a quien
Bolaño siempre admiró (tal vez por su irreverencia). Lo que no quiere decir que
Bolaño reniegue de su chilenidad: todo lo contrario; aparece a cada momento en
modismos, en recuerdos, en paisajes, en personajes medio locos como el profesor
Huachomalo o Jan Schrela, escritor de ciencia-ficción y compañero de cuchitril
en “El espíritu de la ciencia-ficción”. Claro está, también usa con soltura
modismos mexicanos y en sus últimas obras, hasta giros catalanes. Así hablaba Bolaño con sus amigos y consigo mismo. Y así no más
escribía.
Lejos está también Bolaño del boom literario de los sesenta. A diferencia de los cuatro connotados: Cortazar, García Márquez, Onetti,
Vargas Llosa, nunca fue faulkneriano.
Bolaño fue solo Bolaño. O bolañista. Así se entiende por qué los especialistas
dedicados a estudiar su literatura han fracasado cuando llega el momento de
establecer filiaciones. El último fracaso fue el ejundioso prólogo a la novela
“El espíritu de la ciencia-ficción” escrito por Christopher Domínguez Michael,
quien demuestra gran conocimiento de la literatura universal pero muy poco
acerca de la influencia que esta tuvo en la literatura de Bolaño.
Denis Scheck logró en dos
breves frases captar algo más. Usando con cierta ironía la terminología
especializada, nos habló de la
inter-textualidad de la obra de Bolaño. Quiso decir que el chileno no solo
escribía textos sino, además, existe un texto sobredeterminante no escrito y
que logra aparecer en otras novelas a través de diferentes, y a veces los
mismos personajes. Por lo menos cuatro de los personajes de “Detectives salvajes”
aparecen en “El espíritu de la ciencia ficción”. Dos con nombres distintos aparecen
en su obra magna: 2066. Efectivamente, más allá de sus escritos, había un
universo literario pre-escrito en la mente de Bolaño y eso explica por qué sus
textos adquieren por momentos formas fragmentarias. Pero no son fragmentos
inconexos, más bien ligados unos a otros por un mismo hilo. Scheck utilizó en
ese propósito un concepto muy interesante: “literatura
fractal”. Los fractales, como se sabe, son estructuras geométricas que se
repiten en diversos tonos y formas conservando a la vez, las originales. Así es
exactamente la literatura de Bolaño. De ahí se desprende la ausencia de una argumentación
definida en sus libros.
Para Bolaño, en efecto, no
existe narración argumental. Los límites entre la narración y el argumento
desaparecen. La narración, y nada más
que la narración es el argumento. Eso, lejos de debilitar a la obra, le
otorga un intenso sentido existencial. Los personajes viven su vida, hablan y
accionan, pero no están ajustados a ningún libreto ni destino pre-determinado,
librados todos a la más radical de las contingencias. O en frases dichas solo
porque a alguien se le ocurre decirla, como el caso del mecánico de motos y
poeta llamado Mofles, quien de pronto dice sin venir a cuento: “Qué bonito el
mundo ¿no?”. En fin, las novelas de Bolaño son como la vida: pasajera e
imprevisible.
En cierto modo sería
posible complementar el término fractal con otro: “literatura holística”. Quiere decir algo muy simple. En Bolaño
todo está en lo uno y lo uno está en el todo. La narración está en la
narración. Y luego en una narración aparece otra narración y a veces una
tercera narración y de pronto parece que la novela va a escapar de las manos de
su autor, hasta que este retoma el hilo y todo regresa lentamente a una tensa
normalidad, a una donde todo parecía ser posible, hasta que comprobamos,
asombrados, que no ha pasado nada. Todo en el exacto lugar donde comenzamos. Y
en el medio, historias que se suceden sin cesar y -un recurso inigualable–
mucha poesía prosaica.
Me atrevería a decir que
“El espíritu de la ciencia ficción” es la obra más poética de Bolaño.
Perfectamente explicable: es una
historia de amor. La erótica de Bolaño, como en todos los grandes
escritores, es fuerte e intensa. Hay por ejemplo una noche de beodo jolgorio
sexual en la buhardilla de Jean y Remo que de algún modo hace recordar escenas
de amor colectivo en la obra de Lezama Lima, sobre todo en “Paradiso”. Pero aún
más intensa que la sexualidad, es el amor que nace entre Laura y Remo. Allí no
hay descripciones voluptuosas, pero sí, mucho diálogos: simples, adolescentes,
insinuantes. Hay también ingenio, algo de ternura, chistes. Y hay sobre todo
risa. Frases imprevisibles, brillo en los ojos. Y más risas. Bolaño no dedica
muchas frases a describir los pechos, los muslos, o el culo de su amada, pero
sí páginas y páginas donde describe su risa y su sonrisa. Y lo hace tan bien
que, estoy convencido, todos los que leímos esa historia terminamos enamorados,
como Remo, de Laura.
Las escenas de amor entre
Remo y Laura culminan en los, a mi juicio, más intensos momentos que puede
lograr un escritor. Ocurrieron en los Baños Públicos del DF. Comienzan con simples polvos bajo las duchas pero
de pronto se desencadenan en imágenes dantescas de seres que aparecen en un
espacio habitado por sudor, agua y, sobre todo, vapor, mientras pijas enhiestas
vagan alrededor de fantasmas en pelota que surcan a través de los cuerpos
empapados. Todo parece evaporarse. Laura cree morir y guiada por el mero instinto
de sobrevivencia, fuerza a la realidad a volver al punto de partida, cerrando
las llaves de las duchas. Momentos que
son, no son otra cosa, metáforas de la condición agónica del ser contemplada
por los ojos asombrados de Remo y escritos por un joven genio alucinado, que
eso era en esos momentos Bolaño. Pocas veces -creo que desde mi juventud
cuando leí el “Informe de Ciegos” de Ernesto Sábato (“Sobre Héroes y Tumbas”)- sentí
que el arte literario podía atravesar los límites de este mundo, al fin y al
cabo, destino obsesivo de las cartas sobre ciencia-ficción que escribe Jan
Schrella a diversas personalidades literarias de su tiempo. Claro está, todo
vuelve después a su normalidad: Laura y Remo continúan tirando (cogiendo) como
malos de la cabeza y divirtiéndose alegremente en los diversos Baños Públicos
de la gran ciudad.
En esa ciudad en donde se publicaban más de 600 revistas de poesía: en esa ciudad-noche, en esa ciudad-vida, en esa ciudad-muerte. O para
decirlo con Roberto Bolaño: “En ese México que a veces aparecía entre los
pliegues de cualquier amanecida, mitad ganas rabiosas de vivir, mitad piedra de
sacrificios”.
................................
Algunas opiniones sobre la
obra de Roberto Bolaño:
La más solidaria: Jorge Volpi: “No cabe duda que el gran escritor hispanoamericano del
tránsito entre el siglo XlX y XX, fue Bolaño”.
La más elogiosa: Christopher Domínguez Michael: “Hasta la lengua inglesa, tan reacia (peor
para ella y su público) se prendó de Bolaño”.
La más estrambótica: Fabrice Gabriel: (Bolaño es) una especie de fenómeno entre Woody Allen,
Tarantino y Lautremont”.
La más mezquina: Mario Vargas Llosa: “Fue un escritor experimental que inventó formas
nuevas y fue una voz muy independiente y muy crítica”.
La más obvia: Javier Cercas: “Bolaño experimentó la intensidad incomparable de escribir
no una obra maestra sino más de una”.
La más inteligente: Jorge Edwards: “se convirtió en un novelista, quizás el más destacado de
su generación, sin duda el más original y el más confrontante”.
La más honesta: Francine Prose: “Las historias de Bolaño son algo extraordinariamente
bello y (al menos para mí) completamente novedosas”.