Fernando Mires - UNA MUJER




Una Mujer
Intérprete: Gregorio Barros. Autor: Paul Misraki
Una mujer que al amor no se asoma/ no merece llamarse mujer/ es cual flor que no esparce su aroma/ como un leño que no sabe arder/ La pasión tiene un mágico idioma/ que con besos se debe aprender/ puesto que una mujer/ que no sabe querer/ no merece llamarse mujer/ Una mujer debe ser soñadora/ coqueta y ardiente/ debe darse al amor/ con frenético ardor/ para ser una mujer/ Ahora quiero y me aferro a la vida/ ahora mi alma comienza a latir/ puesto que una mujer/ que no sabe querer/ no merece llamarse mujer
Estamos, Diotima y yo, leyendo el próximo bolero que he decidido analizar, sorbiendo un café en un bar, cerca de donde ella se instala a adivinar la suerte a los turistas que llegan en manadas a La Habana.
- Ay acere, no leas con la voz tan alta, mira que llegaron al hotel unas chicas de las ORMF y si te escuchan te van a hacer mondongo.
- ¿Y qué son la ORMF?
- ¿Cómo que no lo sabes tú? Organización Revolucionaria de Mujeres Femeninas
- Feministas se dice Diotima, no femeninas
- Sí, femeninas
- ¿Y tú crees que de verdad harían mondongo conmigo?
- Y si no te hacen mondongo ellas te voy a hacer mondongo yo, que hasta yo, que no soy de las femeninas esas, estoy espantada con la letra de esa canción. Mira tú, ¿con qué derecho ese idepú cree que va a determinar cuando una mujer merece llamarse mujer?
- Es un bolero viejísimo. De los años cuarenta del pasado siglo. Eran otros tiempos.
- Eso me lo dices tú a mí, tú. Mira coño que a ti te gustaría estar en el pasado siglo, te lo digo yo, tú.
Y tiene razón Diotima. ¿Con qué derecho determina el autor del bolero cuándo una mujer es mujer o no? Mejor dicho: ¿Sobre qué base? La base según el texto del bolero no puede ser más absurda. Una mujer que no sabe querer no merece llamarse mujer. Y si no sabe querer: ¿cómo merece llamarse? ¿Hombre? Y un hombre que no sabe querer ¿cómo merece llamarse? ¿Mujer? No, pero no voy a polemizar con el texto del bolero. Para polemizar, que es parte de mi oficio, he de buscarme otros adversarios, no autores de boleros. Vale la pena sí retener una idea: dicho bolero ha surgido de un medio histórico donde era posible que el hombre, desde una innegable posición de poder, determinaba lo que debía ser una mujer. En ese sentido el bolero posee un innegable valor documental. Como muchos, es también un palimpsesto de su época. Quizás los futuros historiadores, cuando quieran reconstruir nuestro tiempo, tendrán que recurrir a algunos boleros como fuentes bibliográficas, entre ellos, Una Mujer, bolero que en su agresivo machismo recuerda otro peor que tuvo un éxito enorme en los años cincuenta del siglo veinte. Sí, “Señora”:
Señora/ te llaman señora/ todos te respetan sin ver la verdad/ Señora/ pareces señora/ y llevas el alma/ llena de pecado/ y de falsedad/ Señora/ tú eres señora/ y eres más perdida/ que las que se venden/ por necesidad/ Señora/ has manchado un nombre/ el nombre del hombre/ que puso en tus manos/ su felicidad/ Señora/ con todo tu oro/ lástima me inspiras/ pues vives la vida/ sin Dios ni moral.
Su autor fue Bienvenido Granda, llamado el Bigotón, quien cantaba acompañado de la legendaria Sonora Matancera. Nunca nadie le preguntó por qué no cantó un bolero dedicado al Señor Hombre. Así eran las reglas. Si una señora engañaba al señor, la señora era una puta. Si ocurría al revés, era lo más natural del mundo. Aquello que evidencian los boleros machistas –aunque boleros feministas no hay- es una reiteración. Porque no sólo el hombre ha definido a la mujer desde posiciones de poder, sino que esa ha sido, es, y probablemente será, una práctica constante de nuestra vida: la definición del otro. Y la definición del otro ya es un uso de poder pues el otro no es sino aquel que carece de poder para definirse a sí mismo. Desde esa perspectiva se entiende aquella conocida constatación de Simone de Beauvoir (1992, p. 336): “No llegamos al mundo como mujer; llegamos a serlo”. Sobre el sentido político de dicha premisa ya se ha discutido bastante en círculos feministas y no va a ser aquí donde continuaré dicha discusión. Lo que sí trataré de rescatar es que ese “llegar a ser mujer” ocurre por determinación externa y no por una determinación del propio ser. El principio de determinación del ser de acuerdo al cual el ser de uno se transforma en un objeto de un sujeto que lo condiciona y lo denomina, es la negación del ser de un sujeto que es a la vez la negación del ser ya que en estricto sentido del término, un objeto está, pero no es. O lo que es igual: existe pero no vive.
La negación del sujeto es uno de los temas más recurrentes del pensar filosófico moderno. Basta decir que se encuentra en el corazón de la filosofía hegeliana donde la negación del objeto por quien se asume como sujeto lleva  al objeto a buscar su condición de sujeto negando al sujeto que no lo deja “ser”. La dialéctica histórica hunde su raíz en el deseo del otro de ser uno mismo.
 “Mi Otro es un hombre no blanco. ¿Cuántos hay en el mundo de hoy? El ochenta por ciento” escribió ese gran periodista- aventurero- filósofo, Ryszard Kapuscinski (2007, p. 94). Sin embargo, la determinación del otro por el color no es muy diferente a la determinación del otro por el sexo, y podría agregarse, por la clase social, por la cultura, por la religión, etc. Vivimos todo el día produciendo “otros". Porque la determinación del otro no es sólo estigma o vilipendio, es también sublime idealización. Pero los otros no quieren ser otros, secreto que percibimos cuando los otros somos nos-otros. 
Esa permanente lucha por no dejarse a-poderar, o esa constante tentación para a-poderarnos de los otros, recuerda inevitablemente algunas opiniones de Michel Foucault, quien concibió su filosofía como una invitación a luchar contra los poderes que nos circundan los que, si nos descuidamos, nos dominarán por completo
Según Foucault, el poder no está concentrado en un sólo lugar. Por el contrario; se encuentra fragmentado o atomizado al interior de los organismos públicos y privados. No sólo es el poder del Estado. Es, además, el poder de las instituciones y de las personas. Los sistemas de salud, las escuelas, las familias son, según Foucault, dispositivos de poder tanto o más eficaces que los ejércitos. Esos poderes ejercen vigilancia sobre nuestro ser, pero como nuestro ser está localizado inevitablemente en un cuerpo, dichos poderes asumen forma biológica. Se trata de poderes biológicos. Foucault (2003) los concentra en una sola palabra: bíopoder.
El bíopoder entra en nuestros sentidos por la vista, a través de la alimentación, en la música que escuchamos, en el aire envenenado con CO2 que respiramos, hasta en el cuerpo que nos acaricia. Porque el poder no es una “cosa”. El poder está formado, asegura Foucault, por relaciones de poder (2002, p. 599). El poder, siguiendo a Foucault, sería posible encontrarlo hasta en el texto de un bolero. Y, por cierto, el que estoy comentando es un clásico bolero-poder. Su pretensión final es definir “aquello” que debe ser una mujer para un hombre. La mujer, según el mandato del bolero no sólo debe querer, sino, además, “debe ser soñadora, coqueta y ardiente” Y por si eso fuera poco, “debe darse al amor, con frenético ardor, para ser una mujer”. Asi, La Mujer es el objeto total del hombre. Más aún: es un objeto del amor trinitario: Santa, amante y puta y una sola mujer, nada más.
Las tesis de Foucault han tenido gran importancia en el desarrollo del discurso feminista el que, por razones obvias, no tematizaré en estas páginas. Tuvieron también el mérito de desactivar ideologías dominantes, entre otras el marxismo estructuralista (sobre todo el de Althuser) en la intelectualidad francesa de finales del siglo pasado. La noción de un poder microfísico desarticulaba, por último, la creencia ideológica relativa a que el poder está situado en un lugar determinado, principalmente en el Estado, al que, según la lección marxista, era necesario “tomar” para que con su poder pudiéramos liberarnos del poder. Si es que había que realizar alguna “toma de poder” esa debería ser, según Foucault, una tarea no sólo cotidiana sino, además, multi-espacial.
No obstante, las nociones de Foucault ofrecen un par de dificultades. Por una parte convierten el poder en algo puramente negativo. Es esa negatividad pura la razón que no permite responder a Foucault la pregunta clave relativa a la liberación de los bío-poderes que detecta. La idea de Foucault acerca del poder puede llevar así a asumir una posición lindante con la más feroz de las paranoias. El poder, en lugar de ser el medio que nos permite hacer política, se convierte en manos de Foucault en un medio que nos impide acceder a la política que es un espacio, entre otros, donde es posible iniciar una lucha en contra de los poderes que nos niegan. Evidentemente Foucault no leyó o leyó mal a esa Diotima de la modernidad filosófica que fue Hannah Arendt. Algo por lo demás incomprensible pues Foucault se declaraba ferviente seguidor de Heidegger y Arendt representa, entre otras “cosas”, la “apertura” del mundo filosófico de Heidegger hacia el espacio de la realidad política.
No es el momento aquí para desarrollar las tesis de Arendt acerca del poder. Sin embargo, creo que no es desventurado recordar tres de sus opiniones que surgen de una sensibilidad política (helénica) totalmente ajena a los filósofos masculinos modernos, incluyendo a Foucault.
La primera es que Arendt separa cuidadosamente el concepto de poder del concepto de violencia, los que en ocasiones están unidos en el idioma alemán en una sola palabra: Gewalt. Hay también en el idioma alemán una palabra específica para el poder, y es a ese poder al que se refiere Arendt. Esa palabra es Macht (que viene de machen: hacer, con lo que el poder sería, en ese caso, un poder-hacer). Sin embargo, que el poder y la violencia también puedan concentrarse en una palabra (Gewalt), dice mucho más acerca de la historia de Alemania de lo que uno podría imaginar (Arendt 1996, p.8).
La segunda opinión es que para Arendt el poder no sólo es distinto a la violencia sino todo lo contrario. Argumentaba por ejemplo Arendt que quien tiene poder no necesita de la violencia. A la inversa, decía ella que sólo recurren a la violencia quienes no tienen poder (Ibíd., pp 57-58). De este modo, el concepto de poder en Arendt pierde el carácter demoníaco que le había otorgado Foucault, de algún modo siguiendo a Nietzsche, probablemente el menos político de los filósofos modernos.
La tercera opinión de Arendt -y es la decisiva- es que para liberarnos de aquellos poderes que no nos dejan ser, necesitamos acumular poder, acumulación que en política se da a través de la suma que forman las mayorías (Ibíd., pp.42-43). De este modo mientras la filosofía es el medio que nos permite liberarnos de lo que impide pensar al ser, la política, vista por Arendt, se convierte en el correlato práctico de la filosofía. Es en la lucha política donde, conquistando a las mayorías, podemos liberarnos de lo que no nos deja ser. Así como la filosofía es un medio para alcanzar la verdad, la política es un medio para conquistar la libertad. A la vez, para Arendt, la libertad es una condición del pensar.
O dicho así: si yo no puedo leer en voz alta el texto del bolero porque pueden venir las chicas “femeninas” de la ORMF y me hacen -como dijo Diotima-  “mondongo”, quiere decir que yo, en ese caso, sería una víctima de la violencia y no del poder. Pero si, en cambio, no sólo las chicas de la ORMF sino, además, todas las mujeres protestan frente al hoy inadmisible bolero llamado Una Mujer, yo seré derrotado por el poder. Algo absolutamente innecesario, por lo demás. Porque a diferencia de muchos boleros que han llegado a ser inmortales, Una Mujer no lo escucha hoy nadie –a menos que se trate de un erudito bolerólogo como yo-. Eso quiere decir que ese bolero ya ha sido derrotado no por la violencia, sino por el poder, representado en la mayoría de las mujeres conscientes de nuestro tiempo. Y que Dios las cuide y las guarde, tan bellas que son.

Referencias: 
Arendt, H .Macht und Gewalt, Berlín 1996
de Beauvoir, S. Das andere Geschlecht, Frankfurt 1992
Foucault, M. Gerechtigkeit versus Macht en Ditts et Ecrits, Schriften, Tomo 2, Suhrkamp, Frankfurt 2002.
Kapuscinski, R. Encuentro con el Otro, Madrid 2007

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