Fernando Mires - EL SER DE LA POESÍA



Sobre la poesía en sí
Pienso que la poesía es el eslabón no perdido entre la prosa y la música
Con la prosa tiene en común la poesía el trabajar con palabras. Con la música tiene en común el decir cosas que no se pueden decir con palabras.
Esa es la razón por la cual a diferencia de la música, la que renuncia de modo manifiesto al uso de las palabras, cada poema está destinado a fracasar al intentar decir con palabras lo que no se puede decir con palabras. La poesía entonces es el acercamiento de cada palabra a su propia indecibilidad. 
Ninguna palabra de un poema puede decir con las palabras del poema lo que quiere decir el poema
La paradoja del caso es que el fracaso del poema es la condición de la propia existencia del poema.
Mientras más grande es el fracaso, es decir, mientras más grande es la imposibilidad de decir lo que se quiere decir, más grandioso es un poema. De ahí que el valor intrínsico de un poema no reside en lo que dice sino en lo que insinúa. Son dos cosas muy distintas. 

Sobre el tiempo y la poesía
Discrepo de la creencia mantenida por San Agustín y después por Borges relativa a que el tiempo existe en relación a uno mismo ("Yo soy el tiempo").
El tiempo puede existir sin mí, pero no puede existir sin un espacio. Pero tampoco el espacio puede existir sin el tiempo. Luego el "Yo soy" es la relación entre uno con el espacio y con el tiempo. Pero con los dos, no solo con uno. En el tiempo somos y en el espacio estamos.
Hacer poesía implica buscar un nexo entre el “ser aquí”, o estar, con el “ser allá”. Ahí reside la similitud innegable entre la poesía y la filosofía.
La poesía es un intento de acceder al tiempo del ser a través del espacio del estar.
Eso quiere decir que un poema solo mantenido en un espacio, por ejemplo, en el espacio de un objeto, no merecería llamarse poema. Por cierto, podría ser un muy buen bolero. Pero un poema, no.
Como sabemos, hay dos tiempos, el eterno y el terreno.
La poesía está situada entre esos dos tiempos. Todo intento de acceder desde este tiempo al tiempo eterno es un acto poético.
El poema debe ser un salto, por muy pequeño que sea, un salto desde la tierra hacia el cielo. Ahí reside la grandeza de su fracaso. Ningún salto puede llegar jamás al cielo.

Sobre la poesía y la vejez
Hay una relación muy cercana entre la vejez y la poesía. Cuando somos viejos estamos más cerca de la muerte. Cuando escribimos un poema, también. La razón es que la muerte, en sentido geométrico, está muy cerca del más allá. En mi opinión los jóvenes no deberían escribir mucha poesía. Más bien deberían vivirla. Los viejos, en cambio, la hayamos vivido o no, nos hacemos más preguntas sobre la otra vida que los jóvenes. Es un proceso natural. Los jóvenes son más físicos que metafísicos. Los viejos son más metafísicos que físicos. La poesía también.

Sobre el Amor en la poesía
El amor es lo que se quiere y no se tiene. También es lo que se tiene y podemos -en cualquier momento- perder. Sólo frente al fin del amor o frente al fin del sujeto del objeto del amor, o solo frente a la posibilidad de pérdida del amor, podemos saber si el amor es amor. Antes no. Todo amor es una historia de amor. Y la historia es y será historia del pasado. El amor en ese sentido es un sobreviviente del pasado. No hay amor sin recuerdo. El amor reside en el recuerdo. La poesía recuerda al amor.

Sobre la Mujer en la poesía
La Mujer es sin duda el objeto predilecto de la poesía. Casi no hay poeta en la historia de la poesía que no haya escrito a una mujer. Y es obvio que sea así. La mujer tiene que ver con el deseo, el deseo tiene que ver con el amor y el amor tiene que ver con la poesía.
¿Y en el caso de las poetisas o poetas femeninas?
No deja de ser interesante. He leído en este último tiempo mucha poesía femenina y salvo raras excepciones he observado que las mujeres cuando escriben sobre hombres escriben sobre ellas mismas, es decir, sobre lo que ellas sienten por el hombre, pero no sobre el hombre
Una hipótesis aventurada podría deducir que esa autoreferencia de la mujer tiene que ver mucho con su condición (social, cultural) más inmanente que trascendente. En todo caso sabemos que las mujeres son más narcisistas que los hombres. Cuando se embellecen lo hacen más para ellas que para los hombres. Esa es, pienso, la gran ventaja de la poética femenina: partiendo desde el estar es posible acceder a ser. Partiendo desde el ser, en cambio, solo podemos llegar a la nada
Qizás sea necesario agregar algo más sobre este tema. Pues tengo la impresión de que en relación con el sexo opuesto podemos dividir a los y a las poetas en dos grupos. Unos son los que confunden el significante (mujer u hombre) con el significado. Por cierto, hay entre ellos poetas ingeniosos, mas creo que nunca alcanzarán la belleza oculta que nos brinda la poesia. Cuando más –aunque recurran a la más furiosa sexualidad- se quedan en “lo bonito”. Pero afortunadamente hay otro grupo de poetas: me refiero los que ven en la mujer o en el hombre (es decir, en el amor) el significante de un significado que recién comienza en el cuerpo humano pero que nos lleva más allá, mucho más allá. No, no hablo del espíritu ni de la metafísica. Si se quiere, hablo de un vacío, o mejor, de un abismo: un significante que está más allá de la vida y que besa a veces los labios secos de la muerte.
Lo cierto es que sin que me digan si una poesía fue escrita por un hombre o por una mujer, al solo escucharla ya sé si la ha escrito un hombre o una mujer. No ocurre así con la prosa. Ahí casi no hay diferencias.

Sobre los objetos de la poesía
Hay que terminar con la nefasta idea de que solo determinados objetos son dignos de la poesía. Mi opinión es que todo, absolutamente todo puede ser bajo determinadas condiciones, poetizable. Hasta una rata puede ser tan poetizable como una mariposa. Los pintores lo han entendido mucho mejor que los poetas. Véase la pintura del Bosco, está llena de ratas por todas partes.
En una película de Tarkovski, no recuerdo el título, el cineasta enfoca durante más de diez minutos las gotas de agua que caen sobre un tarro sucio en medio de un basural. Pocas veces he visto una imagen tan poética como esa.
Por cierto, hay objetos más fácilmente poetizables que otros. Los objetos de la Creación, por ejemplo, son más poetizables que los objetos de la Invención. Los primeros tienen que ver con Dios, quien ha creado todo. Los segundos con el ser humano, quien no ha creado nada pero sí ha inventado mucho. Por supuesto, si alguien quiere dedicar un poema a un programador o a un automóvil, está en su derecho, siempre y cuando no lo confunda con un objeto de la Creación. La poesía, como su hermana, la música, también es una invención, pero cuidado, se trata de una invención puesta al servicio de la Creación, o mejor dicho, de una invención destinada a enfrentarse con algunos enigmas de la Creación.

Sobre la poesía política
Si alguien quiere escribir una poesía sobre hechos o actores políticos, es cosa suya. Pero dicho entre nosotros, yo encuentro dicha acción algo más que superflua. Si yo por ejemplo quiero escribir sobre política, escribo un artículo político, no un poema.
Me parece ver una grave distorsión patológica en la relación establecida entre muchos poetas con la política. Y esa distorsión no es culpa ni de la de la poesía ni de la política.

Sobre Dios en la poesía
Es inevitable, no son lo mismo pero se encuentran siempre entre sí. Y la razón es muy simple: Tanto Dios como la poesía están en todas partes: Sobre nosotros, entre nosotros y dentro de nosotros. Esa es la razón quizás por la cual los grandes poetas están poseídos por un ímpetu que yo calificaría sin ningún problema como religioso. No se trata de que esos poetas nombren a Dios en cada estrofa como solía hacerlo Teresa de Ávila. Muchas veces ni siquiera creen en Dios y solo rara vez lo nombran. Pero por dios, como lo buscan. Para poner un ejemplo, para mí la poesía de Neruda está sobredeterminada por una religiosidad casi agónica. Quizás solo Walt Whitman antes que Neruda buscó a Dios con tanta desesperación en sus poemas. Hoy día, al leer la hermosa poesía de Paul Auster, judío pero ateo, siento palpitar ese mismo deseo de encuentro con Dios. La verdad es que a Dios se lo busca mientras menos lo nombramos. Ya Sócrates sugería que pensar consigo mismo es hablar con Dios en uno.
Deberíamos quizás hacer la diferencia entre poesía religiosa propiamente tal y la religiosidad de la poesía. Puede ser incluso que la poesía sea un medio para ayudar a Dios. Sí: A veces tengo la impresión de que Dios está muy solo. La poesía nos acerca un poco más a Dios.
Para mí Dios, entre otras cosas, es La Vida. O dicho a la inversa: La Vida es uno de los nombres femeninos de Dios.