De todos los géneros literarios, la poesía es quizá el más difícil, el
más incomprendido y el más arduo de los discursos, ya que vive de momentos, es
un instante, no más; el poema logrado es una iluminación, un destello que nos
obliga no sólo a pensar sino también a sentir. Todo el ser se remueve ante una
palabra que roza aquello que hemos sentido y no hemos podido decir con
palabras. El poema traduce en palabras el instante. Ante la mirada de un
mendigo el poeta podrá decir: señor me decías y no sabías que el señorío iba en
ti, caminante del mundo.
La verdad no es un lugar, no es una cosa, la verdad, aquello que llamamos
verdad, no es algo comunicable al modo de una información. No podremos decir,
el origen del hombre es este, las estrellas nacieron de este modo y, al mismo
tiempo, sonar convincentes, los espacios de la duda, de la incertidumbre, nos
llevarán a seguir contemplando.
La filosofía nace del amor al saber, de una chispa de admiración, de una
constante búsqueda por resolver los enigmas del universo, unos especularon que
el origen de todo estaba en los elementos, el agua, el aire, el fuego, la
tierra y su fusión. Otros vieron, en el movimiento, en el fluir, en la energía,
la esencia de todo. Otros cuestionaron que la esencia era un invento cómodo
para explicar lo inexplicable.
Y llegamos al presente. Y algunos se preguntan si el universo es infinito
o tiene un fin. Un comienzo y un final. Si no tiene principio ni fin puede ser
eterno, siempre ha sido. Y no lo sabemos. Sólo sabemos que estamos aquí, y esto
nos mueve a intuir que muy poco sabemos del estar aquí. En fin, la filosofía,
ama el saber, por distintos caminos, la verdad de las cosas. Es un caminar, un
método, una metódica, un procedimiento. Para la filosofía, entonces, la verdad
es una tierra a la que se accede por múltiples caminos, de ahí que sea la madre
de todas las ciencias.
La poesía nace ante el asombro y, en ese espacio de suspensión, de
eternidad de un presente, estalla en música o en palabras, que al final es casi
lo mismo, para decir que la verdad es indecible, no se puede decir porque se
desvanece en el instante mismo en que la hemos rozado, en el momento mismo en
el que acariciamos alguna verdad, ya la habremos perdido. Irremediablemente, de
ahí la nostalgia, la necesidad de olvido, el sueño y el delirio, ya que el
poema se alimenta del borde de los abismos. Es como caminar por un puente de
cuerda y madera sobre un precipicio cuya estructura se balancea, y mientras
caminamos se caen pedazos, nos estremecemos; ese andar a tientas, alimenta, por
lo eterno del instante, la palabra del poeta.
Esa palabra, que le permitió decir a Bécquer: Mientras la ciencia a
descubrir no alcance los misterios de la vida, habrá poesía. Mientras exista un
misterio para el hombre, habrá poesía, Mientras exista una mujer hermosa, habrá
poesía. Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Tal vez falten los
cantantes pero la leve música de todo el universo, estará ahí en los árboles,
en las miradas, en el recién nacido, en el cachorrito. Y, en cada uno de
nosotros, hijos del misterio. En consecuencia, para la poesía, la verdad es una
tierra sin caminos, un instante en el camino y nada más.
En las culturas que habitaban el Perú precolombino, se consideraba que
los hijos del Sol, recibían la sabiduría del maíz, del oro y directamente de la luz solar: el Inti, estudiaban en
unas universidades en Coricancha, alimento del Sol, se preparaban para
resguardar los equilibrios energéticos del planeta, el día de su graduación
cerraban sus párpados ante los destellos solares para recibir conocimiento de
otras galaxias, ignoro si esto sea verdad, suena mágico y maravilloso, en lo
civil, los Incas se regían por tres preceptos, en Quechua algo así como
Ama-yula, Ama-quilla y Ama-apuy, no robar, ya que robar lo consideraban una
substracción de parte de la vida, no matar, ya que es un crimen contra el
universo, y no ser ocioso, ya que la desocupación y la flojera, según estas
culturas, engendran vicios letales.
Tal vez de esa herencia, el poeta peruano César Vallejo, pudo decir, hay
golpes en la vida, que te sacan una resaca de todo lo sufrido, luego te ponen
la mano en el hombro como una enseñanza y en la mirada se empoza todo lo
vivido, el charco de culpa de toda condición humana, es como la penalidad, la
culpabilidad por el anhelo no realizado.
Nos encontramos ahí con unos de los dilemas de la verdad, la verdad se
nos revela, se quita su velo y se nos muestra como una preciada joya, o la
verdad la construimos con nuestros conocimientos, también con nuestros
prejuicios, con nuestras cegueras. Y no corremos el riesgo acaso, de que esa
verdad, no sea un invento, una ficción. Eso que tal vez nos obligue a
parafrasear al argentino Borges: Hemos soñado el mundo, lo hemos soñado fuerte
y resistente, misterio, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo,
pero hemos consentido en su arquitectura, tenues y eternos intersticios de sin
razón para saber que es falso.
En fin, la verdad es un invento, una construcción o una revelación, como
saber si las develaciones son verdaderas y las construcciones son convincentes
sólo en una época, como saber, en una palabra, la mentira de la verdad y la
verdad de la mentira. Ante esto, utilizamos la metáfora de la luz y toda época
se cree luminosa con respecto a la anterior, así decimos que hubo épocas
obscuras y que tal vez hoy sea todo más luminoso que tiempos pretéritos, frente
a todo culto de la luz, de una cultura fotológica, culto de la razón, de la
palabra, de la ilustración, de todo aquello que puede sonar noble puede surgir
también lo monstruoso. En otras palabras, quien puede decir que esta época no
sea también obscura con leves destellos de luz. Puede prometer el cielo, el
paraíso, el mundo feliz y quedarse sólo en promesa y, antes bien, edificar
sentidas prisiones tanto mentales como vivenciales. En todo caso, siempre
queremos estar del lado de la luz que vence las sombras.
Así que se trata de agudizar nuestra capacidad de curiosidad, de no dar
por sentadas las explicaciones todas, de que sirvan de estímulo para ir más
allá de lo evidente y, aunque tal vez, no lo logremos, detenernos, ante las
órdenes ciegas, darnos el respiro de la duda, de saber que no sabemos nada.
Finalizo diciendo con Quevedo: Ayer ya pasó. Mañana no ha llegado y hoy
es un punto que se está yendo y no ha terminado. Así que somos ese gerundio,
ese verbo en el acto, estamos escuchando, pensando, hablando e imaginando y
somos ese instante, ese fluir del hoy siempre presente; oportunidad maravillosa
para preguntarnos sobre nuestros caminos a seguir.