Yonathan Michel Meza - VERDAD Y POESÍA



De todos los géneros literarios, la poesía es quizá el más difícil, el más incomprendido y el más arduo de los discursos, ya que vive de momentos, es un instante, no más; el poema logrado es una iluminación, un destello que nos obliga no sólo a pensar sino también a sentir. Todo el ser se remueve ante una palabra que roza aquello que hemos sentido y no hemos podido decir con palabras. El poema traduce en palabras el instante. Ante la mirada de un mendigo el poeta podrá decir: señor me decías y no sabías que el señorío iba en ti, caminante del mundo.
La verdad no es un lugar, no es una cosa, la verdad, aquello que llamamos verdad, no es algo comunicable al modo de una información. No podremos decir, el origen del hombre es este, las estrellas nacieron de este modo y, al mismo tiempo, sonar convincentes, los espacios de la duda, de la incertidumbre, nos llevarán a seguir contemplando.
La filosofía nace del amor al saber, de una chispa de admiración, de una constante búsqueda por resolver los enigmas del universo, unos especularon que el origen de todo estaba en los elementos, el agua, el aire, el fuego, la tierra y su fusión. Otros vieron, en el movimiento, en el fluir, en la energía, la esencia de todo. Otros cuestionaron que la esencia era un invento cómodo para explicar lo inexplicable.
Y llegamos al presente. Y algunos se preguntan si el universo es infinito o tiene un fin. Un comienzo y un final. Si no tiene principio ni fin puede ser eterno, siempre ha sido. Y no lo sabemos. Sólo sabemos que estamos aquí, y esto nos mueve a intuir que muy poco sabemos del estar aquí. En fin, la filosofía, ama el saber, por distintos caminos, la verdad de las cosas. Es un caminar, un método, una metódica, un procedimiento. Para la filosofía, entonces, la verdad es una tierra a la que se accede por múltiples caminos, de ahí que sea la madre de todas las ciencias.
La poesía nace ante el asombro y, en ese espacio de suspensión, de eternidad de un presente, estalla en música o en palabras, que al final es casi lo mismo, para decir que la verdad es indecible, no se puede decir porque se desvanece en el instante mismo en que la hemos rozado, en el momento mismo en el que acariciamos alguna verdad, ya la habremos perdido. Irremediablemente, de ahí la nostalgia, la necesidad de olvido, el sueño y el delirio, ya que el poema se alimenta del borde de los abismos. Es como caminar por un puente de cuerda y madera sobre un precipicio cuya estructura se balancea, y mientras caminamos se caen pedazos, nos estremecemos; ese andar a tientas, alimenta, por lo eterno del instante, la palabra del poeta.
Esa palabra, que le permitió decir a Bécquer: Mientras la ciencia a descubrir no alcance los misterios de la vida, habrá poesía. Mientras exista un misterio para el hombre, habrá poesía, Mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía. Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Tal vez falten los cantantes pero la leve música de todo el universo, estará ahí en los árboles, en las miradas, en el recién nacido, en el cachorrito. Y, en cada uno de nosotros, hijos del misterio. En consecuencia, para la poesía, la verdad es una tierra sin caminos, un instante en el camino y nada más.
En las culturas que habitaban el Perú precolombino, se consideraba que los hijos del Sol, recibían la sabiduría del maíz,  del oro y directamente de la luz solar: el Inti, estudiaban en unas universidades en Coricancha, alimento del Sol, se preparaban para resguardar los equilibrios energéticos del planeta, el día de su graduación cerraban sus párpados ante los destellos solares para recibir conocimiento de otras galaxias, ignoro si esto sea verdad, suena mágico y maravilloso, en lo civil, los Incas se regían por tres preceptos, en Quechua algo así como Ama-yula, Ama-quilla y Ama-apuy, no robar, ya que robar lo consideraban una substracción de parte de la vida, no matar, ya que es un crimen contra el universo, y no ser ocioso, ya que la desocupación y la flojera, según estas culturas, engendran vicios letales.
Tal vez de esa herencia, el poeta peruano César Vallejo, pudo decir, hay golpes en la vida, que te sacan una resaca de todo lo sufrido, luego te ponen la mano en el hombro como una enseñanza y en la mirada se empoza todo lo vivido, el charco de culpa de toda condición humana, es como la penalidad, la culpabilidad por el anhelo no realizado.
Nos encontramos ahí con unos de los dilemas de la verdad, la verdad se nos revela, se quita su velo y se nos muestra como una preciada joya, o la verdad la construimos con nuestros conocimientos, también con nuestros prejuicios, con nuestras cegueras. Y no corremos el riesgo acaso, de que esa verdad, no sea un invento, una ficción. Eso que tal vez nos obligue a parafrasear al argentino Borges: Hemos soñado el mundo, lo hemos soñado fuerte y resistente, misterio, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo, pero hemos consentido en su arquitectura, tenues y eternos intersticios de sin razón para saber que es falso.
En fin, la verdad es un invento, una construcción o una revelación, como saber si las develaciones son verdaderas y las construcciones son convincentes sólo en una época, como saber, en una palabra, la mentira de la verdad y la verdad de la mentira. Ante esto, utilizamos la metáfora de la luz y toda época se cree luminosa con respecto a la anterior, así decimos que hubo épocas obscuras y que tal vez hoy sea todo más luminoso que tiempos pretéritos, frente a todo culto de la luz, de una cultura fotológica, culto de la razón, de la palabra, de la ilustración, de todo aquello que puede sonar noble puede surgir también lo monstruoso. En otras palabras, quien puede decir que esta época no sea también obscura con leves destellos de luz. Puede prometer el cielo, el paraíso, el mundo feliz y quedarse sólo en promesa y, antes bien, edificar sentidas prisiones tanto mentales como vivenciales. En todo caso, siempre queremos estar del lado de la luz que vence las sombras.
Así que se trata de agudizar nuestra capacidad de curiosidad, de no dar por sentadas las explicaciones todas, de que sirvan de estímulo para ir más allá de lo evidente y, aunque tal vez, no lo logremos, detenernos, ante las órdenes ciegas, darnos el respiro de la duda, de saber que no sabemos nada.
Finalizo diciendo con Quevedo: Ayer ya pasó. Mañana no ha llegado y hoy es un punto que se está yendo y no ha terminado. Así que somos ese gerundio, ese verbo en el acto, estamos escuchando, pensando, hablando e imaginando y somos ese instante, ese fluir del hoy siempre presente; oportunidad maravillosa para preguntarnos sobre nuestros caminos a seguir.