I
Por
política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección
de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado [...] Política
significará, pues, para nosotros, la aspiración [Streben] a participar en el
poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados, o,
dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo
componen [...] Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para
la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder “por el
poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere.
II
Hay dos formas de hacer de la política una
profesión. O se vive “para” la política o se vive “de” la política. La
oposición no es en absoluto excluyente. Por el contrario, generalmente se hacen
las dos cosas, al menos idealmente; y, en la mayoría de los casos, también
materialmente. Quien vive “para” la política hace de ella su vida en un sentido
íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del poder que posee; o alimenta su
equilibrio y su tranquilidad con la conciencia de haber dado un sentido a su
vida, poniéndola al servicio de “algo” [...] Vive “de” la política como
profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive
“para” la política quien no se halla en ese caso.
III
Para
analizar el lugar ético de la política hay que liberarse antes de una
falsificación perfectamente trivial. Quiero decir con ello que la ética puede
surgir a veces con un papel extremadamente fatal. [...] Si hay algo abyecto
en el mundo es el resultado de la utilización de la “ética” como medio para
“tener razón”. [...] La ética absoluta ni siquiera se pregunta por las
consecuencias de las acciones. Es una tremenda verdad y un hecho básico
de la Historia el de que, generalmente, el resultado final de la acción
política guarda una relación absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso
paradójica, con su sentido originario.
Esto no permite, sin embargo, prescindir de ese sentido, del servicio a
una “causa”, si se quiere que la acción tenga consistencia interna. Cuál haya
de ser la causa para cuyo servicio busca y utiliza el político poder es ya cuestión
de fe. Lo que importa es que siempre ha de existir alguna fe. Cuando ésta
falta, incluso los éxitos políticos aparentemente más sólidos llevan sobre sí
la maldición de la inanidad.
IV
Toda
acción éticamente orientada puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente
opuestas: puede orientarse conforme a la “ética de la convicción” o conforme a
la “ética de la responsabilidad”. Hay una diferencia abismal entre obrar
según la máxima de una ética de la convicción, tal como la que ordena
(religiosamente hablando) “el cristiano obra bien y deja el resultado en manos
de Dios” o según una máxima de la ética
de la responsabilidad, como la que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles
de la propia acción.
V
Cuando
las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción
son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que
responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios
que los hizo así. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, por
el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio.
VI
Ninguna ética del mundo puede eludir el hecho
de que para conseguir fines “buenos” hay que contar en muchos casos con medios
moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y
con la posibilidad, e incluso la probabilidad, de consecuencias
laterales moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en
qué medida quedan “santificados” por el fin moralmente bueno los medios y las
consecuencias laterales moralmente peligrosos [...] Aquí, en este problema de
la santificación de los medios por el fin, parece forzosa la quiebra de
cualquier moral de la convicción. Pues, de hecho, no le queda lógicamente otra
posibilidad que la de condenar toda
acción que utilice medios
moralmente peligrosos.
VII
Si
se es en todo un santo, al menos intencionalmente, si se vive como vivieron
Jesús, los Apóstoles, San Francisco de Asís y otros como ellos, entonces esta
ética está llena de sentido y sí es expresión de una alta dignidad, pero no si
así no es. La ética acósmica nos ordena “no resistir el mal con la fuerza”, pero
para el político lo que tiene validez es el mandato opuesto: has de resistir al
mal con la fuerza, pues de lo contrario te haces responsable de su triunfo.
VIII
Quien
opera conforme a una ética de la convicción no soporta la irracionalidad ética
del mundo.
Es un racionalista cósmico-ético. [...] No es la moderna falta de fe, nacida
del culto renacentista por el héroe, lo que ha suscitado el problema de la
ética política. Todas las religiones, con éxito muy distinto, han lidiado con
él. La singularidad de todos los problemas éticos de la política está
determinada sola y exclusivamente por su medio específico, la potestad legítima
en manos de las asociaciones humanas.
IX
Quien
quiera en general hacer política, y sobre todo, quien quiera hacer política
como profesión, ha de tener conciencia de estas paradojas éticas y de su
responsabilidad por lo que él mismo, bajo su presión, puede llegar a ser. Quien
hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo
poder [...] Quien busca la salvación de su alma y la de los demás que no la
busque por el camino de la política, cuyas tareas, que son muy otras, sólo
pueden ser cumplidas mediante la fuerza. El genio o demonio de la política
vive en tensión interna con el dios del amor y esta tensión puede convertirse
en todo momento en un conflicto sin solución.
X
Es
cierto que la política se hace con la cabeza, pero en modo alguno solamente con
la cabeza. En esto tienen toda la razón quienes defienden la ética de la
convicción.
Nadie puede, sin embargo, prescribir si hay que obrar conforme a la ética de la
responsabilidad o conforme a la ética de la convicción, o cuándo conforme a una
y cuándo conforme a otra [...] Desde este punto de vista la ética de la
responsabilidad y la ética de la convicción no son términos absolutamente
opuestos, sino elementos complementarios que han de concurrir para formar al
hombre auténtico, al hombre que puede tener “vocación política” [...] La
política consiste en un duro y prolongado horadar a través de duras maderas, para las que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura [...]
Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando desde su punto de vista el mundo
se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él ofrece; sólo
quien frente a todo esto es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un
hombre de esta forma construido, tiene “vocación” para la política.