No veo la contradicción: leer a Hegel o
a Heidegger podrá no ser entretenido, pero sí puede ser altamente interesante.
Y al decir esto, delato que el interés que despertó en mí la novela de Padura
es extraliterario, lo que es obvio, pues literato no soy. Más aún, estoy
plenamente convencido de que quien quiera conocer la realidad social de la Cuba
castrista está en la obligación de leer La
Transparencia del Tiempo. Con ello no estoy diciendo –entiéndaseme- de que
la novela de Padura sea un tratado sociológico. Todo lo contrario: Padura nunca deja de ser el narrador que
es. Su acercamiento a la realidad cubana es profundamente literario. Ahí
reside precisamente el mérito de la obra. El poder descriptivo de Padura es tan
fuerte que le permite llegar allí donde no alcanza la sociología ni la historia
y entregar la realidad en imágenes, en cuerpos, en detalles y, sobre todo, en
la ficción puesta al servicio del principio de realidad.
O digámoslo así: en su novela Padura
invierte la relación entre la descripción y la trama. Mientras que en la mayoría de los krimis
–también en los de Padura- la descripción se encuentra al servicio de la trama,
en La Transparencia del Tiempo, la
trama se encuentra al servicio de la descripción. En algunos momentos surge
incluso la impresión de que esa larga búsqueda de la Virgen Negra de Regla es
solo un envoltorio para cubrir la realidad social de Cuba. Tal vez Padura tuvo
que hacerlo así. Tal vez si no lo hubiera hecho así, los servicios de seguridad
no habrían dejado circular su novela. Tal vez fue el propósito deliberado del
escritor para seguir viviendo en su isla y no en Alaska (así llaman los cubanos
a Miami) Si fue así, su novela debe ser vista como un barco adentro de una
botella. Lo que importa en este caso es el barco. No la botella.
Puede parecer exagerado pero no lo es: afirmo que la mejor descripción de la
estructura social de Cuba que he conocido, la encontré en la novela La Transparencia del Tiempo de Leonardo
Padura.
El énfasis lo pongo en la palabra
descripción, pues una novela no puede
ser –repito- un análisis sociológico. Pero sí, leyendo con mirada sociológica
y política a la novela, he podido sentar las bases para un análisis sociológico
y político a la vez. De hecho pude descubrir que en la Cuba de los Castro logró
formarse –para usar un concepto de la sociología latinoamericana de los años
setenta - una suerte de “dualidad estructural” tal como existía en la mayoría
de los países más pobres de América Latina, pero en el caso cubano, mucho más
radicalizada.
Nos son presentadas dos Habanas. Una
invisible a los ojos de sus visitantes y turistas y otra que solo conocen (no
todos) los cubanos. Una, La Habana donde “los hoteles Inglaterra y Plaza,
resurgidos, se ufanaban de su pasado glorioso junto a los recién remodelados
Telégrafo y Parque Central”. La otra, la Cuba de “negros, chinos, putas,
lúmpenes, proletarios, santeros y ñañigos”.
En una de sus visitas a esa segunda
Habana, Mario Conde la describe como “una mezcla dolorosa de extravío de las
esperanzas, los efluvios apostados por las aguas negras, a través de zanjas
descubiertas, los aceites fritos y refritos, los vertederos pútridos
ambientados”. Allí no hay servicios, alumbrados, solo casas de madera podrida,
paredes sin ventanas, y sobre todo, degradación, no solo urbana sino también
moral. Ese es el territorio que Conde
bautizó como “el mundo de los invisibles”. O en otras ocasiones como “el
mundo de la infravida”. El mundo de “aquella miseria moral compactada (donde)
solo podía nacer la peor de ellas: la humana”.
Infravida sin relaciones de
solidaridad, poblada de gente capaz de matarse entre sí por cualquier cosa,
hacinamientos donde ocurren las depravaciones más impensables, lugares donde la
policía ("la seguridad") no entra por miedo, un mundo que se pudre en sí mismo, o en las
palabras de Padura, en “esos cientos de reductos donde vivían miles y miles de
personas que ya no esperaban nada de la sociedad y, por tanto, no entregaban
nada a la sociedad”. Donde sus habitantes “vivían de lo que encontraban, como
las garrapatas”, gente que en su mayoría ha emigrado desde la provincia de
Oriente. Por eso los cubanos los llaman “los orientales”. Y Conde y sus amigos,
con cierta sorna, “los palestinos”. En
fin, el producto neto del “socialismo existente y real, el de los
Castro, ese que ignoran los pulidos izquierdistas de los países desarrollados
pero al que sí presienten con temor. Pues
el día en que el manto de la verdad cubana sea descubierto, nadie, o casi
nadie, se atreverá más a hablar de socialismo en América Latina.
En el otro polo de la “dualidad
estructural” de Cuba, encontramos dos segmentos. Uno, el de la clase dominante
de Estado, la Nomenclatura cubana. Dos, la nueva burguesía económica surgida
del permanente contacto entre Cuba y Miami.
A la primera, quizás por razones de
seguridad personal, Padura dedica muy pocas palabras. Pero está ahí; se la
siente en automóviles blindados, en visitas intempestivas, en su propia
ausencia, o en su propia lejanía, y sobre todo, en el miedo: ese miedo que carga consigo cada cubano. “En
este país de mierda, el miedo es un estado permanente”, dice un personaje de la
novela, como ya no pudiendo aguantar más el miedo.
El segmento número dos, el de la nueva burguesía económica, es un eufemismo. No se trata de una burguesía formada por empresarios o
lucrativos propietarios de bienes muebles o inmuebles, ni mucho menos por
accionistas o banqueros. Se trata más bien de una “lumpen-burguesía” (para
emplear el concepto que hace mucho tiempo popularizó André Gunder Frank) Tal
vez ni siquiera es una clase. Lo que nos describe Padura es más bien un
amontonamiento de grupos depredadores y traficantes que compran en Cuba y
venden en Miami, o al revés, a los turistas que llegan a Cuba. Millonarios de
última hora, habitantes de ese espacio de capital no regulado que abrió Castro
para fundar un capitalismo sui géneris
basado en un nuevo modo de producción: el modo de producción hotelero y
prostibulario surgido de las entrañas de la propia dictadura.
Dicho sin suspicacia, Padura parece conocer bien a ese mundo.
Uno de sus personajes centrales, el homosexual Bobby, lo describe así: “Yo
vendo lo que tengo, y si no, trato de vender lo que tienen otros y cobro un por
ciento. Es una ley no escrita que casi todo el mundo respeta porque a casi todo
el mundo le concierne”
En el medio y a lo largo de la dualidad estructural mencionada transitan
personajes como Mario Conde y sus entrañables amigos. Personajes que ejercen, como el mismo Conde, trabajos ocasionales, que
comen generalmente mal y a veces, en virtud de los contactos informales que
mantienen con los de “arriba”, bien. Por lo común viven del racionamiento
gracias al privilegio de poseer una “libreta de desabastecimiento que les
impedía morir de hambre y no les permitía vivir sin hambre”. Muchos de ellos
tienen detrás de sí estudios universitarios. También hay algunos, como la
médico Tamara, solidaria amante de Conde, que ejercen su profesión con gran
dignidad y con aún mayor pobreza. A veces se juntan, beben algo parecido al
café y a la cerveza y bromean con ese humor amargo que les legó la vida
aceptando, con cierto cinismo, la realidad donde habitan. “La desidia, la vía
del menor esfuerzo, bajar la cabeza cuando pasa la cuchilla porque el fuego
quema, eran estrategias de vida demasiado acendradas que para bien o para mal,
ayudaban a la supervivencia cotidiana y al mantenimiento de la salud mental de
la gente”
Gente buena. No les interesa ninguna
ideología, no son héroes de la resistencia y sin embargo, resisten, aunque no
de un modo heroico. Son los que se niegan a rendir pleitesía a los de arriba,
los que a su modo han sabido conservar cierta decencia y dignidad y, por lo
mismo, los que son aún capaces de mantener sentimientos de solidaridad, amistad
e incluso amor. Como el amor que siente Conde por un amigo que se va a Miami a
reunirse con sus hijos solo porque por primera vez le ha sido concedido el
derecho a escoger entre irse o quedarse. O ese amor que siente por su Tamara y
por Basura ll, el perro ya viejo con el cual comparte su escasez. O el amor
al ser humano que le hizo una vez sacarse los zapatos que llevaba puestos
–escena digna de Dostoyevsky- para dárselos a un hombre que caminaba con bolsas
de plásticos amarradas a sus pies. Sobre
esa gente –creo que esa es la propuesta de Padura- deberá nacer un día la nueva
Cuba. No todo está perdido en la isla.
¿Y la Virgen de Regla? Ella cumplió su papel. Gracias a la búsqueda iniciada por Mario Conde y sus amigos, pudimos conocer a esa otra Cuba. Esa es la Cuba de Leonardo Padura.