Cuando leí los primeros resultados
sobre las elecciones italianas, decidí no escribir ningún artículo sobre las
elecciones italianas. Decisión que –como el amable lector puede comprobar- he
modificado pues en estos mismos momentos estoy escribiendo un artículo sobre
las elecciones italianas.
La decisión de no escribir sobre las
elecciones italianas tiene una explicación. Los primeros resultados parecían
ser solo una fotocopia de las elecciones que han tenido lugar en otros países
europeos durante los dos últimos años, a saber: fuerte crecimiento de los
partidos populistas, debacle de los socialistas, dificultades para formar una coalición de gobierno y, no por
último, lo poco novedoso del tema pues, como es sabido, vivir en crisis
política es el estado natural de la vida política italiana.
La decisión de escribir sobre las
elecciones italianas fue tomando forma al ir observando como después de ser
conocidos los primeros resultados, los dos partidos populistas, la Liga Norte
de Matteo Salvini (LN) y el Movimiento 5 Estrellas (M5S) del no tan cómico
Beppe Grillo, iban creciendo y creciendo hasta terminar, sumadas las cifras de
ambos, conformando la mayoría absoluta del país (LN 17,5 % - M5S 32,6 %)
“El cincuenta por ciento de los
electores votó en contra del sistema político de Italia”, fue el titular de diversos periódicos al día
siguiente de las elecciones. Ya ese era un tema nuevo, digno de ser meditado y escrito.
Un segundo tema -y fue el que me decidió definitivamente a escribir este
artículo- es que la política italiana se encuentra atrapada entre dos
movimientos populistas irreconciliables entre sí.
Más todavía: cualquiera sea la futura
combinación de gobierno, ninguna va a poder prescindir de uno de esos dos
populismos: o con la LN o con el M5S. Eso significa que, a diferencia de lo que
ocurre en otros países europeos, en Italia el gran perdedor fue el centro
político, ya sea el conservatismo centrista de Forza Italia (FI) de Berlusconi
(14,0%), ya sea el socialismo centrista del PD y sus pequeños acólitos (22,8 %)
El centro político italiano, al igual
que en la empobrecida Grecia, ya casi no existe.
Por cierto, el populismo, desde
Mussolini, es más italiano que la pizza. Pero nunca, después de la
muerte del dictador fascista, había llegado al punto de convertirse en fuerza
hegemónica nacional en ninguna de sus formas. De una manera u otra,
eurocomunistas, socialcristianos, socialistas, conservadores o liberales, se
las arreglaron para mantener en el pasado un orden: caótico, pero orden al fin.
Después de todo los partidos “clásicos” eran miembros de la misma familia: la
clase política. Razón por la cual, sin aspavientos ni ímpetus sensacionalistas,
nos vemos obligados a interpretar los resultados de las elecciones del 4 de marzo
como una rebelión nacional en contra de la clase política de la nación. En
Italia, efectivamente, ha tenido lugar, un quiebre histórico de enormes y hasta
ahora – para Europa- incalculables dimensiones.
Por cierto, si hay un concepto
polítológico inflacionado, es el de populismo. No son pocos los analistas que
lo aplican para designar a cualquiera fuerza política nueva que no sigue cien
por cien al libreto institucional. Pero no es este el caso italiano. Tanto LN
como M5S se ajustan plenamente a las más estrictas y rigurosas definiciones de
populismo. Ambos son movimientos sociales heterogéneos cuyas demandas, a veces
contradictorias entre sí, se expresan a través de una simbología difusa,
expuesta en la retórica de sus principales líderes, autoelevados a la categoría
de redentores de la nación.
Grillo o Salvini no representan
intereses específicos, ideologías o ideas. Representan pasiones, emociones, y
sobre todo, visiones. Eso no quiere decir, por supuesto, que LN y M5S sean lo
mismo. Se trata de dos populismos diferentes. ¿En donde reside la
diferencia? La respuesta no es difícil:
en el orden simbólico del discurso. Voy a explicarlo.
LN es en primer lugar secesionista y, además, para completarla, xenofóbico, antieuropeo y solo en último
lugar, un movimiento de protesta política y social. M5S en cambio es en primer lugar un movimiento de protesta
política y social, su xenofobia es débil (pero existente), enemigo de la UE y
del Euro pero no de la civilización moderna. LN se nutre de la tradición
ultramontana, ultraderechista y fascista del país. M5S, en cambio, del bagaje
cultural de la antigua izquierda pero también del trasfondo anarquista nunca
del todo desaparecido en Italia. LN interpela a un público de todas las edades,
pero no tanto a los jóvenes. M5S es seguido, en su gran mayoría, por un público
joven. LN es más regional que nacional. M5S es más nacional que regional.
En cierto modo podemos decir que entre
ambas formaciones políticas populistas existe una suerte de división del
trabajo. Mientras LN ha horadado el campo conservador, tradicional y clerical,
M5S ha horadado el campo progresista, izquierdista y liberal. Pero lo decisivo
es lo siguiente: ambos han terminado por destruir el radar centrista del país.
Italia en estos momentos no solo tiene
un débil centro. Ha perdido, además, la centralidad (o la racionalidad) de su
política. Ese es el punto que diferencia a la insurgencia populista italiana
con de la de otros países europeos. Mientras que en la mayoría de ellos,
paralelamente al auge populista ha tenido lugar una reactivación del centro
político, en Italia estamos asistiendo a la demolición de ese centro. Allí no
hay nada parecido al socialcristianismo progresista de Merkel, ni al centrismo
europeísta de Macron, ni siquiera a una promesa liberal-democrática como la que
representa Ciudadanos en España.
El 4 de marzo de 2018 Italia fue
atacada por dos epidemias populistas a la vez. Y sus defensas están débiles.
Más bien: son muy débiles.