No recuerdo en estos momentos el nombre
del autor de esa columna en El País. Debí haberlo anotado, pero no creí que el
tema me iba a ocupar. El autor se refería a algo que para mí, en todo caso, no
era nuevo: la permanente recurrencia de los políticos españoles a
descalificarse mutuamente haciendo uso de referencias al periodo de Franco. En
tan poco loable tarea, Pablo Iglesias y quienes lo secundan se han sacado los
zapatos. Las veces que ha tildado a Rajoy de franquista e incluso de ser (un
nuevo) Franco son ya incontables.
En medio de la crisis provocada por los
independentistas catalanes, uno de los nombres más populares ha sido el de El
Generalísimo. Para cualquier observador al margen de la maraña hispana, no solo
un despropósito. Más bien una prueba o síntoma de que los españoles -hablo en
general- no las tienen todas consigo cuando se trata del pasado. Franco y el
franquismo, para muchos de ellos, no son todavía parte del pasado. El nombre de
Franco se extiende con porfía sobre el presente, como si fuera una sombra.
Para un opinador chileno, nada
sorprendente. Experiencia similar he vivido en mis visitas a la patria que tuvo
la gloria de verme nacer. Y nótese que no lo he hecho –Dios me libre – en
periodos electorales. Allí no hay conversación de más de 10 minutos que no te
lleve a esos nombres, a esos lugares, a esas cosas tan sórdidas y horribles que
ocurrieron en el periodo dictatorial. Como en la post-franquista España, en el post-pinochetista Chile, los huesos
del dictador yacen bajo tierra. Pero el fantasma sigue acosando. Como si fuera
una sombra.
Sí, como si fuera una sombra. Aunque no
como las sombras del viejo pasado que no volverán, como reza el tango de Gardel.
La sombra que se extiende sobre ambos países viene del pasado, pero de un
pasado que no ha pasado. Se trata, para decirlo de un modo algo incongruente,
de un pasado-presente. Uno que aparece donde y cuando menos se piensa. Incluso,
allí, cuando se quiere acallar a la fuerza, más aparece.
En fin, hablo de un pasado no
inconsciente sino de otro situado un par de centímetros más allá, en la zona
del pre-conciente, lugar donde el pasado golpea las puertas de lo consciente
sin atreverse a entrar. La imagen es de Freud quien nos habló del “retorno de
lo reprimido”. Lo reprimido no es –téngase muy en cuenta- lo olvidado. Lo
reprimido es simplemente lo que no se quiere recordar. C. G. Jung le puso un
nombre corto. Lo llamó la sombra.
Típico de Jung. Su deporte favorito era
dar a las ideas de Freud otros nombres para después presentarlas como propias.
A veces eran tirados de las mechas (ánima, ánimus, arquetipos, por ejemplo)
Otros, más afortunados. Es el caso de la sombra. La sombra, según Jung, es el
inconsciente que no quiere hacerse consciente, o dicho con la precisión no
literaria de Freud, es lo pre-consciente.
Jung –lo he escrito en otra parte- no
era un psicoanalista clínico. En verdad, toda su psicología es meta-psicología,
o si se prefiere, filosofía analítica. Para ayudar a un paciente no sirve, pero
para pensar en los misterios situados más allá del alma no deja de ser
sugerente. Incluso poético. Tan poético como su metáfora de lo inconsciente: la
sombra.
Jung definía al inconsciente en sentido
negativo, a saber, todo lo que no es consciente. Pero, además, agregó una
segunda dimensión a la que llamó inconsciente colectivo. independiente del yo
individual, pero sobre-determinante en cada uno de nosotros. Por cierto, adujo
que esa era su diferencia con Freud, lo que de hecho es falso. Si hay alguien
que ha estudiado de modo acucioso al llamado inconsciente colectivo (aunque sin
darle ese nombre) y nada menos que en tres de sus obras centrales (El
Malestar en la cultura, El fin de una ilusión y Psicología de las masas)
ese alguien ha sido Freud, y no Jung. Pero dejemos a un lado las grandes
pequeñeces de Jung y volvamos a la sombra.
La sombra de Jung es el pasado
inconsciente que retorna con el objetivo de oscurecer el presente. Pero – es el
detalle- al retornar no se hace consciente. Sigue actuando sobre nuestras
vidas, aunque de modo oculto. La tarea del psicoanalista, a la vez que aclarar
el pasado de cada individuo sería en ese sentido similar a la del historiador
cuya función es aclarar el pasado de los pueblos, culturas, naciones. Solo
cuando las sombras inconscientes que vienen del pasado sean disipadas, ese
pasado comenzará a pasar y el presente será iluminado en toda su nitidez. El
“pequeño” problema es que no podemos sentar a toda una nación en un diván.
Tampoco podemos suponer que todos los
ciudadanos de un determinado país van a iluminar su pasado leyendo libros de
historia. El lugar de la terapia colectiva tiene otro nombre. Un nombre
desconocido para Freud y Jung (aunque no tanto para Lacan) Ese nombre es,
política.
La política es el lugar de las aguas
divisorias. Zona de conflicto y de transferencias. Espacio de encuentro y
des-encuentro donde el ser se esfuerza en su –digámoslo con Hegel- lucha sin
cuartel por el reconocimiento. Allí con los nos-otros y los otros obtenemos
identidad pero a la vez revelamos nuestros malestares, síntomas de esa
patología propia a la condición humana: la de ser cuerpo y alma a la vez.
En la política se construye la historia
y por lo tanto allí fraguamos el futuro de acuerdo al pasado, tal como lo
entendemos. O tal como no lo entendemos. En el caso del pasado español o
chileno, es usado para estigmatizar al adversario. Así, designar como
franquista o pinochetista a personas que no han tenido nada que ver con el
periodo aludido, cumple una función ambivalente. Nombramos al pasado y a la
vez lo minimizamos. Pues si Rajoy es
Franco, quiere decir que Franco después de todo no era tan malo.
En uno de los, según mi opinión,
mejores filmes de Rainer Werner Fassbinder, “Ruleta China”, los personajes, un
grupo de parejas decadentes y acomodadas, practicaba un siniestro juego. De
acuerdo a la ruleta uno debería decir del otro lo que indicaba cada pregunta.
Hasta que llegaba el momento de “la pregunta mortal” ¿Qué habría hecho esa persona durante el Tercer Reich? El juego
cumplía diversas funciones. Primero: mostrar que la sombra del pasado seguía
presente. Segundo: la sombra del nazismo era reducida a un simple juego.
Tercero: los comensales daban curso a sus agresiones personales, convertidos en
representantes del pasado.
¿Debo decir que el juego de la ruleta
china continúa siendo practicado en diversos países, aunque en reproducción
ampliada? Creo que hay que rendirse a
la evidencia: Los pueblos también enloquecen. Y quien no me crea, lea por favor
la novela Patria, de Fernando Aramburu.
Sucumbir ante las sombras del pasado,
impedir que el pasado pase, rendir tributo al pasado, no saber diferenciar las
marcas que separan los tiempos, son signos patológicos que se dan en los
individuos y en las naciones. De lo dicho obtuve hace pocos días una
comprobación visual. En Hannover (3.12.2017) cientos de manifestantes se
congregaron en las calles en contra de la inauguración del congreso interno del
partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD). Los acontecimientos
derivaron en duros enfrentamientos con la policía.
Los cabecillas de la demostración
dieron a conocer sus argumentos. El más socorrido fue: el fascismo no debe
existir en Alemania. Pues bien, suponiendo que todos los miembros de AfD son
fascistas, el hecho es que en las últimas elecciones AfD obtuvo una excelente
votación, de modo que el problema reside no solo en el partido sino en los
electores. Además: el derecho a existir de un partido con tendencias xenófobas
pero con millones de electores no puede ser definido moral sino legal y
constitucionalmente. Luego, quienes protestaban en contra de la AfD lo hacían
también sin saberlo, en contra de la norma constitucional.
¿Por qué no puede existir un partido de
ultraderecha en Alemania? Porque una
vez Alemania fue nazi, es la más frecuente respuesta. Pero con el mismo
argumento debería ser prohibido el partido de la izquierda extrema, cuyo pasado
estalinista es evidente. En otras palabras, los manifestantes, en lugar de
buscar la controversia con el partido enemigo, intentaron hacerlo desaparecer.
Destruirlo y con ello impedir toda posibilidad (y oportunidad) de enfrentarlo
políticamente. De ese modo dejaron en evidencia que ellos solo combatían a sus
fantasmas, no a la AfD. La AfD para ellos no era un nuevo (remacho: nuevo)
enemigo político al que hay que confrontar, sino una simple representación
sombría del pasado. Lo que nadie les dijo es que el tiempo de la política no es
el pasado sino el presente.
Nadie les dijo tampoco que el pasado
está ahí para ser recordado y aclarado. Revivirlo es imposible. Si lo
intentamos, solo veremos su sombra.
13.12.2017
La obra completa de Carl Gustav Jung ha sido publicada en español por Editorial Trotta, Madrid 2016, 18 volúmenes
La obra completa de Carl Gustav Jung ha sido publicada en español por Editorial Trotta, Madrid 2016, 18 volúmenes