Hay dos formas de enfocar los hechos
políticos. Una, desde una perspectiva puramente inmediata. Otra, agregando
cierta dimensión histórica.
Revisando comentarios y análisis, puede
llegarse a la conclusión de que en las elecciones presidenciales que tuvieron
lugar en Chile el 19-N, la primera forma predomina por sobre la segunda. Algo
comprensible. Después de la primera vuelta, todos piensan en la segunda. O en
las posibilidades de que el candidato de sus amores se imponga al candidato de
sus odios, y en ese contexto, la antinomia clásica, izquierda - derecha, vuelve
a revivir: o la derecha de Piñera, o la izquierda de Guillier. Como si el
escenario fuese mismo del día anterior al 19-N.
Pocos reparan, que ese día, el 19-N no
solo fue sorpresivo sino que cambió el escenario político de la nación. Esa es
la razón por la cual parece importante, en medio de los acontecimientos, hacer
una leve pausa y pensar de acuerdo a los parámetros que indica la segunda forma.
Supone, claro está, seguir el consejo del gran historiador Ferdinand Braudel:
mirar al pasado como si fuera presente y al presente como si fuera pasado.
¿Qué es lo que cambió el 19-N?
El 19-N tuvo lugar una fractura en el
bloque centrista (centro izquierda-centro derecho-centro centro), vale decir,
en esa estable formación política que ha regido los destinos de toda la era
post-dictatorial. Una fractura tectónica cuyo epicentro está en el lado
izquierdo pero cuyas réplicas se dejan sentir con fuerza en todo el espectro
político del país.
Desde el fin de la dictadura hasta
ahora hubo tres gobiernos de centro-centro (Aylwin, Lagos y Frei), dos
gobiernos de centro-izquierda (los dos de Bachelet) y uno de centro-derecha
(Piñera). Así, la historia ha demostrado no que Chile es conservador, como
dicen los derechistas, pero tampoco izquierdoso, como aseguran los
izquierdistas, sino un país con abierta vocación centrista.
Lo nuevo, lo verdaderamente nuevo del
19-N, es que a partir de ese día, el centro político será acosado por dos
apariciones periféricas. Por una parte, el retorno de la derecha dura y pura
representada por José Antonio Kast. Por otra, el fenómeno del Frente Amplio
(FA) representado por Beatriz Sánchez. Lo importante es que esas dos periferias
dejaron de serlo el 19-N y, guste o no, ya forman parte de la formación
política chilena. Por lo mismo determinarán el destino de la segunda vuelta y
con ello, el del país, durante cuatro años. Ahí reside precisamente la fractura
del bloque centrista. No en el hecho de que las periferias hayan crecido sino
que, al crecer, ingresaron al bloque del poder político.
Empleando un término que desde el punto
de vista geométrico sería absurdo, no así desde el político, se trata de dos
periferias internas. Quiere decir: al ingresar a la zona central del poder
ambas periferias no se convierten en centristas sino, por el contrario,
descentralizan (y desestabilizan) al centro desde dentro. Los polos han pasado
a ser parte del centro sin dejar de ser polos. Esa es, para poner un ejemplo,
la gran diferencia entre el 20% obtenido por Beatriz Sánchez el 19-N y el 20%
obtenido por Marcos Enriquez Ominami (MEO) el año 2009. Este último, a
diferencias del FA, fue siempre parte del bloque centrista, nunca fue
periferia. En cambio, FA ha iniciado, desde la periferia su camino hacia el
centro. Y ya es un factor de poder, así como la derecha de Kast también lo es.
Las deducciones resultan evidentes.
Si Piñera quiere ganar no puede
prescindir del apoyo de Kast del mismo modo que si Guillier quiere ganar no
puede prescindir del de Sánchez. Kast y Sánchez – no Piñera ni Guillier- serán
gravitantes. Sin embargo, si miramos el problema desde una segunda vista,
podemos percibir que la alianza de Piñera con Kast puede espantar a sectores de
centro-centro e incluso de centro-izquierda y arrojarlos en los brazos de
Guillier. A la inversa, un matrimonio político entre Guillier y Sánchez puede
espantar a electores que votaron Goic e incluso MEO y arrojarlos en los brazos
de Piñera. Si la dinámica política se da en esos términos, todo indica que los
que no votaron durante la primera vuelta y sí lo harán en la segunda – tal vez
motivados por la dramaturgia de la situación- decidirán las elecciones. El
“pequeño” problema reside solo en una pregunta: ¿quiénes son estos sectores?
Nada menos que el 60% de la ciudadanía,
en cierto modo, “el partido mayoritario”: un contingente heterogéneo formado
por a-políticos, pre-políticos, anti-políticos, desencantados, desilusionados,
apáticos, indecisos, desinteresados, abstencionistas militantes o no, y sepan
los dioses que más. ¿Cómo interpelar políticamente a ese universo? Y sobre todo
¿en qué medida las anteriores candidaturas, las de centro derecha y las de
centro izquierda han sido modificadas gracias a las nuevas alianzas que han
contraido y contraerán?
Aparte de una delgada capa de
pinochetistas vinculados al pasado y que ven en Piñera un traidor al legado de
“mi general”, la mayoría de esa “otra derecha”, la kastista, se cuadrará con
Piñera. Alianza, como se dijo, ambivalente. Por una parte otorgará a Piñera una
gran cantidad de votos. Pero Piñera necesita, además, extraer votos del centro
político y, sobre todo, de los abstencionistas de la primera vuelta. La
derecha-derecha, no le basta.
Estamos, por así decirlo, frente a la
derecha histórica. Viene desde el siglo XlX. Sus militantes son patriarcales,
católicos confesionales, familiaristas, abogan por un estado impersonal, fuerte
y autoritario. Es una derecha que ve en todo lo que sea izquierda –y para muchos
de ellos hasta Piñera es de izquierda- un síntoma de disociación moral al que
hay que combatir por todos los medios. Menos que democrática, es una derecha
republicana o, empleando la terminología de la ultraderecha europea, es
i-liberal. Además, es la única fuerza política doctrinaria del país. Sigue
“teorías” que el pinochetismo adjudicó a Diego Portales, y al ideario
anti-parlamentarista proclamado por su ídolo y mártir: Jaime Guzmán. Y bien,
esa derecha resta fuerza al proyecto centrista de Piñera, aunque por otro lado
hay que tener en cuenta que los valores culturales que representa y proclama
están arraigados en algunos sectores de las clases medias que temen –y a veces
con razón- un regreso a los tiempos revoltosos del pasado. Esos sectores votarán
sin duda por Piñera, no porque les guste, sino porque ven en una derecha unida
la única posibilidad para detener el avance del FA. Pues un triunfo de Guillier
seria visto por ellos como un triunfo del FA. En ese sentido, puede que no se
equivoquen tanto pues Guiller nunca podrá vencer a Piñera sin la ayuda directa
o indirecta del FA.
Aquí nos encontramos entonces frente a
una triple paradoja. En primer lugar FA es el resultado de la fractura de la
centro izquierda, sobre todo de la que experimenta el socialismo chileno. En
segundo lugar, FA es también causa de esa fractura al acelerar un descenso
catastrófico de la centro-izquierda. Y en tercer lugar, NM y Guillier solo
pueden sobrevivir gracias al FA. ¿Cómo enfrentar a esa triple paradoja? Ese es
el trágico dilema de Guillier. Por eso, su principal problema será entender la
naturaleza del FA. ¿Qué es el FA?
¿Qué es efectivamente el FA? En un
punto hay cierto acuerdo: el FA es muchas cosas a la vez. El FA es un
conglomerado políticamente heterogéneo que llena el hueco provocado por el
derrumbe de las izquierdas históricas en sus dos versiones, la comunista y la
socialista. En ese sentido, lo ocurrido en Chile dista de ser original. De
hecho, el derrumbe de los partidos socialistas es un fenómeno que está ocurriendo
en distintas latitudes.
Así como el Podemos español -por
ejemplo- proviene de los movimientos juveniles agrupados en los Indignados del
2011, FA recoge un hilo que se originó en los movimientos estudiantiles del
mismo año. Alrededor de ese hilo, al igual que en Podemos, se articulan en el
FA las más diversas tendencias originadas en los manicomios ideológicos de las
izquierdas, pero a la vez multitudes de jóvenes que quieren vivir la fiesta de
la protesta callejera, algunos intentando vindicar el pasado que les narraron
padres y abuelos.
Unos dirán que en Chile ya se ha
formado lo que en Europa es una realidad: una nueva izquierda populista, y con
ella habrá que contar. Populista o no –eso requiere un análisis más refinado-
lo cierto es que FA es una izquierda protestera. Nace de la protesta, continúa
en la protesta y -se verá después- termina en la protesta. Esa es la razón po
la cual, a diferencias de las izquierdas del pasado, FA carece de un sustrato
ideológico y de un programa de gobierno.
Para FA la protesta no es un medio, es
un fin en sí. Ese hecho hace difícil su concordancia con la NM de Guiller. Más
todavía si se tiene en cuenta que FA nació de la crítica a NM. Es su marca de
orígen. Por cierto, FA nunca apoyará a Piñera. Pero es muy difícil que
contraiga, al menos por ahora, una alianza orgánica con NM. De ahí que lo más
probable es que sus directivos llamen a votar en contra de Piñera sin llamar a
votar a favor de Guillier. ¿Cómo repercutirá esa decisión – un no sin sí- en el
universo abstencionista? Imposible saberlo. Hay hechos que solo se saben cuando
ocurren.
En los días que vienen se desatarán en
el país todas las furias políticas habidas y por haber. Pero sea cual sea el
resultado, esas dos vueltas ya han determinado el fin de un periodo y el
comienzo de otro. ¿Cómo serán denominados tales periodos? Esa será una tarea
historiográfica y no política. Lo importante en estos momentos es consignar que
la historia, para bien o para mal, tiene sus vueltas. Y estas serán -haciendo
un juego de palabras- las dos vueltas de una historia.