Fernando Mires – CATALUÑA O LA NUEVA REBELIÓN DE LAS MASAS



“Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas.” (José Ortega y Gasset, La Rebelión de las masas)

José Ortega y Gasset escribió su obra La Rebelión de las Masas en 1929. Dista de ser casualidad. Ese año estalló la gran crisis capitalista mundial, miles de fábricas cerraban, los movimientos socialistas, comunistas, nacionalistas y fascistas europeos marchaban entonando himnos de victoria, y las masas hambrientas hacían filas en los comedores públicos de las grandes ciudades.

El gran filósofo – poseía también una profunda mirada sociológica- no fue el primer intelectual que se sintió impactado por la masificación de la vida social. Ya antes, Nietzsche y Le Bon, desde elitistas perspectivas, dieron muestras de consternación ante el avance de las muchedumbres. Sigmund Freud, lector de ambos, escribiría al igual que Ortega, uno de sus textos clásicos: Massenpsychologie und Ich – Analyse, 1921 (Psicología de las masas y análisis del Yo). Ortega se dejó influir por Freud en varios aspectos. Su concepto del hombre-masa, o su tesis del ser cuyo “yo” es disuelto en el océano de la masa, es de neto corte freudiano. Signos del tiempo. Hoy son signos del tiempo catalán

Difícil no recordar a Ortega al ver a en la pantalla a esas masas catalanas de nuestros días en abierto estado de rebelión en contra de la Constitución y del Estado. 

Cierto, se autodenominan independentistas, pero la palabra independencia no tiene el mismo significado para todos ellos. La rancia y exclusivista alta burguesía catalana pone el acento en la independencia cultural, los tenderos y miembros de la administración publica en el fin del modelo impositivo, los partidos regionales avistan la oportunidad de convertirse en clase política dominante y así sucesivamente, hasta llegar a esas muchedumbres donde hay de todo, desde gente común y corriente que se deja seducir por la erótica de las banderas en las calles, pasando por fachos de bajo vuelo, nacionalistas resentidos, hasta llegar a una numerosa militancia izquierdosa que cree ver en la independencia la oportunidad para fundar una república socialista a la catalana.

La palabra independencia, en fin, es un significante articulador de múltiples deseos y mientras más diversos son esos deseos (en idioma político, demandas) más vacía de sentido y contenido es el significante (Ernesto Laclau.) Esa heterogeneidad independentista me ha inducido a redactar una tesis que puede no ser del agrado de los separatistas.

La tesis dice así: los independentistas catalanes son solo una de las muchas expresiones de los movimientos populistas nacionales que asolan Europa. En ese sentido se encuentran emparentados con movimientos y partidos ultranacionalistas de ultraderecha como el FN en Francia, la Afd en Alemania, pero también de ultraizquierda, como Insumisos otra vez en Francia y Podemos en España.

¿Qué tienen de común todos esos movimientos y partidos? Aparte de una relación temporal, todos son partidos de masas. De masas, hay que subrayar. Pues los partidos de masas no son partidos de clases. ¿Dónde reside la diferencia?

Un partido de clase, como indica la denominación, representa intereses de determinados sectores establecidos y estructurados al interior de un orden social. A guisa de ejemplo: durante el siglo XlX europeo prevaleció la dicotomía entre conservadores y liberales. Ambos, partidos de clases. Los primeros representaban a estamentos agrarios. Los segundos, a los emergentes empresarios industriales. A partir del siglo XX esa dualidad se convirtió en trinidad gracias a la incorporación de los llamados partidos de trabajadores, principalmente socialdemócratas, laboristas y comunistas, todos ligados al movimiento sindical.

Recién a fines de la segunda década del XX surgirían los partidos de masas, sobre todo los fascistas. Dichos partidos -a diferencia de los partidos clasistas que cumplían la función de ordenar políticamente los intereses de sus representados- no provienen de un orden sino de un desorden social. En cierto sentido emergen de la desintegración de una estructura social. De ahí que no sea casual la relación que se dio entre la crisis capitalista mundial y la emergencia de los partidos fascistas.

Millones de parados, ex obreros, población marginal, fueron cooptados por los partidos fascistas. Y en el poder, sobre todo en Italia y Alemania, dichos conglomerados fueron ordenados verticalmente desde el estado. No hay, en verdad, estado fascista sin masa fascistizada. Y bien, los partidos y movimientos de masa, particularmente los nacionalistas de nuestro tiempo -si no nos dejamos distraer por sus antifaces ideológicos de izquierda o de derecha- comparten con los fascismos de los años treinta una genética similar. Son, también, productos de la desintegración social (anomia, según Durkheim.)

O dicho de otro modo: los nuevos partidos y movimientos de masa (y no de clase) –y en ellos incluimos al movimiento separatista catalán- son producto de una doble fractura estructural. La primera, provocada por una profunda crisis al interior del orden industrial. La segunda, por el advenimiento del desorden político post-industrial en el marco de un tránsito histórico que lleva hacia un capitalismo digital.

La caída del socialismo industrial en la URSS y sus satélites destruyó a sus representantes occidentales. Los grandes partidos comunistas europeos del siglo XX, el italiano, el francés y el español, han dejado de existir. Hoy, además, asistimos a la lenta agonía de los partidos socialdemócratas europeos.

El fin del socialismo en sus dos versiones, comunista y socialista, ha dejado a un gran vacío detrás de sí. Allí acuden seres desorientados, personas sin pertenencia ni intereses, en disposición para ser reclutados por formaciones políticas emergentes que ofrecen a las masas desclasadas –no necesariamente empobrecidas- un último refugio: una nación imaginaria, y por supuesto, un nacionalismo imaginario. O, para resumir el tema en una frase, mientras los partidos sociales decrecen, los partidos nacionalistas crecen.

¿Nos enfrentamos entonces a una reedición del fascismo europeo de los años treinta? No. En este punto hay que manejar con cuidado. La historia no se repite, ni como comedia ni como tragedia.

El hecho de que un partido o movimiento interpele a las masas no significa que de por sí sea fascista. El fascismo, aunque desde una perspectiva teórica sea una aberración, sigue a una ideología. No hay partido fascista sin ideología fascista. Pero el nacionalismo en sí, no es una ideología. Es, si se quiere, una actitud, una posición, o, como en el caso del nacionalismo catalán, un sentimiento colectivo.

La diferencia entre los partidos fascistas y los neo-nacionalistas de nuestro tiempo es que los primeros eran partidos de masa y los segundos son partidos-masa. ¿Sutileza académica? En ningún caso. La diferencia no es nimia. Un partido de masas logra movilizar a las masas y ordenarlas hegemónicamente de acuerdo a una visión del mundo, es decir de una ideología que post-cede a la destrucción de un orden establecido. Un partido-masa, en cambio, carece de ideología, o lo que puede ser lo mismo, maneja o utiliza a diversas ideologías a la vez.

Los partidos neo-nacionalistas – o partidos-masa- pueden recurrir a tópicos de izquierda o derecha, siempre y cuando eso favorezca a sus ambiciones de poder. El FN francés, por ejemplo, no vacila en levantar consignas anticapitalistas así como Insumisos en Francia o Podemos en España pueden agitar las banderas del nacionalismo más reaccionario. Incluso los líderes de los partidos-masa son líderes-masa, vale decir, seres sin convicciones ni principios, dispuestos camaleónicamente a adoptar cualquiera ideología si esta favorece a sus proyectos de poder. A diferencia de los fascistas, para quienes el poder es un medio para cumplir un objetivo determinado, para los partidos-masa del siglo XXl, el poder es un medio y a la vez un fin.

Los partidos-masa están formados por hombres-masa. Para entender dicha formulación es necesario recurrir nuevamente al concepto hombre-masa. Su creador intelectual fue el mismo Ortega y Gasset. El hombre-masa, según Ortega, reúne en sí una serie de características psicológicas y sociales. Citémoslo:
Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas “internacionales”. Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meres idola fori; carece de un “dentro”, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate-, snob.”

Ahora, si extrapolamos las descripciones de Ortega a los líderes de los partidos y movimientos  nacionalistas -no importa que se digan de izquierda o de derecha- veremos que parecen haber sido escritas para nuestro tiempo. Efectivamente: los líderes-masa de los partidos-masa actúan, opinan y deciden de acuerdo a los vaivenes de la masa. Ahí reside justamente el enorme potencial destructivo que comportan. Pues las masas, a diferencia de las clases, no se ajustan a ningún orden político ni mucho menos constitucional. En estado de rebelión –y la Cataluña de hoy vive bajo esa condición- pasan por encima de la legalidad y del orden establecido. Pero a diferencia de los partidos de clase del pasado, e incluso a diferencias de los propios fascistas, su destructividad no llega más allá. En Cataluña –para seguir con el ejemplo- no existe ningún plan para una nación post- española. Eso quiere decir que la ruptura con España comienza y termina con la ruptura. Quizás no hay mejor descripción de ese fenómeno que las palabras dirigidas por el Rey Felipe Vl a toda la nación española. Dijo el Rey:
Todos hemos sido testigos de los hechos que se han ido produciendo en Cataluña, con la pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada −ilegalmente−la independencia de Cataluña (....) Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Un Estado al que, precisamente, esas autoridades representan en Cataluña. Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando ─desgraciadamente─ a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada”.

Ese –dicho en las palabras del Rey- es, exactamente, el sentido y carácter de la nueva rebelión de las masas europeas. Cataluña, vista así, es solo un eslabón de una larga cadena.