Después de las elecciones que dieron lugar al histórico triunfo de Emmanuel Macron en Francia, los demócratas respiraron con tranquilidad. El principal escollo anti-democrático, el avance del FN, había sido superado gracias al aparecimiento casi milagroso de un centro político sólido y combativo a la vez. La opinión general fue que las elecciones que tendrían lugar en Alemania serían, después de Macron, un simple expediente. Falsa predicción. En política, lo demuestran los acontecimientos desatados por las elecciones generales alemanas, es imposible dormir sobre laureles.
El triunfo de Merkel, pese al fuerte bajón de la CDU/CSU -originado en parte por la crisis migratoria- se esperaba. La excelente votación de los liberales compensó el descenso de la CDU de modo que el centro-centro mantuvo su magnitud. Lo que no se esperaba fue la decisión de la muy derrotada SPD al desertar de la coalición y pasar de la noche a la mañana a una oposición frontal en contra del futuro gobierno Merkel.
Una muy riesgosa apuesta. En la oposición se encuentran los dos extremos, el de izquierda (la Linke) y el de ultra-derecha, AfD. La SPD espera constituirse como centro de la oposición en contra de un gobierno centro-centro formado por la CDU/CSU, los liberales de la FDP y los Verdes. Una posición, si no absurda, surrealista. Como ocurrió con el resto de los socialismos de Europa, la SPD parece estar condenada a ser acribillada desde los extremos. Lo peor del caso es que, bajo la batuta de Schulz, la SPD, al abandonar el centro político, abandona el bloque de la democracia liberal en los momentos en que este necesitaba más que nunca ser defendido.
En un gesto de absoluta irresponsabilidad, Martin Schulz ha puesto los intereses de su partido (incluso los personales) por sobre los de su país. Peor todavía, ha creado las condiciones para que en la SPD tenga lugar una lucha de fracciones entre militantes pro- Linke y quienes se mantienen fieles al pacto democrático. En otras palabras, Schulz está arrastrando a la SPD a la misma situación crítica que vive el PSOE en España.
De la crisis del PSOE el gran ganador fue el Podemos de Pablo Iglesias del mismo modo como de la crisis de la SPD el gran ganador será, dicho casi con seguridad, la Linke, y en parte, la propia AfD.
Precisamente, la crisis del socialismo español y su abandono de la línea democrático-liberal impuesta desde los tiempos de Felipe Gonzáles, ha terminado por agrietar el bloque democrático. Si no hubiera sido por esas grietas, el separatismo catalán de Mas y Puigdemont, secundado por una izquierda nacional abiertamente anti-constitucional, no habría encontrado los espacios que necesitaba para irrumpir con la virulencia con que actúa en el presente.
En otros términos, no fue el separatismo catalán el hecho que ha provocado la crisis de la política española. Es al revés. Ha sido esa crisis, inducida por el divisionismo político de los socialistas, el hecho que ha apresurado la irrupción separatista.
En España está
ocurriendo esa situación sobre la cual alertó Ortega y Gasset en su libro
“España invertebrada”: La conjunción de dos separatismos: el territorial y el
político. El primero ha estallado (por ahora) en Cataluña. El segundo ha sido
provocado por la extrema izquierda, la de Podemos, y las fracciones centrífugas
al interior del PSOE alentadas por el propio Pedro Sánchez, el Martin Schulz
español.
Nadie sabe que
ocurrirá en España después del 1-O. Solo algo es seguro. España será, de ahí en
adelante, y por mucho tiempo, una nación políticamente invertebrada. Merkel y Macron esperaban que España pasara a ser parte de la solución frente a los candentes problemas que vive Europa. Pero España ya es, desgraciadamente, parte de los problemas. La nueva España no ha podido saltar sobre las sombras de su propio pasado: la irracionalidad, el fanatismo, la intolerancia, todos esos, rasgos de la España de charango y pandereta que denostara Antonio Machado, han aparecido nuevamente sobre la superficie del país
A partir de la crisis de España, y frente a la avanzada i-liberal, hecha gobierno en Hungría y Polonia, tendencia muy poderosa en Francia y emergente en Alemania, Merkel necesitaba de un centro político nacional amplio para ocupar el lugar de liderazgo que todos los demócratas del mundo esperan de ella. Más todavía si se tiene en cuenta que la avanzada i-liberal es apoyada desde el espacio semieuropeo por dos potencias interesadas en debilitar a la democracia occidental: la Turquía de Erdogan y la Rusia de Putin.
Lo más probable es que Alemania seguirá ocupando el espacio del liderazgo económico. Pero el político, si lo ocupa, deberá hacerlo en estrecha asociación con Francia.
Justamente, captando con fino sentido de la oportunidad la situación que se avecina, Macron decidió tomar el toro por las astas. Entendiendo que no hay mucho tiempo que perder, pronunció el día 27 de Septiembre un discurso en la Sorbona, un discurso que para muchos observadores tuvo un carácter histórico. Más que un discurso es un programa para una futura Europa. O, dicho con las palabras de Macron, para la refundación de Europa.
Cuatro fueron los temas principales que tocó Macron: la ampliación de la zona del euro (Merkel es escéptica en ese punto), la cooperación internacional entre países miembros de la EU (tesis adversa al proteccionismo nacionalista predicado por Trump), la ampliación de las relaciones políticas y culturales hacia Africa y, la última, la más decisiva, la creación de un sistema militar de defensa europeo que independice relativamente a Europa de la tutela de los EE UU y evite los chantajes que desde la NATO puedan venir de países como Turquía. Solo la mención de este último punto debe haber irritado a Putin.
La refundación política y militar de Europa, agregó Macron, no será tarea de pocos días, pero es necesaria impulsarla desde ya. Para que esa tarea sea posible, será necesario reconocer los peligros que conspiran en contra de su realización. Ellos anidan al interior de cada país. O para decirlo en un esquema simplificado: la contradicción política del siglo XX, la que se daba entre estatismo socialdemócrata y el conservadurismo político, ha cedido el paso a una contradicción diferente: la que se da entre quienes desde diferentes esquinas defienden a la democracia liberal (no hay otra) y las tendencias autocráticas, confesionalistas y autoritarias que continúan su marcha ascendente a lo largo y ancho del continente. Para enfrentar a estas últimas, no solo se necesita refundar a Europa, como especificó Macron. Se necesita, además, refundar al pensamiento político democrático.
El liberalismo político no puede continuar siendo una prolongación del liberalismo económico. El laissez faire, nunca totalmente impuesto en la economía, no debe traducirse jamás en un laissez faire político. Eso quiere decir: Europa requiere de un liberalismo democrático combativo y militante, un liberalismo en agresiva disposición contra las tendencias i-liberales que apuntan desde dentro y desde fuera del continente.
Puede ser que los que vendrán, no serán tiempos de guerra. Pero tampoco serán tiempos de paz. Eso es seguro. Macron lo dejó entrever a lo largo de su discurso. Una Europa democrática sin enemigos, no es posible.