No solo en
Alemania, en la mayoría de los países con gobiernos parlamentarios existe un
complejo: no tener una política vibrante como la de los EE UU o Francia. Quizás
por eso, en tiempos de elecciones los medios se matan para escenificar un duelo
al estilo americano. Imposible.
La mayoría de los
futuros cancilleres representan no solo a sus partidos sino a coaliciones
construidas en base a compromisos y concesiones. No debe extrañar entonces que
el duelo televisivo que tuvo lugar entre Angela Merkel y su desafiante, Martin
Schulz (05-09) hubiera sido cualquier cosa, menos un duelo. Fue un diálogo
entre candidatos de dos partidos que han sido, son y probablemente serán,
responsables de la política de un gobierno que tendrá como canciller a Merkel
y, con cierta probabilidad, a Schulz como vice-canciller. En gran parte, la
gobernabilidad de Alemania ya está asegurada para los próximos años.
Gobernabilidad: en
la Alemania de Merkel el principio de gobernabilidad ha terminado por sustituir
al debate político. Hecho grave para la política pues sin debate la política
carece de sentido. Sin agonía (lucha), no hay política (Chantal Mouffe.)
La gobernabilidad
está ligada a la política, pero de todos los espacios políticos es el menos
político. La gobernabilidad no apunta al disenso sino al consenso; no a la
diferencia sino a homogeneidad; no a la confrontación sino a la conciliación.
Un buen gobierno
actúa en nombre de todos. Un buen político actúa en nombre de una parte. La
gobernancia es unitaria; la política es divisible. Angela Merkel es una gran
gobernante, quizás la mejor de Europa. Pero por eso mismo no es –no puede ser-
una gran política. O si lo es, lo es en el sentido de la gobernabilidad. Y a
esa gobernabilidad pertenece la propia SPD, principal partido de la oposición.
¿Tiempos pospolíticos?
¿O ha entrado
Alemania a una fase pospolítica? Aparentemente. Pero las apariencias engañan.
La pospolítica
supone la desaparición de los antagonismos. Esos antagonismos, sin embargo,
existen en Alemania, aunque subordinados al principio de gobernabilidad. Razón
que explica por qué en un encuentro de las dos figuras más representativas de
la nación, los temas más candentes no fueron debatidos.
Por cierto, parte
del “duelo“ estuvo centrado en temas como las migraciones y el caso Erdogan.
Sin embargo, los dos candidatos -como si se hubieran puesto de acuerdo-
aludieron justamente a sus aspectos menos conflictivos. Malo, muy malo para un
futuro gobierno que estará obligado a ejercer no solo un liderazgo económico
-lo tiene asegurado- sino, sobre todo, un liderazgo político continental.
Con respecto a las
migraciones ambos aspirantes conversaron sobre la integración en las escuelas,
sobre el respeto a las diferencias, sobre como deslindar al terrorismo. Pero
ninguno se refirió a gente que huye de guerras espantosas donde actúa la mano
visible del innombrable Putin. Ninguno hizo mención a la debacle de Siria donde
la UE se negó a intervenir, pese a los ruegos de Obama.
Ninguno dijo que
las migraciones son también un desafío. Que la convivencia entre diversas
culturas es un buen propósito en la teoría, pero hay incompatibilidades
dificiles de superar, por lo menos en el curso de una generación. Que muchos
emigrantes son jóvenes y traen consigo una energía que altera el ritmo de vida
de una población donde predomina la tercera edad. Que entre esos jóvenes hay
también una cuota de potencial criminalidad (no solo islamista y terrorista).
Qué no solo son portadores de creencias sino también de hábitos y costumbres
contrarias al orden democrático. Que si una muchachita de 12 años es entregada como esposa a un hombre
que no conoce, genera espanto. Que ver a un macho musulmán caminando a dos
metros de distancia de una mujer embutida en velos negros, crea inevitable
aversión, aún entre los más liberales quienes solo atinan a mirar hacia otro
lado. En fin, ninguno de los dos candidatos mintió, pero ninguno dijo toda
la verdad.
Esa otra parte, la
de la verdad no dicha, es precisamente el alimento que necesitan los grupos
xenófobos para continuar su ruta ascendente hacia el poder. La sociedad
multicultural –eso es lo que debió haber sido dicho- no es un mundo ideal; es
un tremendo problema y como tal hay que enfrentarlo.
Con respecto a
Erdogan, la impresión general fue que ambos hablaban de un chico mal educado y
no del representante de un autoritarismo religioso y militar que acosa a Europa
desde dentro y desde fuera. Ninguno, por supuesto, hizo mención a la división
de Europa en dos frentes irreconciliables: uno demócrata- liberal, otro
autocrático- confesional.
La hegemonía del
principio de gobernabilidad ha hecho posible en Alemania y en otros países
europeos la aparición de espacios políticos vacíos destinados a ser ocupados
por extremismos de ultraderecha y ultraizquierda. Los extremistas, sin embargo,
no inventan los problemas; solo los usan, y por supuesto, a su favor.
Si la política
alemana continúa su rumbo anti-político, ocultando conflictos, evitando
antagonismos, callando verdades en aras de votos, llegará el día en que
tendrá lugar una escisión fatal entre
gobierno y ciudadanía. El gobierno para los gobernantes, la política para los
extremos.
No está de más
agregar que Alemania ya vivió una vez esa situación.