Para quienes solamente conocen sus obras narrativas (Hechizo de mujer, Todo cuanto amé), La mujer que mira a los hombres que miran a las
mujeres es una excelente introducción a la obra de “no ficción” de
Siri Hustvedt. En uno de los ensayos, Hustvedt analiza las ideas de Susan
Sontag sobre la pornografía. Este puente entre ambas importa porque el
pensamiento de las dos recorre carriles semejantes, en cuanto a la variedad de
temas y al interés por el género.
Los
temas que interesan a Hustvedt son tan amplios como los que tocó la curiosidad
de Sontag, y esta colección es un ejemplo evidente: distintos capítulos
describen desde las características del “debate ciencia versus
humanidades/arte” hasta el pelo como centro de la imagen humana, pasando por la
fotografía de Mapplethorpe, la película Pina,
el suicidio, la neurología y la narración. Pero, a pesar de esa diversidad, el
libro tiene hilos conductores que pasan de un ensayo a otro, como sucede
siempre cuando una persona con capacidad para expresar ideas y sentimientos
(una ensayista) decide poner su atención en distintos objetos de estudio.
El
primero de esos hilos, compartido también con Sontag, es la cuestión de género.
Ese núcleo (presente en todos los capítulos) siembra ideas fundamentales que,
para Hustvedt, son herramientas de análisis típicas de quien, como es mujer,
mira el mundo desde el “margen” y es consciente de que la “mirada desde el
margen” abarca más que la de quien está en el centro.
Se
ha dicho siempre (se dice todavía en muchos círculos) que las mujeres no saben
“pensar” porque son “emocionales” en lugar de “racionales”, como los hombres.
En varios ensayos –por ejemplo, el de la pornografía y el que critica la
ciencia dura como “único lugar del conocimiento” en el Occidente
contemporáneo–, la autora explica por qué hay que abandonar la idea de que la
razón es el único medio hacia la comprensión del mundo y por qué tomar también
en cuenta lo emocional.
Cuando
analiza obras de arte, visuales y literarias, proclama la necesidad de que el
arte se atreva a ser emocional y racional al mismo tiempo y se aventure más
allá de los lugares comunes, más allá de la “comodidad” y “facilidad” que, en
literatura sobre todo, buscan algunos lectores y críticos. Según la autora,
solamente así podrá “dejar huella”. No se trata de una definición novedosa,
pero Hustvedt se apoya en ella para describir con cuidado las formas
emocionales y racionales de esas “huellas” y para protestar porque el miedo y
la incomodidad de críticos y lectores impiden que se reconozca y se aplauda el
arte que importa. Un último hilo que toca todo lo anterior es el interés por el
cerebro y la psicología, que crean toda obra humana, arte y ciencia, y que son
el centro de los ensayos sobre suicidio, conciencia, neurología, identidad.
En
estas exploraciones, Hustvedt rechaza las barreras impermeables y elige una y
otra vez las “zonas fronterizas”, esos lugares de intercambio que, en el campo
del conocimiento, se definen como “lo interdisciplinario”. En el fondo, La mujer que mira a los hombres… es un
tratado sobre la necesidad de ser interdisciplinario, de abandonar toda
frontera entre ciencias duras y humanas, entre idiomas, entre ideas.
El
libro puede leerse, entonces, como un intento por impugnar todo pensamiento
basado en oposiciones binarias y separaciones terminantes como “hombres versus
mujeres”, “ciencia versus arte”, “razón versus emoción”, “ficción versus no
ficción”. Basta leer el ensayo sobre la pornografía para entender hasta qué
punto Hustvedt invoca la fertilidad implícita en el contacto entre opuestos,
tan necesario para moverse en el tiempo difícil en que vivimos.
La
mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Siri
Hustvedt. Seix Barral, 448 págs.
Fuente:https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/cosas-sabe-bien_0_BJhwtDjdb.html