Si
hay una palabra de la cual la política no puede prescindir, esa es la palabra
diálogo. Pero a la vez, si hay una palabra que ha sido empuercada en Venezuela,
esa es también la palabra diálogo. Entre otros tantos secuestros realizados por
la secta que ocupa el poder, el de la palabra diálogo no ha sido el menor
Maduro
y su grupo no cesan de llamar al diálogo. Un diálogo que no es para dialogar,
sino para distraer, o simplemente para engañar al enemigo, como logró hacerlo
una vez manipulando al Vaticano y cumplir así con su propósito de deshacer las
movilizaciones que comenzaban a tener lugar en defensa del Revocatorio del
2016.
Pero
no solo Maduro, gobiernos oportunistas de América Latina así como las
instituciones y personas que no quieren emitir una opinión clara, llaman a un
diálogo entre oposición y gobierno, como si todo lo que ha estado ocurriendo
desde abril hasta ahora hubiese sido solo una pelea entre dos amigos que de
pronto han dejado de entenderse. Hasta Putin –el padre de todas las dictaduras
del mundo – ha llamado a un diálogo.
La
palabra diálogo ha terminado por convertirse, dentro y fuera de Venezuela, en
un comodín. Grave, muy grave: pues sin diálogo no hay política. Sin diálogo la
política se transforma en simple confrontación. Y la confrontación sin política
es lo que más conviene a Maduro y su grupo. Hay, en consecuencias, que recatar
el sentido de la palabra diálogo. ¿Pero cómo? En ese “pero” y en ese “cómo”
reside justamente el problema.
¿Cómo
devolver a la política su carácter dialógico? Es la pregunta clave. Imposible
de responder si no son tomados en cuenta dos puntos. El primero, el, o los
sujetos del diálogo. El segundo, los contenidos del diálogo. O en términos más
directos: la materia negociable.
Veamos
el primer punto: un gran problema de Venezuela reside en que las personas que
constituyen a la dictadura son entes, por definición, anti-dialógicos. Hablar
de una dictadura dialógica es, en efecto, un contrasentido. La ausencia de
capacidad dialógica pertenece a la naturaleza de toda dictadura.
No
se conoce ningún caso histórico en el cual una dictadura haya llamado a sus
oponentes a resolver los problemas de modo político sin verse antes enfrentada al
peligro de una derrota total ¿Con quién se puede dialogar en Venezuela en estos
momentos? ¿Con Maduro, Cabello, Aisami, los Rodríguez, Flores? Hay que
convenir: más fácil sería dialogar con los monos.
La
dictadura está derrotada en todos los terrenos: en la escena internacional, en
su ideología, en su legitimidad y por cierto, en las calles. En todos, menos en
uno: en el militar. De ahí que Maduro pretenda llevar a sus oponentes a ese
terreno. Esa es la razón del inusitado despliegue de tropas activado frente a
masas desarmadas. Y mientras sea dueño en ese terreno, no habrá diálogo.
Supongamos,
sin embargo, que la dictadura mantiene algunos de los dispositivos políticos
propios a su pasado reciente. Si así fuera, habría que preguntarse acerca del
segundo punto mencionado: el de la materia negociable. Ahí el problema es aún
más grande. Pues Maduro ha puesto sobre la mesa lo único que no se puede
negociar en un país: la Constitución Nacional.
¿Cómo
se puede negociar entre la Constitución y una Asamblea Comunal fascista
impuesta sin que nadie lo pidiera con el único objetivo de arrebatar a la
ciudadanía el principio del sufragio universal y así evitar una derrota
electoral? ¿Creen lo que usan la palabra diálogo como panacea que se puede
negociar una Constitución? ¿Una mitad de la Constitución a cambio de una mitad
de la Asamblea Constituyente, por ejemplo? Eso es simplemente ridículo.
Las
razones por las cuales hasta ahora no ha habido diálogo en Venezuela son por lo
menos dos: no existe un sujeto dialógico y no hay materia negociable. Es muy
trágico, pero es así.
¿Quiere
decir entonces que en Venezuela debe ser descartada toda posibilidad de
diálogo? De ninguna manera. El hecho de que hasta ahora no ha habido un diálogo
entre la dictadura y la oposición no descarta la posibilidad de que existan
otros diálogos. Con la ayuda de la geometría podríamos hacer una división entre
tres tipos de diálogo: los horizontales, los transversales y los verticales.
Diálogos
horizontales son los que tienen lugar entre los partidos políticos, los
movimientos sociales y las instituciones no políticas. Ese diálogo está
teniendo lugar. Los partidos organizados en la MUD coordinan y planifican de
acuerdo al ritmo de movimientos como el estudiantil, los de género, los
barriales e incluso los indígenas. A la vez mantienen comunicación fluida con
organizaciones no gubernamentales, laborales, empresariales y religiosas. Esa
es la razón por la cual el espectro constitucionalista, en lugar de disminuir
frente a la represión, crece de manera sostenida.
En
segundo lugar, diálogos transversales son aquellos que tienen lugar entre el
frente opositor con sectores o grupos del chavismo constitucional.
Informaciones recibidas indican que esos diálogos han sido hasta ahora
realizados de modo informal, pero bien podrían llevar a una concertación
orgánica de fuerzas constitucionales. Para que eso sea posible se requiere
evitar discusiones ideológicas o temas que pertenecen al pasado. Lo que importa
en este momento es la defensa de ese bien común a toda la nación: la
Constitución de 1999.
Solo
en un tercer lugar están los diálogos directos entre los representantes del
sector constitucional y las cúpulas anti-constitucionales. Estarían muy mal
aconsejadas las direcciones políticas opositoras si accedieran a un diálogo con
esas cúpulas sin haber sido agotadas las posibilidades que ofrecen los dos
canales dialógicos ya nombrados.
Dichas
cúpulas no son propiedad privada de Maduro. A ellas pertenecen también los
estamentos militares. Estos últimos no son solo un instrumento al servicio
exclusivo de un determinado grupo de gobierno. Su tarea, por lo menos teórica,
es defender a la Constitución Nacional. Además, no son solo instrumentos, son
actores. Razón de más para que el constitucionalismo unido explore posibilidades
de interlocución con el estamento militar.
Al
fin y al cabo quienes se enfrentan en las calles son multitudes
constitucionalistas con soldados que defienden a un régimen cuyo objetivo es
destruir a la Constitución de todos, civiles y uniformados. Estos últimos
abrigan probablemente la esperanza de que con mayor represión lograrán
pacificar al país. Pero en dos meses no lo han logrado y con toda seguridad no
lo lograrán.
A
su vez, no pocos dentro de la oposición imaginan que las protestas llevarán a
los soldados, en un momento determinado, a bajar las armas. Lamentablemente,
hechos así ocurren en la historia de un modo muy ocasional. Mucho más expedito
sería implementar mecanismos para que tenga lugar un diálogo directo entre las
representaciones políticas y las dirigencias militares. Estas últimas tienen
intereses profesionales que defender. Y dichos intereses no coinciden siempre
con los del grupo anti-constitucional organizado en la cúpula estatal.
Dicho
en síntesis: en Venezuela hay que rescatar el diálogo. Ese diálogo se encuentra
secuestrado por una dictadura –valga la redundancia- no dialógica. Es
necesario, por lo mismo, buscar otros interlocutores, sean estos horizontales,
transversales o verticales. Bajo determinadas condiciones –así lo indican
algunas experiencias históricas- los militares también pueden llegar a ser
interlocutores dialógicos. Para recurrir a un concepto ya emitido, hay entre el
campo civil y el militar algunas materias negociables. Siempre y cuando, por
supuesto, que entre esas materias no se encuentre la Constitución.
La
Constitución es lo- no- transable.