No
solo es un fenómeno francés. La frase de Valls pudo haber sido pronunciada en
Grecia, hace un par de años, cuando el
Titanic del socialismo griego, el Pasok, implosionó cediendo el paso al Syriza
de Alexis Tsipras. O en España, donde el PSOE ha sido superado según todas las
encuestas por Podemos. O en Austria, donde el SPÖ dejó de ser el gran partido
que una vez fue. O en Holanda, en cuyas decisivas elecciones del 2017 los del
SP hicieron el ridículo. O en Alemania, donde pese a la llegada del
supuestamente carismático Martin Schulz, la SPD no logra levantar cabeza frente
a la pre-candidatura de Merkel.
Casi en toda Europa ocurre lo mismo, con una
sola excepción, la británica, en cuyas recientes elecciones los laboristas
resucitaron como lázaros, aunque nadie sabe muy bien si ocurrió gracias a las
torpezas de Theresa May, o porque los electores comienzan a arrepentirse del
Brexit, o simplemente porque Jeremy Corbyn logró encantar a los jóvenes con un
programa que tiene de todo. De todo menos de socialismo.
¿Cuáles son las razones que explican el
colapso del socialismo democrático? Una buena pista para responder a esa
pregunta es averiguar a donde han ido a parar los votos que ayer fueron
socialistas.
Antes que nada, la demoscopía constata una
fuerte emigración hacia el centro político. No hacia el medio: hacia el centro.
Ha surgido, en efecto, una nueva
centralidad formada por nuevos o por antiguos partidos que han comprendido que
las contradicciones de la sociedad post-moderna ya no caben en el espacio
izquierda- derecha. En Marcha, el partido de Macron, y la antigua CDU
remozada por Merkel, son claros ejemplos de esa nueva centralidad.
Otra parte, sobre todo en Holanda y en
Francia, ha sido cautivada por la retórica de la ultraderecha xenófoba. A esa
esquina han ido a parar incluso antiguos electores obreros, tradicionalmente
identificados con las banderas socialistas.
Una tercera parte intenta revivir al antiguo
socialismo adhiriendo a partidos de extrema izquierda, los que han comenzado a
proliferar por doquier, alcanzando incluso, como ya ocurrió en Grecia, el poder
gubernamental. Son partidos -lo advirtió Alain Touraine- equivalentes a la “sociedad post-industrial”, a diferencia de
los partidos socialistas tradicionales, profundamente anclados en una sociedad
industrial que está definitivamente en extinción.
En otras palabras, los partidos socialistas
se hunden junto al orden social al cual pertenecieron. Pues la hegemonía de la
democracia social surgió a partir de la alianza formada entre organizaciones
obreras y empresarios industriales en el marco de la llamada economía social de
mercado. Y esa alianza, de la cual los partidos socialistas fueron uno de sus
puntales, ya no existe más.
Los nuevos supuestos partidos socialistas al
estilo de Podemos o Francia Insumisa pertenecen, en cambio, a la
sociedad post-industrial. A diferencia de las antiguas socialdemocracias, no
son partidos de trabajadores. Ni siquiera son partidos “de clase”. Sus líderes
son más mediales que sociales. El socialismo de las multitudes anómicas, en
fin, no es continuador ni sustituto de los partidos de la democracia social. Se
trata de “otra cosa”. Esa “cosa” debe ser analizada con cierta detención. Lo
intentaremos en un próximo artículo.