Gran parte de las
opiniones emitidas en Chile sobre la adhesión del Partido Socialista a la
candidatura presidencial de Alejandro Guillier, después de enviar al ostracismo
a su líder histórico Ricardo Lagos,
coinciden en que se ha desatado una crisis que trasciende al PS. Una que abarca
a toda la izquierda chilena y de rebote a toda la coalición de gobierno: Nueva
Mayoría. No obstante, si enfocamos lo sucedido en el PS desde una perspectiva no
puramente chilena, podríamos pensar que lo hecho a Lagos no es más que la
expresión nacional de una crisis del socialismo internacional.
La inmensa mayoría
de los partidos socialistas occidentales se encuentra, si no en crisis
terminal, en un acelerado proceso de extinción. En Europa no hay elecciones en
las cuales no hagan el ridículo. Algunas de sus clientelas se van, incluso a
los partidos neo-fascistas y racistas (no es casualidad que en los lugares
donde más bajan los socialistas más crecen los ultrarradicales de derecha).
Otros, más racionales, emigran hacia posiciones de centro, a ese lugar que por
tradición y doctrina les pertenece. Y no por último hay quienes se pliegan a
líderes y partidos populistas de izquierda como los dirigidos por Pablo Iglesias
en España y Jean Luc Mélenchon en Francia.
Visto así, lo
sucedido en Chile con el relevo de Lagos por Guillier, carece de originalidad.
La diferencia es que en Chile los socialistas se deshicieron de su tradición
socialdemócrata representada en la persona de Lagos, de un modo muy especial.
Digámoslo claramente: “a la chilena”. Simplemente leyeron las encuestas,
tomaron la calculadora, constataron que la candidatura de Lagos no crecía lo
suficiente, y optaron por Guillier, un hombre que no viene del socialismo sino
del vetusto Partido Radical. Dicho y hecho: Lagos para fuera. Guillier para
dentro. ¿Discusiones de principios? ¿enfrentamientos ideológicos? Qué va, nada
de eso.
Desahuciar a un
líder y cambiarlo por otro, suele suceder en política. El caso Gillaume en
Alemania (1975) fue utilizado por las fracciones de la derecha socialdemócrata
para hacer renunciar al gran líder Willy Brandt y levantar la figura
tecnocrática de Helmuth Schmidt. Fracciones del PSOE, se supone de izquierda, bloquearon la carrera política de Felipe
González, para reemplazarlo por el mediocre Rodríguez Zapatero. La diferencia
está en que los socialistas chilenos desbancaron a un líder socialista pero
para plegarse a la conducción de un líder no socialista.
El caso más aproximado
al chileno lo encontramos en Francia, donde (solo) una fracción de los
socialistas, la comandada por Manuel Valls, ha hecho públicas sus inclinaciones
a favor del independiente Emmanuel Macron, como última alternativa para cerrar
el paso al neo-fascismo del Frente Nacional de la Le Pen. Pero ni aún este
ejemplo es comparable con lo que hicieron en Chile a Lagos. Pues a diferencias
de Guillier, Macron mantenía un pie en el socialismo, habiendo sido, además,
ministro del presidente Hollande.
En cualquier caso,
en todos los ejemplos nombrados, el cambio de liderazgo ha sido el resultado de
profundos debates políticos. No ocurrió así con la decisión de los socialistas
chilenos. Ellos cambiaron a un socialista de centro por un independiente de
centro sin desatar ningun debate público, sin ni siquiera justificar el paso
con alguna controversia, hubiera sido programática, estratégica, o simplemente
ideológica. Lo hicieron así no más. Calculadora en mano: “a la chilena”.
“A la chilena”.
Expresión que escuché por primera vez siendo muy niño. Fue en la escuela
primaria, poco antes del 21 de mayo, día de las Glorias Navales celebradas en
recuerdo de la derrota que sufriera el buque chileno Esmeralda frente al buque
peruano Huáscar durante la Guerra del Pacífico, en 1879.
La profe nos ordenó
que dibujáramos un barco y al pasar por mi puesto me dijo: “te está quedando muy
lindo”. Entusiasmado por el elogio, comencé a agregar más y más colores,
marineros muertos, espadas, cuchillos, cañones, y todo lo que podía caber en mi
imaginación. Cuando terminé mi dibujo, la profe me dijo muy desilusionada: “Tan
bien que habías comenzado y lo terminaste a la chilena”. Después, durante mi
juventud volví a escuchar otras veces
la misma expresión. Era dicha cada vez que alguien hacía algo a la rápida,
de modo improvisado, sin seriedad: “a lo que salga”, “al puro lote”, “a la
chunga”, “al tuntun”.
Con el paso del
tiempo olvidé la poco patriótica frase. No obstante, hace algunos días, cuando
un amigo socialista chileno me llamó por teléfono para inquerir mi opinión
sobre el desbancamiento de Lagos, desde algún lugar oscuro de mi inconsciente
salió una voz que dijo: “el problema es que lo hicieron a la chilena”.
Nada en contra de
Alejandro Guillier quien parece ser una persona seria y un político hábil.
Puede ser incluso que en torno a su nombre los socialistas hayan dado un paso
histórico en dirección a la realidad, al abandonar de golpe y porrazo dos
tradiciones: la del socialismo como teoría política revolucionaria y la del
socialismo post-dictatorial chileno.
Por lo demás, y en
honor a la verdad, hay que decir que los socialistas chilenos nunca han sido
demasiado fieles a la tradición. Quizás por eso es el más chileno de todos los
partidos. Su única tradición ha sido romper con su tradición. Fundado el año
1933 como producto de una asociación que reunía a militares germanófilos y
ultranacionalistas, a miembros de la masonería (entre ellos el joven Salvador
Allende) a algunos ex-comunistas y por cierto, a fracciones trotzquistas, casi
nunca ha podido elaborar una línea de acción política claramente definida.
Pese a ser
exactamente todo lo contrario a un partido leninista, el PS, muy “a la
chilena”, se definió en su primera declaración de principios como un partido
marxista leninista. Desde ese momento la historia del PS ha sido la historia de
sus divisiones las que terminaban siempre una semana antes de las elecciones,
cuando todos se unían en aras del poder.
Desde antes de la
llegada de Allende al gobierno, el indisciplinado PS fue penetrado con suma
intensidad por el castrismo cubano hasta el punto de que no son pocos los que
afirman que el principal responsable de la tragedia chilena fue el
ultraizquierdismo castrista practicado por su secretario general, Carlos
Altamirano.
Vistas así las
cosas, fue solo recién después del golpe´de 1973 cuando al interior del
socialismo chileno comenzó a imponerse una línea socialdemócrata cuyo principal
exponente fue Ricardo Lagos. Con la caída de Lagos (en el hecho, un golpe de
partido) puede ser que lo que está comenzando en Chile sea el principio del fin
de la historia del PS: su ocaso.
Pues la salida de
Lagos no solo es simbólica. Lo más probable es que después del triunfo de la
derecha económica (en Chile la derecha siempre ha sido económica) comandada por Piñera, el PS continuará
disgregándose en múltiples fracciones. Hacia la izquierda ya se ha formado el Frente Amplio, que no es ni frente
ni es amplio. Se trata más bien de una multitud abigarrada de grupúsculos,
dícense todos de izquierda, cada uno de ellos comandado por un pequeño
caudillo, unidos todos en la la nostalgia por un pasado que pocos vivieron y en
función de un futuro que nadie sabe como será. En fin, de un conglomerado en
donde caben indignados, ecologistas, feministas, viudas castristas o chavistas,
y amantes de ideologías jurásicas cuyos harapos son levantados como banderas de
redención. Hoy comienzan a agruparse detrás de la candidatura de la periodista
Beatriz Sánchez y, según las últimas encuestas, representan algo así como el 6%
del electorado. Después del desbancamiento de Lagos pueden incluso subir un par
de puntos. Poco para aspirar a una victoria pero suficiente como para enterrar
al PS y de paso a toda la Nueva Mayoría.
Dirigentes como
Giorgio Jackson y Gabriel Boric han comparado al Frente Amplio con el Podemos
de España. Comparación probablemente
errónea, salvo en un punto. La misión histórica asumida por Podemos es la de
destruir al PSOE. La del Frente Amplio podría ser la de destruir al PS obligando a la Democracia Cristiana a re-posicionarse en la
centro derecha, dejando abandonado al PPD (Partido por la Democracia) a su pura suerte. Decimos “podría”. El PS ha probado ser lo suficientemente
fuerte como para destruirse a sí mismo sin la ayuda de nadie.
Obituario, réquiem
o simple despedida: Ricardo Lagos, líder histórico de la izquierda chilena,
llevó a cabo la difícil tarea de construir una centralidad política que hiciera
posible la transición de la dictadura a la democracia. Detrás de él ha quedado
un vacío. Pero no solo un vacío personal.
Se trata de un
enorme vacío político. Si Chile no quiere volver a hundirse, acosado por dos
extremos, el de las ambiciones de una derecha económica no política y el de la
frivolidad de una izquierda populista y seudorevolucionaria, va a ser necesario
que aparezcan muchas personas como Ricardo Lagos. Si no en el PS, por lo menos en el PPD, o en cualquiera otra parte.
La política chilena
después de Lagos se encuentra, en su conjunto, muy deteriorada. Solo cabe
esperar que su reconstrucción no sea hecha “a la chilena”.