La palabra impasse
–conflicto no resuelto entre dos instancias- ha marcado otro punto de inflexión
en la extensa cronología de la resistencia democrática venezolana.
Impasse en la
neolengua maduriana designa el intento de Maduro y la mafia que lo rodea para
terminar definitivamente con las formas que condicionan la división de poderes,
suprimiendo la potestad parlamentaria, el debate público, la generación
democrática de las leyes, y las diferencias entre gobierno y estado. En breve,
dictadura, en su más genuina y brutal expresión. Dictadura de una amplia
minoría representada en seis o siete turbios personajes que controlan todo el
aparato del estado.
La historia
reciente es conocida. Ha llevado al régimen de Maduro a un aislamiento interno
y externo, a uno ni siquiera sufrido por dictaduras como las de Fidel Castro en
Cuba o Pinochet en Chile. Ambos dictadores gozaron, como es sabido, de un
considerable apoyo social a nivel interno y nunca estuvieron tan aislados del
contexto internacional como hoy lo está Maduro. Cuando el año 1962 la OEA expulsó a Cuba, las figuras legendarias de Castro y Che Guevara entusiasmaban a
cientos de movimientos y partidos de América Latina. Pinochet, por su lado, era parte de un contexto regional formado por diversas dictaduras militares.
Las convocatorias
de abril en la OEA mostraron una repulsa casi general al régimen venezolano.
Los socialismos democráticos de Chile y Uruguay se han sacado al fin la venda
de los ojos. Solo dos gobiernos formados al amparo del clientelismo tejido por
Chávez, apoyan abiertamente a Maduro. El de Morales, quien ha perdido su otrora popularidad
y la dictadura de Ortega en Nicaragua, tan parecida a la de Venezuela. Raúl
Castro, desde su dictadura hotelera, fuera de la OEA, apenas abre la boca.
Hasta el correismo ecuatoriano no quiere ser identificado con figuras de tan siniestra catadura como son las de Cabello,
Rodríguez y El Aissami.
La Europa Unida
(UE) seguirá el ejemplo que la OEA dio y se apresta a denunciar al régimen de
Maduro. Junto al coreano Kim Jong y al asesino de Siria, El Asad, Maduro está
a punto de convertirse en el gobierno más repudiado del planeta. Pobre historia
para quien intentó venderse como el hijo de Chávez. China, por cierto,
exprimirá las últimas gotas financieras de un país famélico y Rusia intentará
utilizar a Maduro en su geopolítica; aunque hasta eso es dudoso. Putin no
apuesta a perdedor. Si Trump garantiza
a Putin el control de parte de Ucrania –y todo indica
que así será- Maduro puede comenzar a despedirse de Putin.
El golpe del 30-M no
fue, sin embargo, un hecho aislado. Fue, por el contrario, un eslabón de una
larga cadena golpista. Podemos discutir en ese sentido si el golpe comenzó con el
robo del revocatorio y de las elecciones regionales del 2016 o desde el mismo
6-D, cuando el régimen creó una valla de contención llamada TSJ, dependiente en
términos absolutos del ejecutivo. Pero esa discusión no es muy relevante en estos momentos.
Lo relevante es que
Venezuela experimenta la existencia de un proceso golpista que precede y a la
vez sigue al día en que Maduro ordenó al TSJ suprimir a la AN. Como apuntó el escritor
Alberto Barrera Tyszka, en Venezuela se vive una situación de golpe permanente.
Esa es a la vez la razón por la cual retomar el orden constitucional –uno de
los principales objetivos de la oposición- significa cuestionar la propia
esencia del régimen. Pues, un gobierno de Maduro sin presos políticos, con un
parlamento actuando en sus legítimas funciones y, sobre todo, con elecciones periódicas, ya no sería el gobierno de Maduro, con o sin
Maduro.
Ha sido justamente el carácter constitucional de la lucha el hecho que ha determinado el enorme apoyo internacional que hoy posee la oposición venezolana. A su vez, ese apoyo internacional ha logrado impulsar el repunte de la oposición en defensa de su Asamblea. Y por si fuera poco, el choque de Maduro con la constitución chavista -asumida hoy como propia por la mayoría de la nación- ha permitido el aparecimiento de grietas al interior del bloque de dominación. La actitud constitucional de la fiscal Ortega Díaz ha sido la primera trizadura pública del régimen. Seguramente no será la última.
Ha sido justamente el carácter constitucional de la lucha el hecho que ha determinado el enorme apoyo internacional que hoy posee la oposición venezolana. A su vez, ese apoyo internacional ha logrado impulsar el repunte de la oposición en defensa de su Asamblea. Y por si fuera poco, el choque de Maduro con la constitución chavista -asumida hoy como propia por la mayoría de la nación- ha permitido el aparecimiento de grietas al interior del bloque de dominación. La actitud constitucional de la fiscal Ortega Díaz ha sido la primera trizadura pública del régimen. Seguramente no será la última.
Un Maduro encerrado
dentro de un orden constitucional sería un Maduro derrotado. Tan derrotado como
Pinochet después del plebiscito, como Galtieri después de la guerra de las
Malvinas. Tan derrotado como los comunistas polacos después de la visita del
Papa o como los comunistas alemanes del Este, cuando seguían en el poder y el
muro estaba en los suelos.
El retorno del
orden constitucional supone –así lo han subrayado los principales líderes de la
oposición- el cumplimiento de tres puntos: Primero: la liberación de todos los
presos políticos. Segundo: el restablecimiento de la soberanía de la AN y el
retorno del TSJ a sus funciones constitucionales. Tercero: la fijación
inmediata de fechas para las elecciones regionales: las robadas por el
gobierno en el 2016 y las que corresponde realizar el 2017.
Sobre los dos
primeros puntos existe pleno acuerdo al interior de la oposición. Sobre el tercero
se observa una diferencia que será conveniente esclarecer lo más pronto
posible.
Cuando son exigidas
elecciones, hay sectores de la oposición que opinan, elecciones regionales. Otros, sin embargo, han dicho abiertamente: elecciones generales. Los
segundos parecen ostentar una posición más radical que los primeros pues las
elecciones generales significarían la destitución inmediata de Maduro. Que esto
no es así, será probado a continuación.
Dejando de lado el
hecho de que las elecciones generales no están pautadas en la Constitución y
optar por ellas significaría enredarse en engorrosos trámites jurídicos donde
se tienen todas las de perder, hay otro punto que no siempre ha sido
considerado por los dirigentes de la oposición. Ese punto es el
siguiente: el de Maduro no es solo un gobierno sino parte de un régimen.
La diferencia entre
gobierno y régimen dista, por lo menos en este caso, de ser un asunto
académico. Significa, dicho directamente, que el fin de un gobierno no lleva
al fin de un régimen. O dicho en otras palabras: el régimen podría
continuar bajo otro gobierno así como Raúl continuó después de Fidel y Maduro
después de Chávez.
Hay que tener en
cuenta que el régimen que representa gubernamentalmente Maduro, a diferencia
del que representaba Chávez, no está fundado en la hegemonía de un líder carismático.
Chávez unía en su persona la dimensión del gobierno y la dimensión
del régimen. Maduro en cambio representa solo la función de gobierno en un
régimen colegiado, una suerte de junta cívico militar en donde sobresalen
nombres como el de Cabello, El Aisami, Jaua, Rodríguez y sobre todo, el del
general Padrino López.
Ahora bien,
supongamos que Maduro debe abandonar el cargo, ya sea por destitución, presión militar e incluso elecciones generales. En todos esos casos el régimen puede seguir
manteniéndose conservando toda su estructura hacia el interior del país. No ocurriría así si tuvieran lugar elecciones
regionales.
Las elecciones
regionales, para gobernadores y alcaldes, tendrían la particularidad de
desarticular al régimen desde dentro, en sus ramificaciones locales y en los
rincones más abandonados del país. ¿Qué sería de ese régimen sin esos poderes
locales? Un cascarón vacío que al estar vacío nadie, ni siquiera el ejército,
podría pisar su superficie. O dicho en síntesis: las elecciones
generales pueden terminar con un gobierno pero no con el régimen. Las
elecciones regionales, en cambio, pueden derrotar al régimen y con ello al
propio gobierno. En ese sentido las elecciones regionales son, visto objetivamente,
más radicales que las elecciones generales.
Lo más probable es
que el régimen –el régimen y no el gobierno- tema mucho más a las elecciones
regionales que a las generales, a las cuales incluso podría anticiparse con una simple sustitución de Maduro. Vistas así
las cosas, no hay nada en estos momentos que convenga más a la oposición que
seguir la ruta dictada por la Constitución. De acuerdo a esa ruta, las próximas elecciones deberán ser las regionales, con Maduro o sin Maduro. Ahí radica la esencia de la restitución del orden constitucional. No hay nada más subversivo que luchar por y con la Constitución frente un régimen anti-constitucional.
Entre el 6-D y los
acontecimientos que comienzan a tener lugar desde abril del 2017 hay una línea de continuidad constitucional. El desconocimiento golpista de la AN llevó a
las luchas por el RR16. Durante el 2016, gracias y en torno al constitucional RR, logró
formarse el movimiento político más amplio de toda la historia de la oposición
en contra del chavismo. Habiendo sido robado el revocatorio por el régimen, el
régimen se sintió acorralado y jugó a la opción del diálogo, engañando al
propio Vaticano.
El error de la
oposición al haber caído en la trampa del diálogo interrumpió durante un tiempo
las movilizaciones populares. Fue así como el régimen intentó aprovechar el
reflujo para asestar un golpe definitivo a la oposición. El CNE,
obedeciendo como siempre al gobierno, exigió la revalidación de los partidos
con el objetivo de generar divisiones insalvables en el seno opositor. Pero el
tiro les salió por la culata. Pudo más el instinto de supervivencia de los
partidos de la MUD los que lograron revalidarse de una forma entusiasta y
masiva. Desde ese momento el régimen entendió que sus argucias para impedir las
elecciones regionales ya estaban agotadas.
El golpe
antiparlamentario del 30-M debe ser entendido entonces de acuerdo al siguiente propósito:
declarar abiertamente una dictadura anti-electoral. El
golpe al parlamento fue también –y podríamos decir en primera línea- en contra
de las elecciones regionales que se avecinaban después de la revalidación. Esa
es la razón por la cual hoy, imponer elecciones regionales significaría iniciar
la derrota final del régimen. Del régimen, repetimos, y no de un simple gobierno. La
suerte está echada.