El Pireo no fue el primer puerto de Atenas. Antes, los atenienses se servían de una playa arenosa que queda justo al lado, donde hoy está la estación final del monorriel frente al estadio del Olympiacos, y hay un parque y un puerto deportivo y unas instalaciones que sirvieron para las Olimpíadas del 2004, hoy un poco abandonadas por cierto: la ensenada de Falero, a donde cuenta Diógenes Laercio que su tocayo Diógenes el Perro le gustaba ir a tomar el sol desnudo. Fue solo cuando comenzó el auge económico y militar de la ciudad, que los atenienses se dieron cuenta de que necesitaban un puerto más seguro para su flota. Entonces pensaron en el promontorio rocoso que se alza a un costado de la playa y da abrigo a dos profundas bahías, lo que hoy es Microlimano y el puerto propiamente. Allí sus doscientos trirremes estarían fondeados a resguardo.
Plutarco, en su Vida de Temístocles, cuenta que fue éste quien inició la fortificación del puerto durante su primer gobierno. Su idea era convertir a Atenas en una gran potencia marítima. Para ello, promovió la construcción de instalaciones navales, así como de una poderosa flota. En el lugar, además, se construyó una ciudad, cuya planificación fue encargada, ya en época de Pericles, al arquitecto Hipodamo de Mileto, nos recuerda Aristóteles en su Política. El Pireo fue la primera ciudad planificada de su tiempo, con calles de 8 y 5 mts. de ancho y una planta rectangular. Después se convirtió en un gran puerto comercial y cosmopolita de más de 5.000 habitantes que atraía visitantes de todo el Mediterráneo.
Pero la fortificación de El Pireo no completaba la infraestructura militar ateniense. Faltaban todavía unas murallas que protegieran el camino entre la ciudad y su puerto, garantizando la conexión. En efecto, los llamados Muros Largos comenzaron a construirse hacia el año 461 a.C. Tucídides, en su Historia de la Guerra del Peloponeso, nos cuenta cómo los espartanos, alarmados por el creciente poderío ateniense, enviaron embajadores a fin de disuadir a Temístocles de que construyera los muros. Decían que una Atenas amurallada sería un peligro en caso de que cayera de nuevo en manos de los persas. Los atenienses hicieron caso omiso de las advertencias. Entonces los espartanos, en una medida desesperada, los atacaron en el año 457, e incluso los vencieron en la batalla de Tanagra, aunque demasiado tarde. Atenas no solo terminó los Muros Largos, sino que inició la construcción de dos murallas más.
Según Tucídides, para la fecha de la culminación de los trabajos, todo el sistema de murallas que protegían Atenas y su puerto medía 148 estadios, más de 10 kms. de largo. Cuenta también que entre ellas podían pasar dos carros en sentido contrario sin tocarse, y Plutarco dice que medían unos 20 mts. de alto. La estrategia era clara: mientras controlaran el mar, a los atenienses nunca les faltarían los suministros. Los muros habían convertido a la ciudad en una especie de isla inexpugnable en medio de tierra firme.
Pero nada es infalible, y la estrategia ateniense, aun cuando fue ideada por uno de los tácticos más brillantes de la antigüedad, falló. En el año 432 estalla la Guerra del Peloponeso y Pericles se pone al frente de Atenas. Los espartanos se concentran en el ataque terrestre, arrasando los cultivos atenienses como provocación. Los atenienses en cambio se protegen tras las murallas, dedicándose a cortar las comunicaciones marítimas de los espartanos con su poderosa flota y a saquear sus ciudades portuarias. Al principio la estrategia funciona, pero al demorarse la guerra los cultivos desaparecen bajo el asedio y las arcas de la ciudad menguan debido a la importación de alimentos y los costos de las expediciones marítimas.
Una desgracia más, que con la ciencia de entonces era imposible de prever, se abatirá fatalmente sobre los atenienses. Entre 430 y 429 a.C. una terrible peste asola Atenas. En el libro II de su Historia, Tucídides describe los sufrimientos y terribles tormentos que padecía todo aquél que se contagiaba: cefaleas, fiebres, vómitos, úlceras y diarreas, hasta que moría en medio de intensos dolores debido a las perforaciones intestinales y la infección por choque séptico. Pericles mismo, que sucumbió a la peste, debió morir de esta manera. Tucídides también la sufrió, pero vivió para contarlo. Hoy sabemos que el hacinamiento y la consecuente falta de higiene crearon las condiciones para la propagación de una epidemia de fiebre tifoidea que debió de entrar por El Pireo, contaminando la comida y las fuentes de agua de la ciudad. Los atenienses, literalmente, se pudrieron atrapados entre sus murallas.
El final de esta historia es conocido. Los espartanos comprendieron que jamás tomarían Atenas por vía terrestre y la derrotaron en la batalla naval de Egospótamos años después. Las murallas, que en un principio habían sido orgullo y salvación de la ciudad, terminaron por ser su desgracia.
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