Desde que hay
modernidad dos principios compiten entre sí. Son los principios de la
gobernabilidad. Uno, el de la gobernabilidad republicana. Otro, el de la
gobernabilidad democrática. ¿Cuál es la diferencia? En una sola frase: toda
democracia es una república pero no toda república es una democracia.
Para que exista
república se requiere de un derecho público, de un derecho privado y de una
Constitución. Para que exista democracia se requiere, además, de una división
entre los tres poderes y del ejercicio de la soberanía popular a través del
voto.
La república sin
democracia proviene del régimen absolutista monárquico y en ella son concedidas
al gobernante facultades propias al monarca medieval. La república democrática
proviene en cambio de la monarquía parlamentaria. Su antecedente más lejano
reside en la Carta Magna inglesa de 1212 mediante la cual el monarca fue
relativamente subordinado al Parlamento.
En la teoría
política ambos principios siguen dos líneas teóricas. La primera, la puramente
republicana, comienza con Hobbes, Maquiavelo, Kant (sí: Kant era republicano y
no demócrata) y continúa con Gramsci y Carl Schmitt.
Sorprenderá al
lector que mencione a Gramsci junto a Schmitt. La sorpresa desaparece si se
tiene en cuenta que Gramsci se consideraba a sí mismo un continuador de
Maquiavelo, con la diferencia de que para él, el Príncipe no es un individuo
sino un ente colectivo: un Partido. Gramsci no era tan democrático como imaginan
sus seguidores. Era leninista y su teoría de la gobernabilidad ya estaba inscrita en el ¿"Qué hacer”? de Lenin.
Schmitt, más
hobbesiano que Hobbes y más maquiavélico que Maquiavelo, restableció el
principio del conductor (Führerpinzip) heredero de la monarquía absoluta.
Los modelos de Schmitt eran Lenin, Hitler y Franco.
La otra línea, la
democrática, proveniente de Inglaterra, continuó a través de Rousseau (en parte), Montesquieu, Locke, Tocqueville
(quien puso en forma teórica a Jefferson) hasta llegar a Popper, Arendt, Ralws
(entre otros). De acuerdo a esa línea la democracia como gobierno del pueblo al
no poder ser ejercida directamente lo hace a través de su órgano de
representación: el parlamento.
La democracia
moderna, dicho en breve, no puede prescindir de la potestad parlamentaria. Eso
no significa que la única forma democrática es la democracia parlamentaria. Un
régimen presidencialista es tan democrático como uno parlamentario cuando no
prescinde de la división de los poderes. En EE UU por ejemplo, el principio de
la república se hace presente en un muy fuerte
presidencialismo pero a la vez la democracia es mantenida mediante el
resguardo constitucional del parlamento y de la justicia. La presidencia es
allí una institución poderosa pero a la vez limitada. El lugar del Rey no es el
del Presidente sino el de la constitución.
La república no
democrática prescinde en cambio del parlamento y coloca al líder por sobre la
constitución y las leyes. El líder, de acuerdo a Carl Schmitt, se relaciona de
modo directo (plebiscitario) con el pueblo. Esa es la razón por la cual la
mayoría de los gobernantes no democráticos han sido populistas. El líder sin
parlamento gobierna por medio de decretos.
La decretización
de la política es
característica fundamental de la república no democrática. Mediante decretos
gobernaron Hitler, Stalin, Castro y Chávez; y hoy lo hacen Putin, Erdogan,
Maduro, y ultimamente -es novedad del siglo XXl- Donald Trump.
La imagen de Donald
Trump cada vez que muestra por televisión un decreto con su ampulosa firma, nos
informa que el principio de la república no democrática ha asomado en donde
menos se esperaba: en los EE UU: patria del constitucionalismo. Pero esa es
también la diferencia entre Trump y otros gobernantes decretistas. Trump
decreta en una nación en la cual el principio de la república democrática tiene
profundas raíces históricas. Por eso ya Trump ha chocado estrepitosamente con
el poder judicial y probablemente lo seguirá haciendo.
La historia del
mandato de Trump –ya se ve- estará marcada por una lucha constante entre los
tres poderes del Estado. Si el principio del conductor logra imponerse
por sobre el de la república democrática, nadie lo sabe todavía. Sería una gran
desgracia si así ocurriera. Trump terminaría imponiéndose, además, sobre
Jefferson.