Casi no hay un día
en el que en algún periódico no aparezca un artículo acerca de los “posibles
escenarios”. Suelen despertar interés cuando se trata de materias políticas. A
través de esos posibles escenarios, al lector le son ofrecidas, como en un
bazar, distintas visiones de futuro. Él no tiene más que escoger.
Lo que el lector no
sabe es que el autor del artículo ha hecho lo mismo. Ha elaborado posibilidades
de futuro de acuerdo no solo a su lógica, sino a sus deseos (deseo y futuro son
inseparables).
La experiencia
indica que por lo general ninguno de los posibles escenarios se cumple. Siempre
aparece “el otro factor”. La realidad es interferida por lo inesperado y el
nuevo escenario no guarda relación con los previamente pensados.
Después de leer
diversos “posibles escenarios” no queda más alternativa que decir: la historia
no es lógica, es impredecible e imprevisible. No se deja regir por ningún otro
principio que no sea el de la contingencia. Pero aquí hay que tener cuidado.
Cuando decimos la
historia no es lógica, estamos diciendo que no se ajusta a nuestra lógica sino
a otra lógica que no es la nuestra. No, no estoy hablando de la lógica del Dios
de los teólogos, ni tampoco de una lógica de la Historia (con mayúscula) de los
darwinistas, hegelianos y marxistas.
Hablo simplemente de acontecimientos que generan otros acontecimientos y
así sucesivamente, hasta que llega el momento en el cual los historiadores
encadenarán un conjunto de hechos (proceso) solo posible de ser entendido
después que los hechos han sucedido.
O en otras
palabras: la historia no es ilógica. No tiene una lógica pero sí tiene muchas
lógicas. Esas lógicas habitan en el pasado y por lo mismo no son transferibles
hacia el futuro. Y es “lógico” que así sea. La historia está formada por
procesos autopoiéticos.
Autopoiesis.
Concepto extrapolado del idioma griego por los científicos chilenos Humberto
Maturana y Francisco Varela con el objetivo de ser aplicado a los sistemas de
autorreproducción biológica. La autopoiesis se basa en el principio de
automantención, principio que lleva a generar mecanismos múltiples de
sobrevivencia al interior de los organismos vivos.
“Lo que vive quiere
vivir” y por lo mismo tiende a la expansión -pensamos de acuerdo a la filosofía
de Schelling-. En ese sentido, el concepto de autopoiesis, si bien no niega,
reduce al mínimo el principio de determinación extrasistémica. No se trata por
cierto de afirmar que los organismos vivos no están regidos por leyes. Pero –
este es el punto central del pensamiento autopoiético- esas leyes son
producidas por los propios organismos en el proceso de su permanente
reproducción. Así ocurre al menos en el
ámbito de la reproducción de los organismos vivos.
El sociólogo alemán
Niklas Luhmann, teórico sistémico por excelencia, intentó trasplantar las
nociones autopoiéticas de Maturana y Varela hacia el espacio de la
(auto)reproducción de los fenómenos sociales. De más está decir que un alud de
críticas le cayó encima. No obstante, pese a la rigidez argumentativa de
Luhmann, hay en sus textos una tesis digna de ser rescatada: los procesos
históricos tambien generan su propia historia. Esa historia, al intervenir una
multiplicidad de sujetos, es imprevisible y por lo mismo no puede ser proyectada
hacia escenarios despoblados de sujetos.
Esa es la razón por
la cual los llamados “posibles escenarios” nunca pueden darse como imaginan sus
autores. Son el resultado de materiales extraídos del pasado proyectados hacia
un supuesto futuro. Un pasado transferido hacia el umbral de lo desconocido,
hacia el espacio de lo inexistente. Pues el futuro, si no hablamos en términos
teológicos y/o teleológicos, no existe.
Es cierto, el
pasado tampoco existe, pues ya pasó. Pero sí existió. Y el presente no es más
que ese punto en el que chocan lo que ha sucedido con lo que deberá suceder. O
ese hueco abierto entre dos infinitos, como decía, con tanto estilo, Hannah
Arendt. Ese hueco, extendido en tiempo gerundio, vale decir, en un presente
contínuo, es el tiempo en donde estamos siendo.
¿Hacia dónde
apunto? A la formulación de otra tesis: la historia se construye de modo
autopoiético, esto es, en espacios en donde actúan innumerables sujetos
pensantes y actuantes a la vez.
El nombre de la
autopoiesis en la historia es muy conocido: se llama política. En consecuencia,
los políticos, tanto los de profesión como los de opinión (me incluyo) serán
juzgados no solo por lo que han hecho o no hecho sino por las consecuencias de
lo que han hecho o no han hecho en sus polis. Con malas o con buenas
intenciones; no viene al caso.
La política – y con
esto termino este breve texto- es el procedimiento mediante el cual la historia
se construye a sí misma, a través de actores arrastrados por ese tiempo que
viniendo del pasado, avanza hacia un lugar que nadie conoce. Así por lo menos
lo vió Walter Benjamin en el siempre alucinante Ángel de la Historia de Paul
Klee.