Un fantasma recorre
a Europa. Es el fantasma del plebiscito.
Alentados por el
triunfo del Brexit, diversas fuerzas políticas ven la posibilidad de resolver
cruciales problemas de sus países mediante la llamada democracia directa o
plebiscitaria. Así Marine Le Pen entendió al Brexit como una confirmación a la
política xenófoba de su Frente Nacional. Y no sin razón. La motivación
principal del Brexit, más que la salida de Europa, fue la limitación drástica
del número de refugiados. Sin el auge del tema migratorio, el RU sería siendo
uno de los ejes de la política europea.
El procedimiento
plebiscitario aparece en la Europa de hoy como uno de los mecanismos destinados
a desintegrar la unidad continental y regresar a la época de estados nacionales
con políticas antagónicas entre sí. El ultranacionalista Viktor Orban ha
llegado al punto de desafiar a la UE con un referendo destinado a desconocer la
cuota de refugiados que corresponden a Hungría.
En cierta medida el
Brexit fue un triunfo no buscado por Putin, un triunfo que de rebote favorece
hoy a la Turquía de Erdogan en su propósito de convertirse en la principal
fuerza hegemónica del mundo islámico en contra de una Europa desintegrada y
“decadente”.
Sin embargo, los orígenes
de la reciente ola plebiscitaria (y antiparlamentaria) ultraderechista que
asola a Europa hay que adjudicarlo al populista de izquierda Alexis Tsipras
quien hace algo más de un año dio el ejemplo poniendo a disposición de los
electores griegos el complejo tema del rescate que la UE ofrecía a su gobierno.
Después de Sipras,
los plebiscitos y/ o referendos han llegado a ser una herramienta de los
gobernantes y movimientos populistas más reaccionarios de Europa. Bajo el
pretexto de imitar a Suiza, apuntan a la desintegración política del continente
mediante la instauración de formaciones políticas que actúen con prescindencia
de la vía parlamentaria tal como lo imaginara Carl Schmitt en su libro Die
geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus (Los fundamentos
histórico-espirituales del parlamentarismo de hoy). El texto de Schmitt
continúa siendo una biblia del antiparlamentarismo ultranacionalista de nuestro
tiempo.
No obstante, el
plebiscito no es de por sí un mecanismo anti-parlamentario. Puede ser incluso
lo contrario. En el hecho, en América Latina lo es. O mejor dicho, ha llegado a
serlo.
En América Latina
la vía plebiscitaria ha sido transitada por sectores democráticos precisamente
para restablecer lo que en Europa intenta ser demolido: la democracia
parlamentaria.
En Uruguay
(noviembre de 1980) el pueblo se pronunció plebiscitariamente en contra de la
dictadura cívica-militar, por la rehabilitación de la Constitución de 1967 y
por la instauración de la democracia parlamentaria. En 1988 el Chile del NO
determinó plebiscitariamente la salida del dictador Augusto Pinochet
posibilitando el retorno de la democracia parlamentaria. En Venezuela, el año
2007, el chavismo obtuvo su primera derrota cuando la ciudadanía se pronunció
en contra de una reforma constitucional destinada a institucionalizar el poder
autocrático. Desde entonces la constitución chavista pasó a ser la constitución
de la oposición. En enero de 2016, el pueblo boliviano mediante un plebiscito
cerró el paso a la reelección indefinida de Evo Morales El mismo año 2016 el
pueblo democrático venezolano se ha levantado a favor de un plebiscito
revocatorio cuyo objetivo es poner fin al régimen militar de Nicolás Maduro.
En suma: el
plebiscito es un arma de doble filo. Puede ser usado para restringir pero
también para restaurar a una democracia parlamentaria. Como toda arma depende
de quién, para qué y – sobre todo- en contra de qué y de quién se usa.
Quien lo iba a
pensar. En estos momentos América Latina –por lo menos en materias plebiscitarias-
está dando lecciones de democracia a Europa.