Fernando Mires - NOTAS SOBRE UN CAPÍTULO DE MI VIDA


07.08.2016
Hace unos días (Agosto 2016) el profesor de Historia de la Universidad de Concepción en Chile, señor Danny G. Monsálvez, quien se encuentra escribiendo una historia de la izquierda de Concepción durante el periodo de la Unidad Popular, me solicitó una entrevista por Skype para que yo, como un ex-dirigente del MIR de esa ciudad, diera testimonio de mis experiencias. Accedí con mucho gusto. 
Durante el curso de la entrevista comencé a rememorar hechos que creía tener sepultados en mi memoria. Quiero decir: esa entrevista tuvo para mí un efecto, digámoslo así, psicoanalítico. La verdad, no había olvidado nada. Ese pasado continúa “vivo” en mí. Más todavía, ese pasado ha guiado muchas veces mi presente sin que yo lo hubiera percibido (en un sentido “sobredeterminante”, diría Freud). Pensé entonces que debía escribir sobre lo hablado con el señor Monsálvez. Pero como suele suceder con tantos propósitos, este también corría el peligro de ser postergado hacia el infinito.
Sin embargo, tres días después de la entrevista con el Profesor Monsálvez recibí un correo de Camilo.

Camilo es un sobrino-nieto, tiene 16 años y en el colegio, en sus clases de historia, están trabajando el tema de Chile durante la Unidad Popular. El asumió la parte del MIR y naturalmente se dirigió a su tío-abuelo para que le diera algunas imformaciones sobre el tema. Hizo hincapié en que, además, le interesaban mis opiniones personales y el relato de mis vivencias.
Ahí me dí cuenta de que ya no tenia más excusas ni escapatorias. Así fue como comencé a escribir unas notas. De pronto observé que estaba escribiendo sin parar, casi de modo febril. El pasado estaba renaciendo y mientras lo escribía yo lo estaba re-viviendo.
Por cierto, las notas que siguen a continuación se encuentran algo desordenadas. Quizás la memoria me ha traicionado en una que otra fecha o nombre. Son, si se quiere, un simple bosquejo para lo que yo, sin saberlo, quería escribir alguna vez: un libro sobre ese momento trágico de la historia de mi país.
He decidido dar a conocer públicamente estas notas que envié a Camilo. Creo que en sus líneas hay situaciones y hechos sobre los cuales no ha escrito nadie. Y como no sé si lograré terminar el libro que tengo en mente (ni siquiera sé si definitivamente lo escribiré) estas apresuradas notas podrían ser al menos de alguna utilidad para quienes quieran profundizar sobre esos momentos que, yo al menos, no he sido capaz de olvidar.
“Nunca es demasiado tarde” es un dicho muy convencional. A pesar de eso, no deja, por lo menos en este caso, de ser verdadero.


Los orígenes remotos del MIR hay que buscarlos en el año 1965 en Santiago donde, a su acto fundacional acudieron algunos fragmentos de los partidos de la izquierda chilena, desde ex -comunistas a trotskistas, pasando por algunos “socialistas populares” de Raúl Ampuero, románticos sindicalistas de la legendaria CUT de don Clotario Blest, un par de anarquistas y algunos estudiantes muy jóvenes que venían de Concepción.
Pero la cuna verdadera del MIR hay que encontrarla en la Universidad de Concepción. Fue producto de la alianza entre líderes estudiantiles, particularmente de la Escuela de Medicina (Luciano Cruz, Miguel Enríquez, Bautista Van Schauen) con intelectuales trotskistas entre los que cabe mencionar a los historiadores Luis Vitale, Marcelo Segall, al abogado Pedro Enríquez y al profesor de historia Washington Figueroa.
Yo en ese tiempo, joven comunista, estudiaba en Checoslovaquia, haciendo mi diploma  de post-grado. Cuando regresé, a fines de 1967, no tenía idea de la existencia del MIR. Pero yo ya estaba en vías de ruptura con el PC. La ruptura cristalizó después de la invasión soviética a Praga. Mi profesor guía en Checoslovaquia, el gran historiador Joseph Polizenzki, con el que contraje una pronta y buena amistad, estaba preso. Poco después exiliado, murió en los EEUU.
El Siglo, diario de los comunistas, escribía acerca de la gesta liberadora de la URSS en Checoslovaquia. Para mí, un ladrillo demasiado grueso de tragar. Dejé de asistir a las reuniones del PC. Fue mi modo de protestar. Comencé a colaborar con la Revista Punto Final, órgano político del naciente MIR. En ese mismo tiempo fui invitado por la federación de estudiantes para realizar trabajos de educación política en Puerto Montt y después en Temuco. Asumí enseguida la organización de los cursos de educación política del MIR en Tomé, Penco y Lirquén. Hacia 1969 yo ya era mirista. Ese mismo año pasé a ser miembro del Comité Regional.
Los estudiantes nombrados, más varios de otras escuelas como los dos hermanos de Miguel, Edgardo y mi querido amigo, Marco Antonio, provenían predominantemente de las clases medias masónicas adineradas de la ciudad. Luciano era hijo de un general retirado. Otros nombres destacables de la primera generación son los de Marcelo Ferrada, el "trosco” Fuentes, Enzo Lamura. La mayoría provenía de las juventudes socialistas. Luciano, de las comunistas. Esa “elite” estudiantil conectó rápidamente con una multitud de estudiantes pertenecientes a familias de bajos ingresos que no solo provenían de Concepción, sino de muchas ciudades del sur de Chile (desde Chillán a Valdivia).
El mismo año 1967, el grupo estudiantil, Miguel a la cabeza, da un golpe y expulsa de la dirección del partido a casi todos los trotskistas. Se puede interpretar esta acción –aunque con cierto esfuerzo- como el choque entre dos concepciones políticas: los trotskistas que apelaban al ideal de la “revolución proletaria” y los castristas (o fidelistas), es decir los estudiantes que seguían las orientaciones de La Habana en el sentido de crear focos de atracción (Regis Debray) a través de la propaganda armada (Che Guevara). En torno a ese foco, se suponía, iban a aglutinarse las masas empobrecidas del país.
De acuerdo a esa segunda línea, impuesta por Miguel Enríquez, la dirección del MIR se trasladó a Santiago e inició, siguiendo el ejemplo de los Tupamaros de Uruguay, una serie de “acciones directas” (la verdad, se trataba de ridículos atracos a supermercados sin ninguna importancia estratégica). Lo más importante, en todo caso, es que de acuerdo a un ideario castrista-leninista, comenzó a imponerse en el MIR de Santiago una estructura militar (sin o con muy pocas armas) a la cabeza de la cual estaba Miguel y sus seguidores más inmediatos.
En Concepción, en cambio, el MIR seguía siendo un movimiento, y como tal, reunía esas características. Dentro había cualquier cantidad de tendencias, incluyendo a hippies subdesarrollados, charlatanes y lindas chicas que predicaban el amor libre. La cantidad de embarazos –recién estaban apareciendo los anticonceptivos- fue impresionante.

En cierto modo prevalecía en Concepción el espíritu abierto de Luciano Cruz a quien la línea política adoptada por Miguel obligó a clandestinizarse. Una brutalidad. Luciano era un líder de masas, con una tremenda oratoria, le gustaban las fiestas; la mitad de las mujeres de Concepción andaba detrás de él. Un verdadero Danton (aunque sin Revolución Francesa).
Clandestinizar a Luciano era como encerrar a un gorila en una jaula de loros. Y así no más murió. Ahogado por un escape de gas en un departamento estrechísimo. Miguel en cambio carecía del don natural de un líder. Nunca, a diferencias de Luciano, hizo un discurso sin leerlo. No era ni iba ser un tribuno de masas. Hubiera podido ser, aunque bajo otras condiciones, un excelente dirigente político de la parlamentaria izquierda chilena. Esa es al menos mi impresión.


Siempre, aún en los momentos de confrontación, mantuvimos un trato cordial. A mi me gustaba su sentido del humor, su inteligencia rápida y su capacidad de respuesta.  Él insistía –en contra de Nelson Gutiérrez- en que yo fuera quien escribiera la historia del MIR. Me  pasó dos cajones llenos de documentos. Esa historia nunca pudo ser escrita. Los cajones se los llevaron los milicos después del golpe, en uno de los tantos allanamientos a mi casa, en el tiempo en el cual yo estaba asilado en Argentina. La serenidad de Norma, mi esposa, quien desvió la atención de los soldados hacia otros temas, impidió que los soldados se dieran cuenta de lo que había en esos cajones: la historia completa del MIR.
El 4 de septiembre de 1970 las elecciones fueron ganadas por Salvador Allende en nombre de la UP. El triunfo de la UP sorprendió a muchos en el MIR, sobre todo a su dirección central. La orden del MIR había sido dada en dirección contraria. No votar y acuartelarse. El incumplimiento de esa orden fue el primer desacato del MIR de Concepción al de Santiago. La gran mayoría de nosotros votamos y no nos acuartelamos. Yo incluso fui a votar a Santiago, donde estaba inscrito.
El triunfo de la UP abrió al MIR una nueva perspectiva: la de insertarse en los llamados movimientos de masas. Eso pasaba por ciertas transformaciones internas. La primera, la de convertir al movimiento en un partido. La segunda, crear frentes de trabajadores afines a la política del MIR. De este modo, desde el punto de vista organizativo, el MIR tenía tres estructuras. Los GPM (grupos políticos militares), el FTR (Frente de Trabajadores Revolucionarios) y los aparatos políticos.
Dentro de estos últimos hay que mencionar a los “intelectuales orgánicos”. En Santiago funcionaban como amigos o consejeros de la dirección central. Entre otros, André Gunder Frank y “el carioca” Ruy Mauro Marini (este último una verdadera “eminencia gris”: su influencia sobre la gente de la Comisión Política (CP) era enorme). En Concepción en cambio, los intelectuales fueron integrados a las tareas de partido en las mismas condiciones de cualquier militante. La influencia regional que tuvieron personas como Néstor D`Alessio o Fernando Mires también fue muy grande, pero desde dentro y no desde fuera del partido.
Los GPM tenían de militares solo el nombre. Nadie, o muy pocos, poseía armas, luego no podían ser grupos militares. En la práctica no eran más que “bases”, tal como existían en el PC y en el PS. Lo militar operaba más bien a nivel de lo simbólico y como fetiche, sobre todo en la imaginación de Miguel Enríquez y de quienes lo rodeaban.
Con respecto a los FTR surgieron dos interpretaciones. Desde Santiago fueron concebidos como “frentes de masas del MIR”. En Concepción los entendimos como frentes de masas donde actúa el MIR pero que “no son” del MIR.
A partir del triunfo de la UP, el MIR se vuelca hacia una actividad social febril. Dicho trabajo se vio favorecido por el propio programa de la UP.
El programa de la UP dividía al mundo popular en dos sectores. Los que cabían en el programa y los que estaban fuera. Fuera del programa estaban los pobladores, los mapuches y otras etnias, los campesinos sin tierra, los trabajadores informales, los trabajadores de la pequeña empresa. El MIR los agrupó teóricamente bajo un concepto muy preciso y para mí todavía vigente: “Pobres de la ciudad y el campo”.
Así fue como durante el primer año de la UP se desató una oleada de “tomas” poblacionales, agrarias e indígenas. El MIR apoyó a todas esas acciones, aunque en muchos casos carecía de cuadros sociales adecuados. Muchos sabían como organizar una “toma” pero después no sabían como trabajar con los nuevos problemas que de ahí surgían (construcción de viviendas, alumbrado público, escolaridad). Lo último significaba hacer una política a largo plazo, pero la dirección del MIR, al definir la situación como insurreccional, estaba condenada a trabajar a cortísimo plazo. Esa fue la primera gran diferencia entre Santiago y Concepción.
Para nosotros, los de Concepción, la situación no era insurreccional ni pre-insurreccional. Eso no puede ser determinado –decíamos- por una dirección política sino por situaciones objetivas. En breve, nos pusimos a trabajar a largo plazo y con esa política tuvimos grandes éxitos a corto plazo. Con esa política, tildada ya desde Santiago como “desviación reformista”, nos convertimos, además, en una importante fuerza social. Del MIR festivo del movimiento estudiantil de 1967 ya no quedaba nada.
El trabajo del MIR en los sindicatos obreros de Tomé, Penco, Lirquén, fue notable. El FTR estaba ya cerca de desplazar sindicalmente a socialistas y comunistas en el magisterio. Pero lo más impactante fue nuestro triunfo en las elecciones sindicales de los mineros del carbón en Coronel donde el FTR desplazó a los comunistas quienes habían ejercido la dirección por más de ¡30 años!
Para decirlo en síntesis: Mientras el MIR en Santiago y en el resto del país se constituía como un partido “leninista” (y castrista) de cuadros, en Concepción y sus alrededores estaba en vías de convertirse en un verdadero partido de masas. Ese hecho determinó una distinta evaluación de la UP y del gobierno.
Mientras que para el MIR de Santiago el gobierno estaba dividido entre reformistas y revolucionarios, según los de Concepción esa división no existía. La UP, para nosotros, era un frente democrático y social bajo la hegemonía comunista-socialista. Dividir a la UP, como intentaban los de Santiago, era para nosotros una locura pues privaba al movimiento popular del único dique de contención posible que tenía.
Mientras que para el MIR de Santiago, la situación a partir del 1972 y sobre todo durante 1973 era revolucionaria, para nosotros, los de Concepción, no lo era. No podía serlo. Los trabajadores del cobre de El Teniente se habían vuelto en contra del gobierno, dirigidos por la Democracia Cristiana. Los escolares y estudiantes de Santiago y otras provincias traspasaban incluso a la DC y seguían a las directivas gremialistas de la ultraderecha. La CUT, el baluarte obrero del gobierno, fue perdida por los comunistas y los socialistas quienes llegaron a cometer el delito de falsificar resultados electorales. Pocas semanas antes del golpe, la Democracia Cristiana derrotaba a la UP en las usinas de Huachipato.
El gobierno, como fue demostrado en las elecciones parlamentarias de marzo del 73, seguía siendo popular, pero era mucho menos popular que al comienzo. Hablar bajo esas condiciones de una “situación revolucionaria” carecía de todo sentido. Se explica en gran medida por la total inexperiencia de los cuadros de la CP del MIR en materia de luchas sociales. Como dijo un dirigente mirista de Lota, a quien apodábamos “El Duro”: “Esos huevones no han visto un obrero en su vida”
El desencanto, el desorden, la mala administración, crecía por todas partes. La UP no se ponía de acuerdo consigo misma. Mientras una fracción, Allende a veces, sectores minoritarios del PS más el PC, abogaban por un proceso de transición democrática al socialismo que incluyera, según el PC a la DC, la fracción mayoritaria del PS dirigida por Carlos Altamirano, levantaba las consignas de “avanzar sin transar” (¡!) y todo el poder ahora” siguiendo el mito de los llamados cordones industriales a los que el PS hizo aparecer como soviets a la chilena. Nada más falso. Los cordones eran, en su gran mayoría, prolongaciones territoriales de los sindicatos más tradicionales del país.
La tendencia maximalista provenía principalmente desde La Habana. Los encuentros entre la dirección del MIR de Santiago y el altamiranismo tenían lugar en Cuba, contando con la presencia directa de Fidel Castro. Allende navegaba entre dos aguas. Su naufragio político personal, aún sin suicidio y golpe, ya estaba previsto.
El 27 de Julio de 1972 ocurrió un hecho para muchos inesperado. En Concepción, en la manifestación multitudinaria más grande que ha conocido la ciudad en toda su historia, tuvo lugar la llamada Asamblea de Concepción en la cual participaron todos los partidos de la UP (menos el PC) más el MIR, con el objetivo específico y concreto de defender al gobierno de la UP frente al avance del golpismo.
La idea de la Asamblea nació en el MIR de Concepción. La CP del MIR (o sea, Miguel) dio su consentimiento, siempre que eso significara apoyar el “polo de agrupación de fuerzas revolucionarias” (léase, miristas más altamiranistas). No obstante, contraviniendo la política de la CP, el MIR de Concepción presionó al PS para que fuera invitado el PC con el argumento (textual) de que “nosotros, el MIR de Concepción, no queremos dividir ni queremos que se divida la UP”. Es decir, todo lo contrario a lo que planteaba el MIR desde Santiago.
Lamentablemente el secretario general del PC, Vladimir Ilich Chávez (no es broma, así se llamaba), denegó la invitación hecha por el MIR aduciendo que no se prestaban para alternativas divisionistas. Con ello, el PC apareció públicamente como divisionista y nosotros los del MIR pasamos, en esa constelación, a ocupar el lugar del PC. El discurso del MIR (lo escribí yo mismo) planteaba la unidad de todas las fuerzas de izquierda, incluyendo al ausente PC, en la tarea común de defender al gobierno popular frente a las amenazas golpistas.
No había en ese texto ningún llamado insurreccional, hecho que desconcertó totalmente a la CP del MIR en Santiago. Pero sí, había un fuerte llamado a la unidad en contra de la derecha y el golpismo. Según me informaron, Miguel, al leer el discurso nuestro dijo, “es un discurso brillante, pero no tiene nada que ver con la política del MIR”. Efectivamente. La nuestra ya era otra política.
Desde el momento de la Asamblea fuimos sometidos a un permanente hostigamiento de parte de la CP. Decidieron ejercer un control directo sobre nuestro comité regional exigiendo que dos miembros del regional quedaran adscritos al comité central. Fuimos, además, constantemente visitados desde Santiago. Los estudiantes que una vez fueron un movimiento, pasaron a ser convertidos mediante la acción del enviado del CC, Martín Hernández, brazo derecho del ultra-castrista  Nelson Gutiérrez, en verdaderos bonzos políticos. Un sectario enclave de Santiago en medio de las dinámicas luchas sociales de Concepción.
En Enero (¿o Febrero?) de 1973 tuvo lugar la Conferencia Nacional del MIR. En un determinado momento de discusiones no previstas, Miguel se dirigió con extrema agresividad hacia nosotros, los de Concepción, aduciendo que toda fracción deberá ser eliminada antes de que aparezca. Yo le respondí que la única fracción que yo conocía era la CP. Él, evidentemente, no esperaba esa respuesta. Quizás cometí un error. La KG, dijeron mis amigos. Lo puse sobre aviso. La idea nuestra era dilatar las discusiones frontales hasta una próxima fecha (fijada para el último trimestre de 1973) en el cual iba a tener lugar el congreso nacional del MIR. Para mí iba a ser ese, el congreso de la ruptura y así se los dije a los amigos más cercanos del CR, entre ellos, a nuestro Secretario Regional, Manuel Vergara. Todos estuvieron de acuerdo. En la práctica ya había dos MIR.
El MIR de Concepción fue dos veces intervenido por el CC desde Santiago. Enviaron, para el efecto, a dos dirigentes, Dagoberto Pérez quien en lugar de un cerebro tenía una pistola en la cabeza y al “pelao” Moreno, con el cual al menos podíamos entendernos (había sido dirigente comunista). Por mientras, y eso era lo importante, a través de los FTR seguíamos volcados en el trabajo de masas y en línea ascendente aumentábamos nuestra fuerza social. 
Hacia Agosto de 1973 dos miembros del CR fuimos suspendidos (no expulsados) del MIR por orden de la CP.  Manuel Vergara –un hombre de gran inteligencia política- me aconsejó aceptar la suspensión sin chistar. Eso me daría tiempo para preparar el texto de ruptura para ese próximo Congreso que nunca tuvo lugar. Manuel y yo, y varios más, estábamos dispuestos a jugárnosla en ese evento. Para eso necesitábamos de la mayoría de los miembros del Comité Regional. De acuerdo a mis impresiones personales, a diferencias de las de Manuel, ya la teníamos. Manuel, como dirigente máximo veía el bosque. Yo veía los árboles. Yo ya sabía que entre nosotros, los del regional, se había tejido una solidaridad de grupo, digamos, una amistad colectiva que sobrepasaba a cualquiera línea política.
La CP quería que el Congreso fuera una fiesta de aprobación para la política oficial del MIR. Nosotros, el MIR mayoritario del país, le íbamos a aguar esa fiesta. Eso lo sabía Miguel. Si el MIR se dividía, ellos, los de Santiago, se iban a quedar con grupos de pobladores organizados militarmente, con otras provincias donde el MIR era una entidad más bien simbólica, y como siempre, con el apoyo logístico de Cuba. En breve, con la maquinaria. Nosotros, en cambio, nos íbamos a quedar con el más grande poder social creado por un partido político en el más breve tiempo posible de cualquiera historia. Los militares lo sabían: antes de emprender la represión contra los cuadros políticos, procedieron a asesinar en los primeros días después del golpe a los compañeros más comprometidos en las luchas sociales. Las pérdidas humanas fueron cuantiosas. Sobre ese tema deberé escribir alguna vez.
Por el momento debo decir que yo salvé mi vida por una inescrutable decisión del destino. Un par de horas antes de que los militares llegaran a buscarme, golpeó la puerta de mi casa un estudiante de los cursos vespertinos de Sociología. Se presentó con su nombre: Juan Mora, profesor de colegio. Me preguntó que podía hacer por nosotros. Yo le contesté que necesitaba un lugar de refugio pues la “casa de seguridad” a mí asignada había sido allanada antes del golpe (así de bien funcionaban las cosas entre nosotros).
Gracias a Juan Mora pude permanecer oculto en diferentes casas (nadie quería tenerme por más de una noche). Yo no creo en los ángeles pero a veces no puedo evitar pensar que Juan Mora fue enviado por el mismo cielo. 
Días después, gracias a la ayuda de mi padre, logré salir de Concepción. Ya en Santiago, y aprovechando el auge del turismo que se vivía entre Chile y Argentina, yo y Pedro Sierra, también miembro del CR de Concepción y muy amigo mío, logramos pasar en una buzeta a Mendoza. Mi esposa quedó sola en Concepción con los dos niños, uno muy enfermo. Después de un mes los militares se cansaron de visitar nuestra casa. Un año más tarde nos reunimos como familia, en Alemania. Lo que sigue después es otro capítulo.
Yo me propuse no volver a militar en un partido político. Ese propósito lo he cumplido. No es virtud ni autoelogio. Hay seres que  simplemente no servimos para eso. Cada uno es tributario de su propia historia
La ruptura interna del MIR, dicho con cierto cinismo, la resolvió el propio golpe. Miguel dio orden de no asilarse. Concepción, por el contrario, dio orden de replegarse y salvar el máximo posible de vidas. Miguel expulsó del MIR a nuestro secretario regional, Manuel, calificándolo de traidor y cobarde. Evidentemente, intentó resolver en términos morales lo que ya no se podía resolver en términos políticos. Luego emitió un documento en el que hablaba del ascenso inevitable de la vía insurreccional de masas en el país después del golpe. Yo pensé en ese momento en que Miguel Enríquez se había vuelto loco.
No, no estaba loco. El creía efectivamente en esa masa siempre ascendente como quien cree en un dogma religioso. Nunca pensó que esa ascensión permanente de las masas no era sino la proyección de su propia fantasía hacia la realidad exterior.
En el exilio fui más conciente de lo que ya había pensado en Concepción: que el problema no estaba solo en Miguel ni en el MIR. Que el problema venía, además, desde otra parte. Que el problema venía desde La Habana.
Cada vez estaba más convencido de que mientras la izquierda latinoamericana no se decidiera a romper con esa concepción personalista, autoritaria, militarista que representaba y representa la dictadura de los Castro en Cuba, estaba condenada a fracasar. Y así no más ha sido. Si la izquierda debe existir, debe ser antes que nada una izquierda democrática. Si no es democrática –tanto hacia adentro como hacia afuera- más vale la pena que no exista. Miguel –así como los demás miembros de la CP- no era más que un buen creyente de una religión anti-democrática forjada en los cuarteles militares de Cuba. En cierto modo, otra víctima de Fidel.

En ese tiempo yo tenía 28 años. Hoy ya tengo 73. Hay quienes dicen que he renegado de mis principios originarios. Nada más falso. A la edad que tengo sigo peleando por lo mismo. Todo lo que he escrito sobre materias políticas (y es mucho) por ejemplo, en contra de los castristas Chávez, Maduro u Ortega, no es sino la continuación de esa lucha que una vez inicié junto con el Carreño, el Chevrolet, el Bomba, el Rasputín, y otros, dentro del MIR, en la ciudad de Concepción, desde 1970. Aún -y lo digo sin asumir ninguna pose heroica- mis enemigos fundamentales los sigo viendo en el personalismo, en el autoritarismo y en el militarismo. Vengan de donde vengan.

Y contra esos enemigos, sean de derecha o de izquierda, he decidido seguir peleando. He hecho de ese principio una razón de ser. Puede que me equivoque. Me he equivocado muchas veces. Pero yo como soy, no puedo pensar ni hacer algo distinto. Quizás esa es mi culpa.
Puede ser también que esa lucha la pierda de nuevo. Pero por Dios, ¡vale la pena darla!