07.08.2016
Hace unos días (Agosto 2016) el
profesor de Historia de la Universidad de Concepción en Chile, señor Danny G. Monsálvez, quien se encuentra escribiendo una
historia de la izquierda de Concepción durante el periodo de la Unidad Popular,
me solicitó una entrevista por Skype para que yo, como un ex-dirigente del MIR
de esa ciudad, diera testimonio de mis experiencias. Accedí con mucho
gusto.
Durante el curso de la entrevista
comencé a rememorar hechos que creía tener sepultados en mi memoria. Quiero
decir: esa entrevista tuvo para mí un efecto, digámoslo así, psicoanalítico. La
verdad, no había olvidado nada. Ese pasado continúa “vivo” en mí. Más todavía,
ese pasado ha guiado muchas veces mi presente sin que yo lo hubiera percibido
(en un sentido “sobredeterminante”, diría Freud). Pensé entonces que debía
escribir sobre lo hablado con el señor Monsálvez. Pero como suele suceder
con tantos propósitos, este también corría el peligro de ser postergado hacia
el infinito.
Sin embargo, tres días después de la
entrevista con el Profesor Monsálvez recibí un correo de Camilo.
Camilo es un sobrino-nieto, tiene 16 años y en el colegio, en sus clases de historia, están trabajando el tema de Chile durante la Unidad Popular. El asumió la parte del MIR y naturalmente se dirigió a su tío-abuelo para que le diera algunas imformaciones sobre el tema. Hizo hincapié en que, además, le interesaban mis opiniones personales y el relato de mis vivencias.
Ahí me dí
cuenta de que ya no tenia más excusas ni escapatorias. Así fue como comencé a escribir
unas notas. De pronto observé que estaba escribiendo sin parar, casi de modo
febril. El pasado estaba renaciendo y mientras lo escribía yo lo estaba
re-viviendo.
Por cierto, las notas que siguen a
continuación se encuentran algo desordenadas. Quizás la memoria me ha
traicionado en una que otra fecha o nombre. Son, si se quiere, un simple
bosquejo para lo que yo, sin saberlo, quería escribir alguna vez: un libro
sobre ese momento trágico de la historia de mi país.
He decidido dar a conocer
públicamente estas notas que envié a Camilo. Creo que en sus
líneas hay situaciones y hechos sobre los cuales no ha escrito nadie. Y como no
sé si lograré terminar el libro que tengo en mente (ni siquiera sé si
definitivamente lo escribiré) estas apresuradas notas podrían ser al menos de
alguna utilidad para quienes quieran profundizar sobre esos momentos que, yo al
menos, no he sido capaz de olvidar.
“Nunca es demasiado tarde” es un dicho
muy convencional. A pesar de eso, no deja, por lo menos en este caso, de ser
verdadero.
Los orígenes remotos del MIR hay que buscarlos en el año 1965 en Santiago
donde, a su acto fundacional acudieron algunos fragmentos de los partidos
de la izquierda chilena, desde ex -comunistas a trotskistas, pasando por
algunos “socialistas populares” de Raúl Ampuero, románticos sindicalistas de la
legendaria CUT de don Clotario Blest, un par de anarquistas y algunos
estudiantes muy jóvenes que venían de Concepción.
Pero la cuna verdadera del MIR
hay que encontrarla en la Universidad de Concepción. Fue producto de la alianza
entre líderes estudiantiles, particularmente de la Escuela de Medicina (Luciano
Cruz, Miguel Enríquez, Bautista Van Schauen) con intelectuales
trotskistas entre los que cabe mencionar a los historiadores Luis Vitale,
Marcelo Segall, al abogado Pedro Enríquez y al profesor de historia Washington
Figueroa.
Yo en ese tiempo, joven comunista,
estudiaba en Checoslovaquia, haciendo mi diploma de post-grado. Cuando
regresé, a fines de 1967, no tenía idea de la existencia del MIR. Pero yo ya
estaba en vías de ruptura con el PC. La ruptura cristalizó después de la
invasión soviética a Praga. Mi profesor guía en Checoslovaquia, el gran historiador Joseph Polizenzki, con el que contraje una pronta y buena amistad, estaba
preso. Poco después exiliado, murió en los EEUU.
El Siglo, diario de los comunistas,
escribía acerca de la gesta liberadora de la URSS en Checoslovaquia. Para mí,
un ladrillo demasiado grueso de tragar. Dejé de asistir a las reuniones del PC.
Fue mi modo de protestar. Comencé a colaborar con la Revista Punto Final,
órgano político del naciente MIR. En ese mismo tiempo fui invitado por la federación de estudiantes para realizar
trabajos de educación política en Puerto Montt y después en Temuco. Asumí enseguida la
organización de los cursos de educación política del MIR en Tomé, Penco y
Lirquén. Hacia 1969 yo ya era mirista. Ese mismo año pasé a ser miembro del
Comité Regional.
Los estudiantes nombrados, más varios
de otras escuelas como los dos hermanos de Miguel, Edgardo y mi querido amigo,
Marco Antonio, provenían predominantemente de las clases medias masónicas
adineradas de la ciudad. Luciano era hijo de un general retirado. Otros nombres destacables de la primera generación son los de Marcelo Ferrada, el "trosco”
Fuentes, Enzo Lamura. La mayoría provenía de las juventudes socialistas. Luciano, de las
comunistas. Esa “elite” estudiantil conectó rápidamente con una multitud de
estudiantes pertenecientes a familias de bajos ingresos que no solo provenían
de Concepción, sino de muchas ciudades del sur de Chile (desde Chillán a
Valdivia).
El mismo año 1967, el grupo
estudiantil, Miguel a la cabeza, da un golpe y expulsa de la dirección del
partido a casi todos los trotskistas. Se puede interpretar esta acción –aunque
con cierto esfuerzo- como el choque entre dos concepciones políticas: los
trotskistas que apelaban al ideal de la “revolución proletaria” y los
castristas (o fidelistas), es decir los estudiantes que seguían las
orientaciones de La Habana en el sentido de crear focos de
atracción (Regis Debray) a través de la propaganda armada (Che Guevara). En
torno a ese foco, se suponía, iban a aglutinarse las masas empobrecidas del
país.
De acuerdo a esa segunda línea,
impuesta por Miguel Enríquez, la dirección del MIR se trasladó a Santiago e
inició, siguiendo el ejemplo de los Tupamaros de Uruguay, una serie de
“acciones directas” (la verdad, se trataba de ridículos atracos a supermercados
sin ninguna importancia estratégica). Lo más importante, en todo caso, es que
de acuerdo a un ideario castrista-leninista, comenzó a imponerse en el MIR de
Santiago una estructura militar (sin o con muy pocas armas) a la cabeza de la
cual estaba Miguel y sus seguidores más inmediatos.
En Concepción, en cambio, el MIR
seguía siendo un movimiento, y como tal, reunía esas características. Dentro
había cualquier cantidad de tendencias, incluyendo a hippies subdesarrollados, charlatanes y
lindas chicas que predicaban el amor libre. La cantidad de embarazos –recién
estaban apareciendo los anticonceptivos- fue impresionante.
Clandestinizar a Luciano era como
encerrar a un gorila en una jaula de loros. Y así no más murió. Ahogado por un
escape de gas en un departamento estrechísimo. Miguel en cambio carecía del don
natural de un líder. Nunca, a diferencias de Luciano, hizo un discurso sin
leerlo. No era ni iba ser un tribuno de masas. Hubiera podido ser, aunque bajo otras condiciones, un excelente dirigente político de la parlamentaria izquierda chilena. Esa es al menos mi impresión.
Siempre, aún
en los momentos de confrontación, mantuvimos un trato cordial. A mi me gustaba
su sentido del humor, su inteligencia rápida y su capacidad de respuesta. Él insistía –en contra de Nelson Gutiérrez-
en que yo fuera quien escribiera la historia del MIR. Me pasó dos
cajones llenos de documentos. Esa historia
nunca pudo ser escrita. Los cajones se los llevaron los milicos después del
golpe, en uno de los tantos allanamientos a mi casa, en el tiempo en el cual yo
estaba asilado en Argentina. La serenidad de Norma, mi esposa, quien desvió la
atención de los soldados hacia otros temas, impidió que los soldados se dieran
cuenta de lo que había en esos cajones: la historia completa del MIR.
El 4 de septiembre de 1970 las
elecciones fueron ganadas por Salvador Allende en nombre de la UP. El triunfo
de la UP sorprendió a muchos en el MIR, sobre todo a su dirección central. La
orden del MIR había sido dada en dirección contraria. No votar y acuartelarse.
El incumplimiento de esa orden fue el primer desacato del MIR de Concepción al
de Santiago. La gran mayoría de nosotros votamos y no nos acuartelamos. Yo
incluso fui a votar a Santiago, donde estaba inscrito.
El triunfo de la UP abrió al MIR una
nueva perspectiva: la de insertarse en los llamados movimientos de masas. Eso
pasaba por ciertas transformaciones internas. La primera, la de convertir al
movimiento en un partido. La segunda, crear frentes de trabajadores afines a la
política del MIR. De este modo, desde el punto de vista organizativo, el MIR
tenía tres estructuras. Los GPM (grupos políticos militares), el FTR (Frente de
Trabajadores Revolucionarios) y los aparatos políticos.
Dentro de estos últimos hay que
mencionar a los “intelectuales orgánicos”. En Santiago funcionaban como amigos
o consejeros de la dirección central. Entre otros, André Gunder Frank y “el
carioca” Ruy Mauro Marini (este último una verdadera “eminencia gris”: su
influencia sobre la gente de la Comisión Política (CP) era enorme). En
Concepción en cambio, los intelectuales fueron integrados a las tareas de
partido en las mismas condiciones de cualquier militante. La influencia
regional que tuvieron personas como Néstor D`Alessio o Fernando Mires también fue
muy grande, pero desde dentro y no desde fuera del partido.
Los GPM tenían de militares solo el
nombre. Nadie, o muy pocos, poseía armas, luego no podían ser grupos militares.
En la práctica no eran más que “bases”, tal como existían en el PC y en el PS. Lo
militar operaba más bien a nivel de lo simbólico y como fetiche, sobre todo en
la imaginación de Miguel Enríquez y de quienes lo rodeaban.
Con respecto a los FTR surgieron dos
interpretaciones. Desde Santiago fueron concebidos como “frentes de masas del
MIR”. En Concepción los entendimos como frentes de masas donde actúa el MIR
pero que “no son” del MIR.
A partir del triunfo de la UP, el MIR
se vuelca hacia una actividad social febril. Dicho trabajo se vio favorecido
por el propio programa de la UP.
El programa de la UP dividía al mundo
popular en dos sectores. Los que cabían en el programa y los que estaban fuera.
Fuera del programa estaban los pobladores, los mapuches y otras etnias, los
campesinos sin tierra, los trabajadores informales, los trabajadores de la
pequeña empresa. El MIR los agrupó teóricamente bajo un concepto muy preciso y
para mí todavía vigente: “Pobres de la ciudad y el campo”.
Así fue como durante el primer año de
la UP se desató una oleada de “tomas” poblacionales, agrarias e indígenas. El
MIR apoyó a todas esas acciones, aunque en muchos casos carecía de cuadros
sociales adecuados. Muchos sabían como organizar una “toma” pero después no
sabían como trabajar con los nuevos problemas que de ahí surgían (construcción
de viviendas, alumbrado público, escolaridad). Lo último significaba hacer una
política a largo plazo, pero la dirección del MIR, al definir la situación como
insurreccional, estaba condenada a trabajar a cortísimo plazo. Esa fue la
primera gran diferencia entre Santiago y Concepción.
Para nosotros, los de Concepción, la
situación no era insurreccional ni pre-insurreccional. Eso no puede ser
determinado –decíamos- por una dirección política sino por situaciones
objetivas. En breve, nos pusimos a trabajar a largo plazo y con esa política
tuvimos grandes éxitos a corto plazo. Con esa política, tildada ya desde
Santiago como “desviación reformista”, nos convertimos, además, en una
importante fuerza social. Del MIR festivo del movimiento estudiantil de 1967 ya
no quedaba nada.
El trabajo del MIR en los
sindicatos obreros de Tomé, Penco, Lirquén, fue notable. El FTR estaba ya cerca
de desplazar sindicalmente a socialistas y comunistas en el magisterio. Pero lo
más impactante fue nuestro triunfo en las elecciones sindicales de los mineros
del carbón en Coronel donde el FTR desplazó a los comunistas quienes habían
ejercido la dirección por más de ¡30 años!
Para decirlo en síntesis: Mientras el
MIR en Santiago y en el resto del país se constituía como un partido
“leninista” (y castrista) de cuadros, en Concepción y sus alrededores estaba en
vías de convertirse en un verdadero partido de masas. Ese hecho determinó una
distinta evaluación de la UP y del gobierno.
Mientras que para el MIR de Santiago
el gobierno estaba dividido entre reformistas y revolucionarios, según los de
Concepción esa división no existía. La UP, para nosotros, era un frente
democrático y social bajo la hegemonía comunista-socialista. Dividir a la UP,
como intentaban los de Santiago, era para nosotros una locura pues privaba al
movimiento popular del único dique de contención posible que tenía.
Mientras que para el MIR de Santiago,
la situación a partir del 1972 y sobre todo durante 1973 era revolucionaria,
para nosotros, los de Concepción, no lo era. No podía serlo. Los trabajadores
del cobre de El Teniente se habían vuelto en contra del gobierno, dirigidos por
la Democracia Cristiana. Los escolares y estudiantes de Santiago y otras
provincias traspasaban incluso a la DC y seguían a las directivas gremialistas de
la ultraderecha. La CUT, el baluarte obrero del gobierno, fue perdida por los
comunistas y los socialistas quienes llegaron a cometer el delito de falsificar
resultados electorales. Pocas semanas antes del golpe, la Democracia Cristiana
derrotaba a la UP en las usinas de Huachipato.
El gobierno, como fue demostrado en
las elecciones parlamentarias de marzo del 73, seguía siendo popular, pero era
mucho menos popular que al comienzo. Hablar bajo esas condiciones de una
“situación revolucionaria” carecía de todo sentido. Se explica en gran medida
por la total inexperiencia de los cuadros de la CP del MIR en materia de luchas
sociales. Como dijo un dirigente mirista de Lota, a quien apodábamos “El Duro”:
“Esos huevones no han visto un obrero en su vida”
El desencanto, el desorden, la mala
administración, crecía por todas partes. La UP no se ponía de acuerdo consigo
misma. Mientras una fracción, Allende a veces, sectores minoritarios del PS más
el PC, abogaban por un proceso de transición democrática al socialismo que
incluyera, según el PC a la DC, la fracción mayoritaria del PS dirigida por
Carlos Altamirano, levantaba las consignas de “avanzar sin transar” (¡!) y todo
el poder ahora” siguiendo el mito de los llamados cordones industriales a los
que el PS hizo aparecer como soviets a la chilena. Nada más falso. Los cordones
eran, en su gran mayoría, prolongaciones territoriales de los sindicatos más
tradicionales del país.
La tendencia maximalista provenía
principalmente desde La Habana. Los encuentros entre la dirección del MIR de
Santiago y el altamiranismo tenían lugar en Cuba, contando con la presencia
directa de Fidel Castro. Allende navegaba entre dos aguas. Su naufragio
político personal, aún sin suicidio y golpe, ya estaba previsto.
El 27 de Julio de 1972 ocurrió un
hecho para muchos inesperado. En Concepción, en la manifestación multitudinaria
más grande que ha conocido la ciudad en toda su historia, tuvo lugar la llamada
Asamblea de Concepción en la cual participaron todos los partidos de la UP
(menos el PC) más el MIR, con el objetivo específico y concreto de defender al
gobierno de la UP frente al avance del golpismo.
La idea de la Asamblea nació en el MIR
de Concepción. La CP del MIR (o sea, Miguel) dio su consentimiento, siempre que
eso significara apoyar el “polo de agrupación de fuerzas revolucionarias”
(léase, miristas más altamiranistas). No obstante, contraviniendo la política
de la CP, el MIR de Concepción presionó al PS para que fuera invitado el PC con
el argumento (textual) de que “nosotros, el MIR de Concepción, no queremos
dividir ni queremos que se divida la UP”. Es decir, todo lo contrario a lo que
planteaba el MIR desde Santiago.
Lamentablemente el secretario general
del PC, Vladimir Ilich Chávez (no es broma, así se llamaba), denegó la invitación
hecha por el MIR aduciendo que no se prestaban para alternativas divisionistas.
Con ello, el PC apareció públicamente como divisionista y nosotros los del MIR
pasamos, en esa constelación, a ocupar el lugar del PC. El discurso del MIR (lo
escribí yo mismo) planteaba la unidad de todas las fuerzas de izquierda,
incluyendo al ausente PC, en la tarea común de defender al gobierno popular
frente a las amenazas golpistas.
No había en ese texto ningún llamado
insurreccional, hecho que desconcertó totalmente a la CP del MIR en Santiago.
Pero sí, había un fuerte llamado a la unidad en contra de la derecha y el
golpismo. Según me informaron, Miguel, al leer el discurso nuestro dijo, “es un
discurso brillante, pero no tiene nada que ver con la política del MIR”.
Efectivamente. La nuestra ya era otra política.
Desde el momento de la Asamblea fuimos
sometidos a un permanente hostigamiento de parte de la CP. Decidieron ejercer
un control directo sobre nuestro comité regional exigiendo que dos miembros del
regional quedaran adscritos al comité central. Fuimos, además, constantemente visitados desde Santiago. Los estudiantes que una vez fueron un
movimiento, pasaron a ser convertidos mediante la acción del enviado del CC,
Martín Hernández, brazo derecho del ultra-castrista Nelson Gutiérrez, en verdaderos bonzos
políticos. Un sectario enclave de Santiago en medio de las dinámicas luchas
sociales de Concepción.
En Enero (¿o Febrero?) de 1973 tuvo
lugar la Conferencia Nacional del MIR. En un determinado momento de discusiones
no previstas, Miguel se dirigió con extrema agresividad hacia nosotros, los de
Concepción, aduciendo que toda fracción deberá ser eliminada antes de que
aparezca. Yo le respondí que la única fracción que yo conocía era la CP. Él,
evidentemente, no esperaba esa respuesta. Quizás cometí un error. La KG,
dijeron mis amigos. Lo puse sobre aviso. La idea nuestra era dilatar las
discusiones frontales hasta una próxima fecha (fijada para el último trimestre
de 1973) en el cual iba a tener lugar el congreso nacional del MIR. Para mí iba
a ser ese, el congreso de la ruptura y así se los dije a los amigos
más cercanos del CR, entre ellos, a nuestro Secretario Regional, Manuel
Vergara. Todos estuvieron de acuerdo. En la práctica ya había dos MIR.
El MIR de Concepción fue dos veces
intervenido por el CC desde Santiago. Enviaron, para el efecto, a dos
dirigentes, Dagoberto Pérez quien en lugar de un cerebro tenía una pistola en
la cabeza y al “pelao” Moreno, con el cual al menos podíamos entendernos (había
sido dirigente comunista). Por mientras, y eso era lo importante, a través de
los FTR seguíamos volcados en el trabajo de masas y en línea ascendente
aumentábamos nuestra fuerza social.
Hacia Agosto de 1973 dos miembros del
CR fuimos suspendidos (no expulsados) del MIR por orden de la CP. Manuel
Vergara –un hombre de gran inteligencia política- me aconsejó aceptar la
suspensión sin chistar. Eso me daría tiempo para preparar el texto de ruptura
para ese próximo Congreso que nunca tuvo lugar. Manuel y yo, y varios más,
estábamos dispuestos a jugárnosla en ese evento. Para eso necesitábamos de la
mayoría de los miembros del Comité Regional. De acuerdo a mis impresiones
personales, a diferencias de las de Manuel, ya la teníamos. Manuel, como
dirigente máximo veía el bosque. Yo veía los árboles. Yo ya sabía que entre
nosotros, los del regional, se había tejido una solidaridad de grupo, digamos,
una amistad colectiva que sobrepasaba a cualquiera línea política.
La CP quería que el Congreso fuera una
fiesta de aprobación para la política oficial del MIR. Nosotros, el MIR
mayoritario del país, le íbamos a aguar esa fiesta. Eso lo sabía Miguel. Si el
MIR se dividía, ellos, los de Santiago, se iban a quedar con grupos de
pobladores organizados militarmente, con otras provincias donde el
MIR era una entidad más bien simbólica, y como siempre, con el apoyo logístico
de Cuba. En breve, con la maquinaria. Nosotros, en cambio, nos íbamos a quedar
con el más grande poder social creado por un partido político en el más breve
tiempo posible de cualquiera historia. Los
militares lo sabían: antes de emprender la represión contra los cuadros políticos,
procedieron a asesinar en los primeros días después del golpe a los compañeros
más comprometidos en las luchas sociales. Las pérdidas humanas fueron
cuantiosas. Sobre ese tema deberé escribir alguna vez.
Por el momento debo decir que yo salvé
mi vida por una inescrutable decisión del destino. Un par de horas antes de que
los militares llegaran a buscarme, golpeó la puerta de mi casa un estudiante de
los cursos vespertinos de Sociología. Se presentó con su nombre: Juan Mora,
profesor de colegio. Me preguntó que podía hacer por nosotros. Yo le contesté
que necesitaba un lugar de refugio pues la “casa de seguridad” a mí asignada
había sido allanada antes del golpe (así de bien funcionaban las cosas entre
nosotros).
Gracias a Juan Mora pude permanecer
oculto en diferentes casas (nadie quería tenerme por más de una noche). Yo no
creo en los ángeles pero a veces no puedo evitar pensar que Juan Mora fue
enviado por el mismo cielo.
Días después, gracias a la ayuda de mi padre, logré salir de Concepción. Ya en Santiago, y aprovechando el auge del turismo que se vivía entre Chile y Argentina, yo y Pedro Sierra, también miembro del CR de Concepción y muy amigo mío, logramos pasar en una buzeta a Mendoza. Mi esposa quedó sola en Concepción con los dos niños, uno muy enfermo. Después de un mes los militares se cansaron de visitar nuestra casa. Un año más tarde nos reunimos como familia, en Alemania. Lo que sigue después es otro capítulo.
Días después, gracias a la ayuda de mi padre, logré salir de Concepción. Ya en Santiago, y aprovechando el auge del turismo que se vivía entre Chile y Argentina, yo y Pedro Sierra, también miembro del CR de Concepción y muy amigo mío, logramos pasar en una buzeta a Mendoza. Mi esposa quedó sola en Concepción con los dos niños, uno muy enfermo. Después de un mes los militares se cansaron de visitar nuestra casa. Un año más tarde nos reunimos como familia, en Alemania. Lo que sigue después es otro capítulo.
Yo me propuse no volver a militar en un partido político. Ese propósito lo he cumplido. No es virtud
ni autoelogio. Hay seres que simplemente no servimos para eso. Cada uno
es tributario de su propia historia
La ruptura interna del MIR, dicho con
cierto cinismo, la resolvió el propio golpe. Miguel dio orden de no asilarse.
Concepción, por el contrario, dio orden de replegarse y salvar el máximo
posible de vidas. Miguel expulsó del MIR a nuestro secretario regional, Manuel,
calificándolo de traidor y cobarde. Evidentemente, intentó resolver en términos
morales lo que ya no se podía resolver en términos políticos. Luego emitió un
documento en el que hablaba del ascenso inevitable de la vía insurreccional de
masas en el país después del golpe. Yo pensé en ese momento en que Miguel
Enríquez se había vuelto loco.
No, no estaba loco. El creía
efectivamente en esa masa siempre ascendente como quien cree en un dogma
religioso. Nunca pensó que esa ascensión permanente de las masas no era sino la
proyección de su propia fantasía hacia la realidad exterior.
En el exilio fui más conciente de lo
que ya había pensado en Concepción: que el problema no estaba solo en Miguel ni
en el MIR. Que el problema venía, además, desde otra parte. Que el problema
venía desde La Habana.
Cada vez estaba más convencido de que mientras la
izquierda latinoamericana no se decidiera a romper con esa concepción
personalista, autoritaria, militarista que representaba y representa la
dictadura de los Castro en Cuba, estaba condenada a fracasar. Y así no más ha
sido. Si la izquierda debe existir, debe ser antes que nada una izquierda
democrática. Si no es democrática –tanto hacia adentro como hacia
afuera- más vale la pena que no exista. Miguel –así como los demás
miembros de la CP- no era más que un buen creyente de una religión
anti-democrática forjada en los cuarteles militares de Cuba. En cierto modo,
otra víctima de Fidel.
Y contra esos enemigos, sean de derecha o de izquierda, he decidido seguir peleando. He hecho de ese principio una razón de ser. Puede que me equivoque. Me he equivocado muchas veces. Pero yo como soy, no puedo pensar ni hacer algo distinto. Quizás esa es mi culpa.
Puede ser también que esa lucha la
pierda de nuevo. Pero por Dios, ¡vale la pena darla!