“Bajo la sombra del
Brexit”: como si se hubieran puesto de acuerdo, columnistas especializados en
política internacional usaron la imagen de la sombra para referirse a la cumbre
bienal de la OTAN que tuvo lugar en Varsovia (08.07.2016).
Pese a ingentes
esfuerzos, los políticos y militares británicos no lograron borrar la impresión
de representar a un país que estaba con un pie dentro y otro fuera de Europa.
Militarmente, dentro. Cultural, económica y políticamente, afuera. Una posición
evidentemente incómoda. Más si coincide con la que ocupa Turquía, país no
admitido en la UE, pero al igual que el RU, miembro activo de la OTAN. Gracias
al Brexit, RU y Turquía “gozan” del mismo status. Quién lo diría.
La impresión
general es que en Europa existe una disociación profunda entre las que deberían
ser las decisiones políticas –que teóricamente corresponden a la UE- y las
decisiones militares que son incumbencia de la OTAN.
De acuerdo a los
cánones que rigen en el mundo moderno, en las relaciones internacionales “lo
político” impera por sobre “lo militar”. La UE, en estrecha colaboración con el
gobierno norteamericano, debería ser en ese sentido la institución encargada de
dictar pautas a la OTAN. Todos sabemos, sin embargo, que eso no es ni ha sido
así. Mas bien está ocurriendo al revés. La OTAN está dictando pautas a la UE,
aunque esta, como es de suponer, no las acata.
La UE no dicta
pautas a nadie entre otras razones porque la UE nunca ha sido lo que debería
ser: una institución destinada a coordinar la política inter y extra
continental de Europa. De este modo, ambas instituciones, la UE y la OTAN,
aparecen como entidades no solo diferentes sino, además, desvinculadas entre
sí. Lo dijo el mismo presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk: “Pese a que
tanto la UE como la OTAN están en Bruselas, separadas por solo 7 kilómetros,
actúan como si fueran dos planetas diferentes”.
¿Dónde
reside el problema? En ningún caso en la OTAN, institución que cumple
cabalmente con sus obligaciones militares. La UE, en cambio, esta lejos de
cumplir con sus obligaciones políticas. Y la UE -este es el punto- al no actuar como eje político de Europa, aparece ante la luz pública como lo
que es o ha llegado a ser: una simple institución financiera, una unión
monetaria, un banco intercontinental, en fin una organización que para muchos
de sus miembros impone condiciones gravosas de las cuales hay que –siguiendo el
ejemplo británico- sacudirse lo antes posible. De este modo, una salida de la
UE ha llegado a ser para muchos europeos una opción posible de realizar sin
atender a estrategias políticas y mucho menos militares.
Al no existir
conexión entre las decisiones militares de la OTAN y las líneas políticas que
debería dictar la UE, las primeras aparecen como simples decisiones técnicas,
desprovistas de fondo político o, lo que es peor, como ordenes dictadas por los
EE UU. Los enemigos de la OTAN, sobre todo quienes la presentan como un aparato
al servicio del “imperialismo norteamericano”,
pueden darse por contentos. La propia incapacidad política de la UE
refuerza sus argumentos.
El problema es
grave. Todas las decisiones militares que fueron tomadas en la cumbre de
Varsovia presuponen una previa y profunda discusión política. Las principales
fueron:
- Reforzar
la protección militar a los países bálticos y a Polonia (cuatro
batallones, más el escudo de misíles).
- Envío de
refuerzos militares a Libia, Irak y Afganistán en la guerra en contra del
ISIS
- Intensificación
de la presencia de la OTAN en el contexto geográfico del Mediterráneo.
Las tres decisiones
marcan una línea de separación política y militar con respecto a Rusia. Fueron
tomadas como consecuencia de los legítimos temores de los gobiernos de Polonia
y de los países bálticos frente a una posible intervención rusa en, o en parte
de, sus territorios. Temores legítimos. Los miembros de la OTAN saben que Putin
no va a arriesgar una invasión a esos países, siempre y cuando, por supuesto,
no tenga a su disposición un campo libre. Como ocurrió en Ucrania.
La estrategia de
Putin, ya lo ha demostrado, no pasa por buscar enfrentamientos innecesarios ni
con países europeos ni con los EE UU. Pero si encuentra espacios vacíos -nadie
duda eso en la OTAN- los va a ocupar. En ese sentido la estrategia pasa por utilizar
todas las debilidades y contradicciones de Europa y de los EE UU (y no son
pocas) a su favor.
Siguiendo a esa
estrategia, Rusia actúa en diversos puntos geográficos a la vez. En Ucrania
militarmente. En Hungría, en Eslovaquia, en la República Checa, en los
Balcanes, diplomáticamente. Desde el punto de vista político ha construido un meticuloso tejido de alianzas con los
llamados populismos nacionalistas, en especial con el Frente Nacional de Marine
Le Pen. Busca, a la vez, mediante la movilización de sentimientos religiosos,
una cercanía cada vez más estrecha con Grecia. En el Oriente Medio, gracias a
una alianza directa con Siria e indirecta con Irán, intenta dirigir la lucha en
contra del ISIS y con eso suplir la presencia norteamericana en la región. Pero
a la vez –eso se sabe en todo el mundo menos en la UE- empujar, mediante
bombardeos masivos, a contingentes de la
población árabe hacia Europa, generando una crisis poblacional –e
incluso cultural- que puede llegar a derribar gobiernos (Cameron). Se quiera o
no, todos los grupos ultranacionalistas y xenófobos europeos son aliados
objetivos de Putin.
La grandeza
internacional de Putin existe en proporción inversa a la miseria de la política
internacional de la UE. La propia crisis migratoria que hoy vive Europa está
ligada a las guerras del Oriente Medio y estas, a su vez, ligadas a la política
internacional de Putin. Si no hubiera sido por esas guerras y, por supuesto,
por la crisis migratoria que ellas desataron, nunca habría sido posible el Brexit.
El Brexit es, definitivamente, un hijo de Putin.
Las decisiones de
la OTAN han terminado así por revelar el carácter antipolítico de la actual UE.
El hecho de que en Varsovia la OTAN haya decidido tomar bajo su tutela el tema
de los movimientos migratorios, actuando directamente en la región islámica y
apoyando militarmente a gobiernos como el de Irak y Libia, muestra crudamente
lo que la UE se ha empeñado en ocultar, a saber, que las oleadas migratorias
tienen lugar debido a razones militares y no demográficas.
Del mismo modo,
para actuar en la región con una mínima eficacia, la OTAN está obligada a
recurrir a la ayuda turca. Tanto en la guerra contra el ISIS, tanto en el
reforzamiento de sus contingentes en la zona mediterránea, tanto en la
administración del problema migratorio, y sobre todo, en la creación de líneas
de contención ante el avance ruso, el mejor aliado que tiene la OTAN es y debe
ser el gobierno de Turquía. ¿Qué ha hecho en cambio la UE para atraer hacia sí
a Erdogan? Casi nada. Más bien ha hecho todo lo contrario.
Desde 2007 cuando
negó la entrada de Turquía a la UE, las vías diplomáticas de la UE hacia
Turquía se encuentran bloqueadas. Los burócratas de la UE no han logrado
entender que Europa puede soportar un Brexit pero jamás podría soportar, a
riesgo de que toda la arquitectura geopolítica europea se venga abajo, una
deserción de Turquía en la OTAN. Por lo mismo, siempre será difícil considerar
a Turquía un fiel aliado militar si su gobierno es excluido de toda asociación
política.
Ha llegado entonces
el momento de aceptar que entre la competencia militar de la OTAN y la -por la UE- asumida competencia económica,
falta un nexo político, un nexo que debería haber sido asumido por la UE y que
frente a la desolación política de la UE ha debido asumir la propia OTAN.
La UE no representa
definitivamente los intereses políticos de Europa. Los problemas que debió
afrontar desde su fundación, marcados por la inclusión de países europeos
económicamente subdesarrollados, por la nivelación de precios sueldos y
salarios bajo el imperio de una moneda única, por ajustes financieros y por muy
impopulares planes de ahorro, fueron razones que llevaron a convertir a esa
organización en un inmenso monstruo tecno y burocrático.
Sin intentar
revivir aquí una vieja discusión, será necesario recordar que la política está
más cerca de lo militar que de lo económico. No vamos a citar ni a Maquiavelo,
ni a Hobbes, ni a Clausewitz ni a Carl Schmitt para reafirmar esa idea base. La
política nació de la guerra y por lo mismo encierra en sí una lógica que si
bien no es militar en sí, viene de lo militar. Esa lógica nos dice que en la
política como en la guerra hay antagonismos y luego hay enemigos. Tarea militar
–y es la que ha cumplido la OTAN – es señalar la presencia, las características
y los lugares de acción de los enemigos reales y potenciales de Europa. Tarea
política, y esa es la que debería haber correspondido a la UE, es llevar las
líneas fijadas por los militares, a los espacios del dialogo, pero también a
los de la polémica y el debate, creando para el efecto, sistemas de
concertaciones y alianzas a nivel continental. No obstante, la UE, lejos de
cumplir esas funciones, ha dedicado sus esfuerzos en construir ligamentos
económicos en un espacio en donde, supuestamente, no existían ni
contradicciones ni enemigos políticos. Esas son razones que explican por qué la
UE, aún entre quienes hemos defendido su existencia, aparece como una
institución tan impopular.
Son también las
razones por las cuales ya se escuchan voces exigiendo que la UE no solo debe
ser reformada -como afirman sus representantes alarmados por el shock del
Brexit- sino refundada, es decir, hecha de nuevo. O, si se quiere, se trata de
dejar que la UE, tal vez con otro nombre, siga siendo lo que es, un fondo
monetario a nivel europeo, para crear definitivamente una unión política de
todos los estados de Europa.
Hay un consenso que
va creciendo en Europa: La UE, tal como es, solo llevará a nuevos desastres al
lado de los cuales el del Brexit podrá ser visto después como una anécdota sin
importancia.