Casi siempre lo
escucho cuando llega la hora del café y enciendo la radio. Su apellido es Kühn,
no me puedo acordar del nombre. Tiene una voz agradable y en sus breves
programas dice cosas cuerdas, sin gran alcance, pero de sentido común. Lo justo
para compartir un café. Ese día estaba hablando de lo bien que están las cosas
en Alemania. Puse oreja. No es frecuente que alguien sea optimista en estos
tiempos. Y efectivamente, el tipo tenía cierta razón.
El desempleo baja,
casi no hay inflación, aumentan sueldos y salarios (no para los jubilados,
constato), el fisco batió el record en recaudación y por si fuera poco, el
problema de los refugiados que vienen desde Siria ya está bajo control pues los
programas de integración funcionan. La única tragedia es que Alemania salió
último en el festival europeo de la canción (pero eso pasa todos los años y no
es para suicidarse). En fin, todo bien, nada mal.
Y, sin embargo, el
extremismo político representado por los neo-fascistas crece y crece. Crece en
las calles a través del movimiento Pegida y crece en las elecciones a través de
AfD (Alternativa para Alemania). Kühn no dijo eso, pero en cambio hizo una
pregunta muy pertinente: ¿por qué en este país la gente vive con tanto miedo?
Conecté de inmediato esa frase con mis pensamientos.
El neo-fascismo
alemán crece no porque las cosas estén mal sino porque la gente tiene miedo.
¿Miedo a qué? Inevitable no pensar en Freud. O en la siguiente idea sugerida
por el gran analista en sus Vorlesungen (1916-1917): El ser humano es por
naturaleza miedoso pues es la única especie que piensa en su muerte y en lo que
sigue más allá. Miedo existencial que suele ser trasladado a determinados
objetos (de odio, de fobia, de agresión). Es el signo común que se esconde bajo
las sombras de toda neurosis y de toda psicosis.
Dicho en clave
filosófica, se trata del “miedo del ser a dejar de ser”.
¿Será esa la razón
por la cual tantos historiadores han constatado que las grandes conmociones
sociales tienen lugar no en periodos donde las cosas funcionan mal sino
precisamente cuando a la gente le va mejor? La respuesta solo puede ser
afirmativa. Esa es la razón. En medio de catástrofes, de hambrunas, de
epidemias, solo pensamos en salvar nuestras vidas. En tiempos normales nos
confrontamos con el vacío que nos rodea, con esa nada de Sartre, con ese abismo
de Heidegger, con lo indecible de Wittgenstein, con lo Unheimlich (lo
siniestro, lo pavoroso) de Freud.
Quizás en ese
“miedo del ser a no ser”se encuentra la razón del éxito de los políticos
xenofóbos. Pues a diferencia de otros fóbicos que viven sus fobias particulares
en absoluta soledad, los políticos xenofóbos socializan la fobia. Más aun,
ofrecen un objeto de agresión a los miedosos que los siguen, un objeto sobre el
cual depositar bajo la forma de odio, el miedo que los consume.
El “extranjero” es
el símbolo viviente de lo “extraño”, de lo que no se entiende, de lo que no se
quiere saber nada, de lo que hay que apartar de este mundo.
Hitler ofrendó a
sus seguidores todo un pueblo para que ejercieran su miedo-odio. Lo logró. Lo
que no logró fue quitarles el miedo. Después del Holocausto esos seguidores
estaban tan miedosos como antes. La razones del miedo eran, evidentemente,
otras.
Estoy convencido de
que jamás podremos entender la politización del miedo expresado hoy en el
renacimiento del fascismo europeo, sin recurrir a conocimientos que
aparentemente no tienen nada que ver con la política. Entre ellos la filosofía,
la psicología, la antropología y, con ciertas reservas, la teología. La
política no se basta nunca a sí misma.