Hay conceptos
preñados. Son los entendidos por su significación adquirida y no por su
etimología. Solo nombrarlos activa asociaciones, dependiendo del lugar y del
tiempo en donde son pronunciados.
No hay que nombrar
la cuerda en la casa del ahorcado; es un dicho. Y es muy cierto: la palabra
“cuerda” tiene una significación distinta para un violinista que para la viuda
de un ahorcado. Con la terminología política sucede algo parecido. Si yo digo
en Chile, “pueblo chileno”, nadie se va a incomodar. Pero si en Alemania digo
“pueblo alemán”, me van a mirar con desconfianza pues se trata de un concepto
asociado a la historia del nazismo. En la docencia universitaria es
impronunciable: un tabú.
Uno de los
conceptos más preñados es –o ha llegado a ser- el de liberalismo. La razón
parece ser obvia: Hoy priman dos connotaciones acerca de su significado. Una es
económica. La otra es política.
Acerca de esas
connotaciones tuvo lugar hace muy poco en Chile un debate público entre algunos
intelectuales acerca del dilema Hayek o Rawls. Como se puede inferir, el
tema apuntaba a una toma de posiciones
con respecto al futuro del país: O a favor del liberalismo económico de Hayek o
a favor del liberalismo político de Rawls; ese era el tenor de la interesante
controversia.
¿Son entonces el
económico y el político dos liberalismos distintos? En un principio no lo eran.
Las libertades económicas defendidas por Hayek pertenecieron originariamente al
compendio de los liberales del siglo XlX. En esos tiempos no había
contraposición entre ser liberal en lo económico y liberal en lo político y
probablemente a nadie se le habría ocurrido iniciar una discusión sobre un
dilema Smith/ Rousseau, como hoy ocurre con el dilema Hayek/ Rawls.
La disociación
entre el liberalismo económico y el político es más bien un producto neto del
siglo XX. Aunque es difícil encontrar un punto cronológico de partida, es fácil
deducir las razones que llevaron a dicha semántica disociación. Esas razones
tienen que ver con la despolitización de la economía, con su conversión en
ciencia matemática y con el nacimiento de la politología como disciplina
independiente.
En otras palabras,
la especialización taylorista del trabajo no solo se hizo presente en la
producción industrial, sino, además, en diversos niveles de la vida, incluyendo
el intelectual. Es por eso que mientras más complejas se vuelven las relaciones
humanas, mayor es el grado de especialización requerida. Lo experimentamos muy
bien en el campo de la medicina donde muchos hemos sido casi obligados a
delegar cada uno de nuestros miembros a un médico diferente. Los tiempos
modernos son, definitivamente, fragmentarios y, por lo mismo, las tendencias
disociativas son cada vez más notorias.
En el caso de la
disociación entre dos liberalismos, el económico y el político, esta comenzó a
hacerse manifiesta cuando algunos economistas descubrieron que las libertades
económicas podían ser practicadas no solo con prescindencia de las políticas
sino, además, gracias a su supresión. Los chilenos lo sabemos muy bien. El
liberalismo económico practicado en los últimos decenios por todos los
gobiernos, floreció en Chile no en contra sino gracias a una dictadura. Antes
de esa dictadura, el liberalismo tenía una connotación muy positiva. Después
–pese a que continúa prevaleciendo- ha
llegado a ser casi un insulto.
Mucho más lejos de
Chile, en China, sus jerarcas descubrieron como el más desenfrenado liberalismo
económico podía ser también una condición para el mantenimiento de la dictadura
comunista en el poder. Allí, un modelo basado en la supresión de las libertades
políticas por un lado, y en la total liberación de las fuerzas productivas, por
otro, ha funcionado de modo altamente exitoso. De igual modo, el “capitalismo
concesionario” puesto en práctica por Raúl Castro en Cuba, otorga muchas
libertades a las empresas turísticas (incluyendo las formas más duras de
prostitución) siempre y cuando estas no interfieran con el poder del Estado.
El capitalismo
impuesto por los chinos en la economía y por Raúl Castro en el área turística
no solo es neoliberal. Es, además, ultraliberal. El comunismo –así escribirán
los historiadores futuros– fue en países como China y Cuba la fase de la
acumulación originaria en el proceso histórico que lleva a un capitalismo total
(y totalitario).
¿Cómo lograr que
quienes defendemos a un liberalismo radical en lo político no seamos
confundidos con los liberales económicos? Es condenadamente difícil.
Precisamente para evitar esas dificultad, la última vez cuando fui preguntado
si yo era liberal o no, me decidí a responder: “ No: yo no soy liberal, yo soy
libertario”. Igual, creo que nadie me entendió. No obstante pienso que, casi
sin darme cuenta, dije algo importante. Ser liberal, efectivamente, no es lo
mismo que ser libertario
¿Cuál es la
diferencia entre un liberal político y un libertario político? La respuesta es
fácil: mientras el liberalismo político es una doctrina, el
“libertarismo” –no sé si existe como concepto, de ahí las comillas- es una
actitud, o si se prefiere, una toma de posición no solo frente a la
política sino ante la vida. Quiero decir: se puede ser progresista o
conservador, izquierdista o derechista y, además, libertario. La “libertaridad”
es una posición transversal.
Soy
conciente –no estoy inventando la pólvora- de que la idea libertaria tiene una
connotación originariamente anarquista. Pero eso ya no puede seguir siendo un
problema. Por una parte, los anarquistas casi ya no existen; como las ballenas,
están en vías de extinción. Por otra, el ansia de libertad – y no una doctrina-
sigue viva en diferentes zonas de la tierra. Me atrevería incluso a afirmar que
por el solo hecho de ser humanos, deseamos –aunque sea muy en el fondo- ser más
libres de lo que somos.
Hay muchos modelos
de organización social y económica, qué duda cabe. La disputa acerca de cual de
ellos es el más eficiente continuará llenado páginas en libros y en medios de
comunicación. Y está bien que así sea. Pero más allá del modelo que nos
guste, para los militantes de “el partido de la libertad” hay un punto muy
claro; y es el siguiente: todo modelo que pase por la restricción de las
libertades, de los derechos humanos consagrados en las constituciones
democráticas, o por la instauración de dictaduras, despotías y autocracias, es
un mal modelo y por lo tanto debe ser repudiado y combatido. Esté donde esté.
Sea en la derecha o en la izquierda. Pues, como escribió Hannah Arendt: “El
sentido de la política es la libertad”. Sin ese sentido –uso una paradoja- la
política no tendría sentido.
Ahora, ¿qué es la
libertad? He aquí mi respuesta: Cuando
la tengo, no lo sé. Cuando no la tengo, sí lo sé.12.02.2016
@FernandoMiresOl
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