Notas sobre la Exposición Fotográfica ROMPECABEZAS de la fotógrafa argentina Lena Szankay
Buenos Aires 05.11.2015 Berlín 18.01 2016 -18.02.2016 Frankfurt 06.02.2016 -27.02 2016
Fotografiar es captar un instante, uno o dos segundos de un tiempo que
sigue transcurriendo mucho más allá del instante. De ahí que quien decide
fotografiar a alguien o a algo tiene dos opciones. O, como hacen muchos
fotógrafos, retener un instante de un hecho o suceso insólito o repentino, es
decir de un instante “extraordinario” con respecto al tiempo en donde ha tenido
lugar una fotografía. O, como hace la destacada fotógrafa Lena Szankay, captar
instantes del tiempo “ordinario”, es decir, de ese tiempo que transcurre no
fuera sino dentro del tiempo vivido día a día.
Para muchos, hacer lo segundo es un acto insignificante. Pero
precisamente en la significación de la insignificancia reside uno de los
secretos (o paradojas) del arte fotográfico: la insignificancia del instante da
cuenta de la significancia del tiempo al cual pertenece el instante
fotografiado por Lena, algo que no puede hacer un enfoque “extraordinario” pues
todo lo que está más allá de lo ordinario es, casi por definición, ex-temporáneo
(o sea, no común al tiempo) Esa es la
razón por la cual las fotografías instantáneas no terminan ni comienzan en sí.
La visión exacta de la foto aparece recién en su relación con otra foto. Ocurre
lo mismo con la poesía. La dicción de cada verso, por bello que sea, solo es
significativa en relación con el conjunto de la poesía.
¿Qué nos dice –pongamos como ejemplo dos fotos de Lena- la visión de una
ropa tendida en cualquier barrio aledaño con el izamiento de la bandera
nacional frente a la Casa Rosada? Aparentemente, nada. Son solo dos instantes.
Sin embargo, puede ser que esos dos instantes estén ocurriendo en el mismo día,
a la misma hora y en el espacio de una misma ciudad. Esas dos fotos son,
digámoslo así, dos gestos del rostro de Buenos Aires. Un gesto evoca a la
(supuesta) tradición nacional. El otro, a la tradición cotidiana de la dueña de
casa que ha tendido la ropa.
En cada ciudad –una ciudad no se diferencia mucho de uno mismo- no solo
coexisten muchos instantes, sino además, y por eso mismo, diversos tiempos.
Revelar el sentido de esos diversos tiempos es, sin duda, uno de los objetivos
del arte fotográfico. Lena sigue, de ese modo, un procedimiento que bordea al
trabajo psicoanalítico: Hace hablar a su ciudad, la deja devanear a través de sus
diversos momentos, le permite que le cuente su vida -no solo la que ha vivido
sino la que imagina haber vivido- en breve, la invita a la ciudad a mostrar su
verdadera personalidad.
La comparación entre el arte fotográfico y el trabajo psicoanalítico
dista de ser inoportuna. Tanto en la escena fotográfica como en la
psicoanalítica el instante es lo que cuenta. Eso quiere decir, la
representación del pasado y los deseos de futuro no aparecen representados en
diversos planos sino en secuencias interferidas a través de un relato visual
hecho en el preciso instante, “ahora y aquí”. O para expresarlo en términos
post-freudianos: el inconsciente no aparece situado “debajo” de lo conciente
del mismo modo como una ciudad antigua no está “debajo” de una ciudad nueva. La
una vive en la otra. Mostrar esa coexistencia de tiempos en un solo tiempo
parece ser una de las intenciones de Lena. Lo moderno está en lo arcaico y
viceversa. El Buenos Aires antiguo se mete en medio del Buenos Aires nuevo y lo
altera.
No se trata entonces de mostrar “diversos aspectos de una gran ciudad”.
De lo que sí se trata es mostrar a esas imágenes que exceden a la lógica una
ciudad civilizada. En contrapartida, se trata de darnos a conocer a la ciudad
en sus disimilitudes y, por lo mismo, dejando lugar para que se exprese una
barbarie que no se encuentra fuera sino dentro de la propia civilidad.
Chicos acostados en el pasto al lado una bicicleta. Tal vez muy cerca,
dos automóviles siniestros. Tarros de basura y en medio de la mugre, el nombre del Che Guevara,
desdibujado por tanto tiempo transcurrido en vano. Militares desfilando, gente
protestando en las calles por cualquier cosa, afiches hechos para decidir el
futuro de las próximas elecciones, una pareja indiferente bajo la lluvia, un
matrimonio que cena en un balcón cerca del río. La ciudad está muy viva, a cada
paso, en cada foto. Hasta en los cementerios está viva.
Buenos Aires no está nunca totalmente hecho, sigue haciéndose en cada
momento que vive. Los grandes edificios no logran sepultar a las destartaladas
callejuelas escondidas. La lucha brutal por el poder no ha logrado bloquear las
palabras indignadas de quienes levantan la voz frente a un asesinato político
como el cometido desde el poder en la persona del fiscal Alberto Nisman (“Todos
somos Nisman”). Y esos árboles añosos cuyas raíces han salido de la tierra
parecen mostrar que, aún más allá de las circunstancias, lejos del paso
indetenible del tiempo, hay una fuerza extraña que sostiene a la ciudad, algo
que no cambia mucho y continúa “siendo en su propio ser”.
Al fin y al cabo, y no por casualidad, Lena es hija de un gran filósofo.
Quien fuera su padre, Zoltan Szankay, nos hablaba siempre del ser y de lo que
sostiene al ser en el tiempo. Al mirar las fotos de la exposición de Lena,
podemos advertir que esa idea de Zoltan ha sido de algún modo “fotografiada” no por ella, sino en ella misma.
Así como la España del poeta Antonio Machado no era la de “charanga y
pandereta”, el Buenos Aires de Lena Szankai no es la ciudad del fútbol y del
tango. Sus fotos difícilmente podrían ser usadas como tarjetas postales. Nunca
incitarán al turismo de masas. Pero sí, nos acercarán a una verdad urbana
difícil de ser “revelada” por un arte
que no sea el fotográfico. Siempre y cuando, por supuesto, que dicho
arte sea ejecutado con la sensibilidad y con los ojos luminosos de alguien como
Lena. @FernandoMiresOl
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