Uno de los
fenómenos más característicos de la vida política española en los últimos
veinte años ha sido la aparición de regionalismos, nacionalismos, separatismos;
esto es, movimientos de secesión étnica y territorial. ¿Son muchos los
españoles que hallan llegado a hacerse cargo de cuál es la verdadera realidad
histórica de tales movimientos? Me temo que no. Para la mayor parte de la gente
el catalán y vasco es un movimiento artificioso que, extraído de la nada, sin
causa ni motivos profundos, empieza de pronto unos cuantos años hace. Según
esta manera de pensar, Cataluña y Vasconia no eran antes de ese movimiento
unidades sociales distintas de Castilla o Andalucía. Era España una masa
homogénea, sin discontinuidades cualitativas, sin confines interiores de unas
partes con otras.
Hablar ahora de regiones, de pueblos diferentes, de Cataluña,
de Euzkadi, es cortar con un cuchillo una masa homogénea y tajar cuerpos
distintos en lo que era un compacto volumen. Unos cuantos hombres, movidos por
codicias económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos
privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de despedazamiento
nacional, que sin ellos y su caprichosa labor no existiría.
Los que tienen de
estos movimientos secesionistas pareja idea, piensan con lógica consecuencia
que la única manera de combatirlos es ahogarlos por directa estrangulación:
persiguiendo sus ideas, sus organizaciones y sus hombres. La forma concreta de
hacer esto es, por ejemplo, la siguiente: En Barcelona y Bilbao luchan nacinonalistas y unitarios; pues bien, el Poder central deberá prestar la
incontrastable 32 fuerza de que como Poder total goza, a una de las partes
contendientes; naturalmente, la unitaria. Esto es, al menos, lo que piden los centralistas
vascos y catalanes, y no es raro oir de sus labios frases como éstas: "Los separatistas no deben ser tratados como españoles". "Todo se arreglará"con que el Poder central nos envíe un gobernador que se ponga a nuestras órdenes
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¿ES extraño que, al cabo del tiempo, la mayor parte de los españoles, y desde luego la mejor, se pregunte: para qué vivimos juntos? Porque vivir es algo que se hace hacia delante, es una actividad que va de este segundo al inmediato futuro. No basta pues, para vivir la resonancia del pasado y mucho menos para convivir. Por eso decía Renan que una nación es un plebiscito cotidiano. En el secreto inefable de los corazones se hace todos los días un fatal sufragio que decide si una nación puede de verdad seguir siéndolo. ¿Qué nos invita el Poder público a hacer mañana en entusiasta colaboración? Desde hace mucho tiempo, mucho, siglos, pretende el Poder público que los españoles existamos no más que para que él se de el gusto de existir. Como el pretexto es excesivamente menguado, España se va deshaciendo, deshaciendo... Hoy ya es, más bien que un pueblo, la polvareda que queda cuando por la gran ruta histórica ha pasado galopando un gran pueblo...
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¿Cómo se mantiene despierta esta corriente profunda de solidaridad?
Vuelvo una vez más al tema que es leimotiv de este ensayo: la convivencia nacional es una realidad activa y dinámica, no una coexistencia pasiva y estática como el montón de piedras al borde de un camino. La nacionalización se produce en torno a fuertes empresas incitadoras que exigen de todos un máximum de rendimiento y, en consecuencia, de disciplina y mutuo aprovechamiento. La reacción primera que en el hombre origina una coyuntura difícil o peligrosa es la concentración de todo su organismo, un apretar las filas de las energías vitales, que quedan alerta y en pronta disponibilidad para ser lanzadas contra la hostil situación. Algo semejante acontece en un pueblo cuando necesita o quiere en serio hacer algo.
En tiempo de guerra, por ejemplo, cada ciudadano parece quebrar el recinto hermético de sus preocupaciones exclusivistas, y agudizada su sensibilidad por el todo social, empleo no poco esfuerzo mental en pasar revista, una vez y otra, a lo que puede esperarse de las demás clases y profesiones. Advierte entonces con dramática evidencia la angostura de su gremio, la escasez de sus posibilidades y la radical dependencia de los restantes en que, sin notarlo, de hallaba. Recibe ansiosamente las noticias que le llegan del estado material y moral de otros oficios, de los hombres que en ellos son eminentes y en cuya capacidad puede confiarse. Cada profesión, por decirlo así, vive en tales agudas circunstancias la vida entera de las demás. Nada acontece en un grupo social que no llegue a conocimiento del resto y deje en él su huella. La sociedad se hace más compacta y vibra integralmente de polo a polo. A esta cualidad, que en los casos bélicos se manifiesta superlativamente, pero que en medida bastante es poseída por todo pueblo saludable, llamo elsticidad social