Parece
ya banal decir que en la Argentina de Mauricio Macri habrá un nuevo comienzo.
Pero si tomamos en serio la idea del nuevo comienzo veremos que esta tiene una
connotación filosófica, histórica y política a la vez. Tomemos entonces a esa
idea en serio.
1.
Desde
el punto de vista filosófico que es el más importante pero a la vez es el que
menos interesa en estos momentos, la idea del nuevo comienzo fue, mejor que
nadie, trabajada por Hannah Arendt (“La Condición Humana”).
El
propósito de la gran pensadora era ambicioso: intentó invertir el eje de la
filosofía existencial (Husserl, Heidegger, Sartre) en cuyo discurso la muerte
aparece inscrita en su centro. Para Arendt, en cambio, “el ser que va hacia la
muerte” de Heidegger es “el ser que viene a la vida”. No solo somos mortales.
Somos, además, natales.
La
hegemonía de la natalidad por sobre la mortalidad permite que la vida siempre
esté comenzando de nuevo. Esa premisa filosófica tiene que ver, según Arendt,
con dos dimensiones de la “vida activa”: la historia y la política. Son también
las dimensiones que más nos interesan al instante de preguntarnos si con Macri
ha tenido o tendrá lugar un nuevo
comienzo en Argentina.
La
historia según Arendt está sometida al principio de contingencia. Carece de
leyes, no tiene un destino pre-determinado y sus causalidades no son más que
construcciones lógicas e ideo-lógicas. Si es así, el hecho histórico debe ser
analizado como una aparición que rompe con un orden continuo (o si no, no sería
histórico).
El
hecho histórico al irrumpir (e interrumpir) tiene una significación política. Y
si vamos algo más allá de Arendt podríamos agregar que la historia se
constituye de acuerdo al designio de lo político y no, como imaginan los
marxistas, la política de acuerdo al designio de lo histórico.
Entonces,
pensemos directamente en el hecho histórico que nos interesa: el triunfo de
Macri en Argentina.
2.
Desde
el momento en que Macri fue elegido, ha aparecido una línea que periodiza un
antes y un después. El balotaje del 22-N ha sido “un hecho” que “ha hecho”
historia. Por eso mismo, de lo que se trata es entender con cual pasado ha roto
Macri, condición elemental para interrogarnos acerca de si durante su
presidencia tendrá lugar efectivamente el nuevo comienzo que ya se anuncia.
Mi
respuesta: un nuevo comienzo lo impuso Macri por el solo hecho de haber
desalojado del gobierno, después de 12 años, a la ultima versión del peronismo:
el kirchnerismo-cristinismo. Pero eso no significa que Macri ha derrotado al
peronismo. Incluso podría llegar a suceder lo contrario. Macri podría
convertirse en el agente doble que dará otra forma de vida al peronismo. En la
historia nadie sabe para quien trabaja.
Para
derrotar al peronismo en su conjunto Macri tendría que haber obtenido una
votación aplastante, tal como auguraban las erráticas encuestadoras argentinas.
No fue ese el caso. La mayoría de tres por ciento obtenida por Macri es clara,
pero no aplastante.
¿Podrá
recomponerse el peronismo en la oposición? Pregunta a la cual solo podemos
responder con otras preguntas. ¿De que peronismo estamos hablando? ¿El
cristinista o el massista? ¿O una combinación ambigua de los dos cuyo mejor
representante podría ser quien llegó a convertirse en el rey de la ambigüedad
porteña: Daniel Scioli? Mirado así el tema, el verdadero nuevo comienzo podría
aparecer no solo en el gobierno sino, sobre todo, al interior del propio
peronismo.
En
Argentina están dadas las condiciones para que tenga lugar un doble enfrentamiento:
el del peronismo contra Macri y el de un peronismo en contra de otro peronismo.
Este último, a su vez, puede permitir un amplio margen de acción al gobierno,
por lo menos en sus fases iniciales, es decir, justo cuando se pondrán en
práctica las reformas más importantes del programa macrista (privatizaciones,
medidas antinflacionarias, precio del dólar, ajustes, jubilaciones, eliminación
de restricciones a las exportaciones)
En
el enfrentamiento inter-peronista late pues la posibilidad de otro nuevo comienzo.
Todo
depende de cómo se resuelva el conflicto. A riesgo de ser esquemático, se trata
de la confrontación entre un “peronismo salvaje”, representado por Cristina y
su séquito, y “un peronismo ciudadano” cuyo representación es, por ahora, el
Frente Renovador de Sergio Massa. El gran derrotado del 22-N ha sido el primer
peronismo. En ese punto están de acuerdo la mayoría de los analistas
argentinos.
El
cristinismo, o peronismo salvaje, no levanta un programa muy diferente al del
massismo, ni siquiera al del macrismo. Es por eso que lo que está en juego en
la confrontación inter-peronista serán dos estilos de hacer la política. Por
una parte, el estilo excluyente, discriminador y radicalmente caudillesco
impuesto por Cristina. Por otra, un estilo que busca el diálogo con el
adversario, los consensos, los pactos y los acuerdos, estilo que concuerda con
el que intentó imponer Macri a su campaña.
Nunca
hay que olvidar que los votos decisivos que llevaron al triunfo de Macri
provienen del peronismo massista.
Por
supuesto, al decir dos estilos nos referimos a las personas que los
representan. Joaquín Morales Solá, comentarista de la Nación, dio en el clavo
al advertir que detrás de la lucha entre dos estilos se encuentran seres
reales, de carne y de hueso.
Se
trataría según el artículo de Morales Solá, titulado “Adiós a una generación
política”, de un conflicto generacional al interior del peronismo. Por una
parte, los que fueron formados de acuerdo a las cosmovisiones ideológicas de
los setenta. Gente que entiende un triunfo electoral como un medio para tomar
el poder y a esto último, como la unidad indisoluble del partido con el estado
representado en un líder simbólico. Gente que integra a quienes imaginan ser
delegados históricos de los más pobres, aunque ellos mismos se den la gran
vida. Gente que confunde al gobierno con el estado y al estado con un botín a
ser repartido entre los “revolucionarios de verdad”. Gente que insulta y no
habla, como Hebe de Bonafini. Gente que descalifica al adversario, como Fernández,
Zannini y sobre todo, Cristina. Gente que confunde a la administración pública
con la militancia política. Gente que cree que a la prensa de “derecha” hay que
acallarla, quitarle el papel y echarle encima a los jueces. Gente como los de
La Campora: mafiosa, piquetera, montonera. Gente que califica de ultraderecha a
todos los que piensen de modo algo distinto a ellos.
Contra
toda esa gente se ha levantado Argentina a través de una coalición no explícita
pero si tácita entre el peronismo ciudadano renovado y los macristas de la
primera hora. Ese encuentro ha sentado las bases para un nuevo comienzo.
3.
Los
periódicos, la televisión y las radios de Europa no se han dado el menor
esfuerzo para entender lo que sucede en Argentina.
Todos
los medios europeos casi sin excepción, han repetido como loros que en
Argentina han triunfado los conservadores (otros dicen, la derecha liberal) en
contra de la izquierda representada por el gobierno de la presidenta saliente.
Simplemente toman como moneda buena las noticias que les proporcionan los
medios de información latinoamericanos “de izquierda”.
Pero
si se dieran la molestia de analizar los programas y las promesas de las dos
candidaturas, descubrirían que -aparte de algunos acentos en el tipo de cambio,
en la privatización de empresas inutilizadas por el clientelismo estatal, en la
reducción de unos que otros subsidios estatales- no hay grandes diferencias
entre ambos candidatos.
El
mismo Macri no se cansó de repetir durante toda su campaña que los principales programas sociales puestos en práctica por
el gobierno serían respetados. No hay motivo para no creerle. El gobierno de
Macri no fue elegido solo por “los ricos”, a los cuales pertenecen la familia
Kirchner y el propio Scioli. Fueron esas promesas sociales, razones por las
cuales millones de peronistas prestaron sus votos al macrismo. Fueron votos
condicionados. O si se quiere, prestados; seguramente Macri lo sabe.
Revisando
la prensa latinoamericana, el acento parece estar puesto allí en otro tema. No
pocos anuncios concuerdan en que el gran cambio está determinado por la derrota
del populismo argentino como fase inicial de la derrota del populismo
latinoamericano. En cierto modo, una conclusión absurda.
Durante
una campaña electoral toda candidatura, si busca tener opción, debe ser
populista, vale decir, debe levantar un discurso dirigido al pueblo,
entendiendo al pueblo como la suma y la síntesis de múltiples sectores sociales
y culturales. Si así lo vemos, Macri habría derrotado a Scioli no porque Scioli
fue populista sino porque Macri fue mejor populista que Scioli. Yo creo que en
ese punto, el fallecido y por mí, admirado Ernesto Laclau, habría estado de
acuerdo.
Efectivamente,
a diferencia de campañas anteriores, el cristinismo se dirigió principalmente a
“los trabajadores”. La torpe frase de Scioli, un día antes de la veda,
calificando a Macri como “un creído del parque” a diferencias de él, un
trabajador (que nunca le ha trabajado a nadie) fue propia al discurso clasista
del cristinismo (pseudo) marxista. Macri en cambio se dirigió siempre “a todos
los argentinos”, incluyendo “a los que no están conmigo y a quienes respeto”,
como reza un spot de su campaña.
En
breve, el pueblo de Scioli era un pueblo dividido por el propio discurso de
Scioli. El pueblo de Macri es un pueblo diagonal, transversalizado por un
discurso integrativo. O en otras palabras: Mientras Scioli siguiendo el
designio de Cristina buscaba ocupar “un polo”, Macri buscaba ocupar “un
centro”.
Para
que se entienda mejor la idea debe ser dicho que el concepto de “centro” en la
política no tiene nada que ver con la de un centro geométrico.
El
centro político, a diferencias del geométrico, no está “en el medio”. El centro
en la política es un espacio de confluencias múltiples ordenadas en líneas
convergentes. La creación de una nueva centralidad política fue otra de las
razones que llevan a pensar en que definitivamente estamos frente a un nuevo
comienzo.
En
el sentido otorgado por Hannah Arendt a la idea de un “nuevo comienzo”, vale
decir, a algo nuevo que irrumpe e inicia una nueva fase en la historia de una
nación, estamos frente a uno. Un “comienzo que recién comienza” cuyos efectos
se harán sentir a lo largo y a lo ancho de todo un continente.
Pero
el tan importante tema relativo a las implicaciones internacionales del triunfo
de Macri merece de por sí un artículo aparte. Lo escribiré. Por ahora solo cabe
decir que los ciudadanos argentinos ya hicieron su tarea; y la hicieron bien.
La próxima tarea corresponde el 6-D a la ciudadanía venezolana. Si es así, el
nuevo comienzo será “un comienzaso”.
Por
supuesto, esta última categoría, la del “comienzaso”, no pertenece a Hannah Arendt.