Como no soy experto en economía revisé, antes
del referendo llamado por Tsipras, las opiniones de destacados economistas.
Joseph Stigglit, Premio Nobel de Economía 2001 y Paul Krugman Premio Nobel 2008
se pronunciaron por el NO. Thomas Piketty, sospechoso próximo Premio Nobel, no
dijo ni sí ni no. Christopher Pissarides, Premio Nobel 2010, estaba por el
SI.
Dicho sinceramente, me pareció asistir a otra
versión de la larga polémica entre escuelas distribucionistas y ahorristas. O
si se quiere, a otro round de la pelea entre keynesianos y friedmanianos.
Tanto el distribucionismo como el ahorrismo
tienen equivalentes políticos. Los partidos
socialdemócratas y otros similares son considerados distribucionistas clásicos.
A la inversa, los conservadores son vistos como ahorristas.
No obstante, la experiencia enseña que bajo
determinadas condiciones, ambas escuelas pueden tener razón. Así como en la
vida histórica de una nación hay tiempos de guerra y otros de paz, en la vida
económica hay tiempos de distribución (inversión social) y tiempos de ahorro
(acumulación de capital). Ningún tiempo puede
prescindir del otro. Sin capitalización no hay inversión y sin inversión no hay
capitalización: un simple ABC.
Por cierto, la combinación ideal es que
durante el tiempo de la distribución (o de expansión del capital) un gobierno
sea dirigido por partidos sociales y durante los de acumulación (o de
contracción del capital) las responsabilidades recaigan en políticos
conservadores. Mas, no siempre es así.
No obstante, la mayoría de los partidos
socialistas europeos ha aprendido a llevar a cabo políticas ahorrativas del
mismo modo como los ahorrativistas ya no hacen asco a las políticas sociales.
Ángela Merkel, para poner un ejemplo, fue durante su primer periodo una
ahorrativista radical hasta el punto de que no pocos decían que ella era la
versión alemana de Margaret Thatcher. Hoy los conservadores afirman que ella es
una socialista disfrazada de socialcristiana. Ni lo uno ni lo otro. Merkel es
una política cien por ciento pragmática. Quizás demasiado pragmática.
Sin embargo, de lo que no se ha dado cuenta
ningún Premio Nobel, es que la crisis griega no tiene nada que ver con la
disputa entre distribucionistas y ahorristas. Grecia ya vivió un largo periodo
distribucionista durante la era del PASOK pero justo en un tiempo en el cual se
imponía la necesidad de implementar medidas ahorristas. Cuando en las
elecciones de 2012 los griegos eligieron la alternativa ahorrista (Nueva
Democracia) la crisis financiera ya había tocado fondo, no había nada que
ahorrar y por lo mismo nada que distribuir.
Pero el Syriza de Tsipras, elegido después de
la previsible debacle del centro político no es ahorrista ni distribucionista.
Detrás de su retórica de ultraizquierda solo se esconde un partido nacional-populista,
radicalmente antieuropeo. No persigue ninguna estrategia económica y su
objetivo es solo mantenerse en el poder a cualquier precio.
Así se explica que la gran mayoría de los que
votaron NO, no lo hicieron para dar un respaldo a Tsipras en las negociaciones
con la mal llamada “troika” sino, dicho en el lenguaje ultranacionalista de
Syriza, en contra de una “Grecia humillada”. Como en las elecciones de 2015,
Tsipras prometió superar la crisis sin decir como ni cuando lo hará. Con ese
tipo de políticos deben negociar los gobiernos democráticos europeos. La verdad, es más fácil para un gobierno como el de Colombia negociar con las FARC que para el gobierno alemán negociar con Syriza.
Lo más peligroso de todo es que Syriza no
es un partido aislado. Cuenta con el apoyo del
ultranacionalismo de los partidos "europeos-antieuropeos". No solo
Podemos de España -el partido que por su retórica de izquierda es el que más se
le parece- apoya a Syriza. Cuenta, además, con el respaldo declarado y abierto de los
partidos ultraderechistas y
proto-fascistas de toda Europa. Algunos, como el eurófobo Nigel Farage del UKIP
y la neofascista Marine Le Pen otorgaron un apoyo total a Tsipras, apoyo al cual
se sumó, por supuesto, Vladimir Putin.
Particularmente agresiva se mostró la Le Pen en una entrevista
concedida a El País el 12.07.2015. No solo saludó al triunfo del NO en Grecia.
Ese NO fue considerado por ella como un
eslabón de una larga lucha nacionalista en contra de la que llama “oligarquía europea”
(sinónimo de la troika deTsipras)
A pesar de todo, el día 13. 07. 2015 los europeos amanecieron optimistas. Al fin, tras largas y duras
discusiones fue logrado un acuerdo entre Grecia y sus acreedores. Para los que piensan que la discusión solo tenía un
tenor económico, dicho optimismo está plenamente justificado. Para los que en
cambio pensamos que el tema de la deuda griega es solo la punta de un iceberg muy
profundo, ese optimismo no tiene ninguna razon de ser.
El verdadero problema fue que durante la crisis tuvo lugar la formación de una amplia coalición
eurofóbica entre partidos de ultraizquierda y ultraderecha, todos en contra de la idea
de una Europa Unida y de los valores políticos que ella representa. Esa coalición demostró a su vez que lo que está en juego, más allá de las negociaciones entre acreedores
y dedudores, no es solo la estabilidad del Euro. Lo que está en juego es la
integridad política de Europa. De una Europa que, después de todo, es mucho más importante que el Euro.