Cuando
Hannah Arent publicó en 1951 su libro Los orígenes del Totalitarismo las
izquierdas europeas guardaron un escandaloso silencio. No es que el libro
hubiese pasado desapercibido. Todo lo contrario. Las editoriales hicieron un
buen negocio. La rigurosidad intelectual, el estilo preciso y lo novedoso de
sus tesis despertaron interés en círculos académicos. No así en los políticos.
¿En donde residía el escándalo? Para muchos en el hecho de que Hannah Arendt
comparaba a el régimen estaliniano con el nazismo.
Salvo
una u otra excepción como Raymond Aron o Albert Camus, para la gran mayoría de
la clase intelectual europea, la URSS, pese a sus dantescos campos de
exterminio, era la depositaria de ideales sublimes nacidos en Occidente,
territorio de experimentación de las ideas del intelectual más portentoso que
había producido Europa después de Hegel: Karl Marx. Y no por último, la URSS
era, según “los maestros pensadores”, una formación económica-social superior
al orden capitalista en el proceso "irreversible" de la evolución histórica.
Por
si fuera poco, Hannah Arendt dio a conocer su libro durante un periodo en el
cual todavía la URSS conservaba la bien ganada imagen de “baluarte en contra del fascismo
mundial”. Aunque después reiteró Arendt que bajo Kruschev y Brezhnev la URSS si
bien dictatorial ya no era totalitaria –diferencia que todavía muchos
politólogos no entienden- su libro no coincidía con la imagen de “la heroica
URSS” de la Segunda Guerra Mundial.
Solo
después de que en 1989 fuera derribado el muro de Berlín, el libro de Arendt
pudo aparecer en los salones de la política. Hoy casi todos los comentaristas,
incluso los que no lo han leído, lo citan.
Doce
años después de los Orígenes publicó Arendt otro de sus clásicos: Sobre
la Revolución. El éxito político fue esta vez mayor. En momentos en los
cuales el mundo parecía estar revolucionado desde Vietnam a Cuba, aparecía un
libro explicando el génesis y el sentido del concepto revolución.
Aunque
el libro está centrado en la comparación de las revolución norteamericana de
1776 y la francesa de 1789, muchos intelectuales de izquierda creyeron
encontrar en él una fuente teórica de inspiración. A pocos se les ocurrió que
entre el libro de 1951 y el de 1963 podía haber un nexo. Si se hubieran dado
cuenta habrían percibido que Sobre la Revolución era desde el punto de
vista político aún más escandaloso que el libro sobre el totalitarismo.
Mientras
el primer libro se ocupaba del “fenómeno” totalitario, el segundo nos dio a
conocer a su matriz. Esa matriz se encuentra –en ese punto escribía Arendt en
plena sintonía con el pensamiento de Alexis de Tocqueville- en los tópicos más
radicales de la revolución francesa, algunos de los cuales cristalizarían en el
bolchevismo y en el nacional-socialismo.
Comparando
a la revolución norteamericana con la francesa descubrió Arendt que mientras la
primera solo intentó cambiar un orden político, la segunda nació conteniendo la
patología representada por un enemigo meta-histórico. Y bien, ese es
precisamente el punto que une a la revolución jacobina con la bolchevique y con
la fascista. Mientras la norteamericana fue una revolución que tuvo lugar en un
marco histórico determinado, las que le siguieron nacieron con el objetivo de derrotar
a enemigos “universales”.
Los
jacobinos soñaban con la destrucción del “antiguo régimen”. Los bolcheviques
con el fin del capitalismo. Los nazis con el fin del judaísmo. Las tres
configuraban a un Enemigo Total frente al cual no cabían concesiones.
En
cierto modo Sobre la Revolución ilumina el sentido explícito de los Orígenes.
A través de sus páginas se entiende como la relación establecida en los Orígenes
entre bolchevismo y nazismo era para Arendt algo más que una comparación o una
analogía. Esa relación era, sobre todo, una unidad, un mismo fenómeno expresado
en dos formas diferentes, o para decirlo en términos conocidos: se trataba de
dos cabezas de una misma hidra.
La
hidra había nacido en Francia. Su nombre era La Revolución, no una revolución
con minúscula sino La Revolución con mayúscula, vale decir, un proyecto
histórico destinado a cambiarlo todo.
La
destitución del monarca fue para los jacobinos –así observaría Claude Lefort
después de Hannah Arendt- solo un medio para alcanzar la totalidad de un cambio
histórico de carácter universal. Y para cambiarlo todo era necesario
totalizarlo todo. Eso significa que el periodo de El Terror implantado por
Robespierre no era un fin en sí sino el medio del que se valía “la historia”
para alcanzar la reconciliación definitiva de la humanidad consigo misma.
Hay
pues una relación entre un Maximiliano Robespierre asomado en los balcones de
las Tullerías, contemplando como en nombre de La Revolución rodaban las cabezas
de sus adversarios, con el Holocasuto y el Gulag e incluso, con un Ernesto Che
Guevara en La Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, haciendo volar –también en
nombre de La Revolución- la tapa de los sesos de los suplicantes prisioneros.
Hubo
por cierto dictaduras que pese a su infnita crueldad no lograron convertirse en
totalitarias. Ya sea porque Pinochet no pudo en contra de la tradición
democrática-partidista de Chile, o porque el estado renunció al control
absoluto de la economía, la dictadura militar no logró completar hasta el
último su ideal totalitario. Lo que no significa que este no hubiera existido: Pinochet
logró al menos construir a un Enemigo Total: el “marxismo internacional”, un
enemigo frente al cual todo estaba permitido.
No
es seguro si hoy vivimos en una era post-totalitaria. Pero si analizamos
algunos nuevos movimientos políticos veremos que la pretensión de totalizar la
lucha política frente a un enemigo total no ha desaparecido todavía.
En
el mundo islámico ISIS designa como enemigo total a TODO el Occidente, en
Francia Marine Le Pen designa como enemigo total a la OLIGARQUÍA EUROPEA, el
Partido de la Libertad Holandés de Geert Wilders a TODO el Islam, Syriza de
Grecia a la TROIKA europea, Podemos a LA CASTA española y europea, y en América
Latina, neo-dictaduras y autocracias intentan justificar violaciones a los
derechos humanos inventando una lucha total en contra de EL IMPERIO.
La
lógica meta-real del totalitarismo continúa existiendo. La tentación
totalitaria comienza con la gramática totalitaria.