No me pareció muy
buena la idea de Norma (Norma es mi esposa) para visitar precisamente ese día
martes de junio la exposición xilográfica de Salvador Dalí, los famosos 100
grabados sobre “La Comedia de Dante”. Lo de “Divina” fue un agregado posterior
de Bocaccio, en mi opinión una adulteración bocacciana del pensamiento de Dante
pues el gran escritor nunca concibió a su “Comedia” como “Divina”. Y no lo es. Más bien es lo contrario. El verdadero
título, en mi opinión, debería haber sido “La Humana Tragedia”.
No, repito, no me
pareció buena idea. Norma arrastra una fuerte lesión al tobillo y una visita al
Museo Horst Janssen de Oldenburg que, si bien es uno de los más prestigiosos de
Alemania, no es el lugar apropiado para una rehabilitación ósea. Pero al fin
ella logró convencerme con la idea nada divina de combinar la visita con café y
Kuchen (pastel) en la cafetería del museo. Debo agregar que el Kuchen del museo
es tan famoso como sus magníficas exposiciones. Y eso es decir mucho.
No me arrepiento de
haber hecho caso a Norma. No lo digo solo por el Kuchen. La exposición de
grabados quedó grabada en mi mente. Porque una cosa es ver los grabados en un
libro, o cada uno por separado, y otra, verlos casi en su totalidad, para después,
desde una butaca, mirarlos a todos juntos y acudir de pronto al llamado de
alguno para compararlo con el que está al frente, que parece ser el mismo y si
lo observas bien, es tan distinto.
Los grabados de
Dalí no pueden ser narrados y no lo voy a hacer. Sería como narrar una
sinfonía. Mucho menos ese trabajo monumental realizado entre los años 1960-1964
a petición del gobierno italiano con motivo del 700 aniversario del nacimiento
de Dante. Lo único narrable –es lo que estoy intentando hacer- es la impresión
subjetiva de una experiencia visual. Y bien, debo decir que esta vez aprendí a
conocer a otro Dalí. Uno distinto al que yo creía conocer.
El Dalí de sus
pinturas ha sido ya muy divulgado. La visión onírica, el intento de pintar
desde y a través del inconsciente, el deseo de “épater le bourgeois”, la burla
y a la vez la ira, los relojes muertos, los falos pre-lacanianos, los cajones y
estructuras, su sentimiento (anti) religioso), sus colores plenos y la
omnipresencia de su mujer, Gala, son temas demasiado conocidos. Imposible
agregar una palabra nueva. No ocurre así con sus grabados. La razón es la
siguiente:
En la xilografía
predomina la línea por sobre el color, es decir, se trata de un bosquejo que no
persigue ninguna finalidad posterior. Por cierto, el color es importante pero
se mantiene subordinado a la línea. La línea, a su vez, representa de modo
directo la intencionalidad del artista, adonde quiere ir, que es lo que busca.
La línea, por lo mismo, es más racional y más intelectual que el color. Al
revés: el color es más emocional que la línea. El color es desbordante. La
línea, por definición, es limitante. Aún en las descripciones más alucinantes
de Dante, Dalí se ve obligado a introducir una cierta linealidad que interpela
al intelecto y no solo al corazón del observador.
No puede ser de
otra manera. En el trabajo xilográfico el artista no actúa solo, encerrado en
su taller frente a un objeto, sea este un florero o una mujer desnuda. Es, por
el contrario, un trabajo donde muchos meten manos y, por lo mismo,
comunicativo, dialogante y discursivo. El artista bosqueja, administra, da
ordenes, discute, echa bromas o maldiciones, pero casi nunca está solo, es
decir, se encuentra limitado por la presencia inconfundible del “otro”. Vista
así, la obra xilográfica es lo más parecido a un concierto. Mucho más todavía
si se trata de interpretar a un compositor (escritor) tan genial como Dante. Un
autor no solo literario sino, diría yo, sobre todo, geométrico.
La geometría
literaria del Dante no es, al contrario de una obra xilográfica, lineal. Es
circular. Tanto el cielo, el purgatorio y el infierno están formados, según las
visiones de Dante, por círculos. Esos círculos son a la vez gradas y así lo
entendió Dalí. Las imágenes y los colores se de-gradan a medida que ascienden o
descienden. En ese sentido, Dante, hombre del renacimiento, era muy platónico.
Tanto al menos como Virgilio, su “guía turístico”.
Si nos atenemos a
la alegoría de la caverna según Platón, la luz que viene desde fuera de la
caverna se refleja en sombras, pero nunca reina la oscuridad absoluta. Dichas
sombras se diluyen en la medida en que el héroe de la caverna asciende pero
–eso es lo importante- no desaparecen jamás. A la inversa ocurre lo mismo: en
el fondo de la caverna se ven sombras o, según Platón, reflejos de sombras.
Luego, nunca existe la oscuridad de un modo absoluto. Así sucede también con
los círculos de Dante.
En la Comedia, ni
el infierno es absolutamente infernal ni el cielo es totalmente celestial.
Aunque parezca un despropósito decirlo, las imágenes de Dante no son siempre
dantescas. Las de Salvador Dalí tampoco. Razón de más para hacer caso omiso a
esa mayoría de críticos que reprochan a Dalí no haber sido fiel a las
descripciones de Dante. Como si el idioma de la obra literaria fuera
exactamente traducible al de la pintura.
Para traducir la
palabra de Dante en grabados y ser fiel a Dante, Dalí no solo no podía, además,
no debía dejarse guiar por la literalidad de Dante. Así ocurre por lo demás con
todas las traducciones. Para poner un ejemplo: si traducimos de modo literal
una poesía escrita en alemán al español, o viceversa, la traducción, si es
fiel, convierte a la poesía en un mamarracho. Luego, la traducción de una obra
de arte solo se logra no cuando la palabra sino cuando el espíritu de la
palabra ha sido vaciado en un idioma diferente. Con mayor razón si se trata de
traducir no en palabras sino en grabados el idioma de La Comedia.
En consecuencias, a
través de su propio espíritu, Dalí logró grabar en madera el espíritu de las
palabras de Dante. El mismo Dalí lo dijo de modo preciso: “¿Por qué el Infierno
tiene que ser siempre oscuro? ¿Cuáles son los colores del infierno?”. Dalí no
podía sino imprimir en el infierno de Dante los colores de su propio infierno del
mismo modo como solo podía representar el rostro de Beatrice, el etéreo amor de
la primera juventud de Dante, grabando el rostro de su propia mujer, Gala.
¿Cuáles son los
colores del infierno? Detrás de esa pregunta aparentemente ingenua subyace una
teología y una filosofía a la vez. Pues si consideramos al infierno, al
purgatorio y al paraíso no como partes de un edificio de tres pisos sino como a
los tres tiempos del ser, podríamos llegar a la conclusión de que cada uno se
encuentra representado en el otro. Con mayor razón todavía si hablamos de la
obra de Dante quien concibió a los “tiempos” de esos tres “lugares” de un modo
circular. Vale decir, la perspectiva de Dante no es la del tiempo lineal sino,
anticipándose en siglos a Nietzsche, la del eterno retorno: un tiempo circular.
Esa perspectiva es
la que a su vez asumió Dalí a través de sus grabados: representar la unidad de
los tres tiempos del ser. Es por eso que en medio del paraíso aparecen de
pronto imágenes monstruosas, orgías sin freno, culos descomunales, piernas
abiertas e inmensos falos penetrantes. A la inversa, el infierno, donde los
cuerpos son consumidos entre torturas y fuegos, es circundado por luces,
hermosos claro-oscuros que nadie sabe de donde vienen. Al final, el tiempo más
decisivo resulta siendo en Dalí el purgatorio, la antesala cuyos círculos
separan a la tierra de su infierno: la proximidad de la muerte que a él, como a
cada uno, siempre nos acompaña.
Como todos los
grandes, Dalí intentó representar al tiempo, pero no a ese tiempo espacial que
nos regaló la invención de la perspectiva –curiosamente es el que predomina en
la pintura tradicional de Dalí- sino a los tres tiempos que se conjugan en cada
cuerpo humano. En ese punto Dalí es en sus grabados muy fiel con el legado católico
español del cual nunca pudo escapar.
La resurrección es
para Dalí, como para todo buen católico, la resurrección de los cuerpos, no la
de las almas. Pero como los tres tiempos post-mortales son un solo tiempo,
somos en ese tiempo bestias y ángeles, centauros, luces y sombras a la vez. Así
efectivamente es la Comedia de Dante: Y ¿Beatrice-Gala? Más católico que nunca,
Beatrice-Gala es, tanto para Dante como para Dalí, el triunfo de la belleza por
sobre la monstruosidad, del bien por sobre el mal y, sobre todo, del amor por
sobre la muerte.
Marcel Reich-
Ranicke, el crítico que fuera denominado “el Papa de la literatura alemana” dijo
que La Divina Comedia es la teología convertida en literatura. Si es así,
quiere decir que Dalí convirtió a la teología y a la literatura en maravillosos
grabados xilográficos. Una enorme proeza.
Para visitar una exposición de los grabados de la Divina Comedia según Dalí, hacer clic AQUÍ