En
grandes trazos las elecciones municipales y autonómicas en España del 24 de
Mayo de 2015 confirmaron las tendencias apuntadas en las de Andalucía.
Desplazamiento del PP (33.10%) como exponente de la mayoría absoluta,
mantenimiento del PSOE (25.44%) como principal fuerza política de la oposición
de centro izquierda y fuerte votación de Podemos (18.59%) y Ciudadanos
(12.14%), partidos emergentes que terminaron por enterrar a los ya
tradicionales Izquierda Unida (expresión de la izquierda más inquisitorial) y
UyP (un simple club de notables).
No
se trata de una revolución política ni mucho menos, pero es innegable que
estamos frente a un “cambio profundo” (El País) del orden político
prevaleciente.
Si
bien, aunque no en las magnitudes esperadas, la gran derrota del PP estaba
sellada antes de las elecciones. El hálito de optimismo conservador proveniente
de las elecciones de Gran Bretaña no alcanzó a llegar a España. Tampoco surtió
efecto la lenta salida de la gran crisis económica que intentaba capitalizar
para sí el PP.
Quedó
así demostrado una vez más que la política, por lo menos a corto plazo, no es
un subproducto de la economía. No tanto por su gestión sino por su imagen fue
derrotado el PP. Corrupción, ausencia de ideas y sobre todo falta de
liderazgos, fueron más determinantes que las cifras y los balances bancarios.
Visto
así, el PP, si es que no quiere profundizar su debacle, no tiene más
alternativa que seguir el camino de la Democracia Cristiana alemana y abrir un
flanco social para conectar con el centro, principalmente con el PSOE y
Ciudadanos. Es decir, todo lo contrario de lo que ha hecho hasta ahora. Eso
pasa sin duda por la renovación de su personal político.
Para
poner un ejemplo, llevar como candidata en Madrid a Esperanza Aguirre fue un
desatino sin nombre. Sobreviviente de la arrogante y superficial “España de
charanga y pandereta” (Machado) Aguirre fue derrotada ya antes de las
elecciones. En el más decisivo foro televisivo, Manuela Carmena, candidata de
Ahora Madrid (Podemos /Ganemos) mostró clase, empatía y cultura, virtudes que
hasta sus más duros adversarios reconocen. Lo mismo se puede decir de la gran
vencedora de Barcelona, Ana Colau, activista y candidata de un multicolor
frente de izquierdas.
Definitivamente
es así: las mejores políticas del mundo no pueden tener éxito si es que no son
representadas por personas adecuadas. Ese es sin duda el principal déficit del
PP. Más que una crisis de gobernabilidad vive una crisis de personal.
El
resultado más que cuantitativo ha sido cualitativo. Como se esperaba, las
elecciones de Mayo han sellado el fin del bi-partidismo dando lugar a un orden
político tetra-partidista.
Pero
quizás aún mas importante es el hecho de que el cuadrilátero español no está
formado por compartimentos estancos sino por un conjunto de partidos capaces de
coalicionar entre sí sin pasar por graves traumas ideológicos.
El
partido con mayor capacidad de coalición es sin duda el PSOE, el que puede
concertar alianzas con Podemos, Ciudadanos e incluso con el PP, sin perder su
perfil centrista. El PSOE ya es definitivamente el partido del centro-centro,
posición privilegiada en un país donde el centro y no los extremos ejercen
atracción magnética sobre el electorado. Una parte de la franja de izquierda
–quizás la que más estorbaba al centrismo del PSOE- deberá ser delegada a
Podemos.
Como
expresó un cronista de El Mundo, España tendrá que aprender a convivir de ahora
en adelante en una “cultura del pacto”. En términos politológicos significa que
la política del antagonismo duro ha cedido el paso a un tipo de política
caracterizada por su transversabilidad, donde los antagonismos no son
irreconciliables entre sí. El ejemplo más nítido es nuevamente Madrid donde
Podemos, si quiere acceder al gobierno municipal, deberá hacerlo bajo las
condiciones impuestas por Carmena (Ahora Madrid) primero y por el PSOE después,
justamente el enemigo al que Podemos desde los momentos de su fundación quería eliminar.
Así
se demuestra una vez más como la democracia puede ejercer un efecto
civilizatorio sobre partidos de precarios fundamentos democráticos. Del mismo modo como la
democracia española, gracias a los pactos del pasado logró civilizar al
franquismo subyacente en el PP y al estalinismo de los comunistas de Carrillo,
hoy deberá democratizar a Podemos.
Muchos
observadores vieron en Podemos una versión aún más radicalizada del Syriza
griego. Sin embargo la gente de Podemos ya ha aprendido la lección: España no
es Grecia y mucho menos Venezuela. Las raíces
de los partidos democráticos son muy profundas. El centro y no los
extremos es el principal lugar de orientación política y sin alianzas ese
centro es inalcanzable. Esa fue la razón principal – y no desavenencias entre
personas - por la cual la fracción ultraizquierdista de Juan Carlos Monedero
tuvo que ser erradicada de Podemos. No por sus irregularidades monetarias –en
España eso se olvida pronto- sino por su marxismo de la edad de piedra,
Monedero llegó a convertirse en un personaje electoralmente impresentable.
Pablo Iglesias, hombre de poder, lo entendió 5 minutos antes de las 12.
Hoy
Podemos –como la Linke en Alemania- es solo un partido más. En cierto modo es
un factor de orden –astucia de la historia- pues otorga representación política
a grupos de indignados que sin Podemos estarían lanzando piedras en las calles.
Puede incluso que Podemos no haya agotado sus perspectivas de crecimiento dado
el espacio abierto por los partidos tradicionales, espacio que deberá
compartir, quiera o no, con el otro emergente de la política española:
Ciudadanos.
Ciudadanos
es un partido que avanza de modo lento y sostenido. En lo económico se
pronuncia por el libre mercado pero rechaza los recortes sociales del PP. En lo
ideológico parece ser el más claro exponente del liberalismo democrático. Pese
a sus orígenes nacionalistas catalanes es, a diferencias de Podemos,
abiertamente europeísta. Si la crisis del PP se mantiene, Ciudadanos y su líder
Albert Rivera pueden llegar a ser un factor muy importante en el recambio
político que vive la nación.
Ya
al día siguiente de las elecciones ha aparecido en España un calidoscopio de
alianzas múltiples. Los enemigos de una región serán aliados inseparables en
otra y viceversa. Así se demuestra como la política no solo es el arte de
separar sino, además, el arte de unir. Los españoles están aprendiendo muy
rápido el segundo arte. Quizás demasiado rápido. Lo importante en todo caso es
lo siguiente: Los cuatro jinetes de la política española no serán los del Apocalipsis.