De la noche a la mañana apareció un nuevo movimiento en
las calles de Alemania. Su nombre: PEGIDA, “Patriotas Europeos contra la
islamización de Occidente”. Su bastión
principal: Dresden. Ni título ni lugar de origen son casualidades. El rechazo a
la “islamización de Europa” es uno de los tópicos de la ultraderecha europea.
¿Neo-fascismo? Seguramente. Pero el tema va más allá de
una designación politológica. En Dresden, PEGIDA ha realizando manifestaciones
multitudinarias. Las contra-manifestaciones no reúnen ni a la mitad que convoca
PEGIDA. Hay entonces motivos para encender alarmas.
Dresden, como casi todas las ciudades de la ex RDA,
mantiene una tradición en materias xenofóbicas. ¿Las razones?: Las raíces
democráticas de los ciudadanos del Este no son profundas. El carácter
autoritario del Estado comunista fue transmitido al interior de diversos
sectores de la población y perdura en el tiempo. No obstante, la xenofobia
políticamente organizada amenaza ser un peligro para toda la nación. Dresden es
solo un foco catalizador.
PEGIDA parece ser hacia el lado derecho de la política
alemana lo que PODEMOS es hacia el lado izquierdo de la política española. Un
eje en torno al cual se articulan diversas protestas cuyo punto común es el
miedo a transformaciones que han tenido lugar en el último decenio. El tránsito
de la sociedad industrial a la sociedad digital -y a las formas multiculturales
de vida que esta conlleva- promete ser tan poco pacifico como el que llevó de
la sociedad agraria a la sociedad industrial durante el siglo XlX.
Las “invasiones islámicas” son por lo tanto el oscuro
objeto del deseo de agresión que determinados ideólogos ofrecen a sectores
aterrados frente a todo lo nuevo y extraño (y extranjero). De ahí que tampoco
es casualidad que los islamófobos alemanes sean convocados por personajes que
han hecho de la lucha en contra de la UE (y del Euro) una doctrina. Entre
otros, el partido de ultraderecha AfD (Alternativa para Alemania). Mientras AfD se declara pro-europeo frente a los
refugiados islámicos, ante la UE se presenta como nacionalista. La coherencia
nunca ha sido característica de la ultraderecha.
Menos coherente aún es la elección de la víctima: La
mayoría de los emigrantes huyen del extremismo islamista que asola sus
regiones. Pero en Alemania son recibidos por PEGIDA como si ellos fueran
extremistas islámicos. El procedimiento es perverso. Es como si los alemanes
que huyeron de Hitler hubieran sido repudiados como nazis en los países donde
buscaron refugio. No obstante, no todo es responsabilidad de PEGIDA. Es también
el resultado de la ausencia de claridad política en los partidos gobernantes
con respecto a los conflictos del mundo islámico.
No me refiero al tema, más administrativo que político,
de la limitación del número de
emigrantes. Me refiero al de la ausencia de solidaridad con los pueblos
musulmanes víctimas del terrorismo de ISIS. Los partidos democráticos alemanes
han dejado así el campo libre a PEGIDA para que aterrorice a las víctimas y no
a los culpables.
Por cierto, no todos los militantes de PEGIDA son
fascistas. Muchos de los problemas a los que PEGIDA alude son reales. Pero
tampoco los que aludió el nazismo durante el siglo pasado eran temas
inexistentes. El problema por lo tanto reside no en el movimiento PEGIDA en sí,
sino en su potencialidad. ¿Cómo impedir la expansión del fenómeno antes de que
sea demasiado tarde?
Antes que nada: ni con indiferencia ni con histeria. El
semanario Die Zeit, por ejemplo, afirma de que no hay ningún motivo para
preocuparse. Spiegel, por el contrario, entrega la impresión de que
estamos ante las puertas del lV Reich.
¿Realizar contra-manifestaciones cada vez que PEGIDA sale
a la calle? Eso solo sirve para afirmar la identidad democrática de los contra-manifestantes.
¿Prohibir y reprimir a PEGIDA? Sería peor. Eso desearían los dirigentes de
PEGIDA: convertirse en héroes de un movimiento social perseguido.
La situación que vive hoy Alemania recuerda el tema de
una de las más espeluznantes novelas del escritor sudafricano J. M. Coetzee :
“Esperando a los bárbaros”. Según esa novela, miles de campesinos eran
deportados en nombre de la guerra en contra de los bárbaros. Mas, esos bárbaros
no existían. Eran la simple proyección de los miedos de los habitantes de las
ciudades durante el tiempo del Apartheid.
La mayoría de quienes siguen a PEGIDA jamás han tenido un
problema con algún islamista. Muchos habitan ciudades con reducida presencia de
extranjeros, Dresden entre otras. No son muy religiosos, y por lo mismo su
religión no se encuentra amenazada. Tampoco son cultos; luego, la cultura
islámica tampoco los amenaza. Los valores occidentales (tolerancia, respeto a
los derechos humanos) no les son muy caros, toda vez que ellos mismos los
rechazan. Sin embargo, como los habitantes de las ciudades de Coetzee, se
sienten amenazados por los bárbaros. Nadie les ha dicho que los verdaderos
bárbaros podrían ser ellos mismos.
Alemania al estar comprometida con la razón democrática
no tiene otra alternativa sino enfrentar políticamente a PEGIDA. Eso significa
sacar a sus militantes de sus ratoneras e incitarlos al debate público. No hay
nada que aterre más a un antiguo o neo-nazi que la luz de la vida pública. Pero
eso implica claridad, absoluta claridad para explicar a los ciudadanos los
derechos y deberes que ha contraído la nación alemana con Europa y con el
mundo.
Ser demócrata no es solo vivir en democracia. Es una
decisión que obliga a vivir en lucha en contra de los enemigos de la
democracia. Es también una militancia, quizás la más radical de todas. La
democracia nació en contra de la barbarie. Y los bárbaros no solo están fuera
de las ciudades. Están también entre nosotros e incluso, dentro de nosotros.