Fernando Mires – EUROPA AMENAZADA


Los tiempos en los cuales tantos creyeron que terminada la Guerra Fría, Europa viviría la “paz perpetua” kantiana, han terminado. Y si alguien pensó que después de los acuerdos de Maastricht (1992) comenzaba el periodo de la post-política, Vladimir Putin se ha encargado –desde la invasión a Crimea- de volver a los europeos a la dura realidad.
Europa continúa amenazada desde fuera y desde dentro, y ahora quizás más que nunca.
La primera amenaza proviene otra vez desde el Kremlin. Putin, rompiendo con la línea trazada por Gorbachov y Jelzin, ha asumido como objetivo la reconstrucción geopolítica del imperio ruso. Pero no la del imperio soviético sino la del que lo precedió: el de los zares.
Rusia, como apuntó Barack Obama, es un imperio regional. Con ello quiso decir que en “el mundo de los cuatro imperios” (llamémoslo así) Rusia es un ejemplar pre-histórico.
EE UU, la UE y China ya no tienen ambiciones territoriales. El objetivo de esas tres potencias está centrado en la ocupación de los mercados globales. El imperialismo de nuestro tiempo es volátil, virtual, digital, mas no territorial. No así el de Rusia.
Rusia, dijo Ángela Merkel, es un imperio del siglo XlX enclavado en el siglo XXl. Nadie, aparte de los recursos naturales, apuesta por la economía rusa. Pero los ejércitos rusos continúan siendo temibles. No ocupan mercados, pero sí territorios.
Para Putin, Rusia no termina en Rusia. Tampoco en Ucrania. Pero pasa por Ucrania. Ese es el motivo por el cual Putin no aceptará perder Ucrania. Solo a partir de Ucrania puede tejer los hilos de la madeja que lleva a la resurrección del antiguo imperio.
Por eso, si algo dejó en claro la cumbre del G20 en Brisbane, fue que la política de las sanciones impuestas por la UE a Putin no va a surtir efecto. Entre otras cosas, porque Putin ha descubierto que el tiempo juega a su favor.
Dos son las razones que avivan la esperanza de Putin. Una reside en la aparición de unidades políticas inter-europeas funcionales a su proyecto internacional. Otra, es la proveniente del creciente integrismo islámico, sobre todo al interior de los propios países europeos. Aparentemente la una no tiene nada que ver con la otra. Pero para Putin, sí.
La inexistencia de sucursales políticas inter-europeas fue hasta hace poco el talón de Aquiles del proyecto Putin. En efecto, desde Lenin a Kruschev, la URSS apoyó su política de expansión en sus caballos de Troya, los partidos comunistas occidentales. Pero durante Brechnev apareció el eurocomunismo, sobre todo el italiano y el español, fenómeno que marcó la deserción del comunismo occidental con respecto a la tutela soviética.
A la inversa, a partir de los años ochenta, los frentes internos constituidos por organizaciones disidentes pro-occidentales, Solidarnosc y Carta 77 entre otros, erosionaron los interiores del mundo comunista. La lucha en contra del comunismo fue ganada no desde fuera sino en los países comunistas. 

Ahora bien, Putin, en su proyecto  de restauración- expansión, carecía, a diferencia de la URSS de Stalin,  de frentes internos en los países europeos. Carecía. Hasta que aparecieron los movimientos, partidos e incluso gobiernos llamados neo-populistas.
Neo-populismo en sentido politológico es un concepto falso. Tan falso como el concepto fascismo cuya función era envolver en un solo paquete a sistemas políticos diferentes entre sí, entre otros el nacional-socialismo alemán, el integrismo religioso-militar de Franco, y el auténtico fascismo de Mussolini. Del mismo modo, neo-populismo es un concepto que busca unificar apariciones tan diferentes como el anarquismo de “las cinco estrellas” en Italia, el izquierdismo del Podemos español, la ultraderecha lepenista de Francia, los islamófobos de Holanda, el izquierdismo radical de Syriza en Grecia, el ultra-conservadurismo de Orban en Hungría. Y, sin embargo, pese a tantas diferencias, todos tienen cuatro puntos en común.
Primero, todos los llamados neo-populismos son anti-UE. Segundo, todos son anti-OTAN. Tercero, todos cultivan –de modo patriotero unos, de modo “anticapitalista”, otros-  una suerte de “anti-alemanismo” que en la retórica demagógica ha pasado a sustituir el anti-americanismo tradicional. Y cuarto, todos simpatizan con Putin. ¿Cumplirán los neo-populismos el rol que no pudieron cumplir para la URSS los partidos comunistas euro-occidentales? Nadie lo puede predecir. Pero nadie tampoco puede asegurar que esa es una imposibilidad histórica.
La tercera gran amenaza, el desarrollo vertiginoso del integrismo islámico, sobre todo a partir del nacimiento del Estado Islámico (EI) tiene en común con el neo-populismo la de ser externa e interna a la vez. Externa, porque tiene su asiento en el Medio Oriente sunita. Interna, porque se quiera o no, la religión islámica, en todas sus formas, desde las moderadas, hasta las más radicales, ha llegado a ser parte de la identidad cultural de la mayoría de los países europeos.
Precisamente el hecho de que en los comandos decapitadores se encuentren jóvenes europeos, islámicos o no, habla de por sí.
Las nuevas generaciones islámicas europeas no tienen nada que ver ni con el Islam del Medio Oriente ni con el de los antiguos emigrantes. Se trata de un islamismo militar más que religioso. El problema es que mientras más avanza, más crece la xenofobia militante, y a la inversa, mientras más crece esta última, mas fuerte surge el islamismo radical. Hasta ahora un círculo vicioso que nadie ha podido abrir.
No hay ninguna ley que asegure que las tres amenazas (Putin, neo-populismo e integrismo islámico) deberán imponerse. Hay muchos recursos políticos acumulados en la historia de Europa. Pero para que sean activados se requiere de una disposición combativa de los partidos más democráticos del continente. Y eso es lo que todavía nadie observa.
Dijo una vez Michael Gorbachov, “quien llega tarde será castigado por la vida”. Europa en su historia moderna ha llegado dos veces tarde. Y las dos veces ha sido castigada.