(Una actualización de un fragmento de mi libro "El fin de todas las guerras", Santiago de Chile 2001)
El humano es malo por naturaleza; y bueno; o es malo en parte y bueno
en parte. No obstante, y ésta es la propiedad de su condición, está dotado de
instrumentos para ser bueno o para ser malo. Eso no corresponde a la
naturaleza. Es más bien una capacidad que ha dado la naturaleza al
humano, la de optar por su naturaleza mala o buena. Es decir, llega un momento
en que la determinación de la naturaleza debe desentenderse del humano. Ello
ocurre cuando éste ha alcanzado uso de razón, razón que le permite optar, o lo
que es igual, que permite al humano "ser su propio creador" (Kant
1794 pág.32) y, por lo tanto, responsable de su creación. Es ese uso de razón
el que además le permite avanzar "desde lo peor hacia lo mejor"
(Ibíd. pág.30).
El mal y la libertad
Quiso natura entonces dotar al humano de libertad para ser bueno o para ser malo, lo que lo convierte en alguien responsable de ser bueno, o malo, o ambas cosas a la vez. "Aquello que es el ser humano en sentido moral, bueno o malo, eso lo debe hacer, o haber hecho el mismo" (Ibíd. pág.59). Por lo tanto, ni la maldad ni la bondad es condición antropológica ya que corresponden ambas a procesos electivos en el que intervienen múltiples factores pero que, en última instancia, debe resolver cada individuo frente al espejo que le devuelve la imágen de su maldad o de su bondad. La libertad de elegir: esa es la maldición del humano. Pero sin dicha maldición, no sería humano.[1
Lo bueno se va haciendo a partir de lo malo, de modo que utilizando
nuestras disposiciones podemos ser cada vez menos malos sin dejar de ser nunca
malos, pues o sino no podríamos ser nunca más buenos que antes, a menos que
alcancemos un estado de perfección totalmente ajeno a la filosofía kantiana. No
se trata en consecuencias, la de Kant, de una teoría evolucionista que
determine el desarrollo de lo malo en menos malo, sino que de actos electivos
que nos hacen a veces más malos y otras veces más buenos (Ibíd. pág.35).
La razón es inseparable de la elección y aquello que racionalmente
elegimos para vivir mejor con y entre nosotros, son las llamadas máximas.
Ahora bien, hay máximas malas y máximas buenas. La malo y lo bueno de cada uno
depende de las máximas que incorporamos en el curso de la vida. No hay nadie
bueno con malas máximas. Y las máximas buenas son para Kant aquellas que se
ajustan a las normas del Derecho moral, es decir, a reglas que nos hemos
inventado para poder vivir juntos. Las máximas malas, por definición, son
aquellas que se apartan del Derecho moral (Ibíd. pág.63).
Las máximas, tanto
buenas como malas, son a su vez "seguridades" que imaginamos para
ajustar los actos con nuestra conciencia. Dichas "seguridades" dejan
de serlo si es que no logran construir el puente entre nuestra subjetividad y
los demás, es decir, si al aplicar dichas máximas, resuenan ecos de protesta.
Habermas: "Acerca del fracaso de seguridades orientadas a la acción no
decide la incontrolada contingencia de condiciones desilusionantes sino que el
grito de contra-actores sociales con orientaciones disonantes de valor"
(Habermas 1999 pág.295). Eso quiere decir: no sólo yo decido acerca del valor
de mis máximas, sino que también el otro, con su protesta o grito. Las máximas
morales obedecen a procesos de construcción racional, individual y colectivo a
la vez
El humano es precaria construcción. La precariedad deviene de tres
determinaciones de "lo humano" que establece Kant: 1.- los
dispositivos para la animalidad del humano, en tanto ser viviente. 2.- para su
humanidad, como ser viviente y al mismo tiempo racional y 3.- para su
personalidad como especie racional y al mismo tiempo con capacidad de
discernimiento" (1793 pág.37). La determinación decisiva, para Kant, es la
última, pues esa es la que permite al humano, gracias al uso de razón, alcanzar
el estadio moral. De donde se ve que la razón pura o en sí, no garantiza, sólo
posibilita llegar al estadio moral, lo que es evidente: hay seres
inteligentísimos y profundamente inmorales. Seres no racionales y morales, en
cambio, no hay, pues, como ya ha dicho Kant, la moral presupone la elección
(entre máxima mala o buena) y, por tanto, la existencia de una razón.[2]
La moral es una adquisición de la razón (individual o colectiva) pero la razón
en sí, no es moral. Como una vez expuso Kant: "Nosotros somos civilizados
hasta el agobio, en todas las formas de sociabilidad y de decencia. Pero, para
considerarnos moralizados; aun falta mucho" (Kant 1784 pág.152)
Ahora bien, gracias a esa moral, mala o buena, y que adquirimos de
acuerdo a nuestra capacidad de discernimiento (que viene de la razón) somos
reconocidos como personas. La moralidad, dice Kant, es la personalidad misma,
pues es la personalidad que tenemos (o que asumimos) aquella propiedad que, en
su conjunto, permite reconocernos como buenos o malos los unos a los otros.
"La idea de la ley moral (...) no puede ser considerada como una
disposición para la personalidad; ella es la personalidad misma" (1794 pág.39). O dicho al revés: la persona es la representación de su moral.
Pero, si la moral viene de la razón, hay que aceptar necesariamente que de ahí proviene también la inmoralidad. Pues sólo puede haber inmoralidad
cuando existe noción de moralidad. De modo que nos encontramos con dos tipos de
maldad en Kant: (a) una amoral, que es la maldad que aparece cuando el humano
no había construído nociones morales, las que sólo podemos juzgar en
retrospectiva desde las perspectivas del estadio racional-moral; y (b) otra
inmoral, que es la que se produce como resultado de la regresión y/o
transgresión a la Ley moral.
Existe, afirma Kant, una permanente propensión al mal en el ser ya que
su moral no sólo proviene de la maldad. Además, debe permanentemente
coexistir con ella. Quiere decir que con la adquisición de buenas máximas hemos
sólo encontrado límites que separan a lo bueno de lo malo. Lo malo sigue
habitando al otro lado del límite, invitándonos a entrar en la oscuridad
seductora de sus secretas noches. El mal es tentación permanente; es el diablo
que quiere comprar nuestra alma faústica; y el diablo, porque es diablo, sabe
que cada alma tiene precio. Kant, que no era ningún inocente, también lo sabía. Por eso afirma que la permanente propensión al mal en cada ser humano proviene de su propia alma. Primero, porque la "naturaleza humana" es
frágil. Segundo, debido a la "impureza del corazón" (que a veces no
sabe diferenciar entre lo que es bueno y lo que es malo). Tercero, como
consecuencia de la corruptibilidad de ese mismo corazón que lo lleva
frecuentemente a perder virtudes adquiridas (Ibíd. págs. 41-42) Fragilidad,
impureza y corrupción, son las puertas que cada uno, hasta el más bueno, deja a
veces abiertas, con la secreta esperanza de que la maldad venga alguna vez de
visita.
El mal es radical y banal al
mismo tiempo
No basta entonces respetar la Ley moral para ser bueno, sino que esa
Ley habite en el corazón. Dicho en los términos que impuso el psicoanálisis, se
requiere que la moralidad no sólo sea obedecida, sino que además
"introyectada". Si Kant hubiése sido un filósofo puramente legalista se habría conformado con la primera posibilidad. Pero como no lo era,hizo la
fina diferencia entre "un ser humano de buenas costumbres morales" y
un "ser humano moralmente bueno". Del primero se puede decir que
"sigue las palabras de la Ley", del segundo, que "sigue el
espíritu" (de la Ley) (Ibíd. pág.42).
Hoy ya sabemos que la diferencia entre ambos tipos es mucho más
abismante que la imaginada por Kant. Hoy también sabemos aquello que no sabía
Kant: que el poder de la maldad puede ser tan grande que es incluso capaz de
infiltrar las leyes y convertirlas, simplemente en las leyes del mal. Porque
tanto el facismo como el stalinismo produjeron constituciones y leyes, de
acuerdo a cuyo dictámen el mal, en sus más monstruosas formas, fue
cuidadosamente legalizado. Peor aún, banalizado. Pues si el mal podía ser
legalizado, cometerlo era banal.
La banalidad del mal, que descubrió en todas sus dimensiones Hanna Arendt en el caso Eichmann (Arendt 1995), es un fenómeno de la modernidad tardía que no pudo percibir Kant. Porque Eichmann, asesinó a miles de judíos, no porque los odiara, sino en estricto cumplimiento de ordenes avaladas por la autoridad de la Ley, como adujeron sus abogados defensores en Israel. Como Eichmann, cientos de funcionarios facistas se acogieron a ese argumento: "solo cumplíamos órdenes, y las órdenes venían de un poder legalmente constituído". De acuerdo a ese argumento, uno de los genocidios más terribles ocurridos en la historia de la humanidad era banalizado; radicalmente banalizado. Lo mismo se puede decir hoy de los estrechos colaboradores de Putin. Cuando Lavrov, por ejemplo, presenta los crímenes a los ucranianos como un acto de defensa de Rusia, está solo recibiendo ordenes y en ese punto podría decirse que actúa de acuerdo a la legalidad impuesta por el poder. Cada dictadura produce sus propios Eichmannns.
La banalidad del mal, que descubrió en todas sus dimensiones Hanna Arendt en el caso Eichmann (Arendt 1995), es un fenómeno de la modernidad tardía que no pudo percibir Kant. Porque Eichmann, asesinó a miles de judíos, no porque los odiara, sino en estricto cumplimiento de ordenes avaladas por la autoridad de la Ley, como adujeron sus abogados defensores en Israel. Como Eichmann, cientos de funcionarios facistas se acogieron a ese argumento: "solo cumplíamos órdenes, y las órdenes venían de un poder legalmente constituído". De acuerdo a ese argumento, uno de los genocidios más terribles ocurridos en la historia de la humanidad era banalizado; radicalmente banalizado. Lo mismo se puede decir hoy de los estrechos colaboradores de Putin. Cuando Lavrov, por ejemplo, presenta los crímenes a los ucranianos como un acto de defensa de Rusia, está solo recibiendo ordenes y en ese punto podría decirse que actúa de acuerdo a la legalidad impuesta por el poder. Cada dictadura produce sus propios Eichmannns.
El mal es radical, es la tesis de Kant. El mal puede ser también banal,
fue la deducción de Arendt. ¿Hay contradicción? Creo que no. Ambas tesis pueden
ser comprimidas en una sóla: el mal es
tan radical que puede ser banal. Eso quiere decir: la radicalidad del mal
es tan destructiva que en ocasiones se apodera de sus propios límites, las
normas y las leyes. De ahí que, siguiendo a Kant, podría ser formulada la
siguiente máxima: Actúa siempre
observando que el espíritu moral no sólo de una Ley, sino que de todas las
Leyes, sea el de la Ley que obedeces, tanto en su letra, como en su espíritu.
El bien es la flor del mal
Como el bien nace del mal, nunca ese basamento de todo lo bueno que es
todo lo malo desaparece por completo porque si el mal desapareciera no habría
bien. Hay, por lo tanto, en cada humano, una coexistencia de lo malo y de lo
bueno de modo que se trata en el fondo de una cuestión hegemónica. Pero ¿cómo
puede nacer el bien del mal? La respuesta kantiana, como de costumbre, es
doble.
En primer lugar, no se trata del cualquier mal, sino que de un mal radical que, al producir tanto mal en
uno y en los demás, origina como reacción el bien. "La maldad moral posee
por naturaleza la inseparable cualidad que en sus propósitos (fundamentalmente
en las relación con un semejante) es tan repulsiva y destructiva que por sí
misma abre espacio al principio (moral) del bien, aunque a través de muy lentos
progresos" (1795, págs. 323-324). O sea, el mal puede ser tan malo que al
arruinarlo todo se arruina también a sí mismo. En su propia radicalización
comete suicidio, y desde sus cenizas, nace el bien.
La dialéctica kantiana que se da entre el mal y el bien tuvo que
esperar mucho tiempo para ser entendida. Fue esa rama especial de la psicología
que es también filosofía (o por lo menos, teoría del conocimiento) y que
recibió el nombre, no siempre apropiado de psicoanálisis, la que captó en su
esencia la relación intrínsica que se da entre el mal y el bien. Freud la
entendió perfectamente. El bien viene del mal. Del arrepentimiento frente al
mal cometido, o simplemente deseado, viene el remordimiento, y desde ahí la
moral y desde la moral, el amor. Freud percibió esa dualidad, tanto con sus
pacientes; tanto en sus estudios antropológicos. La tendencia hacia el mal, es
decir, hacia la destrucción del uno y del otro, pudo observarla como
consecuencia de una mala conformación del carácter cuya conciencia no había
logrado interiorizar en el momento infantil más primario relaciones empáticas
que se superpusieran a las destructivas que laten en cada uno de nosotros.
A partir de estudios realizados con lactantes, analistas como Winnicott lograron después de Freud, captar que la hegemonía de lo no destructivo comienza organizarse en la relación más primaria que es la que se mantiene con la madre, o con quien ocupe ese lugar (Winnicott 1992 pág.213).
A partir de estudios realizados con lactantes, analistas como Winnicott lograron después de Freud, captar que la hegemonía de lo no destructivo comienza organizarse en la relación más primaria que es la que se mantiene con la madre, o con quien ocupe ese lugar (Winnicott 1992 pág.213).
El recién nacido tiende a la fusión con el cuerpo del que ha sido
escindido, busca su tibia protección, y cuando no la recibe a tiempo, protesta,
aulla, es decir, odia, y porque odia, quiere destruir a ese, el objeto de su
único placer. Pero hay en esa relación un momento en que el bebé
"entiende" que no puede destruir el cuerpo odiado (amado) porque si
lo hace pierde el objeto de su odio (amor) (Benjamin 1996 pág.40) Es decir, hay
un momento pre-racional, en que uno descubre y lo seguirá descubriendo el
resto de su vida, que la presencia de ese otro cuerpo es necesaria para que
exista el deseo de destrucción pues, si ese cuerpo desapareciera, ya no habría
nada que destruir (poseer, comer, beber, succionar, y mucho después, copular).
Entonces, ese bebé desea que ese cuerpo siga existiendo para destruirlo.
Ese deseo de que el otro exista, completo y pleno para mí, es ya amor en su forma primaria. De ahí al deseo de que ese objeto de la destrucción no sea destruído, es decir, que esté bien, hay un solo paso. El amor nace del odio y desde el momento en que ese amor se encuentra con el odio, nace el bien. El amor, al comienzo, cuando es sólo pre-amor, no es el bien. Es sólo un deseo consumidor y destructivo; y así lo experimentan muchas personas. Del amor reflexivo, vale decir, del deseo de que el otro esté bien para mí, nace la noción de bien (Ricoeur 1996). Te amo, quiere decir en su forma primaria: "deseo que estés bien para consumirte". El deseo del otro para mí lleva al deseo del otro para sí; y no a la inversa
Ese deseo de que el otro exista, completo y pleno para mí, es ya amor en su forma primaria. De ahí al deseo de que ese objeto de la destrucción no sea destruído, es decir, que esté bien, hay un solo paso. El amor nace del odio y desde el momento en que ese amor se encuentra con el odio, nace el bien. El amor, al comienzo, cuando es sólo pre-amor, no es el bien. Es sólo un deseo consumidor y destructivo; y así lo experimentan muchas personas. Del amor reflexivo, vale decir, del deseo de que el otro esté bien para mí, nace la noción de bien (Ricoeur 1996). Te amo, quiere decir en su forma primaria: "deseo que estés bien para consumirte". El deseo del otro para mí lleva al deseo del otro para sí; y no a la inversa
Se trata, pues, en segundo lugar, el bien, de una
noción que no sólo viene del mal, sino que de una reflexión, por muy elemental
que sea, acerca de la radicalidad del mal. Esa reflexión lleva a cada uno a
concluir que la radicalidad del mal debe tener límites, es decir, la
radicalidad no debe ser absoluta para no caer en la destrucción total. Es desde ese
límite que frena la radicalidad del mal donde comienzan a fluir, gota a gota,
los manantiales del bien. Porque si el mal es radical - no hay ninguna razón
práctica para contradecir a Kant en ese punto - no significa que es absoluto. Si es absoluto, no hay salida. El mal
absoluto sobrepasa su propia radicalidad. Y ese mal sin posibilidad de bien ya
no es el mal: es la nada. O lo que es peor: es la muerte
Y bien, si aceptamos la posibilidad kantiana de la separación entre el mal radical y el mal absoluto tendríamos que llegar a la conclusión de que el mal representado por el dictador Putin en nuestro tiempo es radical pues ha roto todas las leyes del derecho internacional. Pero a la vez, al ser guiado en todo lo que hace, por el principio de la muerte, es absoluto. De ese mal, siguiendo a Kant, no hay salvación. Putin (podría ser Hitler, Stalin, Kim-Jong-un, Pinochet, o varios más) es la representación de la muerte.
[1] "Causa del mal moral en la
filosofía de la autonomía no puede ser la sensorialidad del ser, sino su
libertad" (Schulte 1988 pág.50)
[2] En los términos de Christoph
Schulte: El conflicto entre lo
bueno y lo malo no es un conflicto
entre la razón y los sentidos (....) ni entre espíritu y cuerpo, sino un conflicto al interior de la razón....(Schulte,
Christoph 1988 pág.36) Esa
formulación recuerda otra vez a Freud quien constantemente insistía que el
conflicto entre inconciente y conciente no es un conflicto entre pulsiones
(Triebe) y conciencia, sino que un conflicto
al interior de la conciencia
Referencias
Arendt, Hanna Eichmann in Jerusalem. Ein Bericht von der Banalität des Bösen, Piper, München 1995
Benjamin, Jesicca, Die Fesseln der Liebe, Fischer, Frankfurt 1996
Habermas, Jürgen Wahrheit und Rechfertigung, Suhrkamp, Frankfurt 1999
Kant, Immanuel 1796 (a) Das Ende Aller Dinge, Werke 6 Könemann, Köln 1995
Arendt, Hanna Eichmann in Jerusalem. Ein Bericht von der Banalität des Bösen, Piper, München 1995
Benjamin, Jesicca, Die Fesseln der Liebe, Fischer, Frankfurt 1996
Habermas, Jürgen Wahrheit und Rechfertigung, Suhrkamp, Frankfurt 1999
Kant, Immanuel 1796 (a) Das Ende Aller Dinge, Werke 6 Könemann, Köln 1995
Kant, Immanuel 1797 Methaphysik der Sitten,
Werke 5, Könemann, Köln 1995
Kant, Immanuel 1784 (a) Idee zur allegemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Ansicht Werke 6, Könemann, Köln 1995
Kant, Immanuel 1787 Kritik der reinen Vernunft, Werke 2, Könemann, Köln 1995
Kant, Immanuel 1794 Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft, Werke 5, Könemann,Köln 1995
Kant, Immanuel 1795 Zum ewigen Frieden Werke 6, Könemann, Köln 1995
Schulte, Christoph Radikal Bösse. Die Karriere des Bösen von Kant bis Nietzsche, Wibeln Fink Verlag, München 1988
Ricoeur, Paul Sí mismo como el otro, Siglo XXl, México 1996
Winnicott, Donald Familie und individuelle Entwicklung, Fischer, Frankfurt 1992. Original The family and individual development, Tavistock Publication, London 1965
Kant, Immanuel 1784 (a) Idee zur allegemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Ansicht Werke 6, Könemann, Köln 1995
Kant, Immanuel 1787 Kritik der reinen Vernunft, Werke 2, Könemann, Köln 1995
Kant, Immanuel 1794 Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft, Werke 5, Könemann,Köln 1995
Kant, Immanuel 1795 Zum ewigen Frieden Werke 6, Könemann, Köln 1995
Schulte, Christoph Radikal Bösse. Die Karriere des Bösen von Kant bis Nietzsche, Wibeln Fink Verlag, München 1988
Ricoeur, Paul Sí mismo como el otro, Siglo XXl, México 1996
Winnicott, Donald Familie und individuelle Entwicklung, Fischer, Frankfurt 1992. Original The family and individual development, Tavistock Publication, London 1965