La filosofía, vale decir, el arte de pensar y razonar
sobre el mundo y sus alrededores, se encuentra a la vuelta de la esquina y no
necesariamente en las academias. No sin razón la filosofía nació en las calles
de las islas griegas, cuando los pensadores se detenían en las puertas de las
casas e iniciaban discusiones sobre las cosas de la ciudad con los vecinos.
Razón por la cual, el más callejero de todos, Sócrates, estigmatizó a los
sofistas, quienes pretendían hacer del pensamiento una “cosa en sí” (Kant),
propia de eruditos y expertos.
No deja de ser ironía que el seguidor más fiel de
Sócrates, Platón, haya traicionado la espontaneidad de su maestro e instaurado
las llamadas academias (donde solo compartían los iniciados) iniciándose así
una práctica que ha llevado a confundir, lamentablemente, a la filosofía con la
hermeneútica.
La interpretación de textos es fundamental. Pero la
filosofía no puede ser
enclaustrada en bibliotecas.
Filosofar es pensar mirando cada cierto tiempo hacia afuera de la ventana,
leyendo en el libro abierto del mundo. Ahí donde están los mercados, la
política, y los cuerpos humanos (“el
ser es un cuerpo”: Heidegger) y, por cierto, en los estadios de fútbol y en las
discusiones que a veces nos provocan. Entre otras, las del caso Luis Suárez, el
insólito mordedor uruguayo.
Toda discusión, al ser realizada por seres pensantes,
contiene en sí un innegable trasfondo filosófico. Quiero decir, cuando
discutimos de fútbol, discutimos también sobre la justicia, sobre el error,
sobre la violencia, sobre las reglas, sobre la valentía, sobre la moral y el
derecho, y no por último, sobre la difícil contingencia de la vida.
Un filósofo que no se mezcla con la vida no se mezcla con
la filosofía. La filosofía ha de ser mundana
(in-munda, según Agustín) o no ser. La filosofía nació con la vida y
“vive de la vida”. O de la experiencia, diría
el más grande de todos los filósofos, Inmanuel Kant, en su “Crítica de
la Razón Pura” (1787), punto en el que hasta Nietzsche estuvo de acuerdo, pese
a que dedicó gran parte de sus escritos a negar a la filosofía kantiana.
Inmanuel Kant, a diferencia de los filósofos griegos, no
hacía filosofía de calle. El clima de Königsberg no lo permitía. Pero sí discutía
acerca de la realidad inmediata en cada uno de sus “almuerzos”.
A los almuerzos de Kant no concurrían filósofos. Sus
visitantes más asiduos eran el cura, un profesor de escuela y un barbero de
Königsberg. Después del almuerzo; Kant dormía media hora, y luego salía a
caminar, poniendo en forma filosófica
las discusiones del mediodía. En las tardes, después de una frugal cena, leía y
leía. En las mañanas muy temprano comenzaba de nuevo a escribir. Su siempre
hermosa, profunda y compleja filosofía es en cierta medida un resultado de sus
almuerzos. Esa razón hace pensar que a Kant, al no rehuir a ningún tema,
también habría interesado el caso del futbolista Suárez.
Más todavía, me parece advertir que ahí, en el caso
Suárez, hay un nudo que a Kant le habría
encantado desatar. Me refiero a uno de sus temas más recurrentes: el de las
relaciones entre la moral y el derecho.[1]
Pues Kant, acusado injustamente por Hegel de moralizante, era un enemigo de
todos quienes intentan oponer por sobre el derecho, una moral abstracta y sin
leyes.
Una moralidad sin legalidad significaba para Kant
devolver al ser humano a su naturaleza más primitiva. A sus representantes los
llamó Kant “moralistas”. El término lo recogió después Max Weber para atacar a
los políticos moralistas dispuestos a imponer sus principios morales por
sobre la Constitución y las Leyes. Son
los mismos a los que el poético cantautor Joan Manuel Serrat, llamó “macarras
de la moral” y a quien yo he decidido llamar, en alusión al mismo término,
“macarristas”.
Entiendo por macarrismo
una tendencia o actitud destinada a suponer que cada ser humano puede ser
juzgado y condenado con prescindencia de cuerpo jurídico y legal. Los portadores de esa
tendencia creen ser propietarios de una moral absoluta situada sobre toda
condición de tiempo y de lugar. Más aún, los macarristas dictaminan –con una
seguridad que asusta- acerca de lo que
debe ser moral e inmoral, y por si fuera poco, como si fueran jueces, se dan el
lujo de sentenciar acerca de los castigos a impartir entre los que ellos
imaginan, alteran el curso de su dudoso orden moral.
En el pasado los macarristas actuaban en el espacio de la
sexualidad, mutilando el alma de sus portadores. Hoy, como neo-macarristas, han expandido sus
competencias y lo hacen hasta en dominios que, como buenos moralistas, suelen
ignorar por completo, entre ellos, los del fútbol.
El macarrismo moral es solo un extremo en una larga franja cuyo otro extremo es el “legalismo”,
vale decir, la creencia de que la legalidad cubre todos los espacios de la vida.
Según el legalismo solo hay que hacer lo que las leyes dicen para llevar una
buena vida ciudadana [2].
Contra ellos dictaminó Kant en la
quizás, su más reiterada fórmula: “Hay que hacer todo lo que las leyes
prescriben. Pero no hay que hacer todo lo que las leyes permiten“
En la filosofía del derecho, el legalismo se encuentra
muy bien representado por Hans Kelsen y
su “Teoría pura del Derecho”.
Continuador del positivismo de Kelsen es en cierto modo el
constitucionalismo de Habermas. Mérito de Habermas –sobre todo en sus dos
volúmenes sobre la “Teoría de la acción
comunicativa”- fue sin duda conferir un alto valor a la interacción discursiva,
es decir a la deliberación intercultural, pero a la vez, para que dicha
comunicación sea posible, se requiere de un orden pre-constituido, orden que
solo puede estar garantizado por una Constitución. Lo mismo opinaba Kant, pero
Kant agregaba que hay momentos en la vida en los que no encontramos a ninguna
ley –fue el caso de la FIFA con relación a Luis Suárez- que organice nuestro
proceder. Cuando eso sucede, recomendaba Kant recurrir a las fuentes de toda
Constitución las que para él eran dos: la experiencia y la razón. De ahí el
significado que concedió Kant a las máximas morales.
En su “Crítica de
la Razón Práctica” (1788), distinguía Kant dos tipos de máximas. Aquellas que
vienen de la pura subjetividad y las que vienen del sentido, aunque no del texto de las leyes (Según Montesquieu,
“espíritu de las leyes”) para lo cual se requiere, por supuesto, que esas leyes
existan. Solo por estas últimas debemos guiarnos, afirmaba Kant. De esa
reflexión surgió precisamente una
“máxima sobre las máximas”. Dice así :
“Actúa de tal modo que las máximas de tu voluntad puedan
valer al mismo tiempo como principios de una legislación general” (“Crítica de
la Razón Práctica”)
Ahora bien, el macarrismo moral se deja guiar por máximas
que no se ajustan ni al sentido ni al espíritu de ninguna ley. Son máximas que proceden de
experiencias muy personales, de
sentimientos y no del pensamiento, y no por último, de odios, animosidades e
incumplidos ideales. Freud habría dicho: el moralismo es un fruto del “Sobre
Yo” (moral) en alianza con el Ello (pulsional) y en ausencia del Yo (racional).
Esas máximas sin ley son, a mi juicio, las que determinaron la sentencia en
contra del jugador Luis Suárez.
Entiendan de una vez macarristas. Yo no defiendo ni he
defendido nunca a Suárez. En el fondo su suerte personal me interesa un carajo.
Puede incluso que la condena hubiera sido mayor, y si hubiera estado respaldada
por un procedimiento legal, tendríamos que haberla aceptado todos. ¿Entienden
macarristas?: Si en relación al caso Suárez hubiera habido, no hablo de
una Constitución, por lo menos un
reglamento general, yo no habría escrito una sola palabra ni a favor ni en
contra de Suárez. Pero no, esa condena provino de la pura subjetividad de unos
jueces de la FIFA. De unos jueces que no solo no tienen la menor idea de
fútbol, sino que, además ¡no tienen ninguna formación jurídica! La mayoría de
ellos proviene del mundo de las empresas, de los negocios, de la bolsa,
actividades con las que no tengo nada en contra, aunque no son precisamente los
templos de la moral.
Entiendan, macarristas, entiendan: Suárez debe ser castigado,
y para que les quede aún más claro, les digo: si hubiera habido un respaldo
jurídico adecuado, podría haber sido ejecutado, llevado a un paredón,
electrocutado, ahorcado, castrado, todo lo que ustedes quieran. Me da igual. Lo
que no me da igual es que alguien pueda ser sentenciado sin juicio y sin
jueces, suceda en Venezuela, en Corea
del Norte, en Cuba o en la FIFA. Ese es el problema macarras. ¿Entendieron al
fin?
Creo que, aunque en mi estilo muy personal, escribo
guiado por el espíritu de Kant.
Lo sé; más de alguien argumentará que al no tener la FIFA
un guía de procedimiento jurídico no habría habido otra alternativa sino
indultar a Suárez. Falso. Muy falso.
Cuando una instancia institucional no tiene competencia
jurídica –es el caso de la FIFA- debe recurrir a organismos judiciales
competentes. En el caso de Suárez había por lo menos dos alternativas. La
primera: Suárez presta servicios laborales en una empresa llamada Liverpool FC
en Inglaterra país donde, además, tiene residencia fiscal. La segunda: Suárez
es ciudadano uruguayo. Tanto los tribunales vigentes en las zonas de residencia
laboral y fiscal, así como en la nación de origen, Uruguay, son idóneos y
altamente competentes. Frente a esos tribunales, la FIFA debió proceder
levantando acusación o querella en contra del jugador, agregando antecedentes
(por ejemplo, reincidencia) y testimonios orales y visuales. Ese debió haber
sido el procedimiento de acuerdo a las normas más elementales del derecho
internacional y del derecho penal. En cambio la FIFA decidió actuar por su
cuenta con el propósito salvaje de sentar un ejemplo draconiano para que nadie
en el futuro se atreva a repetir el acto de morder, aunque alguien asesine a
patadas a un adversario. Igual como en las tribus, en los clanes y en las
despotías de nuestro tiempo, en la FIFA rige la ley de la selva.
¿Y de dónde salieron esos nueve fechas de castigo?
Pudieron haber sido tres o veinte. O mil. Ese no es el problema. No queda más
que pensar que surgieron de alguna deliberación entre los llamados jueces de la
FIFA. ¿Conoce alguien el contenido de
esa deliberación? ¿Decidieron los “jueces” de acuerdo a un derecho natural, o
fue solo una ocurrencia fortuita de alguno de ellos? ¿Cuál fue la discusión
cualitativa que derivó en una resolución cuantitativa, es decir, en las nueve fechas? (Como un embarazo. Si no fuera tan grotesco, haría reír).
Escribía Kant en su libro “Paz Perpetua” (1795) que
aunque a muchos parece que las constituciones han sido hechas para los ángeles,
al final no es difícil que los demonios sean doblegadas por ellas. Suponiendo
que Suárez sea un demonio -o en la versión de los modernos macarras, un
psicópata- habría tenido, al final, que ser doblegado por la ley.
No quisiera ser tan duro, pero no puedo evitar pensar que
muchas veces los macarras de la moral tienen los gobiernos que se merecen.
Volviendo a la idea inicial, creo haber demostrado que la
filosofía no solo está en los libros de filosofía. Agustín pensaba de modo parecido: decía el santo de Hípona
que la ley moral viene de Dios y porque venimos de Dios solo necesitamos
“recordarla”. Yo agregaría que también está en las calles, y a veces en los
estadios. Solo necesitamos “encontrarla”. Y para eso, requerimos de leyes y de
jueces en los cuales confiar. Sin ellos -escribía Kant en su ensayo titulado ”La religión dentro de
los límites de la mera razón” (1794)-
“no podremos salir de nuestra condición natural y acceder a nuestra
condición política”.
De eso se trata. Ese es el escándalo. Ese es el problema.
[1] El tema de la relación entre derecho y
moral en la teoría kantiana, lo he tratado con extensión en mi libro dedicado a
estudiar la filosofía política de Kant “El fin de todas las guerras”, LOM,
Santiago de Chile, 2001
[2] Hay una variante, pero no es filosófica sino teológica. Es la teoría del Derecho
Natural, expuesta siempre con brillantez por Benedicto XVl. Según Benedicto,
hay una moral que precede a toda ley; es una moral natural. Pero como la
naturaleza viene de Dios, hay que encontrarla apelando a dos medios que Dios
nos dio: la lógica y la razón. El problema es que para adscribir a la tesis de
Benedicto XVl es necesario creer en Dios. Pero convivimos con muchos que no
creen en Dios. Para vivir el mundo con ellos, hemos de seguir antes que nada a
la ley civil. Teológicamente hablando, necesitamos a Benedicto XVl.
Políticamente hablando, requerimos de Kant.